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sábado, 31 de enero de 2015

La oración en la presencia de Dios Parte I


 

La oración esencialmente es una de las llaves que abren puertas en el reino de Dios pero sobretodo, el mayor beneficio es el privilegio de tener acceso a la presencia de Dios. Así pues, cuando oremos, debemos hacerlo en la presencia de Dios, buscando su rostro, con un corazón dispuesto que reconoce que necesita de Dios y que solo él es digno de todo el honor, la honra, la gloria y la alabanza.

Como Dios está en todos lados, él tiene la facultad de escuchar todas las oraciones de todas las personas que invoquen su nombre. Sin embargo, hay una oración que Dios oye con mucha atención y que produce resultados y es la oración eficaz del justo (Stg. 5:16). Es eficaz porque se hace de la manera correcta, con las intenciones correctas y produce efectos en el poder de Dios, pero es una oración hecha por un justo; es decir, una persona que ha venido a los pies de Cristo, le ha reconocido como Salvador, ha recibido el perdón de sus pecados, es sincero en su fe y procura obedecer al Señor en todo, aunque no es perfecto.

El salmista dijo: “Llegue mi oración a tu presencia; inclina tu oído a mi clamor” (Sal. 88:2). En otras palabras, que la oración se eleve hasta el cielo y llegue a la presencia de Dios en su morada, que no tenga estorbos, que no tenga obstáculos: por ejemplo, el apóstol Pedro habla sobre los estorbos en la oración de un esposo que no es sabio con su esposa y que no le da el lugar que ella merece (1 Ped. 3:7). Si Dios se fija en nuestra relación de pareja, entonces puede haber muchos estorbos; además, puede haber otras áreas de nuestra vida que a veces las tenemos en poco y que afectan nuestra oración delante de Dios.

Ahora bien, lo que hace que la oración del justo sea eficaz es que Dios la recibe con agrado y la responde. La oración por sí sola no hace nada; es el poder de Dios, que al escuchar nuestras oraciones, las puede contestar, según el designio de su voluntad. Por supuesto, la oración de un corazón que vive y permanece en la presencia de Dios, que anda según las leyes de Dios, será atendida de forma efectiva.

En realidad, si queremos desarrollar una oración que produzca efectos a favor de nosotros y de otras personas, debemos tener en cuenta algunos ejemplos bíblicos que son inspiradores para orar en la presencia de Dios:  

a. Cuando reconocemos quién es Dios, cuando conocemos su majestad, su poder, su gloria, su omnipresencia, y lo que hace por nosotros y lo que somos nosotros ante él, nos acercaremos a su presencia humillados, con respeto, arrepentidos, quebrantados y Dios no desprecia a quienes se acercan así ante él: “los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:17).

b. Venir ante la presencia de Dios con ruego y súplica: “Entonces respondiendo el rey, dijo al varón de Dios: Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios, y ores por mí, para que mi mano me sea restaurada. Y el varón de Dios oró a Jehová, y la mano del rey se le restauró, y quedó como era antes” (1 Rey. 13:6). 

c. Estar en la presencia de Dios, nos dará fervor espiritual y nos iluminará para orar y hablar una palabra de Dios en su nombre, buscando siempre su voluntad (1 Rey. 17:1; Stg. 5:17).

miércoles, 28 de enero de 2015

Vivir y permanecer en la presencia de Dios Parte II



d. En el Salmo 15, David resaltó las cualidades de aquellos que pueden vivir y permanecer en la presencia de Dios. David le pregunta a Dios: “Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? (Sal. 15:1). En otras palabras, David está reflexionando sobre la cercanía con Dios y sobre lo que Dios demanda de aquellos que quieren estar con él… pero de inmediato brota la respuesta a las preguntas que habían surgido: “El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino. Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia; quien su dinero no dio a usura, ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas cosas, no resbalará jamás” (Sal. 15:2-5). Así pues, la integridad, la justicia, la sinceridad y la verdad, la sabiduría en las palabras y en las acciones, y el amor verdadero hacia el prójimo, son indispensables para permanecer en la presencia de Dios y además, son armas poderosas para estar firmes en el camino de Dios.

En este mismo salmo encontramos que estar en la presencia de Dios parte de una disposición del corazón (v. 2, 3): 
- Podemos estar en la presencia de Dios cuando caminamos en integridad (v. 2).
- Podemos estar en la presencia de Dios cuando practicamos la justicia (v. 2).
- Podemos estar en la presencia de Dios cuando hay sinceridad y verdad en nuestro corazón (v. 2).
- Podemos estar en la presencia de Dios cuando medimos el alcance de nuestras palabras y de nuestras acciones, procurando el bien de los demás (v. 3).

De igual forma, reflexionemos que cuando alguien está en la presencia de Dios dispone su vida para agradar al Señor y ser luz en medio de las tinieblas (v. 4, 5):
- Cuando alguien está en la presencia de Dios no camina en concordancia con quienes se deleitan en el pecado, pero valora y honra en otros el temor de Dios (v. 4). 
- Cuando alguien está en la presencia de Dios cumple sus palabras y sus compromisos (v. 4).  
- Cuando alguien está en la presencia de Dios es íntegro en sus finanzas y no procura la injusticia con el prójimo (v. 5).  
- Una vida así nos asegura estar en la presencia de Dios (v. 5).  

