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Este blog ha sido creado para brindar un espacio donde queremos compartir el mensaje de la Palabra de Dios mediante diversas herramientas: texto, audio, video, entre otras.

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martes, 28 de octubre de 2014

Frutos del conocimiento de Cristo Parte I



Hay una realidad que debemos resaltar: hasta que el hombre no entienda que siempre ha fracasado en su intento de agradar a Dios y que reconozca que es pecador, no podrá acercarse a Dios de forma sincera y profunda.

El hombre es una criatura caída (en relación con la Ley de Dios), vive engañado por el pecado y por sus conceptos personales, aparentemente está satisfecho de sí mismo, hasta que sus ojos (cegados por la ignorancia espiritual y por su alejamiento de Dios) son abiertos para darse una mirada a sí mismo a través del espejo de la Palabra de Dios.

El Espíritu Santo produce primero en nosotros una convicción de nuestra ignorancia, vanidad, pobreza y corrupción; luego nos lleva a percibir y reconocer que en Cristo solamente podemos encontrar verdadera sabiduría, felicidad real, bondad perfecta y justicia porque en su sangre tenemos el perdón de pecados y reconciliación con Dios. Así pues, antes de apreciar y amar la santidad de Dios, tenemos que ser conscientes de nuestra condición de pecado.

Cuando el corazón contempla las perfecciones de Dios, se convence más aún de la infinita diferencia que hay entre nosotros los seres humanos y él en cuanto al pecado. Al conocer algo de las exigencias que Dios le presenta en las Escrituras, y ante su completa imposibilidad de cumplirlas, está preparado a escuchar y dar la bienvenida a las buenas nuevas de Jesucristo, el Hijo de Dios… él es el único que ha cumplido plenamente estas exigencias para que todos los que creen en él sean justificados a través de la fe en su sangre y para que sigan su ejemplo mediante el poder del Espíritu Santo y de la palabra de Dios. Por eso, Jesús dijo: “Escudriñad las Escrituras porque ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39).

Las Escrituras testifican que Cristo es:
- El único Salvador para los pecadores perdidos.
- El único Mediador entre Dios y el hombre.
- El único que puede llevarnos al Padre.
Las Escrituras testifican:
- Las maravillosas perfecciones de la persona de Cristo.
- Los excelentes oficios que él cumple a favor de la humanidad y de los creyentes.
- La suficiencia de su obra consumada en la cruz.

Aparte de la Escritura, no le podemos conocer porque en ella está su revelación personal. Cuando el Espíritu Santo muestra al hombre algunas de las virtudes de Cristo, su propósito es atraer el corazón hacia la fe y la obediencia al Hijo de Dios. Aunque es verdad que Cristo es la clave de la Escritura, es igualmente verdad que solo en la Escritura tenemos un descubrimiento del misterio de Cristo (Ef. 3:4).

Ahora bien, la medida de lo que nos beneficiamos de la lectura y el estudio de las Escrituras puede ser determinado en lo siguiente: “si Cristo ha pasado a ser o no más real y más precioso en nuestros corazones”. Por tanto, debemos crecer “en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18).

El «conocer» a Cristo (Fil. 3:10) era el objetivo supremo del apóstol Pablo, el cual guiaba todos sus otros intereses. Sin embargo, el conocimiento del cual se habla en estos versículos no es intelectual sino espiritual, no es teórico sino experimental, no es general sino personal. Es un conocimiento sobrenatural, el cual es impartido en el corazón del creyente regenerado por la operación del Espíritu Santo a través de las Escrituras.

domingo, 26 de octubre de 2014

Los efectos de un conocimiento genuino de Dios Parte IV



6. Una mayor sumisión a la providencia de Dios.

Es muy común que nos quejemos cuando las cosas van mal, pero es más sabio cuando oramos, confiando en la soberanía de Dios y meditamos en las Escrituras para tener luz en medio de la oscuridad de nuestras dificultades… cuando no comprendemos aún sus propósitos en medio de las tormentas que se levantan a nuestro alrededor. Dios es el alfarero, tú y yo somos barro en sus manos, y él nos está moldeando conforme a su imagen y según el diseño que pensó para nosotros.

