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miércoles, 28 de enero de 2015

Vivir y permanecer en la presencia de Dios Parte II



d. En el Salmo 15, David resaltó las cualidades de aquellos que pueden vivir y permanecer en la presencia de Dios. David le pregunta a Dios: “Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? (Sal. 15:1). En otras palabras, David está reflexionando sobre la cercanía con Dios y sobre lo que Dios demanda de aquellos que quieren estar con él… pero de inmediato brota la respuesta a las preguntas que habían surgido: “El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino. Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia; quien su dinero no dio a usura, ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas cosas, no resbalará jamás” (Sal. 15:2-5). Así pues, la integridad, la justicia, la sinceridad y la verdad, la sabiduría en las palabras y en las acciones, y el amor verdadero hacia el prójimo, son indispensables para permanecer en la presencia de Dios y además, son armas poderosas para estar firmes en el camino de Dios.

En este mismo salmo encontramos que estar en la presencia de Dios parte de una disposición del corazón (v. 2, 3): 
- Podemos estar en la presencia de Dios cuando caminamos en integridad (v. 2).
- Podemos estar en la presencia de Dios cuando practicamos la justicia (v. 2).
- Podemos estar en la presencia de Dios cuando hay sinceridad y verdad en nuestro corazón (v. 2).
- Podemos estar en la presencia de Dios cuando medimos el alcance de nuestras palabras y de nuestras acciones, procurando el bien de los demás (v. 3).

De igual forma, reflexionemos que cuando alguien está en la presencia de Dios dispone su vida para agradar al Señor y ser luz en medio de las tinieblas (v. 4, 5):
- Cuando alguien está en la presencia de Dios no camina en concordancia con quienes se deleitan en el pecado, pero valora y honra en otros el temor de Dios (v. 4). 
- Cuando alguien está en la presencia de Dios cumple sus palabras y sus compromisos (v. 4).  
- Cuando alguien está en la presencia de Dios es íntegro en sus finanzas y no procura la injusticia con el prójimo (v. 5).  
- Una vida así nos asegura estar en la presencia de Dios (v. 5).  

En síntesis, vemos a través de la Biblia, que el “andar en la presencia de Dios” es un “estado espiritual” en el que podemos vivir aquí en la tierra. Dios nos acompaña, nos atiende como un Padre, nos ayuda como un amigo, nos enseña como un maestro, nos forma para sus propósitos como un alfarero, nos ilumina y nos perfecciona, es decir, al estar en esa presencia favorable hacia nosotros, él escucha y responde a nuestras oraciones y a nuestras necesidades. Esta realidad la podemos confirmar porque después de la obra completada de Jesús en la cruz, Dios el Padre mandó al Espíritu Santo y él ahora habita en nosotros. El Espíritu de Dios nos guía, nos redarguye, nos corrige, nos fortalece, nos enseña, nos consuela y nos da entendimiento.

Ahora bien, Dios espera que no solo busquemos su presencia sino que permanezcamos en ella. Es una decisión que parte de nosotros. Dios lo quiere, pero somos nosotros quienes determinamos caminar en su presencia y permanecer en ella. No es algo que se logra fácilmente, porque demanda renuncias en nuestro corazón para darle el primer lugar al Señor, pero además, reprogramar nuestro ser para asimilar las pautas de vida que nos enseña el Señor en su palabra. Notemos que existe una marcada diferencia entre buscar y estar en la presencia de Dios: cuando oramos, o quizás ayunamos, leemos la Palabra, vamos al servicio en la iglesia, estamos buscando la presencia de Dios. Pero buscar la presencia de Dios no necesariamente nos asegura permanecer en ella, pues la diferencia entre buscar y estar en la presencia de Dios, radica en la disposición de nuestro corazón para hacer todo lo que el Señor quiere.


No basta solo con buscar la presencia de Dios… es esencial que permanezcamos en ella y eso es posible cuando nos disponemos a obedecer al Señor.

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