q. El ministerio del maestro
En el AT el término maestro
puede referirse a menudo a un artesano, experto en su especialidad (Éx. 36:4; 2
Crón. 2:7) y en el NT implica un instructor. En las sinagogas los maestros eran
frecuentemente escribas o doctores de la ley (Lc. 2:46, 47; Hch. 5:34).
Cinco distintas palabras se
utilizan en el idioma griego para designar al maestro pero son muy similares:
- Didaskalos: significa
maestro (Mt. 8:19; Mr. 4:38; Lc. 2:46; Jn. 1:38; 3:10; Hch. 13:1).
- Rabí: significa mi
maestro (Mt. 23:7, 8; Mr. 9:5; Jn. 1:38).
- Epistata: significa
comandante y maestro (Lc. 5:5; 8:24, 45; Lc. 9:33, 49; 17:13).
- Kathegetes: significa
preceptor (cuidador y educador), guía y maestro (Mt. 23:8, 10).
- Paideutes: significa
guía, maestro e instructor (Rom. 2:20).
En la iglesia primitiva del
primer siglo había pocos libros. La imprenta no se había de inventar hasta mil
cuatrocientos años después. Todos los libros tenían que escribirse a mano, y un
libro del tamaño del NT costaría por lo menos el sueldo de todo un año de un obrero.
Por esta razón, la historia de Jesús se tenía que transmitir de forma oral (con
la voz); el evangelio y el testimonio de Cristo se fue contando oralmente antes
de que se escribiera, y los predicadores y maestros tenían la tremenda
responsabilidad de ser los mensajeros de la historia del evangelio. Era su
función el conocer y el transmitir la historia de la vida de Jesús de forma
genuina y detallada.
Cuando el evangelio salió
de Jerusalén y de Israel, muchas personas que se incorporaban a la Iglesia
procedían directamente del paganismo (porque no eran judíos). No sabían
absolutamente nada del Cristianismo, excepto que Jesucristo había tomado
posesión de sus corazones. Por tanto, estos maestros tenían que exponer la fe
cristiana ante los conversos, explicando sus grandes doctrinas. Es a ellos a
los que debemos el que la fe cristiana se mantuviera pura y no fuera
distorsionada en su transmisión. Obviamente, fue el Espíritu Santo quien guió
todo este proceso y el NT quedó escrito como testimonio humano y divino de la
verdad de Cristo.
Por este motivo, tengamos
cuidado con los falsos maestros porque siempre han existido desde el principio
de la iglesia y existirán hasta el final de los tiempos (Mt. 15:14; 2 Ped.
2:1-3). Si alguien nos enseña la Escritura y tiene interpretaciones personales,
conceptos anti bíblicos y conductas inmorales, entonces debemos discernir y
pedir a Dios dirección para que él nos muestre a quién escuchar porque no todo
el que habla de Dios es de Dios, ni todo el que sabe de la Biblia es un
instrumento idóneo para enseñar a otros.
Cristo es el maestro por
excelencia
- El título de maestro es
usado en referencia a Jesús muchas veces en los evangelios; generalmente, fue
llamado así por sus discípulos pues reconocían su autoridad y liderazgo.
- Cristo tenía autoridad
divina y su respaldo venía del cielo; no era un simple expositor de verdades
textuales; él era la autoridad que daba vida a sus palabras y no dependía de
citar a maestros anteriores como los escribas.
- Enseñó con autoridad, con
conocimiento preciso, con un ejemplo de vida y con seguridad; por eso, había un
poder especial en sus palabras; sus frases calaban profundo en los corazones y
se maravillaban no solo de lo que decía sino de la gracia que había en él (Mr.
1:21-28). La gente pudo comparar a los escribas con Cristo y hubo una enorme
diferencia porque ellos no tenían la profundidad en la Escritura, la claridad
en la verdad divina ni el carácter fiel y santo como Cristo. Además, Cristo
demostró su autoridad sobre los espíritus inmundos al sacarlos fuera; con solo
una palabra echó fuera los demonios y los hechos autenticaron la palabra. Así
pues, como seguidores de Cristo debemos tener autoridad escritural, autoridad
moral y autoridad espiritual en su nombre para ser más como Cristo.
- Jesucristo fue reconocido
como el maestro más prominente (Jn. 3:2). Su objetivo era enseñar la verdad
divina y los principios del reino de Dios sin mezclas, sin adulterar, sin
acomodarse a los oyentes y sin intereses económicos o personales. Generalmente,
Jesús enseñaba desde la barca, en el templo o igual en la hierba verde.
