g. Cristo es el modelo
perfecto de servicio
Durante su ministerio
terrenal, Cristo enseñó con su vida, con sus hechos y con su palabra en qué
consistía ser un verdadero siervo. La verdadera grandeza está en el servicio,
no en el rango. Su propia conducta es el argumento principal porque fue un siervo
dispuesto aún a lavar los pies a sus discípulos (Jn. 13:4-17). La prueba de un
ministerio no está en un papel certificado como válido, o una autorización a
ejercer su ministerio, su carta de presentación es el SERVICIO.
Cristo aparece entre sus
discípulos como ho diakonōn “uno que
sirve” (Lc. 22:27) y puede describírselo como diakonos de la circuncisión al
servir a los judíos primeramente y luego a los gentiles (Rom. 15:8-12);
siguiendo el ejemplo de este servicio humilde, el que pretenda ser mayor debe
ser servidor de los demás (Mt. 20:26).
La vida de Cristo
proporciona el modelo del ministerio del NT; él vino, no a ser servido, sino a
servir (Mt. 20:28); en este contexto, el término que se usa para servir es
diakonía y ya se ha explicado que su aplicación era “servir a la mesa”, pero va
más allá porque Cristo mismo nos dio ejemplo al lavar los pies de los
discípulos como lo haría un servidor.
Resulta significativo que
en la primera ocasión en que se registra una ordenación al ministerio cristiano
se declare que el propósito del oficio es el de “servir a las mesas” (Hch.
6:2); de igual manera, la misma palabra se emplea en el v. 4 de este capítulo
para describir el servicio o ministerio de la palabra, ejercido hasta ese
momento por los doce apóstoles.
h. ¿Qué ministerios puede
ejercer la mujer en la Iglesia?
En el medio cristiano
existe esta inquietud y la gente quiere saber si la mujer puede ejercer un
ministerio pastoral donde tenga a cargo una iglesia o si puede ejercer como
maestra de la palabra de Dios; quienes responden de forma negativa usan
versículos fuera de contexto para argumentar; por ejemplo: 1 Tim. 2:11,
12; 1 Cor. 11:3; 14:34, 35.
Los que opinan que la mujer
no debe ejercer un ministerio pastoral o de maestra de la palabra de Dios plantean
que solo el hombre puede ejercer autoridad en una iglesia local o comunidad de
creyentes porque según ellos (usando versículos similares a los anteriores)
éste es el orden de Dios en la Biblia; sin embargo, estos versículos en sí no
prueban un principio divino sino que reflejan las costumbres de la época y la
perspectiva de Pablo con respecto al lugar que la mujer tenía en su tiempo.
Pablo era esencialmente un
hombre criado bajo la mentalidad judía y esto no lo podemos ignorar; en el
contexto histórico del NT, debemos tener en cuenta que la nación judía dio un
lugar importante a las mujeres en el hogar y en la familia (en comparación con
otras naciones de la época), pero oficialmente la posición de la mujer era muy
inferior a la del hombre. Para la ley judía, la mujer no era una persona sino
un objeto de propiedad y estaba totalmente a disposición de su padre o de su
marido. Se le prohibía aprender la Ley; el instruir a una mujer en la Ley era
considerado como echar perlas a los puercos. Las mujeres no tomaban parte en el
culto de la sinagoga; estaban aparte en una sección de la sinagoga. Un hombre
iba a la sinagoga para aprender, pero, como mucho, una mujer iba para oír. La
lección de la Escritura la leían en la sinagoga los miembros de la congregación,
pero nunca mujeres, porque según su mentalidad en ese tiempo, eso habría sido
quitarle honor a la congregación. Estaba prohibido el que una mujer enseñara en
una escuela; ni siquiera a los niños más pequeños. Una mujer estaba exenta de
las demandas concretas de la Ley. No le era obligatorio asistir a las fiestas
sagradas. Las mujeres, los esclavos y los niños eran de la misma clase. En la
oración judía de la mañana, un varón daba gracias a Dios porque no le había
hecho gentil, esclavo o mujer. En los Dichos de los Padres, Rabí Yosé Ben
Yohanán se cita como diciendo: “Que tu casa esté siempre totalmente abierta, y
que los pobres sean tu familia y no hables mucho con ninguna mujer”. De ahí que
los judíos dijeran: “Cualquiera que habla mucho con una mujer trae desgracia
sobre sí mismo, se aparta de las obras de la Ley y por último, hereda el
infierno”. Un estricto rabino no saludaba nunca a una mujer en la calle, aunque
fuera su esposa o hija o madre o hermana. Se decía de la mujer: “Su misión es
enviar los niños a la sinagoga; atender a las cuestiones domésticas; dejar
libre a su marido para que estudie en las escuelas; y mantener la casa para él
hasta que vuelva”.