Es muy frecuente quedar decepcionado cuando nuestros planes fracasan, pero es más sabio buscar el rostro de Dios y pedir su dirección y su perfecta voluntad.

Es muy habitual buscar nuestra voluntad, pero es más sabio decirle a Dios: “hágase tu voluntad y no la mía”.

Es natural sentirse abatido cuando perdemos algo (un familiar que muere, una oportunidad que pasó, un recurso material, un trabajo, un vehículo, etc.), pero es más sabio decir como Job: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). Cuando Dios es verdaderamente lo más importante en nuestra vida, aprendemos a admirar su sabiduría, y a conocer que él hace todas las cosas bien. Así el corazón se mantiene en completa paz, como dice Is. 26:3: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”.

Aquí, pues, hay otra prueba segura: si tu estudio bíblico te enseña que el camino de Dios es mejor (la voluntad de Dios), si te lleva a rendir tus conceptos personales y tus planes humanos ante la soberanía de Dios, si eres capaz de darle gracias por todas las cosas (Ef. 5:20), entonces estás sacando un gran beneficio sin la menor duda.

7. Una alabanza más ferviente por la bondad de Dios.

La alabanza es lo que sale del corazón que encuentra satisfacción en Dios. El lenguaje del creyente fiel es: “bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca” (Sal. 34:1). Así pues, hay múltiples razones para alabar al Señor en todo tiempo…

- Somos amados por Dios de forma incondicional y eterna
- Somos hijos de Dios y herederos de su reino
- Todas las cosas obran juntamente para bien en nosotros porque le amamos
- Toda necesidad es provista y si algo falta, el Señor nos dará su bendición a su tiempo
- Pero especialmente, tenemos en Cristo una eternidad de gloria y paz después de la muerte.

El verdadero cristiano que lee y estudia las Escrituras se convierte en un adorador ferviente del Señor y entre más le conoce, más le rinde alabanza, dándole gracias y obedeciéndole en todo.

Este es otro beneficio maravilloso del estudio constante, profundo y sincero de la Biblia; obviamente, hay muchas más ventajas y bendiciones que se alcanzan, pero sigamos adelante con el Señor para que obtengamos nuestra corona en la eternidad. 

jueves, 23 de octubre de 2014

Los efectos de un conocimiento genuino de Dios Parte III


4. Más confianza en la suficiencia de Dios.

Cuando ponemos nuestra confianza en alguna cosa o en alguna persona por encima de Dios, esto se convierte en un “dios” para nosotros. Precisamente, lo que caracteriza a todos los no regenerados por el Espíritu Santo (mediante las Escrituras) es que se apoyan sobre un brazo de carne (Jer. 17:5). Sin embargo, cuando conocemos a Cristo de verdad por la gracia de Dios, nuestro corazón es libre de esta mentalidad, para apoyarnos solamente en el Dios vivo. Por tanto, el lenguaje del creyente fiel es:

“A ti, oh Jehová, levantaré mi alma. Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado” (Sal. 25:1, 2).

“De manera que podemos decir confiadamente: el Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Heb. 13:6).

El creyente verdadero confía en Dios para que le proteja, le bendiga y le provea de lo necesario. Su mirada está puesta sobre una fuente invisible que nunca cesa de otorgar gracia y favor.

Esta fe nace, crece y se fortalece por el oír la palabra de Dios (Rom. 10:17). Así que, cuando se medita en la Escritura y se reciben sus promesas de corazón, la fe es reforzada, la confianza en Dios es aumentada y la seguridad en él se profundiza. De este modo, podemos descubrir si estamos beneficiándonos o no de nuestro estudio de la Biblia.

5. Mayor deleite en las perfecciones de Dios.

Cuando el hombre pone su mirada en algo por encima de Dios para convertirlo en la fuente principal de su satisfacción, se constituye en un “dios” para él. La persona no convertida a Cristo busca su satisfacción en sus placeres y en sus posesiones (ignorando al Dios del cielo y de la tierra). Sin embargo, el verdadero cristiano se deleita en las maravillosas perfecciones de Dios. El reconocer y honrar a Dios (no solo de labios sino de hecho y en verdad) es amarle más que al mundo (y todo lo que hay en él) y valorarle por encima de todo lo demás y sobre todas las personas. Se necesita tener una comprensión por experiencia de la expresión: “amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas” (Mr. 12:33). Los que conocen a Dios (a través de las Escrituras, por la obra de Cristo y por la iluminación del Espíritu Santo) reciben de Dios un gozo inexplicable, el cual nadie puede obtener por sí mismo ni lo puede hallar en otro ser humano ni lo puede encontrar en los placeres del mundo (Rom. 5:11).

