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viernes, 28 de noviembre de 2014

La depravación del hombre Parte I


El problema de cómo el pecado entró en el universo es un asunto en el cual cada sistema religioso e ideológico encuentra obstáculos. Sin embargo, solamente la Biblia provee una explicación razonable y verdadera. En ella encontramos que el pecado comenzó en la rebelión de Lucifer (o Luzbel) y de una tercera parte de los ángeles que no guardaron su dignidad (Ap. 12:3, 4; Jud. 1:6), lo cual ocurrió en el cielo, antes de que el hombre fuera creado en la tierra. El capítulo 3 del libro de Génesis registra la rebelión de Adán y Eva, y posteriormente, evidenciamos una inclinación general de la raza humana hacia el mal.

La caída del hombre en pecado puede considerarse desde tres aspectos: A) Adán antes de la caída, B) Adán después de la caída, y C) el efecto de la caída de Adán sobre la raza humana.

a. Adán antes de la caída

En palabras sencillas, la Biblia relata la historia del primer hombre y de la primera mujer que le fue dada por compañera. Estos dos seres fueron unidos como «una sola carne», y esto es lo que constituye la verdadera unidad. Aunque tanto el hombre como la mujer pecaron y cayeron de la gracia de Dios, la Biblia se refiere a este fracaso mutuo como a la caída del hombre (género humano).

No es posible hacer cálculos en cuanto a la extensión del período durante el cual Adán y Eva permanecieron en su condición original, en inocencia, sin pecado, sin enfermedad y sin muerte; no obstante, es innegable que fue un tiempo suficiente como para que pudieran entender los mandatos que Dios estableció, para observar con cuidado y darle nombre a las criaturas vivientes y experimentar la comunión con Dios.

Al igual que todas las obras de Dios, el hombre fue creado «bueno en gran manera» (Gn. 1:31); esto significa que él era agradable al Creador. En este primer periodo, Adán y Eva eran santos, fieles y obedientes a Dios.

El ser humano, dado que fue hecho a la imagen de Dios, tenía una personalidad completa y la capacidad moral de tomar decisiones. En contraste con Dios, quien no puede pecar, tanto los hombres como los ángeles podían pecar porque tenían la capacidad de elegir debido a la libertad de acción que Dios les otorgó.

Notemos que Luzbel pecó, y tras él pecaron otros ángeles (Is. 14:12-14; Ez. 28:15); ellos pecaron antes que Adán y Eva; por ende, el hombre no originó el pecado en el universo pero sí en la tierra en donde fue creado; él se convirtió en un pecador debido a la influencia satánica pero lo hizo por su propia voluntad, no por fuerza (Gn. 3:1-7).

De acuerdo al relato de Génesis, Satanás apareció en la forma de una serpiente. Como lo registra la Biblia, Dios había dado a Adán y Eva una ley en forma de prohibición: ellos no deberían comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Dios dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16, 17).

Este mandato (relativamente simple) era una prueba para evidenciar si Adán y Eva obedecerían a Dios.

En su conversación con Eva, Satanás distorsionó el mandato divino y dijo: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gn. 3:1). Lo que quiso dar a entender era que Dios estaba escondiendo algo que era bueno y que él estaba siendo muy severo y egoísta en su prohibición. Eva le contestó a la serpiente: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer;  pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (Gn. 3:2, 3). Notemos que Eva distorsionó también el mandato de Dios, añadiendo algo que Dios no dijo: “ni le tocaréis” y quitándole fuerza al mandato de Dios cuando omitió la palabra “ciertamente”.

En su respuesta, Eva siguió el juego de Satanás y modificó de forma consciente el mandato divino. Lamentablemente, esta tendencia a minimizar la bondad de Dios y a distorsionar su exigencia, sigue haciendo daño todos los días en la raza humana.

Satanás inmediatamente usó la omisión de la palabra “ciertamente” en cuanto al castigo y le dijo a la mujer: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:4, 5).

En su conversación con la mujer, Satanás se revela como el engañador; él desafía directamente la seguridad del castigo y niega así abiertamente la Palabra de Dios. La insinuación de que comiendo del fruto, sus ojos serían abiertos al conocimiento del bien y del mal, era una verdad a medias, porque Satanás no mostró que cuando tuvieran este conocimiento (por la experiencia del pecado, por la práctica de la desobediencia) quedarían expuestos a una condición de rebelión en contra de Dios y ya no tendrían la capacidad de hacer el bien sino que su inclinación sería al mal (al igual que él y los ángeles caídos). Cuando se habla del bien, se refiere a la obediencia a Dios y cuando se habla del mal, se refiere a la desobediencia a Dios.

Haciendo un paréntesis… si somos honestos, nadie en este mundo ha tenido ni tendrá la capacidad de obedecer a Dios de forma plena, porque fallamos en 1 o en muchos puntos (ésta es nuestra condición caída como raza humana y posteriormente se ampliará este tema). El único hombre que ha pisado este planeta y que obedeció a Dios de verdad se llama Jesucristo.

De acuerdo a Gn. 3:6, la caída de Adán y Eva en el pecado está registrada así: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”. Notemos aquí el modelo frecuente de la tentación en tres aspectos indicados en 1 Jn. 2:16: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”.

El hecho de que la mujer viera (en una percepción errada) que el fruto “era bueno para comer”, provino de los deseos de la carne; el hecho de que lo percibiera como algo “agradable a los ojos”, provino de los deseos de los ojos y el hecho de que el fruto del árbol “era codiciable para alcanzar la sabiduría”, provino de la vanagloria de la vida. Un relato similar de tentación lo encontramos en la tentación de Satanás hacia Cristo (Mt. 4:1-11). Sin embargo, Cristo venció toda tentación y no dio lugar a los deseos de la carne ni a los deseos de los ojos ni a la vanagloria de la vida.

Eva fue engañada al tomar del fruto, y Adán siguió su ejemplo de desobediencia, aunque él no fue engañado por la serpiente, como Eva (1 Tim. 2:14). En ambos casos, ellos fallaron y pecaron contra Dios, siendo los dos culpables y por esta razón, fueron castigados con justicia por el Creador.

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