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jueves, 27 de abril de 2017

Los Ministerios de Dios Parte V

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g. Cristo es el modelo perfecto de servicio

Durante su ministerio terrenal, Cristo enseñó con su vida, con sus hechos y con su palabra en qué consistía ser un verdadero siervo. La verdadera grandeza está en el servicio, no en el rango. Su propia conducta es el argumento principal porque fue un siervo dispuesto aún a lavar los pies a sus discípulos (Jn. 13:4-17). La prueba de un ministerio no está en un papel certificado como válido, o una autorización a ejercer su ministerio, su carta de presentación es el SERVICIO.

Cristo aparece entre sus discípulos como ho diakonōn  “uno que sirve” (Lc. 22:27) y puede describírselo como diakonos de la circuncisión al servir a los judíos primeramente y luego a los gentiles (Rom. 15:8-12); siguiendo el ejemplo de este servicio humilde, el que pretenda ser mayor debe ser servidor de los demás (Mt. 20:26).

La vida de Cristo proporciona el modelo del ministerio del NT; él vino, no a ser servido, sino a servir (Mt. 20:28); en este contexto, el término que se usa para servir es diakonía y ya se ha explicado que su aplicación era “servir a la mesa”, pero va más allá porque Cristo mismo nos dio ejemplo al lavar los pies de los discípulos como lo haría un servidor.

Resulta significativo que en la primera ocasión en que se registra una ordenación al ministerio cristiano se declare que el propósito del oficio es el de “servir a las mesas” (Hch. 6:2); de igual manera, la misma palabra se emplea en el v. 4 de este capítulo para describir el servicio o ministerio de la palabra, ejercido hasta ese momento por los doce apóstoles.

h. ¿Qué ministerios puede ejercer la mujer en la Iglesia?

En el medio cristiano existe esta inquietud y la gente quiere saber si la mujer puede ejercer un ministerio pastoral donde tenga a cargo una iglesia o si puede ejercer como maestra de la palabra de Dios; quienes responden de forma negativa usan versículos fuera de contexto para argumentar; por ejemplo: 1 Tim. 2:11, 12;  1 Cor. 11:3; 14:34, 35.

Los que opinan que la mujer no debe ejercer un ministerio pastoral o de maestra de la palabra de Dios plantean que solo el hombre puede ejercer autoridad en una iglesia local o comunidad de creyentes porque según ellos (usando versículos similares a los anteriores) éste es el orden de Dios en la Biblia; sin embargo, estos versículos en sí no prueban un principio divino sino que reflejan las costumbres de la época y la perspectiva de Pablo con respecto al lugar que la mujer tenía en su tiempo.

Pablo era esencialmente un hombre criado bajo la mentalidad judía y esto no lo podemos ignorar; en el contexto histórico del NT, debemos tener en cuenta que la nación judía dio un lugar importante a las mujeres en el hogar y en la familia (en comparación con otras naciones de la época), pero oficialmente la posición de la mujer era muy inferior a la del hombre. Para la ley judía, la mujer no era una persona sino un objeto de propiedad y estaba totalmente a disposición de su padre o de su marido. Se le prohibía aprender la Ley; el instruir a una mujer en la Ley era considerado como echar perlas a los puercos. Las mujeres no tomaban parte en el culto de la sinagoga; estaban aparte en una sección de la sinagoga. Un hombre iba a la sinagoga para aprender, pero, como mucho, una mujer iba para oír. La lección de la Escritura la leían en la sinagoga los miembros de la congregación, pero nunca mujeres, porque según su mentalidad en ese tiempo, eso habría sido quitarle honor a la congregación. Estaba prohibido el que una mujer enseñara en una escuela; ni siquiera a los niños más pequeños. Una mujer estaba exenta de las demandas concretas de la Ley. No le era obligatorio asistir a las fiestas sagradas. Las mujeres, los esclavos y los niños eran de la misma clase. En la oración judía de la mañana, un varón daba gracias a Dios porque no le había hecho gentil, esclavo o mujer. En los Dichos de los Padres, Rabí Yosé Ben Yohanán se cita como diciendo: “Que tu casa esté siempre totalmente abierta, y que los pobres sean tu familia y no hables mucho con ninguna mujer”. De ahí que los judíos dijeran: “Cualquiera que habla mucho con una mujer trae desgracia sobre sí mismo, se aparta de las obras de la Ley y por último, hereda el infierno”. Un estricto rabino no saludaba nunca a una mujer en la calle, aunque fuera su esposa o hija o madre o hermana. Se decía de la mujer: “Su misión es enviar los niños a la sinagoga; atender a las cuestiones domésticas; dejar libre a su marido para que estudie en las escuelas; y mantener la casa para él hasta que vuelva”.

