Hemos venido desarrollando
una presentación general sobre la historia del pueblo de Israel desde el libro
de Génesis hasta Josué. El libro de los Jueces, que viene a continuación, nos
dará una imagen un poco más matizada de este período histórico.
Jueces. Después de la muerte de
Josué sobrevino para las tribus de Israel una etapa difícil y fue la época de
los jueces.
Es importante notar que
estos «jueces» no eran simples magistrados que administraban justicia, sino
«caudillos» (o, como suele decirse, «líderes carismáticos») que el Señor fue
suscitando en los momentos de crisis para liberar a su pueblo de la opresión.
Cuando una o varias tribus israelitas se veían amenazadas por un ataque
enemigo, estos caudillos (llenos del Espíritu del Señor) se levantaron para
combatir a los enemigos de su pueblo (Jue. 3:10; 11:29).
Las amenazas provenían de
los pueblos vecinos de Israel. Poco después de la entrada de los israelitas en
Canaán, tuvo lugar, a su vez, el asentamiento de los filisteos en la costa sur
de Palestina (hacia el año 1175 a.C.). Estos se organizaron en cinco ciudades (la
famosa Pentápolis filistea: Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza y Gat), y por su
poderío militar y su monopolio del hierro, constituyeron un peligro constante
para los israelitas. La hostilidad de los filisteos, sumada a la que provenía
de los nativos del país (los cananeos) y de los pueblos vecinos (madianitas,
moabitas, amonitas, entre otros), llegó algunas veces a poner en peligro la
existencia misma de las tribus hebreas.
Cuando se producía una de
estas crisis, el Señor suscitaba un «juez» o caudillo, que obtenía para su
pueblo una victoria resonante. Estos jueces actuaron en distintos lugares y en diferentes
épocas, y cada uno en su estilo particular. Gedeón, por ejemplo, reunió varias
tribus para ir al combate; Sansón, en cambio, fue un hombre de fuerza
extraordinaria, que más de una vez puso en aprietos a los filisteos. Además, la
misión de los jueces era personal y temporal: una vez pasado el peligro, ellos
solían volver a sus ocupaciones ordinarias.
El Cántico de Débora (Jue.
5) muestra muy bien cómo se encontraba el pueblo de Israel durante el período
de los jueces. El poema celebra la victoria de una coalición de tribus hebreas
contra los cananeos, en la llanura de Jezreel. Según Jue. 5:14-17, seis de las
tribus respondieron a la convocatoria hecha por Débora: Efraín, Benjamín,
Maquir (Manasés), Zabulón, Isacar y Neftalí. En cambio, otras cuatro tribus (Rubén,
Galaad o Gad, Dan y Aser) son recriminadas severamente por no haber socorrido a
sus hermanos. Las tribus del sur (Judá, Simeón y Leví) ni siquiera se
mencionan, sin duda porque una especie de barrera geográfica las separaba de
las otras tribus. Uno de los principales enclaves que se interponían entre el
norte y el sur era la fortaleza de Jerusalén, que aún estaba en poder de los
jebuseos (Jos. 15:63; Jue. 19:10-12).
El libro de los Jueces
pronuncia un juicio severo sobre la situación religiosa de Israel en aquel
período. Los israelitas pasaban por un proceso de sedentarización y de cambio a
nuevas formas de vida. Y la asimilación de algunas costumbres cananeas
(relacionadas, sobre todo, con el ejercicio de la agricultura) introdujo
prácticas religiosas contrarias al auténtico culto de Jehová. Estas prácticas estaban relacionadas con Baal, el dios
cananeo de la fecundidad. De este dios se esperaba que diera fertilidad a la
tierra, buenas cosechas de granos y abundancia de vino y aceite.
También es severo el
pronunciamiento que se hace sobre la falta de unidad y de organización política
entre los grupos hebreos: “En estos días
no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue. 17:6;
18:1; 19:1; 21:25).
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