Visitas por países (actualizando)

Flag Counter

Bienvenida

Agradecemos su visita

Este blog ha sido creado para brindar un espacio donde queremos compartir el mensaje de la Palabra de Dios mediante diversas herramientas: texto, audio, video, entre otras.

La Iglesia Cristiana Sión tiene como misión el predicar el evangelio a toda criatura y en todas las naciones. Además, la tarea es hacer discípulos auténticos que sigan a Cristo y reflejen su carácter.

Le invitamos a participar con sus comentarios y opiniones

Mayor informes:

Barrio Robledo Parque - Medellín, Colombia

Alejandro Ocampo -2646825 - 3122958775

Barrio El Playón - Medellín, Colombia

Juan Carlos Sánchez -4619040 - 3136619531

sábado, 29 de noviembre de 2014

La depravación del hombre Parte II


b. Adán después de la caída

Cuando Adán y Eva pecaron, perdieron su estado de inocencia y pureza en el cual ambos habían sido creados; debido a esto, vinieron consecuencias trágicas para ellos y para todos sus descendientes por cuanto todos pecaron y siguieron el mal; miremos a continuación:

1. El hombre cayó bajo el dominio de la muerte espiritual y física. Dios había dicho: “porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17) y esta divina sentencia se cumplió. Adán y Eva sufrieron inmediatamente la muerte espiritual, que significa separación de Dios (de su comunión). Posteriormente, a su debido tiempo, sufrieron también el castigo de la muerte física (Gn. 5:5), que significa separación del alma y el cuerpo.

Nota: El juicio de Dios también cayó sobre Satanás, y la serpiente fue condenada a arrastrarse en el suelo (Gn. 3:14). La lucha entre Dios y Satanás se describe en Gn. 3:15 (en relación con la raza humana). Dios dice: “y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Esto se refiere al conflicto entre Cristo y Satanás, en el cual Cristo moriría en la cruz, pero no podría ser retenido por la muerte, como se anticipó en la expresión “tú le herirás en el calcañar”. Por otra parte, la última derrota de Satanás está indicada en el hecho de que la simiente de la mujer le heriría en la cabeza; esto nos habla de propinarle una herida mortal y permanente. La simiente de la mujer se refiere a Jesucristo, quien en su muerte y resurrección venció a Satanás para siempre, para restaurar a todos los pecadores arrepentidos que creyeran en él y siguieran el camino de la salvación.

2. Un juicio especial también cayó sobre Eva, la cual experimentaría dolor al dar a luz sus hijos y se debería de someter a su esposo (Gn. 3:16). Tengamos presente el hecho de que la muerte física llegaría para todos los seres humanos y entonces sería necesario que se produjeran múltiples nacimientos para poblar la tierra.

3. Dios maldijo la tierra y a Adán le fue asignada la dura labor de trabajarla para obtener la comida necesaria para su continua existencia; sin embargo, la tierra produciría espinos y cardos (Gn. 3:17-19). En este sentido, la misma creación sería afectada por el pecado del hombre (Rom. 8:22).

Adán y Eva, después de la caída, fueron conducidos fuera del huerto y comenzaron a experimentar el dolor y la lucha que han caracterizado a la raza humana desde entonces.

Más adelante la Escritura indica cómo los efectos del pecado serán parcialmente aliviados en el tiempo del milenio, cuando Cristo reine sobre la tierra por mil años (Ap. 20:1-4).

c. El efecto de la caída de Adán sobre todo el género humano

El efecto inmediato del pecado sobre Adán y Eva fue que éstos murieron espiritualmente (fueron separados de la comunión con Dios) y llegaron a estar sujetos a la muerte física en el futuro inmediato. Su naturaleza humana se depravó y esto lo vemos en toda la historia, porque todos los seres humanos se inclinaron y se inclinan al mal. Cada persona es responsable de sus actos y no hay hombre que no peque (Ecl. 7:20); “Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Ecl. 7:29); por tanto, toda la raza humana ha experimentado la esclavitud del pecado, y está separada (destituida) de la comunión y de la gloria de Dios (Rom. 3:23).

El género humano está corrompido y su naturaleza está viciada por el pecado; no hay nada que podamos hacer para corregir nuestra naturaleza; ni las religiones ni las filosofías ni la educación ni los avances científicos ni la tecnología ni todos los esfuerzos humanos podrán transformar el corazón del hombre que es engañoso y perverso (Jer. 17:9, 10).

A pesar de que los hombres sostengan, como generalmente lo hacen, que ellos no son responsables del pecado de Adán, la Biblia y la realidad confirman que todos somos pecadores porque todos hemos desobedecido los mandamientos de Dios.

La caída de los hombres no se efectúa cuando cometen su primer pecado; ellos han nacido ya en pecado, como criaturas caídas, procedentes de Adán. Los hombres no se convierten en pecadores por medio de la práctica del pecado, sino que ellos pecan debido a que por naturaleza son pecadores y obviamente son responsables y culpables de su pecado porque tienen conciencia del bien y del mal. Ningún niño necesita que se le enseñe a pecar, pero cada niño tiene que ser instruido para realizar el bien.

La caída de Adán pesa sobre toda la Humanidad pero es evidente que hay una provisión divina de salvación para los infantes (en su inocencia) y para todos aquellos que no tienen responsabilidad moral (por una condición mental especial). Jesús dijo que de los niños es el reino de los cielos (Mt. 19:14).

Ahora bien, en la Biblia encontramos 3 verdades fundamentales con respecto al pecado de la raza humana:

1. El pecado de Adán y de su posteridad:

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Rom. 5:12-14).

2. El pecado del hombre es llevado por Cristo.

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21).

3. La justicia de Dios es dada a los que creen en Cristo.

“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia” (Rom. 3:21, 22).

Es obvio que se efectuó un traspaso de carácter judicial del pecado del hombre a Cristo, quien llevó sobre su cuerpo en el madero el pecado del género humano.

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:5, 6).

“… He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).

“quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Ped. 2:24).

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Ped. 3:18).

De igual manera, hay un traspaso de carácter judicial de la justicia de Dios al creyente, puesto que no podía haber otro fundamento de justificación o aceptación delante de Dios. Esta imputación pertenece a la nueva relación espiritual que el creyente disfruta con Dios en la esfera de una nueva vida en Cristo porque estamos unidos a él y caminamos con él, haciendo su voluntad.

“Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Cor. 6:17).

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).

Si de verdad estamos vitalmente relacionados con Cristo como un miembro de su cuerpo, cada virtud de Cristo es comunicada a los que han llegado a ser una parte orgánica de él. El creyente que está en Cristo, participa de todo lo que Cristo es y su vida no puede ser igual: las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas (2 Cor. 5:17). Si el creyente no tiene un nuevo nacimiento y practica el pecado de forma deliberada, no hay evidencia de la salvación de Cristo en su vida.

“porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Ef. 5:30).

“El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:4-6).

Todo hombre es pecador y está muerto a los efectos de Dios (separado de él); si no viene a Cristo, el juicio de Dios vendrá sobre él por cuanto ha transgredido su ley… pero si acepta a Cristo, cree en su obra de salvación y permite que el Espíritu Santo regenere su vida, entonces es justificado en Cristo y tiene vida eterna. Estas son las buenas noticias que trae el evangelio.

Pero mientras el hombre ignore la obra de Cristo y persista en sus pecados, las consecuencias vendrán sobre él:

- Seguirá muerto espiritualmente porque está separado de la comunión con Dios (Ef. 2:1; 4:18, 19).

- Después de la muerte física quedará eternamente separado de la gloria de Dios en un lugar de condenación (Ap. 2:11; 20:6, 14; 21:8). La primera muerte es la muerte física y la segunda muerte es la condenación eterna.

viernes, 28 de noviembre de 2014

La depravación del hombre Parte I


El problema de cómo el pecado entró en el universo es un asunto en el cual cada sistema religioso e ideológico encuentra obstáculos. Sin embargo, solamente la Biblia provee una explicación razonable y verdadera. En ella encontramos que el pecado comenzó en la rebelión de Lucifer (o Luzbel) y de una tercera parte de los ángeles que no guardaron su dignidad (Ap. 12:3, 4; Jud. 1:6), lo cual ocurrió en el cielo, antes de que el hombre fuera creado en la tierra. El capítulo 3 del libro de Génesis registra la rebelión de Adán y Eva, y posteriormente, evidenciamos una inclinación general de la raza humana hacia el mal.

La caída del hombre en pecado puede considerarse desde tres aspectos: A) Adán antes de la caída, B) Adán después de la caída, y C) el efecto de la caída de Adán sobre la raza humana.

a. Adán antes de la caída

En palabras sencillas, la Biblia relata la historia del primer hombre y de la primera mujer que le fue dada por compañera. Estos dos seres fueron unidos como «una sola carne», y esto es lo que constituye la verdadera unidad. Aunque tanto el hombre como la mujer pecaron y cayeron de la gracia de Dios, la Biblia se refiere a este fracaso mutuo como a la caída del hombre (género humano).

No es posible hacer cálculos en cuanto a la extensión del período durante el cual Adán y Eva permanecieron en su condición original, en inocencia, sin pecado, sin enfermedad y sin muerte; no obstante, es innegable que fue un tiempo suficiente como para que pudieran entender los mandatos que Dios estableció, para observar con cuidado y darle nombre a las criaturas vivientes y experimentar la comunión con Dios.

Al igual que todas las obras de Dios, el hombre fue creado «bueno en gran manera» (Gn. 1:31); esto significa que él era agradable al Creador. En este primer periodo, Adán y Eva eran santos, fieles y obedientes a Dios.

El ser humano, dado que fue hecho a la imagen de Dios, tenía una personalidad completa y la capacidad moral de tomar decisiones. En contraste con Dios, quien no puede pecar, tanto los hombres como los ángeles podían pecar porque tenían la capacidad de elegir debido a la libertad de acción que Dios les otorgó.

Notemos que Luzbel pecó, y tras él pecaron otros ángeles (Is. 14:12-14; Ez. 28:15); ellos pecaron antes que Adán y Eva; por ende, el hombre no originó el pecado en el universo pero sí en la tierra en donde fue creado; él se convirtió en un pecador debido a la influencia satánica pero lo hizo por su propia voluntad, no por fuerza (Gn. 3:1-7).

De acuerdo al relato de Génesis, Satanás apareció en la forma de una serpiente. Como lo registra la Biblia, Dios había dado a Adán y Eva una ley en forma de prohibición: ellos no deberían comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Dios dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16, 17).

Este mandato (relativamente simple) era una prueba para evidenciar si Adán y Eva obedecerían a Dios.

En su conversación con Eva, Satanás distorsionó el mandato divino y dijo: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gn. 3:1). Lo que quiso dar a entender era que Dios estaba escondiendo algo que era bueno y que él estaba siendo muy severo y egoísta en su prohibición. Eva le contestó a la serpiente: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer;  pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (Gn. 3:2, 3). Notemos que Eva distorsionó también el mandato de Dios, añadiendo algo que Dios no dijo: “ni le tocaréis” y quitándole fuerza al mandato de Dios cuando omitió la palabra “ciertamente”.

En su respuesta, Eva siguió el juego de Satanás y modificó de forma consciente el mandato divino. Lamentablemente, esta tendencia a minimizar la bondad de Dios y a distorsionar su exigencia, sigue haciendo daño todos los días en la raza humana.

Satanás inmediatamente usó la omisión de la palabra “ciertamente” en cuanto al castigo y le dijo a la mujer: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:4, 5).

En su conversación con la mujer, Satanás se revela como el engañador; él desafía directamente la seguridad del castigo y niega así abiertamente la Palabra de Dios. La insinuación de que comiendo del fruto, sus ojos serían abiertos al conocimiento del bien y del mal, era una verdad a medias, porque Satanás no mostró que cuando tuvieran este conocimiento (por la experiencia del pecado, por la práctica de la desobediencia) quedarían expuestos a una condición de rebelión en contra de Dios y ya no tendrían la capacidad de hacer el bien sino que su inclinación sería al mal (al igual que él y los ángeles caídos). Cuando se habla del bien, se refiere a la obediencia a Dios y cuando se habla del mal, se refiere a la desobediencia a Dios.

