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jueves, 22 de enero de 2015

La presencia de Dios Parte I



El propósito de este estudio es profundizar en el conocimiento acerca de la presencia de Dios; para el hombre es imposible comprender a plenitud este tema tan precioso, pero sí se puede profundizar sobre lo que la palabra de Dios revela al respecto.

Cuando pensamos en la presencia de Dios, comúnmente la asociamos con una sensación, algo que el cristiano experimenta; algunas personas sienten gozo, otras calor, otras sienten su amor, otras personas se quebrantan y todas estas manifestaciones son válidas, pero hay muchísimo más para conocer y vivenciar: características y atributos de la presencia de Dios, cómo conservarla siempre y los beneficios que brinda, peligros de no permanecer en ella, evidencias de su gobierno en el corazón humano y señales de alerta cuando hay ausencia de la presencia de Dios en el creyente, las experiencias extraordinarias que se reciben en la presencia divina, entre otros aspectos.

También pueden surgir preguntas interesantes: ¿en dónde habita la presencia de Dios?, ¿en dónde no está la presencia de Dios?, ¿cómo se manifiesta y en quiénes lo hace?, ¿a quiénes llena y a quiénes no? ¿Cómo diferenciar la presencia divina de las emociones humanas o de las manifestaciones diabólicas? Definitivamente, pueden formularse tantas preguntas… pero lo importante es entender lo que dice la Biblia sobre estos puntos.

Por ahora, leamos en Gn. 3:8: “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” Este pasaje bíblico nos deja ver una verdad grandiosa: la cercanía de la presencia de Dios para tener comunión con el ser humano fue el diseño original que él hizo. Desafortunadamente, Adán y Eva, y la mayoría de los seres humanos prefieren el pecado y sus propias fuentes de satisfacción, despreciando el tesoro incalculable de la presencia de Dios en sus vidas. Adán y Eva disfrutaron esa presencia en el huerto… quizás vieron manifestaciones claras de esa presencia, pero cuando desobedecieron, se “escondieron” de la presencia de Dios entre los árboles del huerto. El pecado no les permitió tener una plenitud en la presencia de Dios. Igualmente, en la actualidad, el corazón humano se sigue escondiendo de su Creador porque sabe que hay faltas, pecados y deficiencias que le alejan de Dios y que no puede tener una relación plena con él. Ciertamente, éste es el mayor objetivo para interesarnos por la presencia de Dios, ya que en ella encontraremos la plenitud que necesitamos, viniendo a la Palabra de Dios que es la ruta para hallar perdón, limpieza y transformación para nuestra alma.

En este estudio bíblico, vamos a ver varios puntos importantes en los que la Biblia se refiere a la presencia de Dios; de esta manera empezaremos a comprender la naturaleza de la presencia de Dios, para disfrutar de todos sus beneficios y el más importante, la seguridad de la vida eterna en Cristo Jesús.

Comencemos entonces a profundizar en este tema…

1. La majestad de la presencia de Dios
 
La palabra majestad es sinónimo de grandeza, superioridad y autoridad sobre otros. Precisamente, la presencia de Dios demuestra abundantemente la grandeza de Dios como un ser infinitamente superior a cualquier otro, y digno de total sumisión, respeto y amor como autoridad máxima en el universo. 

Leamos dos porciones bíblicas que David escribiera al respecto bajo la inspiración del Espíritu Santo:

“Humo subió de su nariz, y de su boca fuego consumidor; carbones fueron por él encendidos, e inclinó los cielos, y descendió; y había tinieblas debajo de sus pies. Y cabalgó sobre un querubín, y voló; voló sobre las alas del viento. Puso tinieblas por su escondedero alrededor de sí; oscuridad de aguas y densas nubes. Por el resplandor de su presencia se encendieron carbones ardientes” (2 Sam. 22:9-13).

“Puso tinieblas por su escondedero, por cortina suya alrededor de sí; oscuridad de aguas, nubes de los cielos. Por el resplandor de su presencia, sus nubes pasaron; granizo y carbones ardientes. Tronó en los cielos Jehová, y el Altísimo dio su voz; granizo y carbones de fuego” (Sal. 18:11-13).

En estos dos pasajes y en su respectivo contexto, apreciamos que David reconoce la intervención divina con un lenguaje poético, describiendo la grandeza de Dios a favor de aquellos que confían en él y viven para agradarle según sus leyes.

Los elementos ilustrativos que acompañan la realidad de la presencia y la manifestación de Dios son: el fuego que sale de la boca de Dios, la visitación de Dios, el fuego que se enciende por el resplandor de su presencia y la voz divina que se oye como un trueno.

Ahora bien, David resalta que por la sola presencia de Dios, los cielos se estremecen y truenan, porque el resplandor de su presencia es indescriptible. ¿Cuán grande es Dios? Es una pregunta imposible de contestar. El escritor bíblico intenta poner en imágenes poéticas lo que percibe de Dios, pero su majestad es inescrutable e insondable.
 
El mismo David, en otro salmo, expone los efectos físicos que produce la presencia de Dios en la naturaleza, cuando así él determina manifestarse: “La tierra tembló; también destilaron los cielos ante la presencia de Dios; aquel Sinaí tembló delante de Dios, del Dios de Israel” (Sal. 68:8). David se refería al suceso glorioso que aconteció cuando Moisés guiaba al pueblo de Israel y llegaron al monte Sinaí. En este monte, Dios mostró un destello de su poder y el monte tembló en gran manera y fue notable para todos (Éx. 19; 20). Con mucha razón, el Sal. 114:7 dice: “A la presencia de Jehová tiembla la tierra, a la presencia del Dios de Jacob”.

Esta manifestación tenía como fin que el pueblo confirmara su compromiso de obedecer a Dios y cumplir con todas las leyes establecidas por él, lo cual los ratificaría como su pueblo sobre todos los pueblos, y serían su especial tesoro, un reino de sacerdotes y gente santa para su gloria en toda la tierra. 
Asombrosamente, el pueblo no entendió el llamado supremo de Dios y subvaloró todas las manifestaciones visibles y físicas de su poder en medio de ellos. Este ciclo se repite siempre y hoy en día: aunque la presencia de Dios se manifieste, es el corazón humano quién determina si obedece a Dios o no.

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