- Es muy
interesante que la misma Biblia haga la diferencia entre diezmar y ofrendar
(Dt. 12:17). En cuanto al N.T., desde Hch. 2 vemos que la iglesia necesitó de
financiamiento y los cristianos del primer siglo ofrendaban de una manera muy
especial, superando de esta manera la medida del diezmo. En sus ofrendas
podemos ver varias características importantes:
Los cristianos del N.T. ofrendaban con generosidad y
sacrificio
“Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de
Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de
tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en
riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado
conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos
ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para
los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron
primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” (2 Cor. 8:1-3).
Pablo entendió
que el dar es un don, un regalo de Dios que les permite a los creyentes
compartir con generosidad; en este caso, el destino de esta ofrenda era suplir
las necesidades de otros hermanos en la fe que estaban atravesando una crisis
financiera.
Notemos que la
entrega de los creyentes es primeramente al Señor y luego al servicio de los
demás; esa es la diferencia de dar por amor al prójimo en una entrega sincera
al Señor. Quien no se siente complacido en dar, no debería hacerlo y sería
conveniente que ore a Dios para que guíe su vida para estar convencido y saber
en dónde puede ser útil y hacerlo con alegría y con amor.
En general, la Iglesia
del N.T. se preocupó por atender a las necesidades de los creyentes con menos
recursos y suplió para las necesidades del trabajo que realizaron los apóstoles
y los discípulos que el Señor llamó a predicar el evangelio (este punto se
ampliará posteriormente). En este sentido, cada cristiano debe ser consciente y
responsable con el manejo de sus finanzas para tener la disposición de
ofrendar.
“En cuanto a la ofrenda para los santos, haced
vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer
día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado,
guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas. Y
cuando haya llegado, a quienes hubiereis designado por carta, a éstos enviaré
para que lleven vuestro donativo a Jerusalén. Y si fuere propio que yo también
vaya, irán conmigo”
(1 Cor. 16:1-4).
El servicio de
dar a los creyentes con generosidad para suplir sus necesidades cuando hay una
crisis financiera es una muestra de obediencia al evangelio del amor que Cristo
y sus seguidores predican. Esta generosidad es un don que Dios concede a sus
hijos.
“Porque la ministración de este servicio no
solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas
acciones de gracias a Dios; pues por la experiencia de esta ministración
glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por
la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos; asimismo en la
oración de ellos por vosotros, a quienes aman a causa de la superabundante
gracia de Dios en vosotros. ¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Cor
9:12-15).
Qué hermoso es
ver la superabundante gracia de Dios para suplir lo que se necesita; notemos
que esta obra de Dios es llamada superabundante, como diciendo ilimitada e
inagotable. Gloria a Dios porque a él no se le agotan los recursos y tiene el
poder, la creatividad y la generosidad para poner en cada creyente el deseo de
ofrendar y dar para servir a los demás.
Además, Pablo
enseñó que para servir a los demás y ayudar a los necesitados debemos entender
las sabias palabras del Maestro “Más
bienaventurado es dar que recibir”; es decir, cuando damos somos más
bendecidos, tenemos mayor satisfacción y alegría, que cuando recibimos. Esto
parece contradictorio pero es la verdad divina y necesitamos asimilarla para
alcanzar madurez en el Señor.
Notemos la
diferencia entre dar con miedo, como una obligación, con un interés personal de
ser bendecidos o beneficiados, y dar con alegría, con un sentido del deber y la
responsabilidad con Dios y con los demás, sin buscar beneficios personales.
Por eso, el gran
Maestro, Jesús, dijo:
“Así que, todas las cosas que queráis que los
hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto
es la ley y los profetas” (Mt. 7:12).
Ahora veamos las
prioridades de Dios:
“Acercándose uno de los escribas, que los había oído
disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el
primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos
es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas
tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios,
y no hay otro fuera de él; y el amarle con todo el corazón, con todo el
entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo
como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mr. 12:28-33).
Estas palabras
le dan completo sentido a la enseñanza bíblica sobre el valor de dar; debe ser
el amor a Dios y a los demás el mayor estímulo para dar. Aquí encuentra eco la
frase: “Más bienaventurado es dar que
recibir”. Cuando damos a los demás, los más felices somos nosotros, así no
recibamos una retribución humana, pero ciertamente Dios nos recompensará.
Los
cristianos del N.T. ofrendaban para el sostenimiento de los ministerios que
Cristo llamó
La iglesia del
N.T. dio el sostenimiento a los que estaban trabajando en la Gran Comisión de
Cristo que consiste básicamente en predicar el evangelio y hacer discípulos en
todo lugar. Así pues, el deber del creyente es apoyar también a quienes
predican el evangelio con vocación, llamamiento divino, frutos dignos de un
verdadero Cristianismo y sana doctrina, pero si alguien enseña doctrinas
contrarias a la Biblia o su vida no refleja un buen testimonio delante de Dios
y de los hombres, es mejor orar a Dios y buscar una iglesia cristiana en donde
se vea una evidencia de fidelidad a Dios para congregarse, aprender de las
Escrituras, servir al Señor y cooperar con un ministerio que ponga en alto el
evangelio, alcanzando vidas para Cristo y cumpliendo sus propósitos en la
tierra.
“Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al
principio de la predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna
iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos; pues
aun a Tesalónica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades” (Fil. 4:15,
16).
