La palabra Biblia es
de origen griego (el plural de biblion, «papiro para escribir» y también
«libro»), y significa literalmente «los Libros». El gr. biblion es un
diminutivo de biblos, que en la práctica denota cualquier tipo de documento
escrito, pero originalmente un documento escrito sobre papiro (gr. byblos;
el puerto fenicio de Biblos, por el que en la antigüedad se importaba el
papiro desde Egipto). Del griego, ese término pasó al latín, y a través de él a
las lenguas occidentales, ya no como nombre plural, sino como singular
femenino: la Biblia, y es el Libro por excelencia. Con este término se designa
ahora a la colección de escritos reconocidos como sagrados por el pueblo
judío y por la iglesia cristiana.
El uso cristiano más antiguo
de la palabra “Biblia” (‘los libros’) en este sentido se encuentra, según se
cree, en 2 Clemente 14:2 (150 d.C): “los libros y los apóstoles
declaran que la Biblia… ha existido desde el principio.” Además, en Dn. 9:2
dice: “yo Daniel miré atentamente en los
libros" donde la referencia está vinculada al conjunto de escritos
proféticos del AT.
La Biblia es, en realidad,
una colección de libros o escritos, de extensión, origen y contenido diversos; sin
embargo, todos estos escritos tienen un valor espiritual especial, lo que les
da una unidad propia. Los dos aspectos, la diversidad y la unidad, no se
contraponen sino que se complementan.
La Biblia no solamente es un libro sagrado sino también histórico y contiene
el mensaje más importante de todos los tiempos: el que Dios ha dirigido a los
hombres para decirnos que nos ama, y el más grande ejemplo de su amor fue la entrega
de su Hijo Jesucristo, para darnos perdón y salvación, porque la paga del
pecado es muerte y Cristo murió, tomando nuestro lugar y Dios nos dio a través
de él el regalo de la vida eterna (Rom. 6:23). Si creemos en Cristo y vivimos
para obedecerle, seremos salvos; si rechazamos a Cristo, persistiendo en el
pecado, seremos condenados porque pagaremos la deuda del pecado con Dios y
nuestro final será la condenación eterna. Dios es amor pero también es justicia
y no dejará al hombre culpable sin retribución.
Diversos nombres de
la Biblia
Desde tiempos antiguos, la
Biblia ha recibido diferentes nombres. La manera más común entre los judíos
para referirse a los libros que son para ellos la Biblia (lo que constituye
para los cristianos el AT) es la designación de las tres grandes secciones que
la forman: la Ley, los Profetas y los Escritos. Esta designación se refleja en
Lc. 24:44 (“la Ley de Moisés, los libros de los profetas y los Salmos”). En
esta terminología, la Ley
incluye los cinco primeros libros de la Biblia (también llamados Pentateuco);
los Profetas se dividen en dos
secciones: los Profetas anteriores,
que comprenden Josué, Jueces, 1–2
Samuel y 1–2 Reyes, y
los Profetas posteriores, que
incluyen los libros de Isaías,
Jeremías y Ezequiel, más
los doce profetas menores; finalmente, la tercera sección, llamada “los Escritos”, comprende los demás libros
(incluido el de Daniel).
En el judaísmo, a la Biblia
se le distingue con la palabra Tanak, que en realidad es una sigla formada con
las iniciales de Torah, Nebilim y
Ketubim, es decir, de las tres partes o secciones en que se divide la
Biblia hebrea: La Ley, los Profetas y los Escritos.
Tanto el AT como el
NT—la tawrat (del heb. tôrâ) y el injil (del gr. euangelion)—se reconocen
en el Corán (Sura 3) como revelaciones divinas anteriores. El AT en hebreo es
la Biblia judía. El Pentateuco en hebreo es la Biblia samaritana.
Esta designación a veces se
reducía a “la Ley y los Profetas”, como se encuentra en Mt. 5:17, y aún más, simplemente
a “la Ley” (Jn. 10:34).