Las cosas espirituales no son atractivas para la naturaleza pecaminosa de la carne pero el creyente que se delita en Dios puede decir: “en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien” (Sal. 73:28).

El hombre que vive según la carne tiene muchos deseos y ambiciones pero el alma regenerada por Dios y que vive según el Espíritu, declara: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal. 73:25). Cuando el corazón no se ha acercado a Dios ni se deleita en Dios, es porque está vacío de él, y está muerto en delitos y pecados (Ef. 2:1).
El lenguaje de los creyentes fieles es: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos… aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales;  con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Hab. 3:17-19).

El cristiano genuino puede regocijarse aún cuando el viento es contrario y las tempestades se levantan; veamos dos ejemplos extremos en las Escrituras:
- Cuando todas sus posesiones materiales le son quitadas (Heb. 10:34).
- Cuando es azotado, maltratado y privado de la libertad por causa de Cristo (Hch. 16:22-25).

En síntesis, cuando comprendemos que Dios es la fuente de toda felicidad y el deleite más grande que pueda existir, todo lo demás pasa a un segundo plano, pero esta experiencia solo se disfruta mediante un conocimiento personal y una relación más profunda con Dios a través de las Escrituras.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Los efectos de un conocimiento genuino de Dios Parte II



3. Una mayor reverencia a los mandamientos de Dios.

El pecado entró en el mundo cuando Adán quebrantó la ley de Dios (el mandato que Dios estableció para él), y todos sus hijos fueron engendrados en su corrupta semejanza. La Biblia dice que «el pecado es infracción de la ley» (1 Jn. 3:4). Infracción es sinónimo de desacato, trasgresión y desobediencia. Cuando se comete cualquier pecado, estamos rechazando la ley de Dios y por tanto, estamos teniendo en poco la autoridad de Dios. En otras palabras, el pecado se constituye en una rebelión en contra de Dios y de su gobierno soberano. Al mismo tiempo, el pecado consiste en imponer nuestra voluntad por encima de la voluntad de Dios.

En estos términos, la salvación que Cristo nos ofrece al morir en la cruz se centra especialmente en la liberación del pecado, de su culpa, de su poder, así como de su castigo.

El mismo Espíritu que nos hace ver la necesidad de la gracia de Dios en Cristo, nos hace ver la necesidad del gobierno de Dios para regirnos. Por ende, la promesa de Dios a los creyentes es: “Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo” (Heb. 8:10).

La Palabra de Dios nos revela a Cristo como Salvador y nos otorga la obra del Espíritu Santo, el cual regenera nuestra alma; así pues, tenemos la capacidad de obedecer a Dios porque hemos recibido su amor (Rom. 5:5). Jesús dijo: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14:23). El apóstol Juan dijo: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Jn. 2:3).

Obviamente, ninguno de nosotros los guarda a cabalidad, pero el corazón que tiene a Cristo y que es guiado por el Espíritu Santo, anhela obedecer a Dios siempre y aborrece el pecado. El apóstol Pablo dijo: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (Rom. 7:22). El salmista dijo: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11).

Toda enseñanza que rechaza o distorsiona la autoridad de Dios, que no hace caso de sus mandamientos, que justifica el pecado… su origen es satánico. Recordemos que la serpiente tomó la Palabra de Dios y torció el sentido de lo que Dios había ordenado, a fin de desviar el corazón de Eva hacia la desobediencia (Gn. 3:1-7). De igual manera, Satanás torció las Escrituras al tentar a Cristo y lo invitó a transgredir la ley de Dios con argumentos engañosos pero vemos a Cristo citando las Escrituras y derribando toda idea contraria a la perfecta voluntad de Dios (Mt. 4:1-11).