Definitivamente, Cristo fue un regalo del Padre como testigo, jefe y maestro a
las naciones (Is. 55:4).
¿Qué caracteriza a un verdadero maestro llamado por Dios?
Durante muchos siglos hubo
un concepto errado sobre el entendimiento de la Biblia y muchos promovieron el
pensamiento de que la palabra de Dios no puede ser entendida por cualquier
creyente sino que su interpretación es tarea exclusiva de ciertos líderes
espirituales (o de una iglesia en particular). Muchos decían que quien leía la
Biblia se volvía loco y debido a esto, estaba prohibida su lectura y muchos no
la leían por miedo. Obviamente, esta mentalidad es contraria al consejo que la
Biblia misma nos da de leer, meditar, entender, obedecer y enseñar a otros la
verdad divina (Sal. 119). Nadie tiene el derecho o la autoridad de imponer
sobre otros una interpretación personal de la Biblia ni tiene la exclusividad
de enseñar la Biblia como si fuera el dueño de la verdad. Esta actitud ha dado
lugar al florecimiento de sectas y grupos donde se promueven herejías
destructoras.
Gracias a Dios y gracias al
estudio de las Escrituras, su traducción a diversas lenguas, los medios de
comunicación, el internet, etc. hoy contamos con diccionarios bíblicos,
concordancias, comentarios, estudios bíblicos serios y literatura muy variada
para investigar y profundizar en la palabra de Dios. Sin embargo, tengamos
cuidado porque también existen un sinnúmero de libros y estudio bíblicos pésimos
con errores, falacias, engaños y apostasía.
Gracias a Dios, todavía
tenemos en vigencia el ministerio del maestro y Dios sigue llamando hombres y
mujeres que se preparan para enseñar las Escrituras. Todo pastor debería
procurar ser un maestro idóneo en su congregación (Ecl. 12:7); sin embargo, el ministerio
del maestro es específico en la Biblia y no tiene que estar ligado a un
pastorado como algunos pretenden aplicar tomando la frase de Pablo: “pastores y
maestros” (Ef. 4:11). Un creyente llamado por Dios podría desempeñar este
ministerio sin ser pastor.
El ministerio de educación
cristiana es de suma importancia para discipular a los creyentes, no solo en la
fe, sino también en cómo vivir como verdaderos cristianos, con integridad con
esperanza y alegría. La familia de Dios no debe vivir en ignorancia, tanto
espiritual como humana, pues somos hijos del Dios omnisciente que lo sabe todo
y de quien procede todo conocimiento y sabiduría.
Este ministerio debe darse
dentro de la iglesia local y en otros ámbitos a donde Dios nos guíe y nos lleve
a trabajar por la enseñanza bíblica.
A continuación,
consideremos qué características tiene un verdadero maestro conforme a la
palabra de Dios:
- Tiene el don de la
enseñanza (Rom. 12:7).
- Tiene la facilidad para
ser predicador y maestro; por ejemplo, Pablo afirma haber sido constituido como
maestro de los gentiles en fe y en verdad pero también se reconoce como
predicador (1 Tim. 2:7, 2 Tim. 1:11). Predicar es exponer y aplicar las
Escrituras de forma práctica, pero enseñar implica mayor profundidad en las Escrituras
para entender mejor el sentido.
- Tiene la habilidad de
transmitir el conocimiento espiritual a otros y hace que la doctrina sea clara
y funcional.
- Equipa al pueblo de Dios
para que ponga las Escrituras por obra, impartiendo un conocimiento práctico.
- Tiene la gracia, la
unción y la iluminación del Espíritu Santo para exponer de una manera
accesible, fresca y libre la verdad divina.
- Aplica un tema bíblico de
manera edificante y creativa para transformar y restaurar vidas.
- No da lugar a interpretaciones
privadas o personales de las Escrituras, ni asume actitudes desafiantes o de
superioridad, mucho menos para causar divisiones y controversias, porque su fin
es edificar la Iglesia del Señor.
- Promueve el crecimiento y
el desarrollo de los creyentes para que permanezcan en Cristo y que él sea el
Señor en sus vidas. De hecho, la enseñanza es la que forma el carácter de
Cristo en nosotros para que reflejemos al Maestro divino y seamos llamados
cristianos (Hch. 11:26).