Partiendo del uso del NT,
ha sido común entre los cristianos referirse a toda la Biblia con el nombre de
“las Sagradas Escrituras”, “la Sagrada Escritura”, o simplemente “las
Escrituras” o “la Escritura” (Mt. 21:42; Jn. 5:39; Rom. 1:2). Con frecuencia,
el término “la Escritura” se refiere a un pasaje concreto (Mr. 12:10; Jn. 19:24).
Los términos Antiguo
y Nuevo Testamento, como nombres de estos escritos, solo empezaron a
usarse entre los cristianos a fines del siglo II d.C., aunque tiene su base en
textos como 1 Cor. 3:14. La palabra “testamento” designa, en este caso, la
alianza o pacto entre Dios y su pueblo, y hace referencia a la primera alianza
hecha por Dios con el pueblo de Israel (Ex. 24:8; Sal. 106:45) y a la nueva
alianza anunciada por los profetas y sellada con la sangre de Jesucristo (Jer.
31:31-34; Mt. 26:28; Heb. 10:29).
A primera vista, la palabra
«testamento» se presta a un equívoco, porque no se ve muy bien en qué sentido
puede aplicarse a la Biblia. Sin embargo, la dificultad se aclara si se tiene
en cuenta la vinculación de la palabra latina testamentum con el hebreo berit,
«pacto» o «alianza».
Berit es uno de los
términos fundamentales de la teología bíblica. Con él se designa el lazo de
unión que el Señor estableció con su pueblo en el monte Sinaí. A este
pacto, alianza o lazo de unión establecido por intermedio de Moisés, los
profetas anunciaron una «nueva alianza», que no estaría escrita, como la
antigua, sobre tablas de piedra, sino en el corazón de las personas por el
Espíritu del Señor (Jer. 31:31-34; Ez. 36:26,27). De ahí la distinción entre la
«nueva» y la «antigua alianza»: la primera, sellada en el Sinaí, fue ratificada
con sacrificios de animales; la segunda, incomparablemente superior, fue
establecida con la sangre de Cristo.
Ahora bien, el término
hebreo berit se tradujo al griego con la palabra diatheke, que
significa «disposición», «arreglo», y de ahí «última disposición» o «última
voluntad», es decir, «testamento». De este modo, la versión griega de la
Biblia, conocida con el nombre de Septuaginta o traducción de los Setenta
(LXX), quiso poner de relieve que el pacto o alianza era un don y una gracia de
Dios, y no el fruto o el resultado de una decisión humana.
La palabra griega diatheke
fue luego traducida al latín por testamentum, y de allí pasó a
las lenguas modernas. Por eso, se habla corrientemente del Antiguo y del Nuevo Testamento.
El número de libros
incluidos en la Biblia varía según el canon que cada denominación acepta. En
general, la mayoría de las iglesias cristianas concuerdan en los 27 libros del
Nuevo Testamento, pero el número de libros del Antiguo Testamento varía según
una iglesia siga el canon griego (como la iglesia católica romana y la ortodoxa
griega), o el canon hebreo (como las iglesias protestantes).
Casi todo el AT se escribió
originalmente en hebreo, aunque algunas porciones están en arameo, el idioma
que se hizo común entre los judíos unos pocos siglos a.C. También hay algunos
libros del AT católico-romano que al parecer se escribieron originalmente en
griego y que forman parte de los libros apócrifos. En general, estos libros
forman parte de la Biblia griega y latina, pero no de la hebrea. En general, el
NT se escribió originalmente en griego, que era la lengua común del comercio y
la comunicación de la época de Jesucristo; sin embargo, hay partes escritas en
arameo.
De todos los libros que la
humanidad ha conocido, ninguno ha ejercido tanta influencia como la Biblia.
Sobre ella se han escrito millares de estudios; autores famosos han tomado de
ella temas para sus obras; pensadores y científicos se han inspirado en ella; y
aun movimientos antagónicos al cristianismo, como el islam y el marxismo, han
tomado de ella buena parte de sus doctrinas. Completa o en parte se ha
traducido a más de 1000 idiomas, y brinda la base doctrinal a centenares de
iglesias en culturas y situaciones muy diversas.
Los primeros cristianos
creían firmemente que Dios inspiró el AT y cuando usaban el término Escrituras se
referían solo a esta parte, pues el NT aún no se había escrito ni compilado.