- Cristo nos liberó de la maldición de la Ley (la maldición que venía por desobedecerla), pero ratificó la voluntad de Dios de que vivamos en la justicia y en la santidad que ella exige.
- Cristo nos ha salvado de la ira de Dios, pero no nos lleva a vivir lejos de su gobierno.
- Cristo trajo la gracia para andar en libertad por el Espíritu pero jamás justificará la maldad de aquellos que quieran abusar de la gracia de Dios, andando en el libertinaje.

La libertad no consiste en hacer lo que nosotros queramos, bajo el pretexto de una mala interpretación de la gracia de Dios. La libertad en Cristo consiste en que su amor nos salvó, nos perdonó y nos transforma cada día para que seamos como él: santos, limpios, íntegros, de buen testimonio, obedientes a toda la Ley de Dios, sencillos y compasivos. Lo contrario a esto es impiedad, desobediencia a Dios, hipocresía y apostasía, porque seremos un mal testimonio al mundo y una vergüenza para Dios y para el evangelio.

El apóstol Pablo muestra que los creyentes estamos bajo la ley de Cristo y ella es mucho más exigente que la ley de Moisés porque nos conduce a ser imitadores del ejemplo de Cristo. El apóstol Juan afirma: “El que dice que está en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:6).

…pero ¿cómo anduvo Cristo?

En perfecta obediencia a Dios; en completa sujeción a la ley, honrándola y obedeciéndola en pensamiento, palabra y hecho. No vino a abolir la Ley, sino a cumplirla (Mt. 5:17).

Podemos decir: yo creo en Cristo, yo camino con él, yo vivo para él, yo le sigo, yo soy cristiano, yo le conozco… pero nuestra fe, nuestra comunión y nuestro amor hacia Cristo no se prueban por emociones o palabras hermosas, sino guardando sus mandamientos y siendo cada vez más semejantes a él (Jn. 14:15).

La oración constante del cristiano verdadero debe ser: “Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad” (Sal. 119:35).

En la medida en que nuestra lectura y estudio de las Escrituras, por la aplicación del Espíritu Santo, produce un AMOR OBEDIENTE y un RESPETO VERDADERO en nosotros por los mandamientos de Dios, estamos obteniendo un conocimiento genuino de Dios; de lo contrario, somos uno más del grupo de admiradores nominales de Cristo, los cuales se convierten en potenciales piedras de tropiezo para los que quieran seguir a Jesús de verdad.

jueves, 16 de octubre de 2014

Los efectos de un conocimiento genuino de Dios Parte I



Cuando procuramos un conocimiento sincero, auténtico y bíblico con respecto a Dios, deben evidenciarse en nosotros las pruebas de que realmente conocemos a Dios. Miremos algunos efectos que se producen cuando leemos, estudiamos y aplicamos la Biblia a nuestra vida:

1. Una clara noción de los derechos de Dios.

Entre el Creador y la criatura ha habido constantemente una gran controversia sobre cuál de ellos ha de actuar como Dios, sobre si la sabiduría de Dios o la de los hombres deben ser la guía de sus acciones, sobre si su voluntad o la de ellos tiene supremacía. Lo que causó la caída de Lucifer fue su decisión de no obedecer al Creador: “Tú que decías en tu corazón: subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Is. 14:13, 14). La mentira de la serpiente que engañó a nuestros primeros padres y los llevó a la destrucción fue: “seréis como Dios” (Gn. 3:5). Y desde entonces el sentimiento del corazón del hombre natural ha sido: “Apártate de nosotros, porque no queremos el conocimiento de tus caminos. ¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos? ¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él?” (Job 21:14, 15). “Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios son nuestros; ¿quién es señor de nosotros?” (Sal. 12:4).

El pecado ha excluido a los hombres de una experiencia personal y genuina con Dios (Ef. 4:18). El corazón del hombre es contrario a él, su voluntad es opuesta a la suya, su mente está en enemistad con Dios (Col. 1:21). Por estas razones, la salvación significa ser restaurado a la comunión con Dios: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Ped. 3:18). Así pues, la salvación significa ser reconciliado con Dios; y esto implica e incluye que el dominio del pecado sobre nosotros sea quebrantado, la enemistad interna termine y el corazón se rinda a Dios. Esta es la verdadera conversión; es el derribar todo ídolo en nuestro corazón (todo lo que ponemos por encima de Dios), el renunciar a las vanidades vacías de este mundo engañoso, el reconocer a Dios como nuestro Rey y que él gobierne en cada área de nuestra vida. El deseo y la decisión de los verdaderos convertidos es que ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Cor. 5:15).

