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jueves, 4 de diciembre de 2014

La salvación de la pena del pecado Parte II

 

c. El pecado antes de la cruz y después de la cruz

1. En el A.T. y antes de la cruz, el método divino de tratar con el pecado fue la expiación. La palabra «expiación» significa sencillamente «cubrir». Así pues, la sangre del sacrificio indicaba, de parte del que lo ofrecía, su reconocimiento de la justa pena de muerte impuesta sobre el pecador; y de parte de Dios, era una anticipación de la sangre eficaz que Cristo derramaría en la cruz. Por el hecho de simbolizar la sangre derramada de Cristo, la sangre de la expiación servía para cubrir el pecado como en un pacto de promesa hasta el día cuando Cristo viniera a tratar en forma definitiva con el pecado del mundo. Sin embargo, la sangre de los sacrificios de animales solo podía cubrir el pecado, mas no tenía la facultad de limpiar o quitar el pecado (Heb. 10:4). Este sacrificio sustituía al pecador porque el animal moría en su lugar, llevando su pecado (Lv. 1:4).

En el N.T. se habla de «remisión» que significa «pasar por alto» (Rom. 3:25); en relación con este significado, se declara que Cristo demostró en su muerte que Dios había sido justo en pasar por alto los pecados cometidos antes de la cruz y por los cuales la sangre de los sacrificios se había vertido. Dios había prometido enviar al Cordero que sería capaz de quitar el pecado del mundo (Jn. 1:29), y con base en esta gran promesa había perdonado el pecado antes de la cruz.

Dios ofreció a Cristo como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; por consiguiente, por medio de la muerte de Cristo quedó plenamente demostrado que Dios ha sido justo en todo lo que él ha prometido.

“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hch. 17:30).

2. En el N.T. se declara cuál ha sido el método divino de tratar con el pecado después de la cruz y es la obra de Cristo.

“con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom. 3:26).

La sangre de Cristo ha sido derramada, y ahora lo único que se demanda de toda persona, sin tomar en cuenta cual sea su grado de culpabilidad, es que crea en Cristo y en su obra perfecta para salvar a los pecadores.

La gracia de Dios se manifiesta en lo siguiente: los justos juicios de Dios que pesan sobre cada pecador, Cristo los llevó completamente en la cruz, a fin de que Dios sea reconocido como justo y como aquel que justifica al que es de la fe de Jesús.

La expiación significa pasar por alto y cubrir el pecado, pero cuando Cristo trató con el pecado en la cruz, él no solamente lo pasó por alto o lo cubrió, sino que tiene la capacidad de quitar el pecado del mundo (Jn. 1:29; 1 Jn. 3:5) porque su sacrificio fue perfecto e infinitamente eficaz para todos los seres humanos.

Cristo no cometió pecado alguno, ni tampoco lo aprobó (antes bien, lo reprochó todo el tiempo en su vida y en sus enseñanzas); de igual forma, él no trató el pecado parcialmente en la cruz sino que trajo la única solución al pecado del hombre: la verdadera reconciliación con Dios.

El gran problema existente entre Dios y el hombre, es el pecado. Lamentablemente, el hombre ha tratado de solucionarlo por sí mismo: creando religiones y dogmas, buscando un cambio a su manera, pidiendo perdón a Dios (sin tener en cuenta a Cristo), justificando sus acciones, alcanzando bienes materiales, logrando avances humanos, etc. Todo esto ha sido un fracaso.

En la cruz quedó demostrado que el Creador tenía que ayudar al hombre a encontrar el camino de regreso a la justicia de Dios, porque el hombre, por sí mismo, no puede encontrar a Dios ni puede cambiarse a sí mismo porque siempre termina embarrándola.

d. Los tres tiempos de la salvación

1. El tiempo pasado de la salvación: los que creyeron en Cristo y perseveraron en el camino de Dios, antes de nosotros, recibieron la salvación.

- Los discípulos de Jesús creyeron en él y recibieron vida eterna (Jn. 5:24; 10:27-29).
- Cuando Pablo habló de los que se salvan, mencionó a los creyentes fieles y se incluyó a sí mismo (1 Cor. 1:18; 2 Cor. 2:15).

2. El tiempo presente de la salvación: los que creemos en Cristo hoy y vivimos el evangelio de verdad, tenemos la salvación de Dios.

- Fuimos escogidos desde el principio para salvación (2 Ts. 2:13).
- Vivimos según la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús y somos libres de la ley del pecado y de la muerte (Rom. 8:1, 2).
- Somos transformados de gloria en gloria (2 Cor. 3:18).
- Vivimos para Dios y estamos juntamente crucificados con Cristo (Gál. 2:19, 20).
- Estamos bajo la gracia (Rom. 6:14).
- Estamos ocupados en nuestra salvación (Fil. 2:12).

3. El tiempo futuro de la salvación: los que creemos en Cristo aguardamos las promesas de Dios para la eternidad; por tanto, debemos perseverar en la voluntad de Dios y así disfrutar de la salvación.

- Dios ya conoce quiénes serán salvos (Rom. 8:29).
- La consumación de la salvación se acerca (Rom. 13:11).
- La salvación también será manifestada en el tiempo postrero (1 Ped. 1:5); en otras palabras, aunque ya somos salvos, todavía esperamos el momento para estar con Dios por toda la eternidad. En este sentido, el poder de Dios nos guarda por la fe para que podamos ser fieles a Cristo hasta el final.
- Aunque ya somos hijos de Dios, todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es (1 Jn. 3:2).

- Dios comenzó la buena obra en nosotros y la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil. 1:6).

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