Los escritos de Pablo también fueron hechos a la luz del contexto griego porque en las iglesias del NT hubo muchos convertidos de este trasfondo y las congregaciones eran constituidas en medio de la sociedad de su tiempo. El trasfondo griego ponía las cosas doblemente difíciles porque el lugar de la mujer en la religión griega era bajo. Una mujer griega respetable llevaba una vida muy recluida; vivía en una parte de la casa a la que no accedía nada más que su marido; no estaba presente ni en las comidas. Generalmente, no se le veía sola en la calle ni asistía a reuniones públicas. El hecho es que, si en un pueblo griego las mujeres cristianas hubieran tomado una parte activa y hubieran hecho uso de la palabra, la iglesia habría ganado inevitablemente la reputación de ser una guarida de mujeres livianas. Estas referencias históricas pueden darnos una idea de lo que hubiera acontecido si las congregaciones del primer siglo a las que Pablo escribía hubieran tenido libertad de permitir abiertamente a las mujeres predicar, dar clases a los hombres o tomar parte en la administración: el descrédito del cristianismo hubiera sido casi total en muchos círculos, y hasta en pueblos a los que quería precisamente alcanzar con el evangelio.

En conclusión, las palabras citadas antes por Pablo con respecto a las mujeres fueron tomadas como reglas que aplicaron a las iglesias de su tiempo y en su contexto pero no tenían un carácter permanente y solo fueron necesarias en la situación en que se encontraban, pero no debemos aplicarlas como un principio divino o de autoridad bíblica para excluir a la mujer de algún ministerio porque la mujer puede ser tan útil y tan beneficiosa como el hombre en cualquier área donde se desempeñe. De hecho, mujeres fieles a Dios han tenido un testimonio admirable y digno de imitar en toda la Biblia; miremos algunos ejemplos del NT:

- La Biblia resalta el servicio de las mujeres al Señor Jesús cuando estuvo en la tierra (Mt. 27:55; Lc. 8:3).
- Priscila, con su marido Aquila, eran maestros apreciados en la Iglesia Primitiva, que condujeron a Apolos al conocimiento pleno de la verdad de Cristo (Hch. 18:24-26).
- Las mujeres de más edad tenían mucho que enseñar a mujeres más jóvenes (Tito 2:3-5).
- Pablo valoró y elogió la fe sincera que se demostró en Loida y en Eunice, quienes fueron la abuela y la madre de Timoteo (2 Tim. 1:5).
- Pablo hace mención de varias mujeres valiosas y útiles en el reino de Dios en su carta a los romanos (Rom. 16).

En síntesis, tanto el hombre como la mujer, son salvos por la gracia y tienen la oportunidad de servir al Señor, enseñar sus verdades, ministrar en cualquier ámbito, liderar a hombres y mujeres, siempre y cuando todo se haga decentemente y con orden, siguiendo el ejemplo del Maestro.

Si la mujer puede evangelizar (enseñando a otros el evangelio de Cristo y usando la Biblia para ello), si la mujer puede cantar y alabar al Señor en la congregación (usando el altar y dirigiendo a una congregación en la alabanza), entonces ¿por qué negarle el derecho a desarrollar otros ministerios si tiene el llamado, las capacidades, la gracia y el respaldo de Dios?

Pablo dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28). La Biblia claramente evidencia que somos uno en Cristo y que todos somos miembros del mismo cuerpo que es la Iglesia; ninguno es mayor, ninguno es superior, todos somos hermanos y servidores los unos de los otros.

Tengamos presente que quien ejerce una función y Dios respalda su obra es quien recibe el nombre del ministerio que desempeña; por ejemplo, si una mujer es la esposa de un pastor o un maestro o un ministro de alabanza o un evangelista pero ella no ejerce dichas funciones, no debe ser llamada pastora o maestra o ministra de alabanza o evangelista; solo será llamada como tal si tiene frutos, evidencias, funciones y un trabajo reconocido por la iglesia y el liderazgo que sirve en la misma.

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