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martes, 23 de septiembre de 2014

Beneficios del estudio de la Biblia Parte II


En este orden de ideas, veamos a continuación algunos de los beneficios que obtiene el creyente de un estudio serio y sincero de la Palabra de Dios:

- Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Biblia le hace sentir triste por su pecado. Del oyente como el terreno pedregoso se nos dice que “oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (Mt. 13:20, 21); pero de aquellos que fueron convencidos de pecado bajo la predicación de Pedro se nos dice que “se compungieron de corazón” (Hch. 2:37). Por otra parte, es una realidad en el día de hoy que muchos escuchan un mensaje bonito y elocuente que exhibe la habilidad intelectual del predicador, pero que, en general, contiene poco material aplicable a escudriñar la conciencia (para convencer de pecado y llevar el corazón al arrepentimiento y luego a una conversión genuina). Se recibe con aprobación este tipo de mensaje, pero la conciencia no es humillada delante de Dios o llevada a una comunión más íntima con él por medio del mensaje. Pero cuando un fiel mensajero de Dios (que no está procurando adquirir reputación por su «brillantez») hace que la enseñanza de la Escritura revele el carácter y la conducta, expone los tristes fallos del hombre. Muchos oyentes desprecian al que da el mensaje, pero el que es verdaderamente regenerado estará agradecido por el mensaje que le hace gemir delante de Dios y exclamar: «Miserable de mí». Lo mismo ocurre en la lectura personal de la Palabra. Cuando el Espíritu Santo la aplica de tal manera que me hace ver y sentir la corrupción interna, es cuando soy realmente bendecido. Pero cuando se lee la Biblia de forma liviana y superficial, o buscando simplemente lo intelectual, sin un corazón sensible para obedecer a Dios, allí no hay crecimiento espiritual, y desafortunadamente el ser humano se desvía del camino santo de Dios y se endurece más.

¡Qué palabras se hallan en Jeremías 31:19!: “Porque después que me aparté tuve arrepentimiento, y después que reconocí mi falta, herí mi muslo; me avergoncé y me confundí, porque llevé la afrenta de mi juventud” ¿Tienes alguna idea, querido lector, de una experiencia semejante? ¿Te produce el estudio de la Palabra un arrepentimiento así y te conduce a humillarte delante de Dios? ¿Te redarguye de pecado de tal manera que eres llevado a un arrepentimiento diario delante de él? El cordero pascual tenía que ser comido con «hierbas amargas» (Éx. 12:8); y del mismo modo, a los que nos alimentamos de la Palabra, el Espíritu Santo nos la hace «amarga», aunque también hay dulzura cuando somos nutridos con ella. Nótese este principio divino en Ap. 10:9: “Y fui al ángel, diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel”

- Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le conduce a la confesión de pecado. Las Escrituras son beneficiosas por «corregir» (2 Tim. 3:16), y un alma sincera reconocerá sus faltas, pero “todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Jn. 3:20).

«Dios, sé propicio a mi pecador» es el grito de un corazón sensible a Dios, y cada vez que somos reprendidos por la Palabra debemos ser sinceros para confesar nuestros pecados ante Dios. “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Pr. 28:13). No puede haber prosperidad o fruto espiritual (Sal. 1:3), mientras escondemos en nuestro pecho nuestros secretos culpables; solo cuando son admitidos de forma honesta, clara y verbal ante Dios, y nos apartamos del mal, podemos alcanzar misericordia.

No hay verdadera paz para la conciencia y no hay descanso para el corazón cuando enterramos en él la carga de un pecado no confesado. El alivio llega cuando abrimos nuestro corazón a Dios. Notemos bien la experiencia de David: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos, en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano” (Sal. 32:4). Luego, el mismo David expresa cómo logró vencer su orgullo para acercarse a Dios de forma sincera y responsable: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Sal. 32:5).

- Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra produce en él un profundo aborrecimiento al pecado. “Los que amáis a Jehová, aborreced el mal; él guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra” (Sal. 97:10).

“No podemos amar a Dios sin aborrecer aquello que él aborrece. No solo debemos aborrecer el mal y rehusar continuar en él, sino que debemos tomar armas contra él, y adoptar ante él una actitud de sana indignación” (C. H. Spurgeon).

Una de las pruebas más seguras a aplicar a la supuesta conversión es la actitud del corazón respecto al pecado. Cuando el principio de la santidad ha sido bien implantado, habrá necesariamente un odio a todo lo que sea impuro. Si nuestro odio al mal es genuino, estamos agradecidos cuando la Palabra corrige incluso el mal que no habíamos sospechado.

Esta fue la experiencia del salmista: “De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira” (Sal. 119:104). “Por eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo camino de mentira” (Sal. 119:128). Pero lo que hace el hombre no espiritual, es completamente opuesto: “Pues tú aborreces la corrección y echas a tu espalda mis palabras” (Sal. 50:17). En Pr. 8:13, leemos: “El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco” y este temor procede de leer, estudiar, entender y obedecer la Palabra de Dios. En este sentido, Dios ordenó que cuando hubiese rey sobre Israel, éste debía tener un copia de la Ley de Dios, a fin de leerla todos los días de su vida para que aprendiera a temer a Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, y para ponerlos por obra (Dt. 17:18, 19). 

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