Haciendo un paréntesis… si somos honestos, nadie en este mundo ha tenido ni tendrá la capacidad de obedecer a Dios de forma plena, porque fallamos en 1 o en muchos puntos (ésta es nuestra condición caída como raza humana y posteriormente se ampliará este tema). El único hombre que ha pisado este planeta y que obedeció a Dios de verdad se llama Jesucristo.

De acuerdo a Gn. 3:6, la caída de Adán y Eva en el pecado está registrada así: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”. Notemos aquí el modelo frecuente de la tentación en tres aspectos indicados en 1 Jn. 2:16: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”.

El hecho de que la mujer viera (en una percepción errada) que el fruto “era bueno para comer”, provino de los deseos de la carne; el hecho de que lo percibiera como algo “agradable a los ojos”, provino de los deseos de los ojos y el hecho de que el fruto del árbol “era codiciable para alcanzar la sabiduría”, provino de la vanagloria de la vida. Un relato similar de tentación lo encontramos en la tentación de Satanás hacia Cristo (Mt. 4:1-11). Sin embargo, Cristo venció toda tentación y no dio lugar a los deseos de la carne ni a los deseos de los ojos ni a la vanagloria de la vida.

Eva fue engañada al tomar del fruto, y Adán siguió su ejemplo de desobediencia, aunque él no fue engañado por la serpiente, como Eva (1 Tim. 2:14). En ambos casos, ellos fallaron y pecaron contra Dios, siendo los dos culpables y por esta razón, fueron castigados con justicia por el Creador.

jueves, 27 de noviembre de 2014

¿Quién es Dios? Parte V


c. Su carácter

Dios es personal. Cuando decimos esto afirmamos que Dios es racional, que tiene conciencia de sí mismo, que se autodetermina, que es un agente moral inteligente. Como mente suprema es el origen de toda la racionalidad en el universo. Así como las criaturas racionales creadas por Dios poseen carácter propio e independiente, Dios posee un carácter trascendente e inmanente.

El A.T. nos revela un Dios personal en función de su propia autorrevelación y de las relaciones entre sus criaturas y él, y el N.T. muestra claramente que Cristo hablaba con Dios en términos que solo resultan significativos en una relación de persona a persona. Por ello, podemos hablar de ciertas cualidades mentales y morales de Dios en la forma en que lo hacemos del carácter humano; sin embargo, Dios es infinitamente más grande que la suma de todos sus atributos, los cuales hallamos designados en sus nombres y resulta significativo que sus nombres aparecen en el contexto de las necesidades de su pueblo. Por lo tanto, parecería más acorde con la revelación bíblica tratar cada atributo como una manifestación de Dios en la situación humana que la hizo necesaria: compasión en presencia del sufrimiento, paciencia y tolerancia ante aquello que merece castigo, gracia en presencia de la culpa, misericordia frente a la penitencia… todo lo cual sugiere que los atributos de Dios designan la relación en la cual él se brinda a quienes lo necesitan. En ello encontramos la indudable verdad de que Dios, en toda la plenitud de su naturaleza, se encuentra en cada uno de sus atributos, de modo que nunca hay más de un atributo que de otro, nunca más amor que justicia, o misericordia que rectitud. Cada uno de sus atributos se relaciona entre sí y se encuentran en todo lo que dice y hace, ya que no se pueden desligar. 

d. Su voluntad

Dios es soberano. Esto significa que prepara sus propios planes y los lleva a cabo en su momento y a su manera. Es simplemente una expresión de su inteligencia, su poder, y su sabiduría suprema, puesto que la voluntad de Dios no es arbitraria, sino que actúa en completa armonía con su carácter; es la expresión de su poder y su bondad como la meta final de toda la existencia.

Debemos hacer, sin embargo, una distinción entre la voluntad de Dios que prescribe lo que debemos hacer nosotros, y la voluntad por la cual determina lo que él mismo ha de hacer. Los teólogos distinguen entre la voluntad decretiva de Dios, por medio de la cual decreta todo lo que va a pasar, y su voluntad preceptiva, por medio de la cual asigna a sus criaturas los deberes que les corresponden. La voluntad decretiva de Dios siempre se cumple, mientras que a veces se desobedece su voluntad preceptiva.

Cuando consideramos el imperio soberano de la voluntad divina como la base última de todo lo que acontece, ya sea activamente, haciendo que ocurra, o pasivamente, permitiendo que suceda, reconocemos la distinción entre la voluntad activa de Dios y su voluntad permisiva. Por lo tanto, debemos atribuir la entrada del pecado en el universo a la voluntad permisiva de Dios, ya que el pecado es una contradicción de su santidad y su bondad. Hay así una esfera en la que predomina la voluntad de Dios, y una en la que sus criaturas tienen libertad para actuar. La Biblia nos muestra ambas en acción. La nota predominante en el A.T. es la que expresa Nabucodonosor: “él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn. 4:35). En el N.T. encontramos un impresionante ejemplo de la voluntad divina resistida por el desprecio del hombre, cuando Cristo dio expresión a su grito de dolor ante la actitud de Jerusalén: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mt. 23:37). Sin embargo, la soberanía de Dios nos asegura que un día todo se rectificará a fin de que contribuya a su propósito eterno, y que finalmente será contestada la petición de Cristo: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.

Es verdad que no podemos reconciliar la soberanía de Dios con la responsabilidad del hombre porque no entendemos la naturaleza del conocimiento divino, y porque nos falta la comprensión de todas las leyes que gobiernan la conducta humana. En la Biblia vemos que toda la vida se rige según la voluntad de Dios, quien la sostiene, en quien vivimos, y nos movemos, y tenemos nuestro ser, y que de la misma manera en que el ave es libre en el aire y el pez en el mar, el hombre encuentra su verdadera libertad en la voluntad de Dios que lo creó para él.

e. Su revelación y subsistencia

En su vida esencial, Dios es una comunión. Esta es una revelación suprema de Dios que nos ofrece la Sagrada Escritura: que la vida de Dios es, eternamente y dentro de sí mismo, una comunión de tres personas iguales y a la vez perfectamente distinguibles entre sí: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Así pues, Dios extendió esa comunión, que esencialmente es propia de sí mismo, hacia sus criaturas. Esto se puede inferir de la orden divina para crear al hombre: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”, que fue expresión de la voluntad de Dios, no solamente de revelarse como comunión, sino también de abrir esa vida de comunión a las criaturas morales que hizo a su imagen, y a las que dotó para que la disfrutaran. Si bien es cierto, que por el pecado, el hombre perdió su capacidad de gozar de esa comunión santa, también es cierto que Dios quiso que fuera posible devolvérsela. En efecto, se ha observado que fue ese el supremo fin de la redención: la revelación de Dios en tres personas actuando en aras de nuestra restauración: con amor electivo que nos reclama (Padre), con amor redentor que nos libera (Cristo), y con amor regenerador que nos restaura a la comunión con él (Espíritu Santo). 

domingo, 23 de noviembre de 2014

¿Quién es Dios? Parte IV


b. Su naturaleza

En su naturaleza, Dios es espíritu puro, lo cual quiere decir que habita en el ámbito espiritual; no obstante, puede manifestarse en el ámbito material humano.