Dios reclama su legítimo dominio sobre nosotros como Creador, Dueño y Salvador; por eso, aquellos que conocen las Escrituras admiten su autoridad y con amor se someten a ella. Los convertidos «se presentan a sí mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros, como instrumentos de justicia» (Rom. 6:13). Esta es la exigencia que Dios nos hace: morir a nosotros mismos y seguir el ejemplo de Cristo, el cual se negó a sí mismo para obedecer a Dios completamente (Lc. 14:26-33).

Ahora bien, nos beneficiamos de las Escrituras, en la medida en que DIOS REINA EN NOSOTROS y esto pasa a ser nuestra propia experiencia (ya no consiste en palabras solamente). Es imposible que esto suceda si desconocemos las Escrituras porque ellas nos muestran la voluntad de Dios y somos bendecidos en cuanto obtenemos una clara y plena visión de los derechos de Dios, y nos rendimos a ellos.

2. Un temor mayor de la majestad de Dios.

“Tema a Jehová toda la tierra; teman delante de él todos los habitantes del mundo” (Sal. 33:8). Dios está tan alto sobre nosotros que el pensamiento de su majestad debería hacernos reflexionar y mostrar temor reverente (respeto) hacia él y hacia sus mandamientos. Su poder es tan grande que la comprensión del mismo debería conmovernos. Dios es santo (más de lo que podemos comprender); él aborrece completamente el pecado, y su sentencia sobre el pecado es la muerte y la condenación eterna (Rom. 6:23; Jn. 3:19, 20). “Dios temible en la gran congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de él” (Sal. 89:7).

“El temor de Jehová es el principio de la sabiduría” (Pr. 9:10) y la sabiduría es la aplicación adecuada del conocimiento. Cuanto Dios es verdaderamente conocido, será debidamente temido (respetado y obedecido). Del pecador está escrito: “No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Rom. 3:18). No se dan cuenta de su majestad, no se preocupan de su autoridad, no respetan sus mandamientos, no les alarma el que los haya de juzgar. Sin embargo, el creyente arrepentido del pecado y consagrado de corazón, tiene una promesa: “Y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí” (Jer. 32:40). Por tanto, el creyente fiel tiembla ante su palabra y anda cuidadosamente delante de él (Is. 66:2).

“El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco” (Pr. 8:13).

“Con misericordia y verdad se corrige el pecado, y con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal” (Pr. 16:6).

El hombre que vive en el temor de Dios es consciente de que “los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3), por lo que dirige su conducta privada (así como la pública) según los principios de la Ley de Dios. El que se abstiene de cometer algunos pecados porque los ojos de los hombres están sobre él, pero no vacila en cometerlos cuando está solo, carece del temor de Dios. Asimismo el hombre que modera su lengua cuando hay creyentes alrededor, pero no lo hace en otras ocasiones, carece del temor de Dios; no tiene una conciencia que le inspire temor de que Dios le ve y le oye en toda ocasión. El alma verdaderamente regenerada tiene un temor de respeto hacia Dios y no quiere desobedecerle ni desagradarle. No, su deseo real y profundo es agradar a Dios en todas las cosas, en todo momento y en todo lugar. Su ferviente oración es: “Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre” (Sal. 86:11).

