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sábado, 8 de agosto de 2015

El sostenimiento financiero de la iglesia local Parte XI


- Es muy interesante que la misma Biblia haga la diferencia entre diezmar y ofrendar (Dt. 12:17). En cuanto al N.T., desde Hch. 2 vemos que la iglesia necesitó de financiamiento y los cristianos del primer siglo ofrendaban de una manera muy especial, superando de esta manera la medida del diezmo. En sus ofrendas podemos ver varias características importantes:

Los cristianos del N.T. ofrendaban con generosidad y sacrificio

“Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” (2 Cor. 8:1-3).

Pablo entendió que el dar es un don, un regalo de Dios que les permite a los creyentes compartir con generosidad; en este caso, el destino de esta ofrenda era suplir las necesidades de otros hermanos en la fe que estaban atravesando una crisis financiera.

Notemos que la entrega de los creyentes es primeramente al Señor y luego al servicio de los demás; esa es la diferencia de dar por amor al prójimo en una entrega sincera al Señor. Quien no se siente complacido en dar, no debería hacerlo y sería conveniente que ore a Dios para que guíe su vida para estar convencido y saber en dónde puede ser útil y hacerlo con alegría y con amor.

En general, la Iglesia del N.T. se preocupó por atender a las necesidades de los creyentes con menos recursos y suplió para las necesidades del trabajo que realizaron los apóstoles y los discípulos que el Señor llamó a predicar el evangelio (este punto se ampliará posteriormente). En este sentido, cada cristiano debe ser consciente y responsable con el manejo de sus finanzas para tener la disposición de ofrendar.

“En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas. Y cuando haya llegado, a quienes hubiereis designado por carta, a éstos enviaré para que lleven vuestro donativo a Jerusalén. Y si fuere propio que yo también vaya, irán conmigo” (1 Cor. 16:1-4).

El servicio de dar a los creyentes con generosidad para suplir sus necesidades cuando hay una crisis financiera es una muestra de obediencia al evangelio del amor que Cristo y sus seguidores predican. Esta generosidad es un don que Dios concede a sus hijos.

“Porque la ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios; pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos; asimismo en la oración de ellos por vosotros, a quienes aman a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros. ¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Cor 9:12-15). 

Qué hermoso es ver la superabundante gracia de Dios para suplir lo que se necesita; notemos que esta obra de Dios es llamada superabundante, como diciendo ilimitada e inagotable. Gloria a Dios porque a él no se le agotan los recursos y tiene el poder, la creatividad y la generosidad para poner en cada creyente el deseo de ofrendar y dar para servir a los demás.

Además, Pablo enseñó que para servir a los demás y ayudar a los necesitados debemos entender las sabias palabras del Maestro “Más bienaventurado es dar que recibir”; es decir, cuando damos somos más bendecidos, tenemos mayor satisfacción y alegría, que cuando recibimos. Esto parece contradictorio pero es la verdad divina y necesitamos asimilarla para alcanzar madurez en el Señor.

Notemos la diferencia entre dar con miedo, como una obligación, con un interés personal de ser bendecidos o beneficiados, y dar con alegría, con un sentido del deber y la responsabilidad con Dios y con los demás, sin buscar beneficios personales.

Por eso, el gran Maestro, Jesús, dijo:

“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mt. 7:12).

Ahora veamos las prioridades de Dios:

“Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de él; y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mr. 12:28-33).

Estas palabras le dan completo sentido a la enseñanza bíblica sobre el valor de dar; debe ser el amor a Dios y a los demás el mayor estímulo para dar. Aquí encuentra eco la frase: “Más bienaventurado es dar que recibir”. Cuando damos a los demás, los más felices somos nosotros, así no recibamos una retribución humana, pero ciertamente Dios nos recompensará.

Los cristianos del N.T. ofrendaban para el sostenimiento de los ministerios que Cristo llamó

La iglesia del N.T. dio el sostenimiento a los que estaban trabajando en la Gran Comisión de Cristo que consiste básicamente en predicar el evangelio y hacer discípulos en todo lugar. Así pues, el deber del creyente es apoyar también a quienes predican el evangelio con vocación, llamamiento divino, frutos dignos de un verdadero Cristianismo y sana doctrina, pero si alguien enseña doctrinas contrarias a la Biblia o su vida no refleja un buen testimonio delante de Dios y de los hombres, es mejor orar a Dios y buscar una iglesia cristiana en donde se vea una evidencia de fidelidad a Dios para congregarse, aprender de las Escrituras, servir al Señor y cooperar con un ministerio que ponga en alto el evangelio, alcanzando vidas para Cristo y cumpliendo sus propósitos en la tierra.

“Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al principio de la predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos; pues aun a Tesalónica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades” (Fil. 4:15, 16). 