En síntesis, vemos a través de la Biblia, que el “andar en la presencia de Dios” es un “estado espiritual” en el que podemos vivir aquí en la tierra. Dios nos acompaña, nos atiende como un Padre, nos ayuda como un amigo, nos enseña como un maestro, nos forma para sus propósitos como un alfarero, nos ilumina y nos perfecciona, es decir, al estar en esa presencia favorable hacia nosotros, él escucha y responde a nuestras oraciones y a nuestras necesidades. Esta realidad la podemos confirmar porque después de la obra completada de Jesús en la cruz, Dios el Padre mandó al Espíritu Santo y él ahora habita en nosotros. El Espíritu de Dios nos guía, nos redarguye, nos corrige, nos fortalece, nos enseña, nos consuela y nos da entendimiento.

Ahora bien, Dios espera que no solo busquemos su presencia sino que permanezcamos en ella. Es una decisión que parte de nosotros. Dios lo quiere, pero somos nosotros quienes determinamos caminar en su presencia y permanecer en ella. No es algo que se logra fácilmente, porque demanda renuncias en nuestro corazón para darle el primer lugar al Señor, pero además, reprogramar nuestro ser para asimilar las pautas de vida que nos enseña el Señor en su palabra. Notemos que existe una marcada diferencia entre buscar y estar en la presencia de Dios: cuando oramos, o quizás ayunamos, leemos la Palabra, vamos al servicio en la iglesia, estamos buscando la presencia de Dios. Pero buscar la presencia de Dios no necesariamente nos asegura permanecer en ella, pues la diferencia entre buscar y estar en la presencia de Dios, radica en la disposición de nuestro corazón para hacer todo lo que el Señor quiere.


No basta solo con buscar la presencia de Dios… es esencial que permanezcamos en ella y eso es posible cuando nos disponemos a obedecer al Señor.

martes, 27 de enero de 2015

Vivir y permanecer en la presencia de Dios Parte I


Hay una manifestación de la presencia de Dios, en la cual él muestra constantemente su atención, su amor, su gracia y su favor, sobre los que le obedecen, sobre los que le temen, sobre los que le aman… sobre sus hijos. A esta realidad podríamos llamarle: “andar en su presencia” (Gn. 24:40; 48:15). Dios hace una obra maravillosa en la vida de sus hijos, bendiciéndoles, ayudándoles, abriéndoles camino, protegiéndoles, estando presente en sus vidas, día a día. Esta es la presencia favorable de Dios manifestada en la vida del creyente fiel. Sin embargo, él es un Dios de misericordia y puede manifestarse aún cuando le fallemos, porque quiere restaurar, mover al arrepentimiento y a la conversión del corazón. Por otra parte, cuando el corazón rechaza a Dios y desprecia su gracia, y persiste en el mal, complaciéndose en el pecado, la presencia de Dios puede “hacerse a un lado” y permitir situaciones para que haya un trato en el cual el corazón sea movido al arrepentimiento o sencillamente para recibir las consecuencias del pecado y finalmente, el alma perderse debido a la desobediencia al llamado de Dios.

Cuando el corazón no teme a la presencia de Dios, está dispuesto a hacer su propia voluntad y no le importa pasar por encima de lo que Dios dice (leyes, mandamientos y principios espirituales); así sucedió con Faraón y sus siervos en Egipto (Éx. 9:30). Desafortunadamente, el final de aquellos que no respetan la presencia de Dios será el vivir lejos de la presencia de Dios en una condenación eterna, separados de la comunión con Dios y bajo el remordimiento y el tormento de un corazón que siempre recordará las oportunidades que tuvo de hacer la voluntad de Dios y que despreció. Este será el peor castigo que jamás alguien puede recibir.

Por otro lado, aquellos que temen a la presencia de Dios, serán bienaventurados porque siempre vivirán en ella, y gozarán de la paz, el gozo y la plenitud de permanecer eternamente con él.

Por consiguiente, si queremos vivir y permanecer en la presencia de Dios aquí en la tierra y en la eternidad, debemos tener en cuenta los siguientes elementos:

a. Cuando nos disponemos a conocer a Dios y obedecer su voluntad, él nos brinda su presencia para tener descanso en medio de las dificultades de la vida diaria (Éx. 33:14, 15). Así sucedió con Moisés, un hombre que aprendió a darle prioridad a su presencia por encima de todo: “Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”.

b. David dijo: “Ciertamente los justos alabarán tu nombre; los rectos morarán en tu presencia” (Sal. 140:13). La alabanza de los justos y su rectitud están íntimamente ligadas porque son indispensables para morar (vivir y permanecer) en su presencia.

c. El rey Salomón pronunció unas palabras muy sabias: “Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios” (Ecl. 8:12). El temer a la presencia de Dios es una característica de los justos y es la clave de la bendición de Dios; sin embargo, no siempre Dios hará todo lo que le pedimos o queremos… debemos aprender a confiar en su plan y en su soberanía, porque nos dará lo que necesitamos y en su propósito siempre estaremos complacidos, no importando cuál sea la situación. Dios puede permitir que el malo y el impío prosperen temporalmente pero su final será la condenación eterna; igualmente, Dios puede permitir que el justo padezca y él será glorificado en todo. Lo que vale es tener un corazón que teme a Dios, que busca su reino y su justicia, que busca su voluntad y lo demás vendrá por añadidura (Mt. 6:33).

domingo, 25 de enero de 2015

La presencia de Dios Parte III


Sigamos estudiando otros puntos para ampliar más la comprensión de la majestad de la presencia de Dios…

2. La omnipresencia de Dios
 
La presencia de Dios está en todas partes al mismo tiempo, aunque no se manifiesta de igual forma en todo lugar. Dios está presente en todos los tiempos (pasado, presente y futuro) y en todas las dimensiones (norte, sur, oriente y occidente, dentro y fuera del planeta tierra y al infinito).
 
