- Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando
la Palabra le hace abandonar el pecado. “Apártese
de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Tim. 2:19).
Cuanto más se lee la Palabra con el objetivo definido de descubrir lo que
agrada y lo que desagrada al Señor, más conoceremos cuál es su voluntad; y si
nuestros corazones son rectos respecto a él, más se conformarán nuestros
caminos a su voluntad. Habrá un «andar en la verdad» (3 Jn. 1:4). Dios promete
ser nuestro Padre (aceptándonos como sus hijos) si andamos a distancia del
pecado (2 Cor. 6:14-18). Además, nos guía a limpiarnos de toda contaminación de
carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Cor.
7:1).
Jesús dijo a los
discípulos: “Vosotros estáis ya limpios
por la palabra que os he hablado” (Jn. 15:3). Aquí hay otra regla
importante con la cual deberíamos ponernos frecuentemente a prueba nosotros
mismos: ¿Produce la lectura y el estudio de la Palabra de Dios en mí una
limpieza en mis caminos?
El salmista
(Sal. 119:9) hizo esta pregunta a Dios: “¿Con
qué limpiará el joven su camino?”, y él mismo dio la respuesta (de parte de
Dios) y fue “con guardar tu Palabra”.
Sin embargo, no aplica solamente al joven, sino a todo ser humano (sin importar
su edad).
No basta solo
con leer, creer o aprender de memoria el texto bíblico, sino que debemos hacer
una aplicación personal a nuestro camino (nuestra vida, nuestras acciones,
nuestras motivaciones, nuestras decisiones… en fin, en todo lo que somos y
hacemos)
Por ejemplo, la
Biblia dice:
“huid de la fornicación” (1 Cor. 6:18)
“huid de la idolatría” (1 Cor. 10:14)
“huye de estas cosas (hablando del
amor al dinero) y sigue la justicia, la
piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1 Tim. 6:11)
“huye también de las pasiones juveniles” (2 Tim. 2:22)
El cristiano es
guiado por Dios a una separación diaria del mal, porque el pecado ha de ser, no
solo confesado, sino «abandonado».
- Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando
la Palabra le fortalece para vencer la tentación y que pueda evitar el pecado. Las Sagradas
Escrituras nos han sido dadas no solo con el propósito de revelarnos nuestra
pecaminosidad innata, y las muchas maneras por las que estamos destituidos de
la gloria de Dios (Rom. 3:23), sino también para enseñarnos cómo obtener
liberación del pecado a través de la obra de Cristo y cómo evitar el desagradar
a Dios.
El salmista
dijo: “en mi corazón he guardado tus
dichos, para no pecar contra ti” (Sal.119: 11). En este sentido, lo que se
requiere de nosotros es que seamos instruidos por la Palabra de Dios, de tal
forma que tengamos la verdad divina como arma para vencer el mal. En Job 22:22
dice: “Recibe la instrucción de su boca y
pon sus palabras en tu corazón”. Así pues, los mandamientos de Dios, sus
advertencias, sus instrucciones sabias, deben ser nuestro mayor tesoro, y hay
que guardarlas en el corazón para no pecar contra Dios; por tanto, debemos
aprenderlas de memoria, meditar en ellas, recordarlas continuamente, orar sobre
ellas y ponerlas en práctica. La única manera efectiva de tener un jardín libre
de hierbas malas y plagas, es trabajar todos los días en quitar lo que sobra,
lo que daña, y poner plantas sanas, cuidarlas, abonarlas y alimentarlas. La
Biblia dice: “vence con el bien el mal”
(Rom. 12:21). Por otro lado, para que la Palabra de Cristo permanezca y se
desarrolle en nosotros más abundantemente (Col. 3:16), es necesario que
evitemos el contacto con las oportunidades para pecar; de lo contrario, nos
veremos inclinados al mal y fracasaremos al pecar contra Dios. Por eso Jesús
dijo en la oración modelo del Padre nuestro: “no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (Mt. 6:13). Otra
forma de decirlo sería… no nos dejes caer en tentación, mas guárdanos de pecar.
Aquí se refleja el deseo de un verdadero discípulo de Cristo: no pecar,
obedecer a Dios y ser agradable a él.
No es suficiente
el aceptar la veracidad de las Escrituras; se requiere que las asimilemos en el
corazón. La Biblia muestra claramente que aquellos que se apartan de Dios y que
son engañados por el mal, “no recibieron
el amor de la verdad para ser salvos” (2 Ts. 2:10).
Como en la
parábola del sembrador, la semilla que permanece en la superficie, pronto es
comida por las aves del cielo. Por tanto, esta semilla de la palabra de Dios
debemos guardarla en la profundidad del corazón… que del ojo (o del oído) vaya
a la mente, y de la mente, al corazón. Solo cuando ella es aceptada y honrada
como lo más sublime, entonces permanece y no será reemplazada por
razonamientos, pasiones o deseos pecaminosos.
Nada más nos
guardará de las infecciones pecaminosas de este mundo, ni nos librará de las
tentaciones de Satanás y de los seres humanos, ni será tan efectivo para
preservarnos del pecado como la Palabra de Dios, recibida con amor y obediencia
de verdad. La Biblia habla del creyente fiel y dice: “La ley de su Dios está en su corazón; por tanto sus pies no
resbalarán” (Sal. 37:31).
Cuando José fue
tentado por la esposa de Potifar, dijo: “¿cómo,
pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gn. 39:9). Los
principios de Dios estaban en su corazón; por tanto, tuvo poder para prevalecer
sobre el deseo de la carne. Nadie sabe cuándo va a ser tentado… es necesario
estar preparado contra ello y la Palabra de Dios será el arma más efectiva para
vencer el mal.