Pablo describe que al principio de su ministerio de predicación ninguna iglesia en donde él trabajó, enseñando el evangelio, quiso apoyar financieramente su ministerio pero que la iglesia en la ciudad de Filipos sí lo había hecho; fue tanto su cooperación que hasta le enviaron sus ofrendas a la ciudad de Tesalónica, pero en ningún momento Pablo habla de que pidió o exigió diezmos sino que Dios enseñó a los creyentes el principio de dar para el ministerio que él recibió de Cristo. 

“¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor. Contra los que me acusan, esta es mi defensa: ¿Acaso no tenemos derecho de comer y beber? ¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?¿O sólo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar? ¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿Quién planta viña y no come de su fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño?” (1 Cor. 9:1-7). 

Pablo fue llamado por Dios a predicar el evangelio y él entendió que este trabajo demandaba tiempo y esfuerzo, por lo cual el Señor estableció que los creyentes deben aportar con sus finanzas para el sostenimiento del obrero que se dedica a esta tarea a fin de que esa persona pueda cumplir su misión.

Pablo nunca habló de diezmos pero sí habló de la necesidad de apoyar económicamente a los ministerios que Dios levanta.

“¿Digo esto sólo como hombre? ¿No dice esto también la ley? Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros? Pues por nosotros se escribió; porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto. Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? Si otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros? Pero no hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo” (1 Cor. 9:8-12). 

Pablo menciona un principio que está en la Ley de Moisés y que aplica a los que predican el evangelio en el Nuevo Pacto: Dios tiene cuidado de aquellos que llama a la labor de predicar el evangelio y por eso, los creyentes deben apoyarles de forma material. 

“¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio. Pero yo de nada de esto me he aprovechado, ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo; porque prefiero morir, antes que nadie desvanezca esta mi gloria. Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la comisión me ha sido encomendada. ¿Cuál, pues, es mi galardón? Que predicando el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo, para no abusar de mi derecho en el evangelio. Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (1 Cor. 9:13-19). 

Pablo está afirmando claramente que los que anuncian el evangelio deben vivir (deben suplir sus necesidades) del evangelio (con base en esta tarea), pero son los creyentes quienes tienen la responsabilidad de contribuir con esta parte.

Pablo presenta el apoyo económico de los creyentes como un derecho dado por Dios pero él no impone sobre nadie que paguen diezmos sino que aporten de forma voluntaria y según la medida de generosidad de cada uno. Pablo no cobra por predicar el evangelio; él lo hace gratuitamente porque no quiere poner tropiezo a nadie a fin de ganar a mayor número de personas para Cristo.

Aunque hay un derecho que Dios otorga, Pablo no abusa de este derecho; aunque hay una responsabilidad material para los creyentes, Pablo no obliga a nadie; simplemente, Pablo expone los principios de Dios para el sostenimiento de los obreros llamados a predicar el evangelio a fin de contribuir a la Gran Comisión de Cristo.

“Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario” (1 Tim. 5:17, 18). 

“El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye” (Gál. 6:6) 

Dios es el que llama y Dios es el que paga; por tanto, Dios usa a la iglesia para sustentar a quienes se dedican a predicar y enseñar el evangelio. Ellos son dignos de doble honor; ellos merecen consideración, justo reconocimiento y aprecio de parte de los creyentes. Una de las formas en que esto se logra, es cuando cada creyente apoya con sus ofrendas un ministerio y una iglesia local. En este sentido, la Biblia tampoco habla de diezmos o de una medida sino que cada uno da lo que propone en su corazón y el Espíritu Santo se encarga de guiar a cada persona.

Hoy debemos ofrendar para la expansión del reino de Dios y la invitación es que lo hagamos libremente, sin tristeza, sin dudas, sin miedos, sin pensar en que Dios se acordará de nuestras necesidades si ofrendamos… sin amenazas, sin presiones, sin competencias, sin dejarnos manipular por los que engañan y tuercen las Escrituras, sin buscar intereses personales, sin pretender negociar con Dios un milagro, una respuesta a una petición y mucho menos debemos tratar de comprar la salvación con nuestro dinero porque es gratuita.

Si leemos las cartas de Pablo en el N.T., veremos que él aceptó el apoyo financiero que recibió de los creyentes por causa de su ministerio pero nunca impuso una medida o un diezmo para dar porque confiaba en la suficiencia de Dios para satisfacer todas sus necesidades materiales.

“Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios. Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:18, 19).

“Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados. Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch 20:32-35).

Esta es la mentalidad y el corazón de un verdadero predicador que ha sido llamado por Dios y que no es movido por la codicia. Aún Pablo estuvo dispuesto a trabajar con sus propias manos para nunca exigir de nadie dinero y para que Dios le sustentara según su poder ilimitado. 

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