El verdadero discípulo de Cristo es enseñado a temer a Dios (Sal. 34:11-14; Pr. 2:1-5). Es a través de las Escrituras que aprendemos que los ojos de Dios están siempre sobre nosotros, notando nuestras acciones y pesando nuestros motivos. El Espíritu Santo aplica las Escrituras a nuestros corazones y nos dice: “persevera en el temor de Jehová todo el tiempo” (Pr. 23:17).

sábado, 11 de octubre de 2014

Un conocimiento extraordinario


Las Sagradas Escrituras son totalmente extraordinarias porque son una revelación divina. “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim. 3:16). Esto no significa que Dios elevó la mente de los hombres, sino que dirigió sus pensamientos. No es simplemente que él les comunicó los conceptos sino que él guió las mismas palabras que usaron. “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21). Cualquier «teoría» humana que niega la inspiración verbal de las Escrituras es un ataque a la verdad de Dios. La imagen divina está estampada en cada página. Así pues, debido a las evidencias espirituales, históricas, arqueológicas, geográficas y científicas que hay en la Biblia, es imposible que haya sido creada por el hombre.

Las Escrituras nos hacen conocer a un Dios vivo, personal, verdadero y real. La imagen que la gente se ha hecho de Dios se aleja, en muchos sentidos, del concepto bíblico sobre Dios. Miremos los siguientes síntomas que hay en el ser humano que supuestamente tiene a Dios en su boca y en su mente:

- La idolatría frecuente hacia otros seres humanos: en la música, en la TV, en el cine, en los deportes, en la religión, en la política, etc.
- El excesivo amor al placer pecaminoso.
- El desorden social.
- La aprobación de leyes que van en contra de las leyes de Dios.
- El elogio al mal y a todo tipo de conductas perversas.
- La falta de pudor en hombres y mujeres (de todas las edades).
- La promiscuidad sexual.
- El desprecio al modelo divino para la familia.

Estos síntomas han estado presentes en todas las civilizaciones durante toda la historia de la humanidad y revelan una enfermedad gravísima que se llama EL PECADO. Esta enfermedad trajo la caída y la desaparición de grandes imperios como Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, entre otros.

La verdad bíblica acerca de Dios está completamente desdibujada y el hombre ha tenido y tiene una mentalidad errónea al respecto. El Dios revelado en las Sagradas Escrituras está vestido de tales perfecciones y atributos que el mero intelecto humano no podría haberlos inventado.
Dios solo puede ser conocido por medio de su propia revelación natural (en la creación) y por medio de su propia revelación especial (en la Biblia).

Si hacemos un examen juicioso y serio sobre la historia de la humanidad y sobre las religiones, comprenderemos que aparte de la Biblia, incluso una idea teórica de Dios sería imposible. Todavía es verdad que el “mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría” (1 Cor. 1:21). Donde no hay conocimiento de las Escrituras, no hay conocimiento de Dios. Él es un Dios desconocido para aquellos que desconocen (por ignorancia voluntaria o involuntaria) su revelación especial en la Biblia (Hch. 17:23).

Sin embargo, se requiere algo más que leer las Escrituras para que el alma conozca a Dios de modo real, personal y vital. Esto parece ser reconocido por pocos hoy.

Las prácticas prevalecientes consideran que se puede obtener un conocimiento de Dios estudiando la Palabra, de la misma manera que se obtiene un conocimiento de cualquier tema, estudiando libros de texto. Puede conseguirse un conocimiento intelectual… pero no espiritual.

Un Dios sobrenatural solo puede ser conocido de modo sobrenatural (es decir, conocido de una manera por encima de lo que puede conseguir la mera naturaleza), por medio de una revelación sobrenatural de él mismo en el corazón del ser humano.

“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4:6). El que ha sido favorecido con esta experiencia ha aprendido que solo en su luz veremos la luz (Sal. 36:9).

Dios puede ser conocido solo por medio de una facultad sobrenatural. Cristo dejó este punto bien claro cuando dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). En otras palabras, además de leer la Biblia, se requiere creer en la veracidad de las Escrituras para reconocer a Jesús como Salvador y como único camino y verdad, el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2:5). Por otra parte, debemos morir a nosotros mismos y vivir para Cristo, obedeciendo su voluntad, la cual encontramos en las Escrituras. Esta nueva vida es el nuevo nacimiento que viene de Dios y se recibe por fe y por gracia para salvación eterna. Este nuevo nacimiento nos permite ver y experimentar el reino de Dios en nosotros hoy y en la eternidad.

La persona que no ha experimentado esta nueva vida no tiene conocimiento espiritual de Dios; la Biblia dice: “pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Cor. 2:14).

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3).

