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martes, 27 de enero de 2015

Vivir y permanecer en la presencia de Dios Parte I


Hay una manifestación de la presencia de Dios, en la cual él muestra constantemente su atención, su amor, su gracia y su favor, sobre los que le obedecen, sobre los que le temen, sobre los que le aman… sobre sus hijos. A esta realidad podríamos llamarle: “andar en su presencia” (Gn. 24:40; 48:15). Dios hace una obra maravillosa en la vida de sus hijos, bendiciéndoles, ayudándoles, abriéndoles camino, protegiéndoles, estando presente en sus vidas, día a día. Esta es la presencia favorable de Dios manifestada en la vida del creyente fiel. Sin embargo, él es un Dios de misericordia y puede manifestarse aún cuando le fallemos, porque quiere restaurar, mover al arrepentimiento y a la conversión del corazón. Por otra parte, cuando el corazón rechaza a Dios y desprecia su gracia, y persiste en el mal, complaciéndose en el pecado, la presencia de Dios puede “hacerse a un lado” y permitir situaciones para que haya un trato en el cual el corazón sea movido al arrepentimiento o sencillamente para recibir las consecuencias del pecado y finalmente, el alma perderse debido a la desobediencia al llamado de Dios.

Cuando el corazón no teme a la presencia de Dios, está dispuesto a hacer su propia voluntad y no le importa pasar por encima de lo que Dios dice (leyes, mandamientos y principios espirituales); así sucedió con Faraón y sus siervos en Egipto (Éx. 9:30). Desafortunadamente, el final de aquellos que no respetan la presencia de Dios será el vivir lejos de la presencia de Dios en una condenación eterna, separados de la comunión con Dios y bajo el remordimiento y el tormento de un corazón que siempre recordará las oportunidades que tuvo de hacer la voluntad de Dios y que despreció. Este será el peor castigo que jamás alguien puede recibir.

Por otro lado, aquellos que temen a la presencia de Dios, serán bienaventurados porque siempre vivirán en ella, y gozarán de la paz, el gozo y la plenitud de permanecer eternamente con él.

Por consiguiente, si queremos vivir y permanecer en la presencia de Dios aquí en la tierra y en la eternidad, debemos tener en cuenta los siguientes elementos:

a. Cuando nos disponemos a conocer a Dios y obedecer su voluntad, él nos brinda su presencia para tener descanso en medio de las dificultades de la vida diaria (Éx. 33:14, 15). Así sucedió con Moisés, un hombre que aprendió a darle prioridad a su presencia por encima de todo: “Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”.

b. David dijo: “Ciertamente los justos alabarán tu nombre; los rectos morarán en tu presencia” (Sal. 140:13). La alabanza de los justos y su rectitud están íntimamente ligadas porque son indispensables para morar (vivir y permanecer) en su presencia.

c. El rey Salomón pronunció unas palabras muy sabias: “Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios” (Ecl. 8:12). El temer a la presencia de Dios es una característica de los justos y es la clave de la bendición de Dios; sin embargo, no siempre Dios hará todo lo que le pedimos o queremos… debemos aprender a confiar en su plan y en su soberanía, porque nos dará lo que necesitamos y en su propósito siempre estaremos complacidos, no importando cuál sea la situación. Dios puede permitir que el malo y el impío prosperen temporalmente pero su final será la condenación eterna; igualmente, Dios puede permitir que el justo padezca y él será glorificado en todo. Lo que vale es tener un corazón que teme a Dios, que busca su reino y su justicia, que busca su voluntad y lo demás vendrá por añadidura (Mt. 6:33).

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