c. La justicia
imputada de Dios
Como
se ha expuesto en estudios anteriores, hay unos principios por los cuales Dios
condena al pecador no arrepentido ni convertido y unos principios por los
cuales Dios salva al creyente fiel en Cristo, el cual es un pecador
arrepentido, convertido y nacido de nuevo por la Palabra de Dios.
Notemos
los siguientes planteamientos:
1.
Después del pecado de Adán, vino el pecado de toda la raza humana, por cuanto
todos pecaron (Rom. 3:23). Este concepto se conoce como la imputación del
pecado de Adán a toda la humanidad, porque todos los hombres (hijos de Adán)
son considerados pecadores delante de Dios (y son responsables de pecado ya que
tienen conciencia del bien y del mal y escogen el mal).
-
No solo el pecado se transfirió a todos los hombres sino también las
consecuencias por el pecado (especialmente la muerte).
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo
por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron” (Rom. 5:12).
“No obstante,
reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera
de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Rom. 5:14).
“por la
transgresión de aquel uno murieron los muchos” (Rom. 5:15).
“porque
ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación” (Rom. 5:16).
“por la
transgresión de uno solo reinó la muerte” (Rom. 5:17).
“por la
transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres” (Rom. 5:18).
“por la
desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores” (Rom. 5:19).
“la ley se
introdujo para que el pecado abundase” (Rom. 5:20).
“el pecado reinó
para muerte”
(Rom. 5:21).
2.
A pesar de la condición caída de toda la raza humana, en Cristo hay una
esperanza de salvación para el pecador, porque el pecado del hombre fue
imputado a Cristo cuando él se entregó como ofrenda por el pecado del mundo. En
otras palabras, todos nuestros pecados fueron puestos sobre Cristo al morir en
la cruz… él cargó con nuestra maldad y con nuestro castigo al morir en nuestro
lugar (Is. 53:5, 6).
“…si uno murió
por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya
no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:14,
15).
“Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21).
“Pero vemos a
aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria
y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de
Dios gustase la muerte por todos” (Heb. 2:9).
“Y él es la
propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino
también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2).
“si por la transgresión
de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia
y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo” (Rom. 5:15).
“el don vino a
causa de muchas transgresiones para justificación” (Rom. 5:16).
“si por la transgresión
de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo,
Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la
justicia”
(Rom. 5:17).
“por la justicia
de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Rom. 5:18).
“por la
obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5:19).
“…cuando el
pecado abundó, sobreabundó la gracia para que así como el pecado reinó para
muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante
Jesucristo, Señor nuestro” (Rom. 5:20, 21).
Así
como el pecado de Adán es imputado a todos los hombres, (y todos cometen pecado),
también la justicia de Dios es imputada a todos los que creen en Cristo, para
que ellos puedan permanecer delante de Dios en la gracia de Cristo. Por causa
de esta provisión se puede decir de todos los que son salvos en Cristo que
ellos son hechos justicia de Dios en él (2 Cor. 5:21).
“Mas por él
estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría,
justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que
se gloría, gloríese en el Señor” (1 Cor. 1:30, 31).
Esta
justicia fue testificada por la ley y por los profetas, y se manifestó en
Cristo (Rom. 3:21).
Esta
justicia es de Dios y no del hombre y según lo afirma la Escritura, ella existe
aparte de toda obra u observancia de algún precepto. Así pues, es obvio que
esta justicia imputada no es algo que el hombre pueda lograr por sí mismo.
Los
resultados de esta imputación se ven en que la justicia de Dios es imputada al
creyente sobre la base de que el creyente está en Cristo por medio del Espíritu
Santo. A través de esa unión vital con Cristo por el Espíritu, el creyente
queda unido a Cristo como un miembro de su cuerpo (1 Cor. 12:13), o como un
pámpano (rama) a la Vid verdadera (Jn. 15:1-5)
Por
causa de la realidad de esta unión, Dios ve al creyente como una parte viviente
de su propio Hijo. Por lo tanto, él ama al creyente como ama a su propio Hijo
(Ef. 1:6).
Los
creyentes genuinos y fieles al Señor pueden ofrecer sacrificios espirituales
aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Ped. 2:5).
Ellos
están completos en él y perfeccionados en él para siempre, pero su deber es
permanecer en él (Heb. 10:10, 14).
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