La vida eterna debe ser impartida antes que pueda ser conocido el «verdadero Dios». Esto se afirma claramente en 1 Jn. 5:20: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna”
En síntesis, primero debe haber una nueva vida en Cristo y luego habrá un conocimiento espiritual y sobrenatural acerca de Dios. No se trata solo de adquirir información sino de lograr una nueva visión acerca de Dios y de nosotros mismos a la luz de la Biblia. Mientras estamos sin este conocimiento espiritual, justificamos nuestros pecados y vemos a Dios de una forma distorsionada y a la conveniencia nuestra; sin embargo, cuando decidimos creer a Dios y a su Palabra, vemos en el espejo de la ley de Dios toda nuestra rebelión porque no hemos obedecido ni siquiera los 10 mandamientos. Esta percepción clara de nuestro fracaso para agradar a Dios nos lleva a mirar a Jesús como el único hombre perfecto y como el puente para volvernos a Dios de todo corazón y no solo de labios. Así pues, el deseo de ser más como Jesús se convierte en el modelo de vida que Dios demanda de nosotros y el Espíritu Santo viene a morar en nosotros para formar a Cristo en todas las áreas de nuestra vida.

Este conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y esto es algo que desconoce la inmensa mayoría de la gente y aún muchos cristianos que no han tenido un nuevo nacimiento.

La mayor parte de la gente tiene una fe religiosa pero sin una experiencia real con el Cristo de la Biblia. Podemos tener conceptos bíblicos en nuestra doctrina pero no conocer a Dios de verdad.

Los judíos eran muy religiosos pero Cristo les dijo:
“El que me envió es verdadero, al cual vosotros no conocéis, pero yo le conozco, porque de él procedo, y él me envió” (Jn. 7:28, 29).
“Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (Jn. 8:19).
“Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis; mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra” (Jn. 8:54, 55).

Note que los judíos tenían las Escrituras, las estudiaban y las reconocían como la Palabra de Dios. Conocían a Dios teóricamente, pero no tenían de él un conocimiento espiritual que lograra transformar su corazón y su vida, porque sus frutos mostraban el carácter que había en ellos.

¿De qué sirve creen en Dios y en la Biblia, si nuestros frutos son malos?

El carácter del fruto revela el carácter del árbol que lo da; la naturaleza del agua nos hace conocer la fuente de la cual mana. Un conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y una experiencia sobrenatural produce un fruto sobrenatural. Es decir, cuando Dios vive en el corazón, revoluciona y transforma la vida. Se produce lo que la mera naturaleza no puede producir; más aún, lo que es directamente contrario a ella.

El Hijo de Dios mostró un fruto perfecto y aquellos que dicen ser hijos de Dios y seguidores de Cristo, deben mostrar un fruto de santidad, obediencia, amor, fe, humildad, etc. Humanamente, es imposible ser como Jesús pero cuando morimos a nosotros mismos por la obra del Espíritu Santo a través de la Biblia, entonces tenemos la facultad sobrenatural de dar frutos como Cristo para glorificar a Dios en medio de una generación corrompida, perversa, incrédula y pecadora, que se complace en la maldad y rechaza la justicia de Dios; así fue la vida del Hijo de Dios sobre la tierra. Por tanto, la Biblia dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). Estar en Cristo es vivir en Cristo, es tener comunión con Cristo; pero si estamos lejos de Cristo, nuestros frutos serán de pecado y desobediencia.

La experiencia sobrenatural del cristiano se ve en su relación con Dios y con el prójimo, porque ha sido partícipe de la naturaleza santa y gloriosa de Dios a través de Cristo (2 Ped. 1:4). Esta naturaleza le lleva a amar lo que Dios ama (lo santo, lo justo) y a aborrecer lo que Dios aborrece (lo malo, lo injusto).

Todo aquel que ama lo que Dios aborrece y aborrece lo que Dios ama, no ha nacido de nuevo, no ha visto el reino de Dios y no será salvo cuando la muerte le sorprendiere. Es así de sencillo. No importa cuánto conocimiento tenga de la Biblia, no importa qué buenas obras realice ante los ojos de los hombres… el fruto debe ser coherente con las demandas de la Biblia en aquellos que dicen seguir a Cristo.

