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sábado, 29 de noviembre de 2014

La depravación del hombre Parte II


b. Adán después de la caída

Cuando Adán y Eva pecaron, perdieron su estado de inocencia y pureza en el cual ambos habían sido creados; debido a esto, vinieron consecuencias trágicas para ellos y para todos sus descendientes por cuanto todos pecaron y siguieron el mal; miremos a continuación:

1. El hombre cayó bajo el dominio de la muerte espiritual y física. Dios había dicho: “porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17) y esta divina sentencia se cumplió. Adán y Eva sufrieron inmediatamente la muerte espiritual, que significa separación de Dios (de su comunión). Posteriormente, a su debido tiempo, sufrieron también el castigo de la muerte física (Gn. 5:5), que significa separación del alma y el cuerpo.

Nota: El juicio de Dios también cayó sobre Satanás, y la serpiente fue condenada a arrastrarse en el suelo (Gn. 3:14). La lucha entre Dios y Satanás se describe en Gn. 3:15 (en relación con la raza humana). Dios dice: “y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Esto se refiere al conflicto entre Cristo y Satanás, en el cual Cristo moriría en la cruz, pero no podría ser retenido por la muerte, como se anticipó en la expresión “tú le herirás en el calcañar”. Por otra parte, la última derrota de Satanás está indicada en el hecho de que la simiente de la mujer le heriría en la cabeza; esto nos habla de propinarle una herida mortal y permanente. La simiente de la mujer se refiere a Jesucristo, quien en su muerte y resurrección venció a Satanás para siempre, para restaurar a todos los pecadores arrepentidos que creyeran en él y siguieran el camino de la salvación.

2. Un juicio especial también cayó sobre Eva, la cual experimentaría dolor al dar a luz sus hijos y se debería de someter a su esposo (Gn. 3:16). Tengamos presente el hecho de que la muerte física llegaría para todos los seres humanos y entonces sería necesario que se produjeran múltiples nacimientos para poblar la tierra.

3. Dios maldijo la tierra y a Adán le fue asignada la dura labor de trabajarla para obtener la comida necesaria para su continua existencia; sin embargo, la tierra produciría espinos y cardos (Gn. 3:17-19). En este sentido, la misma creación sería afectada por el pecado del hombre (Rom. 8:22).

Adán y Eva, después de la caída, fueron conducidos fuera del huerto y comenzaron a experimentar el dolor y la lucha que han caracterizado a la raza humana desde entonces.

Más adelante la Escritura indica cómo los efectos del pecado serán parcialmente aliviados en el tiempo del milenio, cuando Cristo reine sobre la tierra por mil años (Ap. 20:1-4).

c. El efecto de la caída de Adán sobre todo el género humano

El efecto inmediato del pecado sobre Adán y Eva fue que éstos murieron espiritualmente (fueron separados de la comunión con Dios) y llegaron a estar sujetos a la muerte física en el futuro inmediato. Su naturaleza humana se depravó y esto lo vemos en toda la historia, porque todos los seres humanos se inclinaron y se inclinan al mal. Cada persona es responsable de sus actos y no hay hombre que no peque (Ecl. 7:20); “Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Ecl. 7:29); por tanto, toda la raza humana ha experimentado la esclavitud del pecado, y está separada (destituida) de la comunión y de la gloria de Dios (Rom. 3:23).

El género humano está corrompido y su naturaleza está viciada por el pecado; no hay nada que podamos hacer para corregir nuestra naturaleza; ni las religiones ni las filosofías ni la educación ni los avances científicos ni la tecnología ni todos los esfuerzos humanos podrán transformar el corazón del hombre que es engañoso y perverso (Jer. 17:9, 10).

A pesar de que los hombres sostengan, como generalmente lo hacen, que ellos no son responsables del pecado de Adán, la Biblia y la realidad confirman que todos somos pecadores porque todos hemos desobedecido los mandamientos de Dios.

La caída de los hombres no se efectúa cuando cometen su primer pecado; ellos han nacido ya en pecado, como criaturas caídas, procedentes de Adán. Los hombres no se convierten en pecadores por medio de la práctica del pecado, sino que ellos pecan debido a que por naturaleza son pecadores y obviamente son responsables y culpables de su pecado porque tienen conciencia del bien y del mal. Ningún niño necesita que se le enseñe a pecar, pero cada niño tiene que ser instruido para realizar el bien.

La caída de Adán pesa sobre toda la Humanidad pero es evidente que hay una provisión divina de salvación para los infantes (en su inocencia) y para todos aquellos que no tienen responsabilidad moral (por una condición mental especial). Jesús dijo que de los niños es el reino de los cielos (Mt. 19:14).

Ahora bien, en la Biblia encontramos 3 verdades fundamentales con respecto al pecado de la raza humana:

1. El pecado de Adán y de su posteridad:

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Rom. 5:12-14).

2. El pecado del hombre es llevado por Cristo.

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21).

3. La justicia de Dios es dada a los que creen en Cristo.

“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia” (Rom. 3:21, 22).

Es obvio que se efectuó un traspaso de carácter judicial del pecado del hombre a Cristo, quien llevó sobre su cuerpo en el madero el pecado del género humano.

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:5, 6).

“… He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).

“quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Ped. 2:24).

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Ped. 3:18).

De igual manera, hay un traspaso de carácter judicial de la justicia de Dios al creyente, puesto que no podía haber otro fundamento de justificación o aceptación delante de Dios. Esta imputación pertenece a la nueva relación espiritual que el creyente disfruta con Dios en la esfera de una nueva vida en Cristo porque estamos unidos a él y caminamos con él, haciendo su voluntad.

“Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Cor. 6:17).

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).

Si de verdad estamos vitalmente relacionados con Cristo como un miembro de su cuerpo, cada virtud de Cristo es comunicada a los que han llegado a ser una parte orgánica de él. El creyente que está en Cristo, participa de todo lo que Cristo es y su vida no puede ser igual: las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas (2 Cor. 5:17). Si el creyente no tiene un nuevo nacimiento y practica el pecado de forma deliberada, no hay evidencia de la salvación de Cristo en su vida.

“porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Ef. 5:30).

“El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:4-6).

Todo hombre es pecador y está muerto a los efectos de Dios (separado de él); si no viene a Cristo, el juicio de Dios vendrá sobre él por cuanto ha transgredido su ley… pero si acepta a Cristo, cree en su obra de salvación y permite que el Espíritu Santo regenere su vida, entonces es justificado en Cristo y tiene vida eterna. Estas son las buenas noticias que trae el evangelio.

Pero mientras el hombre ignore la obra de Cristo y persista en sus pecados, las consecuencias vendrán sobre él:

- Seguirá muerto espiritualmente porque está separado de la comunión con Dios (Ef. 2:1; 4:18, 19).

- Después de la muerte física quedará eternamente separado de la gloria de Dios en un lugar de condenación (Ap. 2:11; 20:6, 14; 21:8). La primera muerte es la muerte física y la segunda muerte es la condenación eterna.

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