c. Su carácter
Dios es personal. Cuando decimos esto afirmamos que
Dios es racional, que tiene conciencia de sí mismo, que se autodetermina, que
es un agente moral inteligente. Como mente suprema es el origen de toda la
racionalidad en el universo. Así como las criaturas racionales creadas por Dios
poseen carácter propio e independiente, Dios posee un carácter trascendente e
inmanente.
El A.T. nos revela un Dios personal en función de su
propia autorrevelación y de las relaciones entre sus criaturas y él, y el N.T.
muestra claramente que Cristo hablaba con Dios en términos que solo resultan
significativos en una relación de persona a persona. Por ello, podemos hablar
de ciertas cualidades mentales y morales de Dios en la forma en que lo hacemos
del carácter humano; sin embargo, Dios es infinitamente más grande que la suma
de todos sus atributos, los cuales hallamos designados en sus nombres y resulta
significativo que sus nombres aparecen en el contexto de las necesidades de su
pueblo. Por lo tanto, parecería más acorde con la revelación bíblica tratar
cada atributo como una manifestación de Dios en la situación humana que la hizo
necesaria: compasión en presencia del sufrimiento, paciencia y tolerancia ante
aquello que merece castigo, gracia en presencia de la culpa, misericordia
frente a la penitencia… todo lo cual sugiere que los atributos de Dios designan
la relación en la cual él se brinda a quienes lo necesitan. En ello encontramos
la indudable verdad de que Dios, en toda la plenitud de su naturaleza, se
encuentra en cada uno de sus atributos, de modo que nunca hay más de un
atributo que de otro, nunca más amor que justicia, o misericordia que rectitud.
Cada uno de sus atributos se relaciona entre sí y se encuentran en todo lo que
dice y hace, ya que no se pueden desligar.
d. Su voluntad
Dios es soberano. Esto significa que prepara sus
propios planes y los lleva a cabo en su momento y a su manera. Es simplemente
una expresión de su inteligencia, su poder, y su sabiduría suprema, puesto que
la voluntad de Dios no es arbitraria, sino que actúa en completa armonía con su
carácter; es la expresión de su poder y su bondad como la meta final de toda la
existencia.
Debemos hacer, sin embargo, una distinción entre la
voluntad de Dios que prescribe lo que debemos hacer nosotros, y la voluntad por
la cual determina lo que él mismo ha de hacer. Los teólogos distinguen entre la
voluntad decretiva de Dios, por medio de la cual decreta todo lo que va
a pasar, y su voluntad preceptiva, por medio de la cual asigna a sus
criaturas los deberes que les corresponden. La voluntad decretiva de Dios
siempre se cumple, mientras que a veces se desobedece su voluntad preceptiva.
Cuando consideramos el imperio soberano de la
voluntad divina como la base última de todo lo que acontece, ya sea
activamente, haciendo que ocurra, o pasivamente, permitiendo que suceda,
reconocemos la distinción entre la voluntad activa de Dios y su voluntad
permisiva. Por lo tanto, debemos atribuir la entrada del pecado en el universo
a la voluntad permisiva de Dios, ya que el pecado es una contradicción de su
santidad y su bondad. Hay así una esfera en la que predomina la voluntad de
Dios, y una en la que sus criaturas tienen libertad para actuar. La Biblia nos
muestra ambas en acción. La nota predominante en el A.T. es la que expresa
Nabucodonosor: “él hace según su voluntad
en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien
detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn. 4:35). En el N.T. encontramos
un impresionante ejemplo de la voluntad divina resistida por el desprecio del
hombre, cuando Cristo dio expresión a su grito de dolor ante la actitud de
Jerusalén: “¡Cuántas veces quise juntar a
tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no
quisiste!” (Mt. 23:37). Sin embargo, la soberanía de Dios nos asegura que
un día todo se rectificará a fin de que contribuya a su propósito eterno, y que
finalmente será contestada la petición de Cristo: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Es verdad que no podemos reconciliar la soberanía de
Dios con la responsabilidad del hombre porque no entendemos la naturaleza del
conocimiento divino, y porque nos falta la comprensión de todas las leyes que
gobiernan la conducta humana. En la Biblia vemos que toda la vida se rige según
la voluntad de Dios, quien la sostiene, en quien vivimos, y nos movemos, y
tenemos nuestro ser, y que de la misma manera en que el ave es libre en el aire
y el pez en el mar, el hombre encuentra su verdadera libertad en la voluntad de
Dios que lo creó para él.
e. Su revelación y subsistencia
No hay comentarios.:
Publicar un comentario