f. ¿Cómo evidenciar el llamamiento de Dios a un ministerio?
El servicio definitivamente es un don de Dios y el ministerio se recibe
del Señor como un don o regalo por gracia (Hch. 20:24) y se recibe en el Señor
(Col. 4:17) porque cuando venimos a Cristo somos hechos su pueblo y sus
servidores para cumplir su voluntad en la tierra; él es quien pone a cada uno
en el ministerio que puede ser más útil a los demás y a la causa del evangelio
(1 Tim. 1:12). Por tanto, quien sirve y ministra debe hacerlo conforme al poder
que Dios da para que él sea glorificado (1 Ped. 4:11).
La capacidad de llevar a cabo cualquier tarea de servicio es un don de
Dios; por ejemplo, en Rom. 12:7 el servicio es puesto dentro de una lista de
dones espirituales. Por este motivo, el ministerio dentro de la Iglesia se
establece en el NT sobre la base de los dones espirituales (1 Cor. 12:4-11).
Cada creyente tiene la responsabilidad de ministrar o servir a sus hermanos
conforme al don o a los dones que el Espíritu Santo le ha dado (1 Ped. 4:10).
No hay cristiano que no tenga por lo menos un don espiritual (1 Cor. 12:7),
pero es posible tener en poco el don que Dios nos ha concedido, ignorar cómo se
desarrolla (1 Cor. 12:1), descuidarlo (1 Tim. 4:14) y no usarlo correctamente.
Como se ha planteado desde el AT y el NT, Dios es quien llama a los
hombres a su servicio y todos tenemos dones, talentos y propósitos de parte de
Dios para servir; lo que necesitamos es reconocer lo que hemos recibido, las
habilidades e inclinaciones que tenemos en el corazón, lo que nos apasiona, las
actividades en las cuales nos vemos y nos ven los demás que tenemos capacidad,
resultados y respaldo de Dios. Del mismo modo, debemos pedir en oración y
buscar su dirección y el Señor nos mostrará su propósito y confirmará su obra
en nosotros.
Hay quienes dicen que si Dios te llamo, se evidenciará por tu bonanza
económica, por los resultados o por la cantidad de personas que reconozcan o
apoyen tu ministerio, es decir, si estás pasando crisis, si no tienes recursos,
si no tienes el respaldo de muchas personas o de una organización, no tienes
llamado, o te llamó el hombre, pero esto es falso porque Dios es especialista
en procesos y necesitamos entender cuál es el molde en el cual nos pone para
aprender lecciones, crecer y avanzar en su plan; no desmayemos porque el Señor
es galardonador de los que le honran.
Aquí surge la pregunta: ¿pueden todas las personas aspirar a cualquier
ministerio?
La Biblia dice que hay diversidad de ministerios (1 Cor. 12:5) pero
obviamente no todos tenemos el mismo llamado; por tanto, no debemos nosotros
escoger un ministerio si Dios no nos llamó ni debemos motivar a otros a un
ministerio que Dios no les llamó.
La necesidad de un llamamiento divino se puede verificar en la Biblia al
leer la historia de hombres y mujeres
llamados por Dios. Cada uno de ellos asumió su responsabilidad bajo la
convicción de que Dios fue quien les llamó; por ejemplo: Moisés, Samuel,
Isaías, Jeremías, Amós, Pedro, Pablo, Juan, Timoteo, entre muchos otros. Estos
creyentes eran diferentes en formas de pensar, hablar y actuar, en su
temperamento, en los conocimientos que tenían y en los talentos que recibieron
de parte de Dios, pero tenían en común su valor para obedecer a Dios a pesar de
cualquier adversidad y ésta fue una experiencia genuina de su llamamiento
divino.
- Moisés lo experimentó en la zarza y Dios le habló (Éx. 3).
- Samuel escuchó la voz de Dios que le llamaba (1 Sam. 3).
- Isaías tuvo una visión de gloria de Dios y fue llamado (Is. 6).
- Amós dijo: “Jehová me tomó de detrás del ganado, y me dijo: Vé y
profetiza a mi pueblo Israel” (Am. 7:15).
- Pablo y Bernabé fueron llamados por el Espíritu Santo en medio de la
iglesia de Antioquia (Hch. 13:1, 2).