Dios habló a través del profeta Jeremías y dijo: “¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos? ¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” (Jer. 23:23). Dios tiene la facultad de estar muy cerca y a la vez muy lejos; es algo maravilloso. Así pues, los sentidos divinos: la audición, la visión, el tacto, el gusto, el olfato, la percepción… en fin, la sensibilidad de Dios se hace presente en todo lugar, al mismo tiempo y cubre toda criatura viviente (material y espiritual). Por este motivo, el rey Salomón dijo: “…he aquí, los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que he edificado?” (2 Crón. 6:18). Dios llena el cielo y la tierra con su presencia y aún los cielos de los cielos no lo pueden contener, no lo pueden limitar porque su presencia sobrepasa todo el universo creado.

Otra vez, Dios usa al profeta Jeremías y dice: “Porque mis ojos están sobre todos sus caminos, los cuales no se me ocultaron, ni su maldad se esconde de la presencia de mis ojos” (Jer. 16:17). No hay secreto humano que él no conozca, no hay pecado que él ser humano pretenda ocultar y que Dios ignore o pase por alto.

Del mismo modo, el escritor de Hebreos dice: “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb. 4:13). Aquí encontramos que todo lo que existe se encuentra abierto, desnudo y manifiesto ante la presencia de Dios al mismo tiempo y en todo lugar. En otras palabras, si le preguntáramos a Dios cualquier dato de la creación, de la historia, del pasado, del presente o del futuro, la ubicación exacta de un objeto o una persona, el color, el tamaño, el peso, todo lo que piensa, dice o hace cualquier persona, en cuestión de segundos tendríamos la respuesta inmediata y precisa de Dios, sin titubear. Esta es la inmensidad de la omnipresencia de Dios y por eso, debemos tener un temor reverente para amar, obedecer y respetar a Dios y sus leyes, porque todo lo que hagamos en contra de su voluntad será demandado, aquí en la tierra o en el día del juicio. Seamos humildes y sinceros, reconozcamos nuestros pecados, procedamos al arrepentimiento y convirtámonos de nuestros malos caminos; de lo contrario, no pensemos que Dios va a tolerar nuestra maldad, porque ciertamente nos llamará a cuentas y nadie podrá librarnos. Hoy es el día de oportunidad, Cristo es nuestro abogado y con él hallamos misericordia: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn. 2:1). Si no reconocemos la obra de Cristo, no podremos escapar o escondernos de la presencia de Dios y todos le tendremos que rendir cuentas a aquel que todo lo sabe y todo lo ve. Lamentablemente, ésta fue la actitud de Caín cuando cometió pecado, aún cuando Dios le había advertido del peligro de darle lugar al pecado. En vez de arrepentirse por su maldad, esto fue lo que dijo Caín: “Grande es mi castigo para ser soportado. He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará” (Gn. 4:13, 14).

David dijo: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz. Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre” (Sal. 139:7-13). En otras palabras, lo que David quería decir era: la presencia de Dios es tan real que a donde yo vaya, allí está él; a la velocidad que yo viaje, allí lo encontraré; en la oscuridad que me esconda, allí resplandecerá la oscuridad alrededor de mí. Si él me vio cuando estaba en el vientre de mi madre, ¿podré esconderme en un lugar más profundo que él no vea?

Debemos comprender que para Dios no hay límites porque su presencia traspasa todas las barreras de la materia, del tiempo, del espacio y de la mente humana.

viernes, 23 de enero de 2015

La presencia de Dios Parte II


Considerando el tema de la majestad de la presencia de Dios, encontramos que Isaías también describe de forma poética su deseo de ver los efectos de la presencia divina en los cielos, en los montes, en las aguas, en medio de los enemigos y en las naciones, produciendo temblor físico aún en las personas para que su nombre fuera glorificado en medio de ellas: “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!” (Is. 64:1, 2).

El profeta Nahúm dijo: “Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable. Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies. El amenaza al mar, y lo hace secar, y agota todos los ríos; Basán fue destruido, y el Carmelo, y la flor del Líbano fue destruida. Los montes tiemblan delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmueve a su presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan. ¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿y quién quedará en pie en el ardor de su enojo? Su ira se derrama como fuego, y por él se hienden las peñas. Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían” (Nah. 1:3-7). En esta escritura, Nahúm resalta cómo Dios es tardo para la ira en relación con el pecado del ser humano, pero acentúa que su poder es grande y que no tendrá por inocente al culpable. Luego hace una descripción poética de Dios, marchando, enfrentando al mar y secándolo, juntamente con todos los ríos. Así pues, los montes de Basán y Carmelo, y el territorio del Líbano (famoso por sus frondosos bosques), y todo lo que hay en ellos, sufren la ausencia del agua; además, tiemblan delante de Dios y los collados se derriten. La tierra se conmueve (tiembla, se estremece) a su presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan. A pesar de esto, Dios es bueno, es fortaleza en el día de la angustia y conoce a los que en él confían.