Cristo hizo la siguiente revelación acerca de Dios Padre como objeto de nuestra adoración: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn. 4:24). En esta expresión se hace referencia a la naturaleza de Dios como espíritu puro y espíritu divino. Asimismo, en la carta a los Hebreos se le llama Padre de los espíritus (Heb. 12:9).

Ahora bien, debemos distinguir entre Dios y las criaturas espirituales (ángeles, hombres). Cuando decimos que Dios es espíritu puro lo hacemos para poner de manifiesto que no es parcialmente espíritu y parcialmente cuerpo, como es el caso del hombre.

Dios no tiene presencia física en su naturaleza, pero puede llegar a manifestarse como él quiera según el momento y el lugar:

·      Como tres varones (Gn. 18).
·      Como un varón con una espada en la mano (Jos. 5:13-15).
·      Como un ángel (Gn. 21:17, 18; 22:11, 12).
·      Como fuego (Éx. 3:2; 40:38).
·      Con partes similares a las del cuerpo humano: mano, espaldas (Éx. 33:18-23; 34).
·      En una nube (Éx. 34:5,6; 40:34,35).
·      Desde un torbellino (Job. 38:1).
·      Hablando audiblemente (Éx. 34:10; Mt. 3;17).
·      En sueños (1 Rey. 3:5:15).
·      Sentado en su trono ante millones de ángeles en el cielo (Job 1:6).
·      Sentado en un trono alto y sublime, y sus faldas llenando el templo, pues tiene vestiduras (Is. 6:1, 2).
·      Con semejanza de hombre, sentado sobre un trono, con apariencia de fuego y resplandor alrededor; con lomos, que es la parte inferior y central de la espalda (Ez. 1:26-28).
·      Como un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono es como llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente (Dn. 7:9).
·      Como paloma (Mt. 3:16).
·      Cristo se transfiguró (cambió su apariencia humana) delante de los discípulos: rostro resplandeciente y vestidos blancos como la luz (Mt. 17:1, 2).
·      Al resucitar, su cuerpo glorificado tenía pies (Mt. 28:9; Lc. 24:40; Jn. 20:27), boca (v. 18), y manos (Lc. 24:35, 40; Jn. 20:27).

Existen muchas referencias más que nos enseñan que Dios se manifiesta como él quiere, cuando él quiere, donde él quiere y a quién él quiere; sin embargo, todos estos versículos hay que interpretarlos de acuerdo al contexto donde se encuentran y es necesario entender que siempre tienen un plan específico y una revelación concreta. Por consiguiente, hay revelaciones simbólicas y hay revelaciones literales; cada uno debe pedir al Espíritu Santo el entendimiento para comprender bien.

Cuando la Biblia muestra que Dios tiene ojos, oídos, manos, y pies, lo hace en un intento de trasmitir la idea de que está dotado de las facultades que corresponden a dichos órganos en el cuerpo, porque si no habláramos de Dios en términos físicos, no podríamos hablar de él de ninguna manera, ya que esto nos permite comprenderlo desde nuestra óptima humana. Por cierto que esto representa la autenticidad de la palabra de Dios, ya que utiliza escritores humanos para describirnos al Dios eterno, aunque él es Espíritu y esta característica no es una forma limitada o restringida de existencia, sino la unidad perfecta del ser.

Es muy complejo saber cómo es Dios, cuál es su forma o su figura espiritual; lo más especial es saber que nos creó con sus facultades, sentidos y capacidades, a su imagen y semejanza.

Dios es infinito en sus facultades, nosotros somos finitos. Dios tiene una visión, una audición, un entendimiento y unos sentidos ilimitados; nosotros tenemos una visión, un oído, una inteligencia y unos sentidos limitados.

Cuando decimos que Dios es espíritu infinito, nos encontramos completamente fuera del alcance de nuestra experiencia, ya que nosotros estamos limitados con respecto al tiempo y el espacio, al conocimiento y el poder. Dios es esencialmente ilimitado, y cada elemento de su naturaleza es ilimitado. Llamamos a su infinitud con respecto al tiempo, eternidad… con respecto al espacio, omnipresencia… con respecto al conocimiento, omnisciencia… y con respecto al poder, omnipotencia.

Su infinitud significa también que Dios trasciende todo el universo; pone de manifiesto su independencia de todas sus criaturas como espíritu autoexistente. No está limitado por lo que llamamos la naturaleza, sino infinitamente exaltado por encima de ella. Incluso aquellos pasajes de la Escritura que dan realce a su manifestación local y temporal también nos muestran su exaltación y omnipotencia ante el mundo como Ser eterno, Creador y Juez soberano.

“¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados? ¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?  He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo. Ni el Líbano bastará para el fuego, ni todos sus animales para el sacrificio. Como nada son todas las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es” (Is. 40:12-17)

Al mismo tiempo, la infinitud de Dios expresa su inmanencia. Con ello queremos hacer referencia a su presencia en todo lo creado y su poder dentro de su creación. No se mantiene apartado del mundo, como simple espectador de la obra de sus manos; está en todo, lo orgánico y lo inorgánico, y actúa desde adentro hacia fuera, desde el centro de cada átomo, y desde las más recónditas fuentes del pensamiento, la vida y el sentimiento.

