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martes, 30 de septiembre de 2014

Beneficios del estudio de la Biblia Parte III



- Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le hace abandonar el pecado. “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Tim. 2:19). Cuanto más se lee la Palabra con el objetivo definido de descubrir lo que agrada y lo que desagrada al Señor, más conoceremos cuál es su voluntad; y si nuestros corazones son rectos respecto a él, más se conformarán nuestros caminos a su voluntad. Habrá un «andar en la verdad» (3 Jn. 1:4). Dios promete ser nuestro Padre (aceptándonos como sus hijos) si andamos a distancia del pecado (2 Cor. 6:14-18). Además, nos guía a limpiarnos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Cor. 7:1).

Jesús dijo a los discípulos: “Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado” (Jn. 15:3). Aquí hay otra regla importante con la cual deberíamos ponernos frecuentemente a prueba nosotros mismos: ¿Produce la lectura y el estudio de la Palabra de Dios en mí una limpieza en mis caminos?

El salmista (Sal. 119:9) hizo esta pregunta a Dios: “¿Con qué limpiará el joven su camino?”, y él mismo dio la respuesta (de parte de Dios) y fue “con guardar tu Palabra”. Sin embargo, no aplica solamente al joven, sino a todo ser humano (sin importar su edad).

No basta solo con leer, creer o aprender de memoria el texto bíblico, sino que debemos hacer una aplicación personal a nuestro camino (nuestra vida, nuestras acciones, nuestras motivaciones, nuestras decisiones… en fin, en todo lo que somos y hacemos)

Por ejemplo, la Biblia dice:
“huid de la fornicación” (1 Cor. 6:18)
“huid de la idolatría” (1 Cor. 10:14)
“huye de estas cosas (hablando del amor al dinero) y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1 Tim. 6:11)
“huye también de las pasiones juveniles” (2 Tim. 2:22)

El cristiano es guiado por Dios a una separación diaria del mal, porque el pecado ha de ser, no solo confesado, sino «abandonado».


- Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le fortalece para vencer la tentación y que pueda evitar el pecado. Las Sagradas Escrituras nos han sido dadas no solo con el propósito de revelarnos nuestra pecaminosidad innata, y las muchas maneras por las que estamos destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3:23), sino también para enseñarnos cómo obtener liberación del pecado a través de la obra de Cristo y cómo evitar el desagradar a Dios.

El salmista dijo: “en mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal.119: 11). En este sentido, lo que se requiere de nosotros es que seamos instruidos por la Palabra de Dios, de tal forma que tengamos la verdad divina como arma para vencer el mal. En Job 22:22 dice: “Recibe la instrucción de su boca y pon sus palabras en tu corazón”. Así pues, los mandamientos de Dios, sus advertencias, sus instrucciones sabias, deben ser nuestro mayor tesoro, y hay que guardarlas en el corazón para no pecar contra Dios; por tanto, debemos aprenderlas de memoria, meditar en ellas, recordarlas continuamente, orar sobre ellas y ponerlas en práctica. La única manera efectiva de tener un jardín libre de hierbas malas y plagas, es trabajar todos los días en quitar lo que sobra, lo que daña, y poner plantas sanas, cuidarlas, abonarlas y alimentarlas. La Biblia dice: “vence con el bien el mal” (Rom. 12:21). Por otro lado, para que la Palabra de Cristo permanezca y se desarrolle en nosotros más abundantemente (Col. 3:16), es necesario que evitemos el contacto con las oportunidades para pecar; de lo contrario, nos veremos inclinados al mal y fracasaremos al pecar contra Dios. Por eso Jesús dijo en la oración modelo del Padre nuestro: “no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (Mt. 6:13). Otra forma de decirlo sería… no nos dejes caer en tentación, mas guárdanos de pecar. Aquí se refleja el deseo de un verdadero discípulo de Cristo: no pecar, obedecer a Dios y ser agradable a él.

No es suficiente el aceptar la veracidad de las Escrituras; se requiere que las asimilemos en el corazón. La Biblia muestra claramente que aquellos que se apartan de Dios y que son engañados por el mal, “no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Ts. 2:10).

Como en la parábola del sembrador, la semilla que permanece en la superficie, pronto es comida por las aves del cielo. Por tanto, esta semilla de la palabra de Dios debemos guardarla en la profundidad del corazón… que del ojo (o del oído) vaya a la mente, y de la mente, al corazón. Solo cuando ella es aceptada y honrada como lo más sublime, entonces permanece y no será reemplazada por razonamientos, pasiones o deseos pecaminosos.

Nada más nos guardará de las infecciones pecaminosas de este mundo, ni nos librará de las tentaciones de Satanás y de los seres humanos, ni será tan efectivo para preservarnos del pecado como la Palabra de Dios, recibida con amor y obediencia de verdad. La Biblia habla del creyente fiel y dice: “La ley de su Dios está en su corazón; por tanto sus pies no resbalarán” (Sal. 37:31).

Cuando José fue tentado por la esposa de Potifar, dijo: “¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gn. 39:9). Los principios de Dios estaban en su corazón; por tanto, tuvo poder para prevalecer sobre el deseo de la carne. Nadie sabe cuándo va a ser tentado… es necesario estar preparado contra ello y la Palabra de Dios será el arma más efectiva para vencer el mal.

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