a. El
significado de la salvación
Cada
creyente nacido de nuevo en Cristo debe tener la capacidad de comprender y
enseñar a otros el tema de la salvación de una forma clara… 1) porque ha tenido
la experiencia de la salvación; 2) porque es el mensaje que Dios ha comisionado
al creyente para proclamar al mundo.
De
acuerdo al amplio significado que se usa en la Escritura, la palabra
“SALVACIÓN” representa la obra completa de Dios por medio de la cual él rescata
al hombre de la maldición y de la ruina del pecado, librándolo de la
condenación eterna; además, le confiere las riquezas de su gracia, dándole la
vida eterna ahora y después de la muerte.
“La salvación es
de Jehová”
(Jon. 2:9); por tanto, en cada aspecto, es una obra de Dios en favor del
hombre, y no es, en ningún sentido, una obra del hombre a favor de Dios.
Esta
obra de Dios ha sido eficaz en todos los tiempos: antes de la Ley, durante la
Ley y en la Gracia que vino con el evangelio de Cristo. Estamos seguros de que,
comenzando con Adán y continuando con Cristo, aquellos individuos que ponen su
confianza en Dios y andan en sus caminos, han sido justificados por su gracia.
Obviamente, la revelación de Jesucristo, su ministerio, su muerte y
resurrección, son la máxima expresión del propósito de Dios para salvar al
hombre.
b. La salvación
como el remedio de Dios para el pecado
Aún
cuando se hacen ciertas distinciones en la doctrina bíblica del pecado, hay dos
hechos universales que deben considerarse en primer lugar:
1.
El pecado es siempre repugnante y abominable ante los ojos de Dios, ya sea que
lo cometa una persona poco instruida o una persona intelectual, una persona
regenerada por el evangelio o una persona no regenerada. Así pues, todo acto de
desobediencia a la voluntad de Dios es invariablemente «pecaminoso» en sí
mismo, porque constituye una ofensa contra la santidad de Dios.
2.
El único remedio para el pecado está en la sangre derramada por Cristo, el Hijo
de Dios. Él es el Cordero inmolado de Dios, sin defecto y santo. Todos los
sacrificios del A.T. apuntaban al Cordero ofrecido por Dios mismo para perdón
de pecados.
Si
la pena del pecado puede ser perdonada es porque hubo otro que, en su carácter
de sustituto, satisfizo todas las demandas que la justicia divina tenía contra
el pecador. En la Ley de Dios para Israel, el pecador no era perdonado sino
hasta que el sacerdote había presentado el sacrificio de un animal para
expiación, el cual anticipaba la muerte de Cristo en la cruz (Lv. 4:20; 26, 31,
35; 5:10, 13, 16, 18; 6:7; 19:22; Núm. 15:25, 26, 28).
En
este sentido, el sacrificio del Hijo de Dios se consumó y su sangre derramada
en el Calvario es la base del perdón para todo pecador (Col. 1:14; Ef. 1:7).
La
muerte de Cristo como nuestro sustituto es infinitamente perfecta en su
eficacia redentora y por lo tanto, el pecador que confía en él no solamente es
perdonado, sino también justificado en Cristo (Rom. 3:24).
Dios
nunca ha tratado el pecado con ligereza y nunca cambiará su actitud frente al
pecado. Sin embargo, el castigo divino por el pecado cayó con todo su rigor
sobre el Cordero de Dios y todo el que ponga su mirada en Cristo, será
justificado en él. No obstante, el creyente debe permitir que el evangelio
transforme su vida para ser más como Jesús; además, debe aborrecer el pecado,
no complacerse en el mal y no practicar lo que Dios rechaza; de lo contrario,
no habrá una evidencia de que realmente ha conocido la verdadera libertad que
Cristo da.
Notemos
que la Biblia nos manda a morir al pecado y a vivir para la justicia; éste fue
el propósito esencial de la muerte de Cristo (1 Ped. 2:24). Cristo murió para
llevarnos a Dios pero si seguimos practicando el pecado, habrá una barrera y
una ruptura en la comunión con Dios que nos alejará de su voluntad, y no
podremos agradar a Dios y mucho menos entrar al cielo en esa condición (1 Ped.
3:18).
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