En el libro de Daniel, leemos lo que hizo el rey Darío (rey de Media), después de percatarse de cómo Daniel fue librado por Dios de un suceso que inevitablemente causaría su muerte: “Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. De parte mía es puesta esta ordenanza: que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin. El salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; él ha librado a Daniel del poder de los leones” (Dn. 6:25-27).

Fue la “presencia de Dios” la que libró a Daniel de los leones que se hallaban en el foso preparado para su muerte inevitable, ya que esa presencia divina (que todo lo llena) envío la ayuda efectiva en el momento preciso, en el cual Daniel no podía hacer nada para defenderse pues no había salida humana en medio de su situación; por eso, él mismo dijo: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo” (Dn. 6:22).

Otro pasaje que complementa el tema está en Ezequiel; éste se asocia al Juicio de Dios sobre las naciones en el Reino Milenial de Cristo en la tierra. Gog es el príncipe de la tierra de Magog y algunos estudiosos lo definen como la cabeza política y militar de una confederación anticristiana final a nivel mundial, la cual será reducida por el fuego divino para testimonio a todas las naciones del justo juicio de Dios (Ap. 20:7-10).

Hay quienes ven en esta ilustración a la nación de Rusia por la ubicación al norte de Israel y por su fuerza política y militar.

Así pues, Dios expresa unas palabras muy firmes en contra de aquellos que no reconocen su autoridad y señorío, como en este suceso mundial: “En aquel tiempo, cuando venga Gog contra la tierra de Israel, dijo Jehová el Señor, subirá mi ira y mi enojo. Porque he hablado en mi celo, y en el fuego de mi ira: que en aquel tiempo habrá gran temblor sobre la tierra de Israel; que los peces del mar, las aves del cielo, las bestias del campo y toda serpiente que se arrastra sobre la tierra, y todos los hombres que están sobre la faz de la tierra, temblarán ante mi presencia; y se desmoronarán los montes, y los vallados caerán, y todo muro caerá a tierra. Y en todos mis montes llamaré contra él la espada, dice Jehová el Señor; la espada de cada cual será contra su hermano. Y yo litigaré contra él con pestilencia y con sangre; y haré llover sobre él, sobre sus tropas y sobre los muchos pueblos que están con él, impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre. Y seré engrandecido y santificado, y seré conocido ante los ojos de muchas naciones; y sabrán que yo soy Jehová” (Ez. 38:18-23).

Otra vez vemos que el motivo por el cual Dios manifiesta su majestad y su presencia es para que el hombre reconozca que él es Dios y para que su nombre sea magnificado sobre todo. Esta será probablemente una de las últimas manifestaciones universales de su presencia sobre la tierra, pues siendo el final del Milenio, los cielos y la tierra serán destruidos por el fuego y ningún lugar se encontrará ya más para este planeta: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos” (Ap. 20:11).

Con todos estos pasajes, hemos logrado tener una idea bíblica más clara de la grandeza indescriptible de la presencia de Dios; es algo tan glorioso que no podemos imaginarla en su totalidad. Por tanto, la respuesta más frecuente que muestran la naturaleza, los hombres y los ángeles en la Biblia, ante la presencia de un Dios vivo, es temblar, postrarse, hacer reverencia, alabar, etc.

¿Qué otra respuesta deberíamos tener cuando esta realidad divina nos sale al encuentro… cuando realmente sentimos la presencia, no como una mera emoción, sino como una experiencia profunda?

La grandeza y la presencia de Dios se extienden a todos lados, sin límites: todo fue creado por él y para él, y tiene dominio y autoridad absoluta sobre todas las cosas. Nada está fuera de su alcance, todo lo ve, todo lo conoce, en todos lados está. Al vislumbrar un poco de sus facultades infinitas, el corazón humano sensible tiene que rendirse admirado y con una actitud de respeto ante el Creador.


Estas descripciones gráficas de la presencia de Dios revelan a un Dios grande y sublime; por eso es tan importante escudriñar la palabra viva de Dios, porque ellas dan testimonio de lo que Dios es y de lo que somos nosotros ante este Dios indescriptible, indestructible e inmutable.

jueves, 22 de enero de 2015

La presencia de Dios Parte I



El propósito de este estudio es profundizar en el conocimiento acerca de la presencia de Dios; para el hombre es imposible comprender a plenitud este tema tan precioso, pero sí se puede profundizar sobre lo que la palabra de Dios revela al respecto.