En pasajes como Is. 57 y Hch. 17, tenemos una expresión de la trascendencia y la inmanencia de Dios. En el primero vemos su trascendencia en la expresión “el alto y sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo”, y su inmanencia en cuanto “habita… con el quebrantado y humilde de espíritu” (Is. 57:15). En el segundo pasaje, Pablo se dirige a los atenienses afirmando su trascendencia: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas”, y luego afirma su inmanencia como el que “… no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos…” (Hch. 17:27, 28).

sábado, 22 de noviembre de 2014

¿Quién es Dios? Parte III


Honremos a Dios y creamos a su Palabra para que podamos entender cuáles son sus planes para nosotros, los cuales fueron destinados desde antes de la Creación del mundo. Dios nos conoce desde la eternidad, él sabía cuándo habríamos de nacer y sabe cuál es el programa que ha trazado para cada ser humano; por eso, acerquémonos a él para conocerle y servirle.

Se puede conocer a Dios de forma personal solamente en la revelación que de sí mismo hace en las Escrituras. La Biblia no fue escrita para probar que Dios existe, sino para revelarlo por medio de sus actos. Por ello, la revelación bíblica de Dios es de naturaleza progresiva, y alcanza su plenitud en Jesucristo, su Hijo. A la luz de su propia revelación en las Escrituras, tenemos varias declaraciones acerca de Dios:

a. Su existencia

Dios existe por sí mismo y no hay otro Dios fuera de él.

“… tú te has engrandecido, Jehová Dios; por cuanto no hay como tú, ni hay Dios fuera de ti, conforme a todo lo que hemos oído con nuestros oídos” (2 Sam. 7:22).

“… no hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno” (Is. 44:8).

“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Is. 45:22).

Su creación depende de él, pero él es completamente independiente de la creación. No solo tiene vida, sino que sustenta la vida en el universo, y tiene en sí mismo la fuente de esa vida.

“Yo Jehová, que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mí mismo” (Is. 44:24).

Este misterio de la existencia de Dios le fue revelado a Moisés en épocas muy tempranas en la historia bíblica, cuando, en el desierto de Horeb, se encontró con Dios en forma de fuego en una zarza (Éx. 3:2). Lo distintivo de aquel fenómeno fue que la zarza ardía en fuego y no se consumía. El significado que se puede extraer de esta manifestación divina es que el fuego era independiente del medio ambiente y se autoalimentaba. Tal es Dios en su ser esencial: es completamente independiente del medio o ambiente en que desea hacerse conocer. Esta cualidad del ser de Dios encuentra expresión en su nombre personal Yahvéh o Jehová, y en su propia afirmación significa “Yo soy el que soy”, es decir, “Yo soy el que tiene ser dentro de sí mismo” (Éx. 3:14).

Al considerar el libro de Proverbios, hallamos una figura literaria de personificación que se hace con respecto a la sabiduría, en la cual ella misma declara “eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra” (Pr. 8:23). Si miramos allí una representación de Cristo, como la sabiduría, el Verbo de Dios, él está planteando que su autoridad es eterna y siempre la ha tenido.

Esta percepción se insinúa en la visión que Isaías tuvo de Dios: “¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Is. 40:28, 29). Él es el Dador, y todas sus criaturas son los receptores. Cristo dio su más clara expresión a este misterio cuando dijo: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Jn. 5:26). Esto hace de la independencia de la vida una cualidad distintiva de la deidad. En toda la Escritura, Dios se revela como la fuente de todo lo que existe (animado e inanimado); él es el Creador y el Dador de la vida, el único que tiene vida en sí mismo. El trino Dios existe por sí mismo y no fue creado. El existe desde antes del principio en la eternidad; existe desde el principio manifestado a la humanidad (Hab. 1:12); existe en la actualidad, es inmortal y siempre vivirá (1 Tim. 6:16). 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

¿Quién es Dios? Parte II


En los siguientes títulos Dios es descrito por algunos de sus atributos: el Dios de gloria (Hch. 7:2), el Dios de paz (Rom. 15:33; 16:20; Fil. 4:9; 1 Ts. 5:23; Heb. 13:20), el Dios de amor y paz (2 Cor. 13:11), el Dios de la paciencia y de la consolación (Rom. 15:5), Dios de toda consolación (2 Cor. 1:3), Dios de esperanza (Rom. 15:13), y el Dios de toda gracia (1 Ped. 5:10). Estos atributos le definen, no en distinción de otras personas, sino como la fuente de todas estas bendiciones.

Dios es Espíritu infinito, eterno e inmutable, en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad. Dios es un ser personal, no material, consciente de sí mismo y autodeterminante. Está en todas partes; todo en todas partes está inmediatamente en su presencia. Su omnisciencia es todo inclusiva: conoce eternamente lo que ha conocido en el pasado y lo que conocerá en el futuro. Su omnipotencia es la habilidad de hacer con poder todo lo que él determine, controlando todo el poder que hay o que puede haber. Dios es eterno, sin principio ni fin temporal. Por otra parte, cuando se expresa que Dios es inmutable, en el lenguaje bíblico, señala la autoconstancia perfecta del carácter de Dios a lo largo de toda la eternidad y en sus relaciones con sus criaturas. 

La Deidad eterna (Col. 2:9;), el Ser Supremo en la Divinidad (Hch. 17:29), en su naturaleza perfecta, dotado de todo poder, dominio, autoridad, sabiduría, conocimiento y voluntad, ejerció su capacidad para crear como él quiso los cielos y la tierra, manifestando las cosas invisibles de él en lo visible, revelando su eterno poder y su naturaleza divina (Rom. 1:20); así pues, su ser invisible se conoce por medio de sus obras en la creación. Por su voluntad hizo todas las cosas y solo él es digno de recibir la gloria y la honra y el poder (Ap. 4:11).

Es habitual hacer una distinción entre revelación natural, todo lo que Dios ha creado, y revelación especial, la Biblia. Se conoce a Dios por fe, más allá del sentido cognoscitivo, en comunión con su pueblo. Así pues, la Biblia abunda en invitaciones para buscar y hallar comunión con Dios.

Dios existe, y puede ser conocido. Estas dos afirmaciones forman la base y la inspiración de la Palabra de Dios. La primera es una afirmación de fe… la segunda viene de la experiencia. Como la existencia de Dios no está sujeta a demostración científica, debe ser un postulado de la fe; y dado que Dios trasciende toda su creación, solo podemos conocerlo en la medida en que se revela a sí mismo. Es maravilloso pensar en la existencia eterna de Dios. El ateísmo es una locura y los ateos son los mayores locos del mundo, puesto que ven un universo tan sorprendente, tan exuberante, tan hermoso, que no pudo hacerse a sí mismo, y aún así rehúsan reconocer a un Creador. Con su negación de Dios ostentan haber estado en todo el Universo a la misma vez para afirmar que no han visto a Dios. En otras palabras se hacen dioses a sí mismos.

