- La paga del pecado es muerte y
Dios es justo y pagará a cada quien según sus obras, y todos hemos pecado de
una o de otra manera (el que niegue esta realidad se engaña a sí mismo); por
ende, todos somos merecedores del justo juicio de Dios. Nuestra única esperanza
es Jesucristo, que en la cruz cargó con el pecado y la sentencia de muerte de todos
nosotros; fue él quien pagó el precio y fue él quien recibió la justicia y la
ira de Dios, aunque él no merecía ser tratado como un pecador; por esta obra
preciosa, el mérito y la justicia de Jesús es imputada a nosotros y nuestro
pecado y culpa fueron imputados a Cristo, siendo justificados gratuitamente por
medio de la fe en él (Rom. 3:21-28). De igual forma, en Cristo tenemos un
abogado que nos defiende pero solo si confesamos nuestros pecados, y nos
arrepentimos, porque él nos perdona y nos ayuda a convertirnos de corazón (1
Jn. 2:1).
- No obstante, si persistimos en
el mal, la Biblia dice: “Porque tú no
eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti” (Sal.
5:4). En otras palabras, el que no confiesa sus pecados ni se aparta de ellos
será excluido de la presencia del Señor para siempre (2 Ts. 1:6-9).
También Job dijo: “Y él mismo será mi salvación, porque no
entrará en su presencia el impío” (Job 13:16).
Si el malo y el impío no pueden
entrar en la habitación de la presencia eterna de Dios, ¿en dónde aparecerán? (1
Ped. 4:18). La Palabra de Dios tiene la respuesta porque serán juzgados por
todas sus obras en el juicio final ante la presencia de Dios y la sentencia
será: “Y el que no se halló inscrito en
el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap. 20:15).
Dios es tan celoso del pecado que
la Biblia dice: “Muy limpio eres de ojos
para ver el mal, ni puedes ver el agravio…” (Hab. 1:13). Por tanto,
aquellos que se complacieron en el mal y no en Dios, no podrán habitar con él.
La razón de esto es que la santidad de Dios es perfecta y cubre todas sus
virtudes: amor, misericordia, justicia, sabiduría, etc. Por tanto, él estará
eternamente separado del mal y de aquellos que lo practicaron y que no tuvieron
un corazón arrepentido y sincero para volverse de su mal camino. Mientras que
aquellos que hicieron lo malo pero se volvieron a Dios mientras estaban en la
tierra, con toda honestidad y trasparencia para convertirse de su maldad, él
les perdonó y los justificó a través de Cristo y de su sangre.
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