Cuando pensamos en la presencia de Dios, comúnmente la asociamos con una sensación, algo que el cristiano experimenta; algunas personas sienten gozo, otras calor, otras sienten su amor, otras personas se quebrantan y todas estas manifestaciones son válidas, pero hay muchísimo más para conocer y vivenciar: características y atributos de la presencia de Dios, cómo conservarla siempre y los beneficios que brinda, peligros de no permanecer en ella, evidencias de su gobierno en el corazón humano y señales de alerta cuando hay ausencia de la presencia de Dios en el creyente, las experiencias extraordinarias que se reciben en la presencia divina, entre otros aspectos.

También pueden surgir preguntas interesantes: ¿en dónde habita la presencia de Dios?, ¿en dónde no está la presencia de Dios?, ¿cómo se manifiesta y en quiénes lo hace?, ¿a quiénes llena y a quiénes no? ¿Cómo diferenciar la presencia divina de las emociones humanas o de las manifestaciones diabólicas? Definitivamente, pueden formularse tantas preguntas… pero lo importante es entender lo que dice la Biblia sobre estos puntos.

Por ahora, leamos en Gn. 3:8: “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” Este pasaje bíblico nos deja ver una verdad grandiosa: la cercanía de la presencia de Dios para tener comunión con el ser humano fue el diseño original que él hizo. Desafortunadamente, Adán y Eva, y la mayoría de los seres humanos prefieren el pecado y sus propias fuentes de satisfacción, despreciando el tesoro incalculable de la presencia de Dios en sus vidas. Adán y Eva disfrutaron esa presencia en el huerto… quizás vieron manifestaciones claras de esa presencia, pero cuando desobedecieron, se “escondieron” de la presencia de Dios entre los árboles del huerto. El pecado no les permitió tener una plenitud en la presencia de Dios. Igualmente, en la actualidad, el corazón humano se sigue escondiendo de su Creador porque sabe que hay faltas, pecados y deficiencias que le alejan de Dios y que no puede tener una relación plena con él. Ciertamente, éste es el mayor objetivo para interesarnos por la presencia de Dios, ya que en ella encontraremos la plenitud que necesitamos, viniendo a la Palabra de Dios que es la ruta para hallar perdón, limpieza y transformación para nuestra alma.

En este estudio bíblico, vamos a ver varios puntos importantes en los que la Biblia se refiere a la presencia de Dios; de esta manera empezaremos a comprender la naturaleza de la presencia de Dios, para disfrutar de todos sus beneficios y el más importante, la seguridad de la vida eterna en Cristo Jesús.

Comencemos entonces a profundizar en este tema…

1. La majestad de la presencia de Dios
 
La palabra majestad es sinónimo de grandeza, superioridad y autoridad sobre otros. Precisamente, la presencia de Dios demuestra abundantemente la grandeza de Dios como un ser infinitamente superior a cualquier otro, y digno de total sumisión, respeto y amor como autoridad máxima en el universo. 

Leamos dos porciones bíblicas que David escribiera al respecto bajo la inspiración del Espíritu Santo:

“Humo subió de su nariz, y de su boca fuego consumidor; carbones fueron por él encendidos, e inclinó los cielos, y descendió; y había tinieblas debajo de sus pies. Y cabalgó sobre un querubín, y voló; voló sobre las alas del viento. Puso tinieblas por su escondedero alrededor de sí; oscuridad de aguas y densas nubes. Por el resplandor de su presencia se encendieron carbones ardientes” (2 Sam. 22:9-13).

“Puso tinieblas por su escondedero, por cortina suya alrededor de sí; oscuridad de aguas, nubes de los cielos. Por el resplandor de su presencia, sus nubes pasaron; granizo y carbones ardientes. Tronó en los cielos Jehová, y el Altísimo dio su voz; granizo y carbones de fuego” (Sal. 18:11-13).

En estos dos pasajes y en su respectivo contexto, apreciamos que David reconoce la intervención divina con un lenguaje poético, describiendo la grandeza de Dios a favor de aquellos que confían en él y viven para agradarle según sus leyes.

Los elementos ilustrativos que acompañan la realidad de la presencia y la manifestación de Dios son: el fuego que sale de la boca de Dios, la visitación de Dios, el fuego que se enciende por el resplandor de su presencia y la voz divina que se oye como un trueno.

Ahora bien, David resalta que por la sola presencia de Dios, los cielos se estremecen y truenan, porque el resplandor de su presencia es indescriptible. ¿Cuán grande es Dios? Es una pregunta imposible de contestar. El escritor bíblico intenta poner en imágenes poéticas lo que percibe de Dios, pero su majestad es inescrutable e insondable.
 
El mismo David, en otro salmo, expone los efectos físicos que produce la presencia de Dios en la naturaleza, cuando así él determina manifestarse: “La tierra tembló; también destilaron los cielos ante la presencia de Dios; aquel Sinaí tembló delante de Dios, del Dios de Israel” (Sal. 68:8). David se refería al suceso glorioso que aconteció cuando Moisés guiaba al pueblo de Israel y llegaron al monte Sinaí. En este monte, Dios mostró un destello de su poder y el monte tembló en gran manera y fue notable para todos (Éx. 19; 20). Con mucha razón, el Sal. 114:7 dice: “A la presencia de Jehová tiembla la tierra, a la presencia del Dios de Jacob”.