¿Quién podría asegurar que Dios no existe?... tendría que haber viajado por todo el cosmos buscando a Dios, y tendría que movilizarse por todas las galaxias al mismo tiempo para no llegar a un lugar determinado cuando Dios se hubiere trasladado a otro lugar.

Al afirmar que Dios existe, nosotros los creyentes tenemos tres pruebas irrefutables, ya que solo él podría obrar en ellas:

- La inspiración sobrenatural de la Biblia: la palabra de Dios demuestra su realidad.

“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (1 Ped. 1:18-20).

- La creación magnífica de todo lo que existe: sus obras demuestran su poder infinito.

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1).

- La creación espiritual del hombre: la transformación moral que Dios efectúa en el hombre demuestra el amor y la bondad que tiene para cambiar su corazón y su vida entera.

“habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Col. 3:9, 10).

lunes, 17 de noviembre de 2014

¿Quién es Dios? Parte I



El término hebreo convencional usado para hablar sobre la deidad es Elohim, el cual se podría traducir como Dios fuerte y en plural, plenitud de fuerza (majestad, poder, intensidad). Su poder infinito hizo todo bajo la plenitud de su fuerza: Padre, Hijo y Espíritu Santo, en un poder unificado e ilimitado, coordinaron la creación del Universo y conformaron la tierra, como escenario estratégico para sus propósitos con el hombre. En oposición al plural común (dioses), este plural significa «plenitud de la deidad» y por este uso, se refleja una doctrina clara acerca de la Trinidad; aunque Dios es uno, hay una pluralidad de personas (Jn. 1:1-3; Heb. 1:2,3; Job 26:13). El nombre hebreo lo liga con la creación, ya que la raíz básica del nombre es El, que significa «poderoso, fuerte, prominente»; este poder divino diseña, crea y sustenta todas las cosas. En Gn. 2:4 tenemos «Jehová Dios» que es Jehová Elohim. Jehová es el nombre del pacto de Dios y lo une a su pueblo. Este es el nombre que dio cuando le habló a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY» (Ex. 3:14, 15). Jehová (o Yahvé, que es otra forma del mismo nombre) significa que es el Dios que existe en sí mismo y que es inmutable.

Los griegos usaban la palabra theos para referirse a dios o deidad (Hch. 14:11; 19:26; 28:6; 1 Cor. 8:5; Gál. 4:8). De ahí, la palabra fue tomada por los judíos y retenida por los cristianos para denotar al Dios único y verdadero. En la LXX (Versión Septuaginta), theos traduce, con pocas excepciones, a las palabras hebreas Elohim y Jehová, indicando la primera su poder y preeminencia, y la segunda su existencia inoriginada, inmutable, eterna y autosustentante. Ahora bien, la Biblia no contiene una definición formal de la palabra Dios; sin embargo, el ser y los atributos de Dios aparecen en cada página. Por ende, al considerar el idioma griego, en el N.T. se afirman muchísimos atributos divinos para el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, entre los cuales se describen los siguientes:

Unidad
“… el Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Mr. 12:29).
“Porque hay un solo Dios…” (1 Tim. 2:5).
“… para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Jn. 17:22).

Existencia propia no originada
“… el Padre tiene vida en sí mismo” (Jn. 5:26).

Eternidad
“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Rom. 1:20).
“Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Jn. 8:58).

Inmutabilidad
“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg 1:17).
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8).

Conocimiento infinito
“A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hch 2:23).
 el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hch 15:18).
¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Rom. 11:33).
en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3).

Poder infinito
“… para Dios todo es posible” (Mt. 19:26).

Poder creador
“Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap 4.11).
“… creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella y el mar y las cosas que están en él” (Ap 10.6).

Imperio y reino
“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Rom. 11:36).
solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas y nosotros por medio de él” (1 Cor. 8:6).
por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:21).

Justicia
“Dios es juez justo” (Sal. 7:11).

Santidad absoluta
“Sed santos, porque yo soy santo” (1 Ped. 1:15).
“Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Jn. 1:5).

 Universalidad
“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre” (Mt. 10:29).
“Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hch. 17:26-28).

Amor
“Dios es amor” (1 Jn. 4:8,16).

Misericordia
“Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (Rom. 9:15,18).

Fidelidad
“Fiel es Dios” (1 Cor. 1:9; 10:13).
“El es fiel y justo” (1 Jn. 1:9).

Veracidad
“Dios… no miente” (Tito 1:2).
“Es imposible que Dios mienta” (Heb. 6:18).

jueves, 13 de noviembre de 2014

Frutos del conocimiento de Cristo Parte V



6. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando éstas engendran en él un deseo cada vez más profundo de agradar a Cristo.

El creyente genuino entiende que no es dueño de su vida sino que pertenece a Cristo, quien le compró con su sangre y le ha hecho un templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19, 20). Por este motivo, el cristiano fiel no debe vivir para sí mismo, haciendo su propia voluntad, sino para hacer la voluntad de Cristo (2 Cor. 5:15). Quien ama a Cristo, más se deleita en agradarle, honrándole por medio de una vida de obediencia a su voluntad. Cristo dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). No se trata solo de sentirnos bien con Cristo o de hablar sobre cosas espirituales, confesando el nombre del Señor, sino que debemos asumir un compromiso sincero y práctico para someternos realmente a todos los principios de la Biblia: el amor hacia Dios y hacia el prójimo, el buen trato a las personas, la justicia y la rectitud en todo lo que hacemos, la pureza moral en el corazón y en la conducta externa, el buen testimonio en cada área de nuestra vida, la fidelidad y la entrega en el matrimonio, el pudor y la modestia en nuestra manera de vestir, el compartir el evangelio con las personas, siendo ejemplo en todo sentido, etc. En síntesis, la suma de todos estos aspectos será la evidencia de la autenticidad de nuestra profesión de fe… de lo contrario, seremos un tropiezo para otros y pondremos en duda el cristianismo que profesamos.

