Hemos visto cómo el gozo de
la presencia de Dios se manifiesta de forma muy especial en aquellos que le
buscan, le aman y hacen su voluntad; pero ahora analicemos lo que sucede cuando
el corazón es duro y quiere hacer su propia voluntad, inclinándose hacia el
pecado. Cuando esto ocurre, la presencia de Dios se puede manifestar para
juzgar a quienes persisten en el mal.
Como Dios es omnipresente y
su presencia está en todos lados, él también se deja ver en donde está el mal
y en donde está el pecador, pero ¿cuál es la respuesta de Dios que es justo y
santo, ante el pecado?
Recordemos lo que sucedió
cuando el primer pecado fue cometido en el mundo por Adán y Eva: “Y oyeron la
voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y
su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del
huerto” (Gn. 3:8). Aquí vemos que Dios habló y su presencia se manifestó en el
huerto de Edén, pero Adán y Eva se escondían de ella. Sin embargo, en vez de
reconocer su pecado, ellos trataron de justificarlo echándole la culpa a otros.
Entonces, la sentencia de Dios vino sobre ellos, porque fueron echados del Edén
y experimentaron una separación de Dios y luego la muerte física.
Aquí se ve los efectos que
produce el pecado ante la presencia de Dios cuando no se reconoce ni se busca
una conversión genuina: se huye de una relación personal con Dios, se justifica
la maldad, hay una separación de Dios y finalmente, se recibe juicio y muerte.
Cuando se hace lo malo y
cuando no hay un corazón sincero para reconocerlo y volverse a Dios, entonces
viene una experiencia muy amarga para el creyente: salir de la presencia de
Dios.
Hemos visto que el pecado
nos separa de la presencia de Dios y si practicamos el pecado de forma
consciente y reiterativa esto nos lleva a perder la gracia de Dios y estaríamos
evidenciando que Dios no gobierna en nosotros; nos lleva también a ser llamados
hijos de desobediencia (Ef. 2:1-3) o hijos del diablo (Jn. 8:42-47), perdiendo
la herencia del Padre Celestial.
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