Esta manifestación tenía como fin que el pueblo confirmara su compromiso de obedecer a Dios y cumplir con todas las leyes establecidas por él, lo cual los ratificaría como su pueblo sobre todos los pueblos, y serían su especial tesoro, un reino de sacerdotes y gente santa para su gloria en toda la tierra. 
Asombrosamente, el pueblo no entendió el llamado supremo de Dios y subvaloró todas las manifestaciones visibles y físicas de su poder en medio de ellos. Este ciclo se repite siempre y hoy en día: aunque la presencia de Dios se manifieste, es el corazón humano quién determina si obedece a Dios o no.

lunes, 12 de enero de 2015

La Trinidad de Dios Parte II


b. ¿Qué dice la Biblia?

En el A.T. se enfatiza mucho la idea de un Dios único, en contraste con los múltiples dioses falsos que son el producto de la imaginación de los hombres.

“No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éx. 20:3).

“Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Is. 44:6).

De igual manera, en el N.T. se corrobora este aspecto de la unicidad de Dios.
“Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30).

“Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (Jn. 14:9).

“Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Jn. 17:11).

“La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Jn. 17:22, 23).

“El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación” (Col. 1:15).

El énfasis de la Biblia en este punto ha sido malinterpretado por muchas personas en la historia y en la actualidad, rechazando el concepto de la Trinidad; sin embargo, esta verdad espiritual aparece en la Biblia con total claridad. Por ende, estudiando el asunto a la luz de las Sagradas Escrituras, encontramos lo siguiente: desde el principio de la Biblia, Dios se revela como un ser único, pero múltiple a la vez.

Es innegable para todo conocedor de la lengua hebrea, que Elohim (אֱלהִים), el primer nombre con que se designa a la Divinidad, es un plural. Esta palabra que, en efecto, aparece ya en el primer versículo del Génesis, es ciertamente la forma plural del término El, אֵל, o Eloha, אֱלהַּ.

La mayor parte de los teólogos eminentes por su piedad y por su saber, han visto en este vocablo un indicio de pluralidad de personas en la naturaleza divina.

En Dt. 6:4 hallamos estas palabras notables: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. En ocasiones, estas palabras son citadas de forma equivocada como la prueba más efectiva contra la Trinidad, pero precisamente estas mismas palabras, leídas en hebreo, constituyen toda una revelación, y contienen la más segura y clara prueba que pueda hallarse en toda la Biblia a favor de la Trinidad.

Si las leemos en hebreo sería así: «SCHEMA, ISRAEL: ADONAI ELOHENU ADONAI EJAD».

En efecto, al analizar el texto original, por medio de una exégesis objetiva, descubrimos tres partículas claves importantísimas que arrojan luz para captar el profundo sentido de esta solemne declaración, lo cual nos demuestra que Dios sabía lo que hacía cuando inspiró a Moisés para escribir estas palabras y no otras. Veamos:

ADONAI: literalmente significa: «mis Señores» (de «Adon»: Señor, y «ai»: mis).
ELOHENU: es un nombre plural.
EJAD: expresa la idea de unidad colectiva.

En hebreo se usan dos palabras para indicar el significado de uno. La palabra uno, en el sentido de único, es decir, que se emplea para designar una unidad absoluta, es «JACHID» (Jue. 11:34). No obstante, este término nunca es usado para designar la unidad divina. En cambio, cuando dos o varias cosas se convierten en una por una íntima unión o identificación, el vocablo hebreo que se emplea en la Sagrada Escritura es «EJAD», que significa una unidad compuesta de varios (Gn. 2:24; Jue. 20:8). Esta palabra es la que siempre se usa para designar la unidad divina.

En este orden de ideas, podemos afirmar, basados en argumentos bíblicos, que Dios existe como una Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. En otras palabras, un solo Dios verdadero pero manifestado en 3 personas.

Hallamos en casi toda la Biblia la idea de la pluralidad de personas divinas, lo cual significa que la doctrina de la Trinidad tiene su apoyo en las Sagradas Escrituras desde el Génesis hasta el Apocalipsis.

Por ejemplo, en el libro de Génesis encontramos unos términos plurales en relación con la acción de Dios y aparecen 3 veces (nada más y nada menos) en los 11 primeros capítulos de la Biblia.

La primera vez se habla de la pluralidad de personas divinas en relación con la creación del hombre.

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Gn. 1:26).

La segunda vez se habla de la pluralidad de personas divinas en relación con el pecado del hombre.

“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre” (Gn. 3:22).

La tercera vez se habla de la pluralidad de personas divinas en relación con el juicio de los hombres.

“Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero” (Gn. 11:7).

Hay quienes ven en estos versículos la intervención de los ángeles, pero es una falta de respeto con el texto bíblico y con Dios mismo, el atribuir a los ángeles la facultad para crear y juzgar a los hombres en el mismo nivel de Dios. Por ende, la única interpretación correcta en estos 3 casos es ver a Dios en una acción plural.

Resulta curioso e instructivo notar que las tres grandes fiestas religiosas celebradas tres veces al año por el pueblo judío, muestran también un símbolo de la gloriosa Trinidad: la Fiesta de los Tabernáculos (Dios Padre); la Fiesta de la Pascua (Dios Hijo); y la Fiesta de Pentecostés (Dios Espíritu Santo).

