Un individuo se
beneficia espiritualmente, cuando la Palabra hace que practique lo opuesto al
pecado. “Todo aquel que comete pecado,
infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Jn.
3:4). Entonces, existen dos voces que nos hablan constantemente… Dios dice a
través de su Palabra: «Harás esto», pero el pecado dice: «No harás esto»; Dios
dice: «No harás esto», pero el pecado dice: «Haz esto». Así pues, el pecado es
una rebelión contra Dios; por tanto, está en nosotros la decisión de seguir
«por nuestro propio camino» (Is. 53:6) que nos conduce siempre a la perdición…
o de tomar el camino de Dios (mediante la obediencia a su Palabra), el cual nos
conduce siempre a la vida eterna.
Tengamos
presente que el pecado es una decisión voluntaria y libre en rebelión contra
Dios, porque nadie nos obliga a pecar; somos nosotros los únicos responsables.
Por otra parte, lo opuesto a pecar contra Dios es el obedecer de forma honesta
su Ley. Así, el practicar lo opuesto al pecado es andar en el camino de la
obediencia. Esta es otra razón principal por la que se nos dieron las
Escrituras: para dar a conocer el camino que es agradable a Dios. Las Sagradas
Escrituras son provechosas no solo para reprender y corregir, sino también para
«instruir en justicia» a fin de que el creyente sea perfeccionado según la
voluntad de Dios.
Aquí pues, hay
otra regla importante por la que podemos ponernos a prueba nosotros mismos. ¿Son
mis pensamientos formados, mi corazón controlado, y mis caminos regulados por
la Palabra de Dios? Esto es lo que el Señor requiere: “Sed hacedores de la palabra, no solamente oidores, engañándoos a
vosotros mismos” (Stg. 1:22). Es así que se expresa la gratitud y afecto a
Cristo; él dijo: “Si me amáis, guardad
mis mandamientos” (Jn. 14:15). Para esto es necesario la ayuda divina. El
salmista oró: “Guíame por la senda de tus
mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad” (Sal. 119:35). No solo
necesitamos luz para conocer el camino, sino voluntad de corazón para andar en
él. Es necesario tener dirección a causa de la ceguera de nuestras mentes y de
la corrupción de nuestro corazón humano (Jer. 17:9); y los recursos divinos de
su gracia son necesarios a causa de la flaqueza de nuestros corazones.
NO BASTARÁ PARA
HACER NUESTRO DEBER EL TENER UNA NOCIÓN ESTRICTA DE LAS VERDADES, A MENOS QUE
LAS ABRACEMOS Y LAS SIGAMOS.
Notemos que es
«el camino de tus mandamientos»: no un camino a escoger, sino uno que está
definitivamente marcado por Dios; no una «carretera» pública (según la medida
humana), sino un «camino» particular (según la medida de Dios).
En resumen,
podrías preguntarte lo siguiente:
AL ESTUDIAR LA
BIBLIA…
- ¿Te has hecho
más humilde, o más orgulloso del conocimiento que has adquirido?
- ¿Te has
sentido superior a los demás debido a tu conocimiento bíblico, o has sido
conducido a tomar una posición más humilde delante de Dios?
- ¿Te ha
producido un aborrecimiento más profundo del pecado y te has visto a ti mismo
como la Biblia dice, o te has hecho más flexible al juzgar el bien y el mal,
justificando el pecado?
- ¿Cuando le has
enseñado a alguien sobre la Biblia, las personas dicen: desearía tener el «conocimiento»
de la Biblia que tiene el que me ha instruido… o las personas le dicen a Dios:
ayúdame a ser más como el que me ha instruido, porque realmente es un ejemplo y
un testimonio de fe, amor, justicia y verdad?
Pablo le dijo a
Timoteo: “entre tanto que voy, ocúpate en
la lectura, la exhortación y la enseñanza” (1 Tim. 4:14) y luego le dijo: “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas,
para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Tim. 4:15). Es bueno
leer, estudiar y enseñar la Palabra de Dios, pero lo más importante es permitir
que ella nos transforme y haga de nosotros un reflejo de la imagen de Dios en
la tierra para que la gente que nos rodea se beneficie de nuestros frutos
espirituales para la gloria de Dios, y no que seamos tropiezo para otros que
quieren seguir a Jesús.
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