- Los ministerios que Dios levantó en los tiempos de Pablo fueron
escogidos por el Espíritu Santo (Hch. 20:28).
Si existe un llamamiento divino, entonces debe haber una manera de
comprobarlo, unas evidencias bien definidas para confirmarlo. A continuación,
revisemos algunos criterios para saber si tenemos la vocación divina en un
ministerio en particular:
- Un deseo desinteresado y persistente de emprender dicha obra.
- Una valoración real de las oportunidades existentes.
- Una convicción del deber de servir en un área específica. No es solo
sentir una preferencia personal sino estar convencido de tener el don de Dios
para dicha tarea.
- Un sentido ineludible de obligación moral y existencial por el impulso
del Espíritu Santo.
- Una formación continua bajo la guianza divina en oración, obediencia y
comunión con Dios en armonía con las Escrituras.
- Una serie de circunstancias y acontecimientos que están desarrollado
un carácter de servicio.
- Un autoreconocimento personal de las habilidades que se poseen para la
tarea.
- Una visión y un propósito de servir.
- Una mentalidad creativa para lograr proyectos con Dios en el
ministerio.
- Una actividad constante para enriquecer y ampliar el ministerio.
- Un sello de aprobación divino sobre el esfuerzo a cumplir con el
llamado.
- Un celo genuino por ser hallado fiel y responsable de la vocación.
- Un testimonio limpio y una opinión favorable de hermanos en la fe que
perciben el respaldo de Dios (aunque siempre habrá oposición en algún sentido y
no todos estarán de acuerdo o a favor).
Es probable que no todos estos criterios estén presentes todo el tiempo
pero si somos sinceros, constantes y fieles, Dios es bueno y nos guiará a
cumplir su perfecta voluntad para que seamos todo lo que él ya diseñó para
nuestra vida. Lo que precisamos es confirmar su plan cada día y caminar con él
hasta el último instante de aliento que nos quede en esta tierra; en todo lo
demás, el Señor es suficiente y generoso para ajustar y mover las fichas
necesarias.
Muchas veces hay circunstancias que parecen estar en contra pero las
dificultades no deben ser interpretadas como una indicación de que Dios no está
llamando; siempre los conflictos que Dios permite sirven para enseñar
lecciones, ablandar el corazón, quebrantar el ego, formar el carácter y
preparar al creyente para la obra del ministerio. Dios está dispuesto a guiar a
los que buscan su dirección y piden sabiduría (Sal. 37:23; Stg. 1:5). Para el
creyente que pasa tiempo en oración, lee la Biblia y camina con él en comunión
y obediencia, el llamado de Dios viene a través de diversos métodos para
mostrarle el camino por el que debe andar.
Nadie debe entrar al ministerio sin estar consciente de haber tenido el
llamado divino porque quien asume un ministerio sin la voluntad de Dios es
culpable de presunción (soberbia, envanecimiento y orgullo). Dios no le ha
enviado y él se va sin el respaldo divino. Sin el llamamiento, él carece de la
convicción y de la gracia divina (que son tan naturales en quien está
consciente de su llamamiento). La valentía en el ministerio exige el estar
consciente de ser un instrumento de Dios. Desilusiones y desalientos vienen y
el siervo del Señor tiene que apoyarse sobre la seguridad de haber sido llamado
por Dios al ministerio. Si no tiene esta seguridad, él sigue en la obra con un
espíritu quebrantado y probablemente, abandonará el ministerio.
En síntesis, los ministerios no son títulos otorgados por hombres sino
que son funciones que se asumen por el llamado de Dios; el nombramiento y el
reconocimiento de los hombres vendrá luego como una consecuencia de haber
desarrollado las funciones correspondientes al ministerio que Dios da. Así
pues, una persona no llega a ser pastor, evangelista, ministro de alabanza,
etc., porque alguien le dé el nombre o el título o porque se autoproclama; se
hace ministro cuando desarrolla la habilidad que Dios le ha dado de obrar como
ministro y responde al llamado específico de Dios con un corazón dispuesto.
Luego, la gente le dará el reconocimiento al ver su conducta, su dedicación y
los frutos de su ministerio.
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