He aquí algunos textos clarísimos y contundentes en los que se menciona una pluralidad de personas en acción: Gn. 1:1-3; Is. 48:16; 1 Cor. 12:3-6; Ef. 4:4-6; 2 Cor. 13:14; Ef. 2:18; Ap. 1:4-6.

En Gn. 32:22-32, Jacob tuvo una experiencia con Dios y sostuvo un combate con el ángel de Jehová (una manifestación de Cristo preencarnado). Jacob vio al Señor cara a cara y habló con él. En este sentido, en Os. 12:4 dice: “Venció al ángel, y prevaleció; lloró, y le rogó; en Bet-el le halló, y allí habló con nosotros”. Notemos el uso del plural, sugiriendo otra vez la pluralidad de personas divinas de la Trinidad.

Sigamos estudiando las Escrituras y veremos que hay una distinción dentro de la naturaleza de Dios, en términos de Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En Is. 7:14 se habla del Hijo como Emanuel, «Dios con nosotros», y tiene que ser distinto del Dios Padre y del Dios Espíritu. Este Hijo es llamado en Is. 9:6, “Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz”. Ahora bien, se le llama Padre eterno porque por medio de él vendría la descendencia de los creyentes salvos y nacidos de nuevo; este título no tiene ninguna relación con el nombre de Dios el Padre.

En Sal. 2:7, dice: “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy”. En el N.T. se confirma que ésta es una referencia a Dios Padre, indicando su propósito: encarnar a su Hijo en un cuerpo humano y honrarle como el supremo soberano sobre la tierra.

“Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Hch. 13:32, 33).

Notemos que Dios Padre es completamente diferente de Dios Hijo. El primero envía al Hijo y no toma una forma de hombre pero el segundo nace a través de la virgen y se hace visible para el mundo.

El Padre y el Hijo se distinguen como personas con propósitos específicos; asimismo, el Espíritu Santo es descrito en la Biblia y se distingue de Dios Padre y de Dios Hijo. Por ejemplo, en el Sal. 104:30 dice: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra”.

A estas evidencias hay que añadir todas las referencias del Ángel de Jehová, que señala las apariciones del Hijo de Dios en el A.T. como uno que es enviado por el Padre, y referencias al Espíritu del Señor, como el Espíritu Santo, distinto del Padre y del Hijo.

En el N.T. se hace una revelación adicional sobre el Hijo, el cual es descrito como Dios encarnado y concebido por el Espíritu Santo (Mt. 1:18-25).

En el bautismo de Jesús, la distinción de la Trinidad se hace evidente con Dios Padre hablando desde los cielos, el Espíritu Santo descendiendo como una paloma sobre Cristo, y el propio Jesucristo bautizado en el río Jordán (Mt. 3:16, 17). Es imposible que los tres sean la misma persona.

Estas distinciones de la Trinidad se observan también en pasajes tales como Jn. 14:16, donde el Padre y el Espíritu Santo (el Consolador) son diferentes del propio Cristo; además, en Mt. 28:19, 20, los discípulos son instruidos para bautizar a los creyentes “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

Las muchas indicaciones que hay, tanto en el A.T. como en el N.T., de que Dios existe como trino y uno, han conformado la doctrina de la Trinidad como un hecho central de todas las creencias cristianas, desde los principios de la iglesia hasta el día de hoy. Cualquier desviación de esta doctrina se considera como un error contrario a la verdad escritural y es una herejía que debe ser rechazada.

Aunque la doctrina de la Trinidad es un hecho central, el núcleo de la fe cristiana está más allá del entendimiento humano y la mejor definición es el sostener que, aunque Dios es uno, él existe en tres personas. Estas personas son iguales, tienen los mismos atributos y son igualmente dignas de adoración, culto y fe. Con todo, la doctrina de la unidad de la Divinidad está clara en el sentido de que no hay tres dioses separados, como tres seres humanos separados (por ejemplo, Pedro, Santiago y Juan). De acuerdo con esto, la verdadera fe cristiana no es un tri-teísmo, como creencia en tres dioses. Por otra parte, la Trinidad no tiene que ser explicada como tres modalidades de existencia, es decir, que un solo Dios se manifiesta a sí mismo en tres formas. La Trinidad es esencial para el ser de Dios y es más que una forma de la revelación divina.

Las personas de la Trinidad, aunque tengan iguales atributos, difieren en ciertas propiedades. Por este motivo cada uno tiene una posición específica y un nombre determinado: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El Padre envío al Hijo a la tierra y él tomó forma de hombre; el Espíritu Santo ha sido manifestado de parte del Padre y del Hijo. Esto es llamado en teología la doctrina de la procesión, y el orden nunca es invertido, es decir, el Hijo nunca envía al Padre, y el Espíritu Santo nunca envía al Hijo. De la naturaleza de la unicidad de la Divinidad no existe ilustración o paralelo en la experiencia humana. Así pues, esta doctrina tiene que ser aceptada por la fe sobre la base de la revelación escritural, incluso aunque esté más allá de toda comprensión y definición humanas.