Pablo describe
que al principio de su ministerio de predicación ninguna iglesia en donde él
trabajó, enseñando el evangelio, quiso apoyar financieramente su ministerio
pero que la iglesia en la ciudad de Filipos sí lo había hecho; fue tanto su
cooperación que hasta le enviaron sus ofrendas a la ciudad de Tesalónica, pero
en ningún momento Pablo habla de que pidió o exigió diezmos sino que Dios
enseñó a los creyentes el principio de dar para el ministerio que él recibió de
Cristo.
“¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a
Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? Si para otros no
soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado
sois vosotros en el Señor. Contra los que me acusan, esta es mi defensa: ¿Acaso
no tenemos derecho de comer y beber? ¿No tenemos derecho de traer con nosotros
una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del
Señor, y Cefas?¿O sólo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar? ¿Quién
fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿Quién planta viña y no come de su
fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño?” (1 Cor.
9:1-7).
Pablo fue
llamado por Dios a predicar el evangelio y él entendió que este trabajo
demandaba tiempo y esfuerzo, por lo cual el Señor estableció que los creyentes
deben aportar con sus finanzas para el sostenimiento del obrero que se dedica a
esta tarea a fin de que esa persona pueda cumplir su misión.
Pablo nunca
habló de diezmos pero sí habló de la necesidad de apoyar económicamente a los
ministerios que Dios levanta.
“¿Digo esto sólo como hombre? ¿No dice esto también
la ley? Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que
trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros?
Pues por nosotros se escribió; porque con esperanza debe arar el que ara, y el
que trilla, con esperanza de recibir del fruto. Si nosotros sembramos entre
vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? Si
otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros? Pero no
hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún
obstáculo al evangelio de Cristo” (1 Cor. 9:8-12).
Pablo menciona
un principio que está en la Ley de Moisés y que aplica a los que predican el
evangelio en el Nuevo Pacto: Dios tiene cuidado de aquellos que llama a la
labor de predicar el evangelio y por eso, los creyentes deben apoyarles de
forma material.
“¿No sabéis que los que trabajan en las cosas
sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar
participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que
vivan del evangelio. Pero yo de nada de esto me he aprovechado, ni tampoco he
escrito esto para que se haga así conmigo; porque prefiero morir, antes que
nadie desvanezca esta mi gloria. Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué
gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!
Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala
voluntad, la comisión me ha sido encomendada. ¿Cuál, pues, es mi galardón? Que
predicando el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo, para no
abusar de mi derecho en el evangelio. Por lo cual, siendo libre de todos, me he
hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (1 Cor.
9:13-19).
Pablo está
afirmando claramente que los que anuncian el evangelio deben vivir (deben
suplir sus necesidades) del evangelio (con base en esta tarea), pero son los
creyentes quienes tienen la responsabilidad de contribuir con esta parte.
Pablo presenta
el apoyo económico de los creyentes como un derecho dado por Dios pero él no
impone sobre nadie que paguen diezmos sino que aporten de forma voluntaria y
según la medida de generosidad de cada uno. Pablo no cobra por predicar el
evangelio; él lo hace gratuitamente porque no quiere poner tropiezo a nadie a
fin de ganar a mayor número de personas para Cristo.
Aunque hay un
derecho que Dios otorga, Pablo no abusa de este derecho; aunque hay una
responsabilidad material para los creyentes, Pablo no obliga a nadie;
simplemente, Pablo expone los principios de Dios para el sostenimiento de los
obreros llamados a predicar el evangelio a fin de contribuir a la Gran Comisión
de Cristo.
“Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por
dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues
la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero
de su salario”
(1 Tim. 5:17, 18).
“El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de
toda cosa buena al que lo instruye” (Gál. 6:6)
Dios es el que
llama y Dios es el que paga; por tanto, Dios usa a la iglesia para sustentar a
quienes se dedican a predicar y enseñar el evangelio. Ellos son dignos de doble
honor; ellos merecen consideración, justo reconocimiento y aprecio de parte de
los creyentes. Una de las formas en que esto se logra, es cuando cada creyente
apoya con sus ofrendas un ministerio y una iglesia local. En este sentido, la
Biblia tampoco habla de diezmos o de una medida sino que cada uno da lo que
propone en su corazón y el Espíritu Santo se encarga de guiar a cada persona.
Hoy debemos
ofrendar para la expansión del reino de Dios y la invitación es que lo hagamos
libremente, sin tristeza, sin dudas, sin miedos, sin pensar en que Dios se
acordará de nuestras necesidades si ofrendamos… sin amenazas, sin presiones,
sin competencias, sin dejarnos manipular por los que engañan y tuercen las
Escrituras, sin buscar intereses personales, sin pretender negociar con Dios un
milagro, una respuesta a una petición y mucho menos debemos tratar de comprar
la salvación con nuestro dinero porque es gratuita.
Si leemos las
cartas de Pablo en el N.T., veremos que él aceptó el apoyo financiero que
recibió de los creyentes por causa de su ministerio pero nunca impuso una
medida o un diezmo para dar porque confiaba en la suficiencia de Dios para
satisfacer todas sus necesidades materiales.
“Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy
lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante,
sacrificio acepto, agradable a Dios. Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os
falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:18,
19).
“Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la
palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con
todos los santificados. Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes
vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están
conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando
así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús,
que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch 20:32-35).
Esta es la
mentalidad y el corazón de un verdadero predicador que ha sido llamado por Dios
y que no es movido por la codicia. Aún Pablo estuvo dispuesto a trabajar con
sus propias manos para nunca exigir de nadie dinero y para que Dios le
sustentara según su poder ilimitado.
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