Hay
muchas personas que se acercan a leer y estudiar la Biblia, pero lo hacen con
una actitud incorrecta. La palabra de Dios tiene un carácter espiritual y así
debe ser tratada.
Lamentablemente,
muchos carecen de seriedad y compromiso de obedecer a Dios, y solo toman la
Biblia para adquirir un conocimiento intelectual, lo cual no trae ningún
beneficio para el corazón. Cuando el ser humano emprende el estudio de las
Escrituras (y lo hace con frecuencia) con el mismo entusiasmo y placer con que
podría estudiar las ciencias o cualquier otra literatura, se desvía del
verdadero propósito que es conocer a Dios y obedecer sus mandamientos.
Ahora
bien, se puede incrementar el conocimiento intelectual pero el orgullo, el
razonamiento natural (no espiritual) y la justificación propia también
aumentan, distorsionando la fe.
Como
el químico ocupado en hacer experimentos interesantes, el intelectual que
escudriña la Palabra se entusiasma cuando hace algún descubrimiento en ella;
pero, el gozo de este último no es más espiritual de lo que sería el del
químico y sus experimentos. Repitámoslo; del mismo modo que los éxitos del
químico, generalmente, aumentan su sentimiento de importancia propia y hacen
que mire con cierto desdén a otros más ignorantes que él, por desgracia, ocurre
esto también con los que han investigado cronología bíblica, tipos, profecía y
otros temas semejantes.
La
Palabra de Dios puede ser estudiada por muchos motivos. Algunos la leen para
satisfacer su orgullo literario. En algunos círculos ha llegado a ser
respetable y popular el obtener un conocimiento general del contenido de la
Biblia simplemente porque se considera como un defecto en la educación el ser
ignorante de la misma. Algunos la leen para satisfacer su sentimiento de
curiosidad, como podrían leer otro libro de texto. Otros la leen para
satisfacer su orgullo sectario. Consideran que es un deber el estar bien
versados en las doctrinas particulares de su propia denominación y por ello
buscan asiduamente textos base en apoyo de «sus doctrinas». Aún otros la leen
con el propósito de poder discutir con éxito con aquellos que difieren de
ellos. Pero, en todos estos casos no hay ningún pensamiento serio sobre Dios,
no hay anhelo de edificación espiritual, no hay una vida de testimonio y
ejemplo, no hay frutos dignos de un verdadero arrepentimiento y por tanto, no
hay beneficio real para el alma. Antes bien, las personas que proceden de esta
manera encuentran cada vez más “excusas” (sin fundamento) para no obedecer a
Dios y a su palabra.
¿En
qué consiste pues el beneficiarse verdaderamente de la Palabra? 2 Timoteo 3:16,
17 nos da una respuesta clara a esta pregunta. Leemos allí: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y
útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a
fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra”.
Obsérvese
lo que aquí se omite: la Santa Escritura nos es dada, no para la gratificación
intelectual o la especulación carnal, sino para prepararnos para «toda buena
obra», y para enseñarnos, corregirnos e instruirnos. Vamos a ampliar este punto
con la ayuda de otros pasajes:
Un
individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le redarguye o
convence de pecado. Esta es su primera misión: revelar nuestra corrupción,
exponer nuestra bajeza, hacer notoria nuestra maldad. La vida moral de un
hombre puede ser irreprochable, sus tratos con los demás impecables, pero
cuando el Espíritu Santo aplica la Palabra a su corazón y a su conciencia,
abriendo sus ojos cegados por el pecado para ver su relación y actitud hacia
Dios, exclama como el profeta Isaías: “Ay
de mí, que soy muerto… hombre inmundo” (Is. 6:5). Por ende, toda persona
verdaderamente iluminada por la Biblia es llevada a comprender su necesidad de
Cristo. “Los que están sanos no tienen
necesidad de médico, sino los enfermos” (Lc. 5:31). Sin embargo no es hasta
que el Espíritu aplica la Palabra con poder divino que el individuo comprende y
siente que está enfermo, y enfermo de muerte por el pecado.
Esta
convicción le hace comprender cada más mejor la depravación del pecado
inherente a su corazón y a la naturaleza humana en general.
Así
pues, cada vez que nos acercamos a Dios mediante su Palabra, nos hace sentir
cuán lejos estamos de Dios, cuán cortos nos quedamos del standard que ha sido
puesto delante de nosotros.
La
Biblia dice: «Sed santos en toda vuestra manera de vivir» (1 Ped. 1:15). Por
consiguiente, cuando leo las historias de los fracasos humanos para agradar a
Dios que se encuentran en las Escrituras, me hace comprender que yo soy como
uno de ellos. Cuando leo sobre la vida perfecta de Cristo, me hace reconocer
que soy infinitamente diferente de él y que no puedo agradar al Padre en la
forma que él lo hizo.
Sin
embargo, puedo acercarme a Cristo para recibir su perdón, su gracia y su amor
para hacer la voluntad de Dios.
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