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domingo, 14 de septiembre de 2014

El contenido de la Biblia Parte VII


Marcos pone de relieve la realidad humana de Jesús, pero destaca al mismo tiempo su misteriosa trascendencia. Llevándonos de pregunta en pregunta, de respuesta en respuesta, de revelación en revelación, nos conduce en forma progresiva de la humanidad de Cristo a su divinidad, haciéndonos descubrir en «el carpintero, hijo de María» (6:3), al Mesías Hijo de David (8:29) y al Hijo de Dios (15:39).

En un relato más extenso que el de Marcos, Mateo presenta a Jesús (hijo de Abraham e hijo de David - 1:1) como el Mesías que lleva a su cumplimiento todas las esperanzas de Israel y las sobrepasa a todas. Apoyándose constantemente en las profecías del A.T., muestra cómo Jesús las realiza plenamente, pero de una manera que el pueblo judío de su tiempo ni siquiera alcanzó a sospechar: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta” (1:22; 2:17; 4:14; 8:17; 26:56).

Lucas destaca, sobre todo, la misión de Jesucristo como Salvador universal (2:29-32). Es el evangelio proclamado por el ángel de Belén: “Les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: hoy les ha nacido en el pueblo de David un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (2:10, 11). En las parábolas de la misericordia divina, Lucas anota que la alegría de la salvación no solo resuena en la tierra, sino que regocija también al cielo y a los ángeles (15:7,10); la vuelta del hijo pródigo a la casa de su padre se festeja con júbilo (15:22-24), y el gozo del perdón y de la salvación llega también a la casa de Zaqueo, que recibió a Jesús con alegría (19:6).

Se le ha llamado al Evangelio de Juan “evangelio espiritual”, debido a la profundidad con que ha sabido penetrar en el misterio de Cristo. Jesús es la Luz del mundo, el Pan de vida, el Camino, la Verdad y la Vida, la Resurrección y la Vid verdadera. Él es la Palabra eterna del Padre, que existía desde el principio y que se hizo “carne” (es decir, hombre en el pleno sentido de la palabra) y “habitó entre nosotros” (Jn. 1:14). Él es la manifestación suprema del amor de Dios, que no vino a condenar sino a salvar. Pero también exige de sus seguidores una decisión fundamental: permanecer en sus palabras de vida eterna (6:67, 68).

Además de las cartas paulinas, el N.T. incluye otras cartas apostólicas, que llevan los nombres de Santiago, Pedro, Juan y Judas, el hermano de Santiago. En su mayor parte, estas cartas no se dirigen a personas o a comunidades particulares, sino a grupos más amplios (1 Ped. 1:1). En ellas se reflejan las dificultades que debieron afrontar los primeros cristianos en medio de la hostilidad de los gentiles. Debemos agregar aquí la Epístola a los Hebreos, considerada más como un sermón de exhortación que invita a los cristianos a permanecer fieles en la fe de Jesucristo, en medio de una situación adversa.

Por último, el libro del Apocalipsis (palabra griega que significa Revelación) anuncia el triunfo final del Señor y menciona un evento glorioso que tendrá lugar en el cielo: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (Ap. 19:7). Por eso, el Apocalipsis proclama con júbilo: “Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero” (Ap. 19:9).

Con esta bienaventuranza llega a su término el libro del Apocalipsis, cuyas palabras finales son un canto nupcial:

“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap. 22:17).

“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).

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