Los primeros libros
En el libro de Éxodo se
relata la revelación de Dios a su pueblo…
Amaneció un nuevo día sobre
el campamento de Israel. De repente el trueno puso fin al silencio de la noche
anterior. Con temor, la gente salió de sus tiendas de campaña, justamente a
tiempo para ver una luz deslumbrante atravesar el cielo. Tronaba y relampagueaba
con ímpetu. Desde la densa nube que cubría la cima del monte Sinaí resonaba una
trompeta con fuerte estruendo. Según el registro bíblico, toda la gente estaba
en las puertas de sus tiendas, temblando de miedo. Al contemplar el monte,
vieron subir de su cima oleadas de humo como de una chimenea inmensa, porque
Jehová había descendido sobre él en fuego (Éxodo 19:18). Ahora parecía que todo
el cerro fuera un enorme horno ardiente. Asimismo, todo el monte se sacudía con
violentos temblores. Pero un hombre no tuvo miedo, porque precisamente en ese
lugar se había encontrado con Dios en la zarza ardiendo (Éxodo 3:2). Así que él
habló y Dios le respondió (Éxodo 19:19) y le ordenó subir a la cima del monte
Sinaí. Ese mismo Dios le dio los Diez Mandamientos (Éxodo 20).
Israel sería el pueblo del
pacto, el pueblo del Libro. Y Moisés fue el escribiente de Dios para darles el
Libro de la Ley. Tradicionalmente, se le atribuyen a Moisés los primeros cinco
libros de la Biblia. Para escribir las historias del Génesis, Moisés
necesariamente habrá tenido que depender de las tradiciones orales comunicadas
de generación en generación y de la inspiración directa del Espíritu Santo. En
cuanto al relato de la creación del mundo y de la vida humana, éste tuvo que
haberle sido dado por revelación divina, porque ningún hombre estuvo presente
para atestiguar de ello.
Con respecto a los sucesos
de Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, Moisés fue la persona que más
participó en ellos. Nadie estaba mejor capacitado que él para escribirlo. Debe
notarse, sin embargo, que el último capítulo de Deuteronomio obviamente no
salió de su pluma, pues allí tenemos un relato de la muerte y el sepelio de
Moisés, con la declaración adicional: “y ninguno conoce el lugar de su
sepultura hasta hoy” (Deuteronomio 34:6). Y se añade esta observación: “Y nunca
más se levantó profeta en Israel como Moisés, quien haya conocido a Jehová cara
a cara”. Pretender que Moisés mismo escribiera estas palabras de antemano por
inspiración divina -como algunos han insistido- no armoniza con el carácter de
las Escrituras.
Los libros históricos de la Biblia
Josué fue el sucesor de
Moisés, y el sexto libro de nuestro A.T. lleva su nombre. Relata sus grandes
proezas al guiar a los israelitas a través del río Jordán, conquistando la
tierra de Canaán y repartiendo a cada tribu su territorio. El libro se divide
muy naturalmente en dos partes iguales. La primera parte (caps. 1-12) relata la
conquista de Canaán, mientras la segunda parte (caps. 13-24) cuenta del reparto
de la tierra.
En el último capítulo
encontramos la narración de la muerte y el entierro de este guerrero de Dios
(Josué 24:29-30). Luego sigue la declaración: “y sirvió Israel a Jehová todo el
tiempo de Josué y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué” (v.
31). Es evidente que, a lo menos en su forma final, el libro de Josué fue
escrito en una generación posterior. No sabemos quién lo escribió.
Lo mismo puede decirse con
respecto al libro de Jueces que se ocupa del tiempo entre Josué y
Samuel. La nota clave del
libro es: “En aquellos días no había rey en Israel: cada uno hacía lo que bien
le parecía” (17:6; 21:25). Los israelitas, careciendo de un gobierno central,
vivían demasiado a menudo en confusión y caos. La secuencia que se repite vez tras
vez en Jueces es: desobediencia, opresión, arrepentimiento y liberación. Los
hombres llamados “Jueces” en su mayoría fueron enviados por Dios para librar al
pueblo de sus opresores.
La pequeña historia de amor
y vida pastoril llamada Rut es un relato de la vida de ese tiempo (Rut 1:1). En
parte, su propósito puede haber sido señalar una parte de la descendencia del
rey David (Rut 4:17-22).
Los libros de Samuel
comprenden el período de la vida de aquel gran profeta y también los reinados
de Saúl y David, los dos primeros reyes de Israel; ambos fueron ungidos por
Samuel. El relato comienza con el nacimiento de este hombre (cap. 1), y su
llamamiento al ministerio profético (cap. 3). Samuel se dedicó en toda su larga
vida a gobernar a Israel como juez. Desafortunadamente, sus propios hijos no
siguieron el camino de Dios (1 Samuel 8:1-5). Además, el pueblo demandó un rey.
En respuesta a esta petición, Dios instruyó a Samuel que ungiera a Saúl como el
primer rey de Israel. Pero Saúl fue un hombre obstinado y desobediente, y su
vida terminó en un desastre. La importancia del reinado de David puede
apreciarse por el hecho de que todo el libro de 2 Samuel se dedica a él.
Los dos libros de Reyes
relatan el reinado de Salomón sobre el reino unido de Israel (creado por su
padre David) y también tratan del periodo cuando se dividió el reino. El reino
del norte, Israel, fue gobernado por varias dinastías comenzando con la de
Jeroboam. Este reino terminó en el año 722 a.C., cuando los asirios tomaron su
capital, Samaria, y deportaron el pueblo a Mesopotamia (2 Reyes 17:6). Para
llenar el vacío, el rey de Asiria trajo gente del oriente para repoblar las
ciudades de Samaria (2 Reyes 17:24). Como resultado de esto tenemos el pueblo
mestizo de los samaritanos que encontramos en las páginas del N.T.
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