Los escritos de Pablo
también fueron hechos a la luz del contexto griego porque en las iglesias del
NT hubo muchos convertidos de este trasfondo y las congregaciones eran
constituidas en medio de la sociedad de su tiempo. El trasfondo griego ponía
las cosas doblemente difíciles porque el lugar de la mujer en la religión
griega era bajo. Una mujer griega respetable llevaba una vida muy recluida;
vivía en una parte de la casa a la que no accedía nada más que su marido; no
estaba presente ni en las comidas. Generalmente, no se le veía sola en la calle
ni asistía a reuniones públicas. El hecho es que, si en un pueblo griego las
mujeres cristianas hubieran tomado una parte activa y hubieran hecho uso de la
palabra, la iglesia habría ganado inevitablemente la reputación de ser una
guarida de mujeres livianas. Estas referencias históricas pueden darnos una
idea de lo que hubiera acontecido si las congregaciones del primer siglo a las
que Pablo escribía hubieran tenido libertad de permitir abiertamente a las
mujeres predicar, dar clases a los hombres o tomar parte en la administración:
el descrédito del cristianismo hubiera sido casi total en muchos círculos, y
hasta en pueblos a los que quería precisamente alcanzar con el evangelio.
En conclusión, las palabras
citadas antes por Pablo con respecto a las mujeres fueron tomadas como reglas
que aplicaron a las iglesias de su tiempo y en su contexto pero no tenían un
carácter permanente y solo fueron necesarias en la situación en que se
encontraban, pero no debemos aplicarlas como un principio divino o de autoridad
bíblica para excluir a la mujer de algún ministerio porque la mujer puede ser
tan útil y tan beneficiosa como el hombre en cualquier área donde se desempeñe.
De hecho, mujeres fieles a Dios han tenido un testimonio admirable y digno de
imitar en toda la Biblia; miremos algunos ejemplos del NT:
- La Biblia resalta el
servicio de las mujeres al Señor Jesús cuando estuvo en la tierra (Mt. 27:55;
Lc. 8:3).
- Priscila, con su marido
Aquila, eran maestros apreciados en la Iglesia Primitiva, que condujeron a
Apolos al conocimiento pleno de la verdad de Cristo (Hch. 18:24-26).
- Las mujeres de más edad
tenían mucho que enseñar a mujeres más jóvenes (Tito 2:3-5).
- Pablo valoró y elogió la
fe sincera que se demostró en Loida y en Eunice, quienes fueron la abuela y la
madre de Timoteo (2 Tim. 1:5).
- Pablo hace mención de
varias mujeres valiosas y útiles en el reino de Dios en su carta a los romanos
(Rom. 16).
En síntesis, tanto el
hombre como la mujer, son salvos por la gracia y tienen la oportunidad de
servir al Señor, enseñar sus verdades, ministrar en cualquier ámbito, liderar a
hombres y mujeres, siempre y cuando todo se haga decentemente y con orden,
siguiendo el ejemplo del Maestro.
Si la mujer puede
evangelizar (enseñando a otros el evangelio de Cristo y usando la Biblia para
ello), si la mujer puede cantar y alabar al Señor en la congregación (usando el
altar y dirigiendo a una congregación en la alabanza), entonces ¿por qué negarle
el derecho a desarrollar otros ministerios si tiene el llamado, las
capacidades, la gracia y el respaldo de Dios?
Pablo dice: “Ya no hay
judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28). La Biblia claramente evidencia
que somos uno en Cristo y que todos somos miembros del mismo cuerpo que es la
Iglesia; ninguno es mayor, ninguno es superior, todos somos hermanos y
servidores los unos de los otros.
Tengamos presente que quien
ejerce una función y Dios respalda su obra es quien recibe el nombre del
ministerio que desempeña; por ejemplo, si una mujer es la esposa de un pastor o
un maestro o un ministro de alabanza o un evangelista pero ella no ejerce
dichas funciones, no debe ser llamada pastora o maestra o ministra de alabanza
o evangelista; solo será llamada como tal si tiene frutos, evidencias,
funciones y un trabajo reconocido por la iglesia y el liderazgo que sirve en la
misma.