La Biblia ha representado,
y sigue representando hoy, un papel notable en la historia de la civilización.
Muchas lenguas tienen forma escrita gracias al hecho de que se les ha ideado un
alfabeto a fin de que la Biblia, en su totalidad o en parte, pudiese ser
traducida a dichas lenguas y publicada en forma escrita. Y esto no es más que
una pequeña muestra de la misión civilizadora de la Biblia en el mundo. Esta
labor es resultado directo del mensaje central de la Biblia. Aunque parece
sorprendente que se pueda hablar de un mensaje central en una colección de
escritos que refleja la historia de la civilización en el Cercano Oriente a lo
largo de varios milenios, pero tiene una idea central en efecto, y es el
reconocimiento de este hecho lo que ha llevado a considerar a la Biblia como un
libro, y no simplemente una colección de libros, así como el plural griego
biblia (“libros”) se convirtió en el singular latino biblia (“el libro”).
El mensaje central de la
Biblia es la historia de la salvación, y a través de ambos testamentos tres
hilos pueden distinguirse en el desenvolvimiento de dicha historia: el portador
de la salvación, el camino de salvación, y los herederos de la salvación. Esto
podría expresarse en función del concepto del pacto, diciendo que el mensaje
central de la Biblia es el pacto de Dios con los hombres, y que los hilos lo
constituyen el mediador del pacto, la base del pacto, y el pueblo del pacto.
Dios mismo es el Salvador de su pueblo; es él quien confirma su misericordia
para con ellos de conformidad con el pacto. El portador de la salvación, el
mediador del pacto, es Jesucristo, el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne. El
camino de salvación, la base del pacto, es la gracia de Dios, que provoca en su
pueblo una respuesta de fe y obediencia. Los herederos de la salvación, el
pueblo del pacto, están constituidos por el Israel de Dios o la iglesia de
Dios; en otras palabras, todos aquellos que creen en Jesucristo como el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo y le reciben como su Salvador, entregando
sus vidas para seguirle y obedecerle.
La continuidad del pueblo
del pacto (el pueblo de Dios) entre el A.T. y el N.T. no parece muy clara al
leer la Biblia traducida a nuestro idioma actual porque “iglesia” es una
palabra exclusivamente neotestamentaria y, naturalmente, el lector piensa que
se trata de algo que comenzó en el período del N.T. pero el lector de la Biblia
griega no se encontraba con ninguna palabra nueva cuando leía ekklēsia en el
NT; ya la había visto en la Versión Septuaginta LXX como una de las palabras
utilizadas para denotar a Israel como la “asamblea” de Jehová. Por cierto que
en el N.T. tiene un significado nuevo y más completo. Además, Jesús dijo:
“edificaré mi iglesia” (Mt. 16:18), porque el pueblo del pacto anterior tenía que
morir (a sus propias ideas y conceptos personales) con él a fin de resucitar
con él a nueva vida, en la que desaparecían las restricciones nacionales (como
un pensamiento netamente judío) y venia el evangelio para formar su carácter en
Cristo. Así pues, Cristo mismo provee la continuidad vital entre la vieja
Israel y la nueva (que es la Iglesia de Cristo), y sus fieles seguidores eran
tanto el remanente justo de la antigua como el núcleo de la nueva.
El mensaje de la Biblia es
el mensaje de Dios al hombre, comunicado “muchas veces y de muchas maneras”
(Heb. 1:1), y finalmente encarnado en Cristo. Así, “la autoridad de la Sagrada
Escritura, por la que debe ser aceptada y obedecida, no depende del testimonio
de ningún hombre o iglesia, sino enteramente de Cristo (quien es la verdad
misma y el autor de ella); y por lo tanto ha de ser recibida, porque es la
palabra de Dios” (Confesión de fe de Westminster, 1. 4).
El Dios que se revela en la
Biblia ha intervenido en la historia humana para hacer de ella una historia
santa. Los acontecimientos del A.T. anunciaban, prefiguraban y realizaban
parcialmente lo que en el N.T. llegaría a su pleno cumplimiento. Si la Pascua
de Cristo trae al mundo la plenitud de la salvación, la pascua de Moisés fue la
aurora (el anuncio inicial) de nuestra salvación. La liberación del pueblo de
Israel de la esclavitud de Egipto preanunciaba asimismo la liberación de toda
la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte. Este mismo movimiento
de la historia continúa, se prolonga y se expande en la vida de la Iglesia, que
escucha, vive y anuncia la Palabra hasta los confines de la tierra (Hch
1:8).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario