e. El único
camino de victoria
Se
han sugerido varias enseñanzas que pretenden señalar el camino por el cual el
cristiano puede liberarse del poder del pecado.
1.
Se ha dicho que el cristiano será impulsado a vivir para la gloria de Dios si
observa suficientes reglas de conducta. Este principio humano está condenado al
fracaso porque hace que la victoria dependa de la misma carne de la cual se
busca la liberación pero la Biblia muestra que si estamos bajo la gracia, el
pecado no se enseñoreará de nosotros (Rom. 6:14).
2.
Se ha afirmado muchas veces que el cristiano debe buscar la erradicación de la
vieja naturaleza, para así quedar permanentemente libre del poder del pecado,
pero esta teoría tiene sus objeciones:
a)
No hay base bíblica para la enseñanza de que la naturaleza adámica (que está
inclinada de forma natural al pecado) pueda erradicarse.
b)
La vieja naturaleza es una parte de la carne, y es claro que ella debe tratarse
en la misma forma en que Dios trata a la carne. La carne es uno de los tres
enemigos del cristiano: el mundo, la carne y el diablo. Dios no erradica al
mundo ni a la carne ni al diablo porque es necesario que estén activos para
probar a todos los moradores de la tierra y para formar el carácter del
creyente fiel; además, Dios mismo provee la victoria sobre estos enemigos por
medio del Espíritu Santo (Gál. 5:16; Rom. 8:1, 2), porque él está con nosotros
(1 Jn. 4:4) y por la fe que recibimos de él (1 Jn. 4:4).
c)
Ninguna experiencia humana actual confirma la teoría de la erradicación, y si
esta teoría fuera verdadera, los padres cristianos fieles al Señor engendrarían
hijos no inclinados al pecado.
d)
Cuando se acepta la teoría de la erradicación, no habría necesidad del
ministerio del Espíritu que mora en cada hijo de Dios. Por el contrario, los
cristianos más espirituales son advertidos de la necesidad de andar en el
Espíritu, rindiéndose a la voluntad de Dios, impidiendo que el pecado reine en
sus cuerpos mortales, renunciando a las obras de la carne y permaneciendo en el
Señor.
3.
Algunos cristianos suponen que, aparte del Espíritu y simplemente por el hecho
de que ya son salvos, podrán vivir para la gloria de Dios.
En
Rom. 7:15-25 el apóstol Pablo testifica de su propia experiencia con esta
teoría:
-
Pablo entiende que hay una inclinación natural hacia el pecado en su vida (Rom.
7:15).
-
Pablo reconoce el pecado mora en él (v. 16, 20).
-
Pablo especifica que en su carne no mora el bien (v. 18).
-
Pablo dice: “el querer el bien está en
mí, pero no el hacerlo” (v. 18). En otras palabras, hay una intención de
hacer el bien pero no hay una capacidad natural para cumplir con la voluntad
perfecta de Dios, debido al pecado que existe en la naturaleza caída que todos
tenemos.
-
Pablo encontró una ley en la carne (una inclinación natural) y lo describió
diciendo: “el mal está en mí” (v.
21).
-
Pablo habla de la ley de la mente (la conciencia y la esencia de la ley de
Dios) y dice: “según el hombre interior,
me deleito en la ley de Dios” (v. 22).
-
Pablo dice: “veo otra ley en mis
miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la
ley del pecado que está en mis miembros” (v. 23).
-
Pablo dice: “Miserable de mí ¿Quién me
librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor
nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la
carne a la ley del pecado” (v. 24, 25). En Cristo tenemos el perdón y la
victoria sobre el poder del pecado, ya que él murió por nuestros pecados y nos
ha dado su Espíritu para vencer.
Notemos
que después de haber expuesto la naturaleza caída y algunas de sus
características, Pablo habla de la necesidad de estar en comunión con Cristo y
con el Espíritu Santo para obtener la victoria sobre el pecado (Rom. 8:1-4).
-
No hay condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (v. 1).
-
“La ley del Espíritu de vida en Cristo
Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (v. 2).