Sin embargo, esto creaba varios problemas. Para los cristianos, la
interpretación tradicional del AT estaba equivocada, pues los judíos no
admitían a Jesucristo como culminación de las promesas dadas a Israel. En Jn. 5:39,
Jesús mismo advierte a los judíos que es en él, y no solo en las Escrituras,
donde hay vida eterna. Luego, los cristianos tenían que demostrar que
Jesucristo era la culminación de las Escrituras y ellos eran el nuevo Israel.
El modo más sencillo de
mostrar esto era apelando a las profecías del AT, y mostrar su cumplimiento en
Jesucristo. De ahí que en los Evangelios, al narrar los acontecimientos de la
vida de Jesús, aparezca a menudo la frase «para que se cumpliese lo que fue
dicho» (Mt. 1:22; 4:14; 8:17; Jn. 17:12; 19:24), o la frase «conforme a las
Escrituras» (1 Cor. 15:3s). Este método de interpretación bíblica no lo crearon
los cristianos, sino que ya existía desde mucho antes. A decir verdad, en la
misma época de Jesús hubo varias personas que pretendieron ser el cumplimiento
de las profecías. El argumento poderoso que utilizaban los cristianos, para
entender los episodios de la vida de Jesús, era la relación con las profecías
antiguas. Por consiguiente, el método más común para interpretar el AT fue el
de buscar en él profecías de los hechos mencionados en el NT. Sin embargo, esto
no bastaba para interpretar todo el AT, ya que buena parte de él no consistía
en profecías que se pudiesen relacionar directamente con el NT. Por esta razón,
algunos cristianos recurrieron a un método de interpretar el AT, también
conocido entre judíos y griegos: el alegórico. Según esta interpretación hay
pasajes en el AT que no solo deben entenderse literalmente, sino también como
una alegoría en la que se expresa una verdad en lenguaje simbólico. El apóstol Pablo
utiliza este método en 1 Cor 9:8ss, donde interpreta la antigua ley judía «no
pondrás bozal al buey que trilla», no en el sentido literal, «como si Dios se
ocupase de los bueyes», sino en un sentido simbólico.
No obstante, el método
alegórico no es común en el NT, pues encierra dos peligros serios: en primer
lugar, tiende a dejar a un lado el carácter histórico de las narraciones del
Antiguo Testamento, y por tanto, puede olvidar que el Dios allí descrito se
revela en la historia, en medio de las acciones de los hombres. En segundo
lugar, el método alegórico puede llevar fácilmente a las más absurdas
interpretaciones del texto, y en esto tenemos que ser cuidadosos: no debemos
ser erróneamente alegóricos (saliéndonos del contexto bíblico) ni debemos
prestar atención a quienes así proceden.
Para evitar los riesgos
anteriores, la mayoría de los autores del NT interpretan el AT mediante una
clase de alegoría modificada llamada tipología. Según esta interpretación, los
hechos relatados en el AT son reales y en ellos Dios dio una señal de los
acontecimientos que ocurrirían en el NT. Para entenderlo mejor, tómese Gál. 4:21-31;
donde Pablo se refiere «al hijo de la sierva y al de la libre» como una
alegoría. Aquí Pablo no niega el hecho histórico que está discutiendo. Al
contrario, da por sentado que lo narrado en el texto del Génesis sucedió de verdad;
pero entonces le añade al acontecimiento histórico un sentido simbólico:
nosotros no somos hijos de la esclava, sino de la libre. Otro ejemplo de este
método puede verse en 1 Cor. 10:1-11, donde Pablo interpreta la situación
histórica de Israel en Éxodo como un hecho real que prefigura la vida de la
Iglesia.
En resumen, los escritores
del NT, y la mayoría de los más antiguos autores cristianos, veían en la Biblia
de su tiempo, es decir en el AT, la Palabra de Dios, pero la interpretaban
desde un punto de vista cristocéntrico. Los pasajes proféticos referentes a
Jesucristo, debían entenderse como tales. La alegoría era lícita y hasta
necesaria, pero tanto la profecía como la alegoría tenían que entenderse a la
luz del Señor de la Iglesia, quien era para los primeros cristianos el centro
de la Biblia.