En Ef. 1:3-14 vemos a la Trinidad obrando a favor del hombre:

- La obra del Padre: bendice (v. 3), escoge (v. 4), predestina (v. 5) PARA ALABANZA DE SU GLORIA (v. 6).
- La obra del Hijo: redime por su sangre (v. 7), perdona los pecados (v. 7), descubre el secreto de su voluntad (v. 9), reúne todas las cosas en él (v. 10) PARA ALABANZA DE SU GLORIA (v. 12).
- La obra del Espíritu Santo: sella (v. 13) PARA ALABANZA DE SU GLORIA (v. 14).

El Padre es toda la plenitud de la divinidad invisible (Jn. 1:18); el Hijo es toda la plenitud de la divinidad manifestada (Jn. 1:14-18; Col. 2:9); el Espíritu Santo es toda la plenitud de la divinidad, obrando directamente sobre la criatura (2 Cor. 2:9-16).
  
Conclusión
Las tres Divinas Personas están en un nivel de común igualdad y en la Biblia encontraremos siempre los títulos, perfecciones, obras y hechos atribuidos a cada una de las tres personas de la Trinidad Divina, con lo cual la evidencia trinitaria se hace irrefutable a la luz de la Palabra de Dios.

Los cristianos bíblicos creemos:
- En un Padre que es Dios (Rom. 1:7; Ef. 4:6).
- En un Hijo que es Dios (Rom. 9:5; Tito 2:13; Heb. 1:8).
- En un Espíritu Santo que es Dios (Lc. 2:26; Mr. 12:36; Hch. 28:25-27).

Los hijos de Dios tenemos comunión con cada una de las personas de la Trinidad: nuestra comunión es con el Padre y el Hijo (1 Jn. 1:3); y con el Espíritu Santo (2 Cor. 13:14).


El Padre y el Hijo habitan en los creyentes, y nuestro cuerpo es templo de Dios y de Cristo (Jn. 14:23; Ap. 3:20; Gál. 2:20; Ef. 3:17). De igual forma, el Espíritu Santo habita en los creyentes y nuestro cuerpo es su templo (Jn. 14:16-17; Rom. 8:9; 1 Cor. 3:16; 6:19).

sábado, 10 de enero de 2015

La Trinidad de Dios Parte I


 

a. La unidad de Dios

Uno de los misterios espirituales más complejos en la Biblia es el concepto de la Trinidad. Es cierto que la palabra «Trinidad» no está literalmente en las Escrituras; en realidad este término fue introducido en el vocabulario cristiano mucho después de la época apostólica para definir la verdad bíblica de Dios y para denunciar las herejías referentes a la persona de Cristo y del Espíritu Santo; sin embargo, la verdad esencial de la Trinidad se halla claramente contenida en la Biblia.

De igual modo, recordemos que la palabra «Biblia» tampoco aparece literalmente en las Escrituras; no obstante, este término es verdadero porque resalta la unidad de este libro maravilloso.

En cuanto a la Trinidad, el tema es, en efecto, sumamente importante, y constituye uno de los fundamentos básicos de nuestra fe. Puede decirse que si desconocemos la Trinidad de Dios resultaría difícil entender a profundidad lo que las Escrituras nos enseñan acerca de nuestra salvación.

Esta doctrina ha sido enseñada y sostenida por la Iglesia cristiana desde los primeros tiempos, siendo normalmente expresada en la siguiente fórmula: Dios es uno en esencia, pero subsiste en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La palabra persona, en el uso ordinario del término, significa un ser distintivo e independiente, porque una persona es un ser, y cien personas son cien seres, pero en la Divinidad hay tres personas y UN SOLO SER.

Es verdad que el hecho sobrepasa a nuestra comprensión, pues no se conoce nada comparable en el ámbito de nuestra experiencia humana. Por eso es fácil caer en ideas confusas y errores, pero el hecho de que la doctrina de la Trinidad esté por encima de nuestra comprensión, no significa que esté en contra de nuestra razón.

Consideremos ahora el Universo físico que debería reflejar a su Creador, como es lógico, de una manera muy íntima, y descubriremos que toda la Naturaleza fue diseñada para revelarnos la Trinidad.

Todo lo conocido del Universo puede ser clasificado bajo los títulos de espacio, materia y tiempo. Ahora bien, el espacio, por lo menos en la medida en que lo comprendemos, consiste exactamente en tres dimensiones, cada una igualmente importante y esencial. No habría espacio, ni realidad alguna, si hubiera solamente dos dimensiones. Existen tres dimensiones distintas, y con todo, cada una de ellas abarca la totalidad del espacio. Sin embargo, hay un solo espacio. Nótese que para calcular el contenido cúbico de cualquier espacio limitado, no se suma la longitud más el ancho y más la profundidad, sino que se multiplican esas medidas. De modo análogo, la matemática de la Trinidad no es 1+1+1 = 1, como algunos pretenden decir, sino: 1x1x1 = 1.

Aplicación:
Largo X Ancho X Alto = Espacio
Energía X Movimiento X Fenómeno = Materia
Futuro X Presente X Pasado = Tiempo
Espacio X Materia X Tiempo = Universo
Padre X Hijo X Espíritu Santo = Dios

Como puede verse, cada unidad es completa en sí misma, pero ninguna podría existir por sí misma. Esta es la ley de la triunidad absoluta. Así como Dios es Tres en Uno, él ha implantado esta uniformidad en sus creaciones. No cabe duda de que esta estructura es «la huella de Dios».