-
La ley señalaba y juzgaba el pecado; ella no podía librarnos del dominio del
pecado ni cambiar el corazón humano. No obstante, Dios envió a Cristo en
semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, y condenó al pecado en la
carne para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (v. 3, 4). Cristo condenó
(venció) al pecado en la carne (al morir en la cruz); en otras palabras, condenó al pecado a perder su dominio sobre
los hombres. Por esta obra maravillosa y contundente nosotros tenemos la
libertad y la victoria sobre el poder del pecado. Por tanto, no debemos andar
en la carne porque en ella fue condenado el pecado, sino que debemos andar
conforme al Espíritu (de acuerdo a su poder y a su palabra).
En
síntesis, podemos concluir lo siguiente:
a)
Pablo procuraba hacer lo mejor pero era siempre derrotado por una ley que aún
estaba presente en sus miembros, rebelándose contra la ley de su mente (Rom.
7:23).
b)
Su estado era espiritualmente miserable (Rom. 7:24).
c)
Pablo era salvo y comprendió que lo que le dio la libertad fue la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús, y no sus propias obras (Rom. 8:2).
d)
La completa voluntad de Dios se cumple en el creyente, pero nunca por el
creyente (Rom. 8:4).
El
problema del pecado concierne a la santidad de Dios y la liberación del poder
del pecado puede venir solamente por medio de Jesucristo. El Espíritu Santo no
podría ejercer dominio sobre una naturaleza caída que todavía no estuviese
juzgada, pero en Rom. 6:1-10 se afirma que la naturaleza caída del creyente fue
ya juzgada al ser crucificada, muerta y sepultada con Cristo, lo que hizo
posible para el Espíritu darnos la victoria a los creyentes.
Debido
a esta provisión de la gracia de Dios, el creyente puede caminar en el poder de
un nuevo principio de vida que consiste en depender solamente del Espíritu,
reconociéndose a sí mismo muerto en verdad al pecado (Rom. 6:4, 11). Por lo
tanto, la liberación del poder del pecado es por medio de Cristo y por el
Espíritu.
f. Victoria por
el Espíritu Santo
Como
se ha dicho en los puntos anteriores, un creyente puede ser liberado del poder
del pecado por el Espíritu Santo (Gál. 5:16). La salvación del poder del
pecado, al igual que la salvación de la pena del pecado, es de Dios y, desde un
punto de vista humano, depende de una actitud de fe, así como la salvación de
la pena del pecado depende de un acto de fe. El que ha sido justificado vivirá
por fe y la fe consiste en depender del poder de Dios; por ende, la persona
justificada siempre dependerá del Espíritu y nunca debe perder este principio
de victoria… de lo contrario, experimentará el fracaso en su vida espiritual.
Existen
tres razones para una vida de dependencia del Espíritu:
1.
Bajo las enseñanzas de la gracia, el creyente se encuentra ante una norma de
vida que humanamente sería imposible alcanzar; sin embargo, el creyente salvo es:
-
Un ciudadano de los cielos (Fil. 3:20).
-
Un miembro del cuerpo de Cristo (Ef. 5:30).
-
Un miembro de la familia de Dios (Ef. 2:19).
Así
pues, él es llamado a vivir de acuerdo a su elevada posición espiritual y este
modo de vida es diferente al sistema del mundo y a la inclinación natural de la
carne (Jn. 13:34; 2 Cor. 10:5; Ef. 4:1-3, 30; 1 Ts. 5:16, 17; 1 Ped. 2:9).
Por
este motivo, el hijo de Dios debe depender completamente del Espíritu que mora
en su corazón.
2.
El creyente salvo se enfrenta a Satanás, el príncipe de este mundo. A causa de
esto, debe fortalecerse en el Señor y en el poder de su fuerza (Ef. 6:10-12; 1
Jn. 4:4; Jud. 1:9).
3.
El creyente salvo posee la vieja naturaleza, la cual le es incapaz de controlar
por sí mismo.
La
Escritura revela que no solamente Dios nos salva de la culpa del pecado, sino
que también nos libera del poder del pecado.
Finalmente,
cuando el cristiano se encuentre en el cielo, será liberado de la presencia del
pecado.
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