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sábado, 20 de diciembre de 2014

Cuatro aspectos de la justicia de Dios Parte I


Una diferencia vital entre Dios y el hombre, que la Escritura enfatiza, es que Dios es justo (1 Jn. 1:5). Por el contrario, del hombre se dice: “no hay justo, ni aun uno” (Rom. 3:10).

A pesar de esta realidad, Dios ha provisto la justificación para el creyente en Cristo y él la da de forma gratuita.

“la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Rom. 3:22-24).

Para comprender mejor esta verdad maravillosa, analicemos cuatro aspectos de la justicia que se encuentran en la Biblia:

a. Dios es justo

Esta justicia de Dios es invariable e inmutable. Él es infinitamente justo en su propio ser e infinitamente justo en todos sus caminos.

Dios ofreció a Cristo como un sacrificio vivo y santo; lo que debemos hacer todos nosotros (como pecadores) es recibirle por la fe, creyendo que en él somos perdonados y justificados.  Anteriormente,  en su paciencia,  Dios había pasado por alto los pecados, pero en el tiempo del evangelio ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús (Rom. 3:25, 26).

Dios es justo en su ser. Es imposible que él se desvíe de su propia justicia, ni siquiera como por una sombra de variación (Stg. 1:17). Él no puede mirar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia. Por consiguiente, puesto que todos los hombres son pecadores, tanto por naturaleza como por práctica, el juicio divino ha venido sobre todos ellos para condenación. La aceptación de esta verdad es vital para llegar a un correcto entendimiento del evangelio de la gracia divina.

Dios es justo en sus caminos. Debe también reconocerse que Dios es incapaz de considerar con ligereza o con ánimo superficial, el pecado, o de perdonarlo en un acto de laxitud o debilidad moral. El triunfo del evangelio no radica en que Dios haya tratado con blandura el pecado, sino más bien en el hecho de que todos los juicios que la justicia divina tenía necesariamente que imponer sobre el culpable, el Cordero de Dios los sufrió en nuestro lugar, y que este plan que procede de la mente del mismo Dios es, de acuerdo a las normas de su justicia, suficiente para la salvación de todo el que cree en Cristo. Por medio de este plan, Dios puede demostrar su amor, salvando al pecador sin menoscabo de su justicia inmutable; y el pecador, que en sí mismo está sin ninguna esperanza, puede verse libre de toda condenación (Jn. 3:18; 5:24;1 Cor. 11:32).

No es raro que los hombres definan a Dios como un ser justo, pero donde fallan a menudo es en reconocer que cuando Dios efectúa la salvación del hombre pecador, la justicia de Dios no es ni puede ser disminuida; en otras palabras, él sigue aborreciendo el pecado y por esta razón, el creyente fiel a Cristo también debe mirar y tratar el pecado con desprecio y aborrecimiento, comprendiendo y haciendo la perfecta voluntad de Dios en su vida.

b. La justicia del hombre

Ya hemos confirmado por las Escrituras que solo Dios es justo; ahora consideremos cómo es la justicia del hombre ante los ojos de Dios.

“Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Rom. 10:3, 4).

El hombre siempre ha tenido la tendencia a establecer su propia justicia, desconociendo o rechazando la justicia de Dios, pero el Señor mismo da su veredicto acerca a la justicia del hombre y lo hace a través del profeta Isaías; leamos…

“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Is. 64:6).

El estado pecaminoso del hombre se revela constantemente a través de las Escrituras pero especialmente en Rom. 3:9-18.
- Pablo dice que judíos y gentiles, todos están bajo pecado (v. 9).
- Pablo dice: “no hay justo, ni aun uno” (v. 10).
- Pablo dice: “Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (v. 12).

En esencia, todas estas descripciones se hacen en la Biblia para que “toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (v. 19).

Es verdad que los hombres han establecido normas para la familia, la sociedad y el estado, pero ellas no siempre se basan en la justicia de Dios.

Por otra parte, los hombres que transgreden estas normas son sancionados y otros tantos evaden las consecuencias de ir en contra de la ley humana, pero la sanción divina a quienes transgredan su justicia será inalterable e ineludible porque nadie podrá sobornar a Dios, ni podrá esconderse de él ni podrá escapar de su mano, ni quedará en la impunidad sino que pagará todo lo que hizo mientras estuvo en la tierra.

En conclusión, no hay esperanza alguna fuera de la gracia divina porque nadie puede entrar en la gloria del cielo si no es aceptado por Dios a menos que se refugie en la justicia de Dios en Cristo. Para esta necesidad del hombre, Dios ha hecho una provisión abundante a través de la sangre del Cordero. Sin embargo, en el caso de los que no escucharon el evangelio ni conocieron al Salvador, Dios les juzgará de acuerdo a sus conciencias (Rom. 2:14-16).

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