La experiencia sobrenatural que sucede en el creyente que viene a la Biblia con un corazón sincero, es obrada en él por el Espíritu de Dios. La Palabra de Dios convence de pecado, santifica, da seguridad eterna y guía a toda verdad.

domingo, 5 de octubre de 2014

Beneficios del estudio de la Biblia Parte IV


Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra hace que practique lo opuesto al pecado. “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Jn. 3:4). Entonces, existen dos voces que nos hablan constantemente… Dios dice a través de su Palabra: «Harás esto», pero el pecado dice: «No harás esto»; Dios dice: «No harás esto», pero el pecado dice: «Haz esto». Así pues, el pecado es una rebelión contra Dios; por tanto, está en nosotros la decisión de seguir «por nuestro propio camino» (Is. 53:6) que nos conduce siempre a la perdición… o de tomar el camino de Dios (mediante la obediencia a su Palabra), el cual nos conduce siempre a la vida eterna.

Tengamos presente que el pecado es una decisión voluntaria y libre en rebelión contra Dios, porque nadie nos obliga a pecar; somos nosotros los únicos responsables. Por otra parte, lo opuesto a pecar contra Dios es el obedecer de forma honesta su Ley. Así, el practicar lo opuesto al pecado es andar en el camino de la obediencia. Esta es otra razón principal por la que se nos dieron las Escrituras: para dar a conocer el camino que es agradable a Dios. Las Sagradas Escrituras son provechosas no solo para reprender y corregir, sino también para «instruir en justicia» a fin de que el creyente sea perfeccionado según la voluntad de Dios.

Aquí pues, hay otra regla importante por la que podemos ponernos a prueba nosotros mismos. ¿Son mis pensamientos formados, mi corazón controlado, y mis caminos regulados por la Palabra de Dios? Esto es lo que el Señor requiere: “Sed hacedores de la palabra, no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Stg. 1:22). Es así que se expresa la gratitud y afecto a Cristo; él dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). Para esto es necesario la ayuda divina. El salmista oró: “Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad” (Sal. 119:35). No solo necesitamos luz para conocer el camino, sino voluntad de corazón para andar en él. Es necesario tener dirección a causa de la ceguera de nuestras mentes y de la corrupción de nuestro corazón humano (Jer. 17:9); y los recursos divinos de su gracia son necesarios a causa de la flaqueza de nuestros corazones.

NO BASTARÁ PARA HACER NUESTRO DEBER EL TENER UNA NOCIÓN ESTRICTA DE LAS VERDADES, A MENOS QUE LAS ABRACEMOS Y LAS SIGAMOS.

Notemos que es «el camino de tus mandamientos»: no un camino a escoger, sino uno que está definitivamente marcado por Dios; no una «carretera» pública (según la medida humana), sino un «camino» particular (según la medida de Dios).

En resumen, podrías preguntarte lo siguiente:

AL ESTUDIAR LA BIBLIA…

- ¿Te has hecho más humilde, o más orgulloso del conocimiento que has adquirido?
- ¿Te has sentido superior a los demás debido a tu conocimiento bíblico, o has sido conducido a tomar una posición más humilde delante de Dios?
- ¿Te ha producido un aborrecimiento más profundo del pecado y te has visto a ti mismo como la Biblia dice, o te has hecho más flexible al juzgar el bien y el mal, justificando el pecado?
- ¿Cuando le has enseñado a alguien sobre la Biblia, las personas dicen: desearía tener el «conocimiento» de la Biblia que tiene el que me ha instruido… o las personas le dicen a Dios: ayúdame a ser más como el que me ha instruido, porque realmente es un ejemplo y un testimonio de fe, amor, justicia y verdad?

Pablo le dijo a Timoteo: “entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza” (1 Tim. 4:14) y luego le dijo: “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Tim. 4:15). Es bueno leer, estudiar y enseñar la Palabra de Dios, pero lo más importante es permitir que ella nos transforme y haga de nosotros un reflejo de la imagen de Dios en la tierra para que la gente que nos rodea se beneficie de nuestros frutos espirituales para la gloria de Dios, y no que seamos tropiezo para otros que quieren seguir a Jesús.