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domingo, 30 de julio de 2017

La administración de la iglesia local Parte III

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I. La autoridad máxima es Dios

- La autoridad absoluta e indiscutible en la Iglesia, la familia de Dios, pertenece al Padre quien asimismo ha colocado el ejercicio de esta autoridad en las manos de su Hijo, el Señor Jesucristo y ha recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt 28:18); de forma específica ha sido nombrado como Cabeza de la Iglesia con plena autoridad sobre ella (Ef. 1:20-23; 5:23; Col 1:16-18). El Señor Jesucristo ejerce su autoridad en la Iglesia Universal y en las iglesias locales de forma directa, como el que anda en medio de los candeleros que son las iglesias de Dios (Ap. 1:10-20; 2:1). Por tanto, él se comunica directamente con ellas para exhortar, reprender, consolar y expresar su voluntad (Ap. 2-3). Esta autoridad se hace visible también en la Iglesia por medio del Espíritu Santo, aquel que le glorifica y transmite su voluntad mediante las Escrituras y por su obra y manifestación en los creyentes (Jn. 14:26; 15:26; 16:13-15); él tiene la función de comunicar la voluntad divina directamente a las iglesias (Ap. 2:7, 11, 17).
- Cristo es el centro y la Biblia es la guía para toda decisión y determinación (Mt. 28:18-20); por eso, es un deber fundamental de cada iglesia asegurar que la Palabra de Dios tenga su lugar preeminente en la congregación y produzca los efectos positivos correspondientes (Col. 3:16).
- Cristo estableció ministerios para la edificación de su Iglesia y otorgó dones para su desarrollo integral; sin embargo, también concedió dones para presidir (Rom. 12:6-8) y administrar (1 Cor. 12:28) programas, planes y propósitos basados en la perfecta voluntad de Dios. Alguien tiene que presidir pero no todos tenemos los mismos dones; por tanto, los frutos de cada creyente, con sus dones y ministerios, mostrarán quiénes tienen la facultad de presidir y Dios mismo levantará las personas idóneas y útiles en este sentido. Así pues, Cristo da autoridad espiritual a sus servidores de acuerdo a dones y funciones que él mismo les concede, pero él es el Señor y volverá a pedir cuentas (Mr. 13:34-36).

II. ¿Quién debe asumir el liderazgo de la iglesia?

Aunque cada miembro tiene una responsabilidad especial en relación con la vida total de la iglesia, sin embargo, el libro de los Hechos y las Epístolas nos enseñan claramente que Dios ha provisto a la iglesia de hermanos y hermanas con madurez espiritual, criterio y conocimientos bíblicos, en quienes se manifiestan dones ministeriales asociados al liderazgo (pastor, colaborador, coordinador, líder, etc.) que han de ser probados primero en el trabajo, en la paciencia, en la constancia, en la fidelidad, en la santidad, en la fe, en la devoción y en los resultados que demanda su llamado, para luego ser nombrados, reconocidos, ordenados y promovidos de acuerdo al orden estipulado en cada iglesia. Ellos serán reconocidos por la congregación en su justo tiempo. Notemos que Pablo dice: “Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros” (1 Ts. 5:12, 13). En este pasaje hay unos principios espirituales y prácticos que debemos seguir: primero hay que trabajar con integridad, diligencia y amor; luego se obtendrá el liderazgo; después habrá estima y reconocimiento de las personas para el ministerio.

Notemos que el ministerio del maestro, del evangelista, de alabanza y otros, no tienen como función la administración y el gobierno de una comunidad de creyentes porque no implican un liderazgo de una iglesia local; sus funciones pueden cooperar en el trabajo de una iglesia local, en ganar a nuevos creyentes y discipularlos, en posibilitar un ambiente de oración, alabanza y edificación espiritual, en la enseñanza, en la formación ministerial, etc., pero su enfoque no es presidir una congregación. En el caso del ministerio del pastor, como ya lo vimos a la luz de la Escritura, su función primordial es enseñar, cuidar, aconsejar, guiar, liderar y acompañar a los creyentes. Por ende, el llamado a asumir este liderazgo es el pastor (sea un pastor o un equipo de pastores, dependiendo de las necesidades y las características de cada iglesia).

Notemos lo que dice la Biblia al respecto: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (Heb. 13:17).

La Biblia nunca relaciona otro ministerio con las funciones del pastor de una iglesia local; nunca se dice que el evangelista o el maestro (o cualquier otro ministerio) asumen esta tarea. Ahora bien, un evangelista, un maestro u otro ministro del Señor podrían ser usados para comenzar una iglesia y trabajar pero si no tienen un llamado al pastorado, deben orar al Señor para que otra persona con este perfil asuma esta función. Si todavía no hay una persona idónea que se haga cargo, entonces es posible que deba continuar en esta labor y talvez el Señor le guíe a desarrollar un ministerio pastoral por algún tiempo o el Señor confirme este llamado. Lo importante es orar y ser guiados por el Espíritu Santo, pero no debemos asumir un ministerio que no hemos recibido de parte de Dios; cada cual debe reconocer y usar los dones que el Señor le dio. 

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