¿Tiene fe en Cristo aquel que no hace ningún esfuerzo para conocer y hacer su voluntad? Donde hay fe en Cristo habrá obediencia a sus mandamientos, pero si éstos son quebrantados, será una vergüenza para el evangelio. Por tal motivo, cuando desagradamos a Cristo, lamentamos nuestra falla y nos arrepentimos para cambiar y no repetir nuestros errores. Es imposible creer seriamente que fueron mis pecados los que causaron que el Hijo de Dios derramara su preciosa sangre sin que yo aborrezca estos pecados. Si Cristo sufrió bajo el pecado, también hemos de sufrir nosotros (lamentarnos, arrepentirnos y convertirnos) cuando pecamos contra Cristo. Cuanto más sinceros son estos deseos, más sinceramente buscaremos su gracia para ser librados de todo lo que desagrada al Señor, y reforzar nuestra decisión para hacer todo lo que le complace.

7. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando le hacen anhelar la segunda venida de Cristo.

El amor puede confirmarse aún más cuando vemos a nuestros seres queridos. Asimismo, aunque vivimos por fe y contemplamos a Cristo en un ámbito espiritual, deseamos encontrarnos con él; Pablo dice: “ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara” (1 Cor. 13:12). Entonces se cumplirán las palabras de Cristo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Jn. 17:24). Solo esto alegrará plenamente los deseos del corazón de Cristo, y solo esto llenará los anhelos de los redimidos. Se cumplirá a cabalidad el deseo de Cristo: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Is. 53:11); y se cumplirá a cabalidad el deseo del creyente: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (Sal. 17: 15).

A la hora de nuestra muerte, si estamos caminando con Cristo, en una vida consagrada a él, confiando solo en los méritos de su sangre para ser salvos, iremos a un lugar de reposo y paz, aguardando la resurrección de los muertos, la cual se efectuará cuando Cristo arrebate a su Iglesia. Al retorno de Cristo se consumará el plan perfecto de Dios para los redimidos. Los elegidos son predestinados a ser conformados a la imagen del Hijo de Dios, y el propósito divino será completado solo cuando Cristo venga. El apóstol Juan dijo: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:2, 3). Nunca más nuestra comunión con él será interrumpida, nunca más habrá gemido o clamor sobre nuestra corrupción como pecadores; nunca más nos acusará la incredulidad. El presentará a sí mismo la Iglesia, como una iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga ni cosa semejante, sino santa y sin mancha (Ef. 5:27). Así pues, estamos esperando ansiosamente ese momento y por este motivo, nos purificamos cada día a través de la sangre de Cristo y por la Palabra de Dios, en oración, obediencia y amor. Cuanto más anhelamos al que ha de venir, más evidencia damos de que nos beneficiamos del conocimiento de la Biblia.

Busquemos pues la presencia de Dios sinceramente y consideremos las siguientes preguntas:

¿Tenemos un sentido más profundo de nuestra necesidad de Cristo?
¿Es Cristo para nosotros una realidad más dinámica y viva todos los días?
¿Estamos hallando más deleite al ocuparnos de sus perfecciones?
¿Está Cristo haciéndose más y más precioso para nosotros diariamente?
¿Crece nuestra fe en él, de modo que confiamos más en él para todo?
¿Estamos buscando realmente complacerle en todos los aspectos de nuestra vida?
¿Estamos deseándole tan ardientemente que nos llenaría de gozo si regresara durante las próximas veinticuatro horas?

Que el Espíritu Santo nos guíe a toda verdad y que podamos asegurarnos de experimentar todos los frutos de un conocimiento genuino de Cristo.

martes, 11 de noviembre de 2014

Frutos del conocimiento de Cristo Parte IV



4. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando Cristo se vuelve más precioso para él.

Cristo es precioso en la estimación de los verdaderos creyentes (1 Ped. 2:7). Su nombre es para ellos “ungüento derramado” (Cnt. 1:3). Consideran todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, su Señor (Fil. 3:8). Como la gloria de Dios que apareció como una visión maravillosa en el templo y en la sabiduría y esplendor de Salomón, atrajo a muchas personas desde los últimos cabos de la tierra, la excelencia de Cristo, sin paralelo, que fue prefigurada por aquella, y es más poderosa aún para atraer los corazones de su pueblo. El diablo lo sabe muy bien, y por ello, sin cesar se ocupa en cegar la mente de aquellos que no creen, colocando delante de ellos todos los atractivos del mundo. Dios le permite también que ataque al creyente pero está escrito: “Resistid al diablo, y de vosotros huirá” (Stg. 4:7). Debemos resistirle por medio de la oración sincera y fervorosa y específica, pidiendo al Espíritu Santo que dirija nuestros sentidos hacia Cristo.

Cuanto más miramos y contemplamos las perfecciones de Cristo, más le amamos y le adoramos. Es la falta de conocimiento experiencial de él lo que hace que nuestros corazones sean insensibles e indiferentes hacia Cristo, pero donde se cultiva la comunión diaria con Cristo, el creyente puede decir como el salmista: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal. 73:25). Esto es la verdadera esencia y naturaleza distintiva del verdadero cristianismo. Los religiosos pueden ocuparse diligentemente en aparentar lo que no son y en tratar de demostrar lo que no tienen, pero no hay una experiencia genuina con el Cristo revelado en la Biblia. Así pues, cuanto más precioso es Cristo para nosotros más se deleita él en nosotros y nos sigue mostrando su gloria cada día más.

5. Un individuo que se beneficia de las Escrituras tiene una confianza creciente en Cristo.

Nuestra meta debe ser el tener una plena certidumbre de fe (Heb. 10:22), confiando en el Señor de todo corazón (Pr. 3:5). De la misma manera que debemos crecer de poder en poder (Sal. 84:7), debemos ir de fe en fe (Rom. 1:17). Cuanto más firme y fuerte es nuestra fe, más honramos a Jesucristo. Incluso en una lectura general de los cuatro evangelios se revela el hecho de que al Señor Jesucristo le complacía la firme confianza de aquellos que realmente ponían su mirada en él. El mismo vivió y anduvo por fe; por ende, quien anda con Cristo y es guiado por el Espíritu Santo, debe caminar en una fe creciente. De igual forma, nuestra oración debe ser: “aumenta nuestra fe”. En este sentido, Pablo dijo de los creyentes de Tesalónica: “debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás” (2 Ts. 1:3).

