Hay
una realidad que debemos resaltar: hasta que el hombre no entienda que siempre
ha fracasado en su intento de agradar a Dios y que reconozca que es pecador, no
podrá acercarse a Dios de forma sincera y profunda.
El
hombre es una criatura caída (en relación con la Ley de Dios), vive engañado
por el pecado y por sus conceptos personales, aparentemente está satisfecho de
sí mismo, hasta que sus ojos (cegados por la ignorancia espiritual y por su
alejamiento de Dios) son abiertos para darse una mirada a sí mismo a través del
espejo de la Palabra de Dios.
El
Espíritu Santo produce primero en nosotros una convicción de nuestra
ignorancia, vanidad, pobreza y corrupción; luego nos lleva a percibir y
reconocer que en Cristo solamente podemos encontrar verdadera sabiduría, felicidad
real, bondad perfecta y justicia porque en su sangre tenemos el perdón de
pecados y reconciliación con Dios. Así pues, antes de apreciar y amar la
santidad de Dios, tenemos que ser conscientes de nuestra condición de pecado.
Cuando
el corazón contempla las perfecciones de Dios, se convence más aún de la
infinita diferencia que hay entre nosotros los seres humanos y él en cuanto al
pecado. Al conocer algo de las exigencias que Dios le presenta en las
Escrituras, y ante su completa imposibilidad de cumplirlas, está preparado a escuchar
y dar la bienvenida a las buenas nuevas de Jesucristo, el Hijo de Dios… él es
el único que ha cumplido plenamente estas exigencias para que todos los que
creen en él sean justificados a través de la fe en su sangre y para que sigan
su ejemplo mediante el poder del Espíritu Santo y de la palabra de Dios. Por eso,
Jesús dijo: “Escudriñad las Escrituras
porque ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39).
Las
Escrituras testifican que Cristo es:
-
El único Salvador para los pecadores perdidos.
-
El único Mediador entre Dios y el hombre.
-
El único que puede llevarnos al Padre.
Las
Escrituras testifican:
-
Las maravillosas perfecciones de la persona de Cristo.
-
Los excelentes oficios que él cumple a favor de la humanidad y de los
creyentes.
-
La suficiencia de su obra consumada en la cruz.
Aparte
de la Escritura, no le podemos conocer porque en ella está su revelación
personal. Cuando el Espíritu Santo muestra al hombre algunas de las virtudes de
Cristo, su propósito es atraer el corazón hacia la fe y la obediencia al Hijo
de Dios. Aunque es verdad que Cristo es la clave de la Escritura, es igualmente
verdad que solo en la Escritura tenemos un descubrimiento del misterio de
Cristo (Ef. 3:4).
Ahora
bien, la medida de lo que nos beneficiamos de la lectura y el estudio de las
Escrituras puede ser determinado en lo siguiente: “si Cristo ha pasado a ser o no
más real y más precioso en nuestros corazones”. Por tanto, debemos crecer “en la gracia y en el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18).
El
«conocer» a Cristo (Fil. 3:10) era el objetivo supremo del apóstol Pablo, el
cual guiaba todos sus otros intereses. Sin embargo, el conocimiento del cual se
habla en estos versículos no es intelectual sino espiritual, no es teórico sino
experimental, no es general sino personal. Es un conocimiento sobrenatural, el
cual es impartido en el corazón del creyente regenerado por la operación del
Espíritu Santo a través de las Escrituras.
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