Hay una manifestación de la
presencia de Dios, en la cual él muestra constantemente su atención, su amor,
su gracia y su favor, sobre los que le obedecen, sobre los que le temen, sobre
los que le aman… sobre sus hijos. A esta realidad podríamos llamarle: “andar en
su presencia” (Gn. 24:40; 48:15). Dios hace una obra maravillosa en la vida de
sus hijos, bendiciéndoles, ayudándoles, abriéndoles camino, protegiéndoles,
estando presente en sus vidas, día a día. Esta es la presencia favorable de
Dios manifestada en la vida del creyente fiel. Sin embargo, él es un Dios de
misericordia y puede manifestarse aún cuando le fallemos, porque quiere
restaurar, mover al arrepentimiento y a la conversión del corazón. Por otra
parte, cuando el corazón rechaza a Dios y desprecia su gracia, y persiste en el
mal, complaciéndose en el pecado, la presencia de Dios puede “hacerse a un lado”
y permitir situaciones para que haya un trato en el cual el corazón sea movido
al arrepentimiento o sencillamente para recibir las consecuencias del pecado y
finalmente, el alma perderse debido a la desobediencia al llamado de Dios.
Cuando el corazón no teme a la
presencia de Dios, está dispuesto a hacer su propia voluntad y no le importa pasar
por encima de lo que Dios dice (leyes, mandamientos y principios espirituales);
así sucedió con Faraón y sus siervos en Egipto (Éx. 9:30). Desafortunadamente, el
final de aquellos que no respetan la presencia de Dios será el vivir lejos de
la presencia de Dios en una condenación eterna, separados de la comunión con
Dios y bajo el remordimiento y el tormento de un corazón que siempre recordará
las oportunidades que tuvo de hacer la voluntad de Dios y que despreció. Este
será el peor castigo que jamás alguien puede recibir.
Por otro lado, aquellos que temen
a la presencia de Dios, serán bienaventurados porque siempre vivirán en ella, y
gozarán de la paz, el gozo y la plenitud de permanecer eternamente con él.
Por consiguiente, si queremos vivir y permanecer en la presencia de
Dios aquí en la tierra y en la eternidad, debemos tener en cuenta los
siguientes elementos:
a. Cuando nos disponemos a
conocer a Dios y obedecer su voluntad, él nos brinda su presencia para tener
descanso en medio de las dificultades de la vida diaria (Éx. 33:14, 15). Así
sucedió con Moisés, un hombre que aprendió a darle prioridad a su presencia por
encima de todo: “Y él dijo: Mi presencia
irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de
ir conmigo, no nos saques de aquí”.
b. David dijo: “Ciertamente los justos alabarán tu nombre;
los rectos morarán en tu presencia” (Sal. 140:13). La alabanza de los
justos y su rectitud están íntimamente ligadas porque son indispensables para
morar (vivir y permanecer) en su presencia.
c. El rey Salomón pronunció unas
palabras muy sabias: “Aunque el pecador
haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá
bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá
bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por
cuanto no teme delante de la presencia de Dios” (Ecl. 8:12). El temer a la
presencia de Dios es una característica de los justos y es la clave de la
bendición de Dios; sin embargo, no siempre Dios hará todo lo que le pedimos o
queremos… debemos aprender a confiar en su plan y en su soberanía, porque nos
dará lo que necesitamos y en su propósito siempre estaremos complacidos, no
importando cuál sea la situación. Dios puede permitir que el malo y el impío
prosperen temporalmente pero su final será la condenación eterna; igualmente,
Dios puede permitir que el justo padezca y él será glorificado en todo. Lo que
vale es tener un corazón que teme a Dios, que busca su reino y su justicia, que
busca su voluntad y lo demás vendrá por añadidura (Mt. 6:33).
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