Ahora bien, no podemos confiar en Cristo en lo más mínimo, a menos que le conozcamos, y cuanto mejor le conocemos, más confiaremos en él. Notemos que el salmista David dijo: “En ti confiarán los que conocen tu nombre” (Sal. 9:10). A medida que Cristo pasa a ser más real al corazón, nos ocupamos más y más con sus perfecciones y él se vuelve más precioso para nosotros, la confianza en él se profundiza hasta que pasa a ser tan natural confiar en él como respirar. La vida cristiana es andar por fe, no por vista (2 Cor. 5:7), y esta misma expresión denota un progreso continuo, una liberación progresiva de las dudas y los temores, una seguridad más plena de que todas sus promesas serán realizadas en el tiempo y en la soberanía de Dios. Recordemos a Abraham, el padre de los creyentes, pues la historia de su vida nos proporciona una ilustración de lo que significa una confianza que se va haciendo más profunda. Primero, obedeciendo la palabra de Dios, abandonó todo lo que amaba según la carne. Segundo, prosiguió adelante dependiendo simplemente de Dios y residió como extranjero y peregrino en la tierra prometida, aunque no vio la promesa cumplida a cabalidad. Tercero, cuando se le prometió que le nacería simiente en su edad avanzada, no consideró los obstáculos que había en el cumplimiento de la promesa, sino que su fe le hizo dar gloria a Dios. Finalmente, cuando se le llamó para sacrificar a Isaac, a pesar de que esto aparentemente impediría la realización de la promesa en el futuro, consideró que Dios podía levantarle incluso de los muertos (Heb. 11:19).

En la historia de Abraham se nos muestra cómo la gracia puede someter un corazón incrédulo, cómo el espíritu puede salir victorioso sobre la carne, cómo los frutos sobrenaturales de una fe dada y sostenida por Dios pueden ser producidos por un hombre con pasiones o debilidades como las nuestras. Esto se nos presenta para animarnos, para que oremos a Dios con confianza y sigamos el ejemplo de Abraham. El Señor se complace mucho y es honrado cuando tenemos una confianza firme y expectante, como la de un niño. Esta realidad confirmará que verdaderamente hemos sido beneficiados por el conocimiento de las Escrituras ya que tenemos una fe creciente en Cristo.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Frutos del conocimiento de Cristo Parte III


2. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando éstas le hacen ver, sentir y palpar a Cristo como una persona real, viva y dinámica.

Todo concepto que presente a Cristo de otra manera está en contra de la verdad divina de la Biblia y no debemos aceptarlo (no importa quién sea la fuente… un predicador, un teólogo, un líder espiritual reconocido, un familiar que amamos, un amigo muy cercano, etc.).

El mismo Jesús le dijo a los judíos: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Jn. 8:56). Luego les dijo: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Jn. 8:56).

Para las multitudes que desconocen las Escrituras (y por tanto, a Cristo mismo), él no es más que un nombre y un personaje histórico. Las personas que viven con esta mentalidad no tienen una relación personal con él ni gozan de comunión espiritual con él. Pero para el cristiano consagrado y fiel, la situación es muy distinta. El lenguaje de su corazón es: Cristo es Dios Creador de todas las cosas y es mi Salvador… su voz es un deleite para mi alma y solo quiero seguirle y obedecerle… quiero ser cada día más como él… quiero ser luz en medio de las tinieblas.

Jesús dijo: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Jn. 14:21). Notemos que Jesús se manifiesta de forma personal a aquel que por la gracia de Dios anda por el camino de la obediencia. En este sentido, se hace real y palpable para sus fieles seguidores. Esta experiencia es maravillosa y podemos decir como Job: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). Sin embargo, es una bendición que se obtiene mediante un contacto sincero con las Escrituras y una vida de obediencia a los mandamientos del Señor. No así cuando el corazón es indiferente a la Biblia o cuando se lee pero no se practican los principios divinos.

3. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando más absorbido queda en las perfecciones de Cristo.

Al principio, lo que lleva el alma a Cristo es un sentido de necesidad, pero lo que le atrae después es la comprensión de su excelencia, y ésta le hace seguirlo. Cuanto más real se vuelve Cristo, más somos atraídos por sus perfecciones. Al principio lo vemos solo como un Salvador que necesitamos para obtener el perdón de Dios, pero cuando el Espíritu Santo continúa llevándonos a las virtudes de Cristo y nos permite comprenderlas, descubrimos que en su cabeza hay «muchas diademas» (Ap. 19:12), es decir, contemplamos la autoridad y la majestad de Cristo. De hecho, el profeta Isaías le llama Admirable (Is. 9:6) porque él es digno de gloria y alabanza por sus oficios, sus propósitos, sus cualidades y su obra perfecta para salvación de la humanidad. El es el único amigo que nunca falla, la ayuda segura en tiempo de necesidad… cuando nadie se acuerda de nosotros, cuando los demás están ocupados en sus asuntos y nos ignoran, cuando los demás nos dan la espalda, cuando los demás nos desprecian y nos condenan, cuando los demás nos atacan o nos persiguen… él es el compañero del camino, el abogado defensor, el protector, el guía y el consejero, el Sumo Sacerdote que comprende nuestras flaquezas y perdona nuestro pecados, es el camino que nos lleva al Padre, la verdad que nos enseña y la vida que nos llena de gozo y paz por toda la eternidad.

Tenemos la necesidad de estar cerca de Cristo, sentados a sus pies para escuchar su enseñanza y abiertos para recibir de su plenitud. Nuestro deleite principal debe ser considerar al Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión (Heb. 3:1), para contemplar sus virtudes, meditar en sus promesas y disfrutar de su amor incomparable y perfecto.

Al hacerlo, estaremos tan satisfechos en él que no habrá nada ni nadie que nos pueda separar de su amor, no habrá fantasías e ilusiones vanas que nos distraigan y no habrá tentación y oferta que nos encandile.

Reflexiona ahora… ¿conoces algo de esto en tu experiencia presente? ¿Es tu gozo principal el estar ocupado con él? Si no es así, tu lectura y estudio de la Biblia te han beneficiado muy poco de verdad.