- Sirve con humildad y excelencia
junto a otros hermanos en la fe que tienen diversidad de dones; por ejemplo, en
la iglesia de Antioquia hubo maestros y profetas sirviendo juntos; es
importante aclarar que estos profetas tenían el don de profecía, no el
ministerio de profetas (Hch. 13:1). Cuando estudiemos los dones este tema se
ampliará mejor.
- El maestro debe ser
humilde y sencillo porque la tendencia humana es envanecerse cuando se adquiere
algún conocimiento o ser adulado por otros debido al conocimiento que se posee.
En la iglesia debemos reconocer el ministerio del maestro pero no debemos
engrandecer a los hombres ni poner en un pedestal a nadie porque todos somos
iguales ante Dios. Así pues, no debemos pedir que nos llamen maestros (Stg.
3:1) ni los creyentes deben llamar maestros a otros porque Cristo es el Maestro
por excelencia (Mt. 23:6-10); este ministerio de maestro no requiere de títulos
porque sus frutos son evidentes y por sí mismos dan testimonio de quién posee
este ministerio.
- Debe tener un corazón
abierto para aprender siempre de otros, sin importar su educación o su
experiencia; por ejemplo, Apolos fue enseñado y orientado por Priscila y
Aquila, a pesar de que tenía elocuencia y conocimiento de la Ley de Dios (Hch.
18:24-28). Esta instrucción le fue de gran provecho y luego fue de mayor
bendición a otros.
- Cada creyente tiene una
manera particular de ejercer el don de la enseñanza, pues la gracia de Dios es
multiforme pero jamás debemos enseñar lo que esté en contra de una sana
interpretación bíblica y perder de vista que el centro de la enseñanza es la
Biblia.
- Estimula en los oyentes
el amor por las Escrituras para que lean, estudien y practiquen la palabra de
Dios.
- Debe escudriñar y enseñar
las Escrituras; no es tomar varios pasajes paralelos y traer mensajes
novedosos; más bien, implica un equipamiento personal en oración con Dios y con
la Biblia, una preparación sistemática, una responsabilidad y un compromiso con
la verdad divina, una actitud reflexiva y seria, una evaluación consciente y
una convicción firme de enseñar todo lo que esté de acuerdo con la sana
doctrina (Tito 2:1). El verdadero maestro de la Biblia no toma pasajes de la
Biblia por azar para enseñar, sin orientación divina y sin un carácter
espiritual; él toma tiempo para pedir a Dios dirección y se prepara de forma
responsable para servir y enseñar.
- El maestro debe ser una
persona seria, preparada, estudiosa, analítica y entusiasta, con hábitos de
lectura y una devoción ferviente.
- El maestro llamado por
Dios no procura un reconocimiento ni busca impresionar con supuestas
revelaciones de secretos o misterios, sino que es portador de un mensaje claro,
sencillo y entendible de la palabra de Dios.
- Tiene la responsabilidad
de instruir a otros sobre cómo enseñar efectivamente y cómo usar los materiales
educativos que se adquieran o se elaboren para la formación de los creyentes.
Para ello, el educador cristiano tiene que saber muchos métodos de enseñanza,
cómo hablar en público, cómo dar una conferencia, un taller, una charla, una
clase a un grupo (de diferentes edades), cómo facilitar el trabajo de un grupo
pequeño en un tema, cómo contar una historia, cómo enseñar con retroproyector,
pizarrón, el franelógrafo, etc.
- El educador cristiano
puede juntarse con grupos pequeños para estudiar la Biblia en casas.
- Educar a mujeres es de
gran provecho porque puede ser la educación de toda una familia. Las mujeres
también se interesan en muchos temas que permiten tener clases bíblicas, más
estudios sobre el matrimonio y la familia. Se puede hablar sobre la salud
física y emocional de la mujer.
- Una herramienta muy útil
y efectiva para el ministerio del maestro es la letra impresa mediante
folletos, libros, revistas, periódicos y volantes; por otro lado, tenemos el
internet, las redes sociales, las páginas web, etc. Usted debe orar a Dios y
evaluar cuáles son las necesidades de la gente y Dios le dará el entendimiento
para suplirlas.
- Debe examinar,
escudriñar, distinguir y separar la doctrina que edifica de aquella que conduce
al error. Por tanto, investiga el error para verlo a luz de la Escritura y
luego lo expone para guiar a los creyentes en la voluntad de Dios.
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