Honremos
a Dios y creamos a su Palabra para que podamos entender cuáles son sus planes
para nosotros, los cuales fueron destinados desde antes de la Creación del
mundo. Dios nos conoce desde la eternidad, él sabía cuándo habríamos de nacer y
sabe cuál es el programa que ha trazado para cada ser humano; por eso,
acerquémonos a él para conocerle y servirle.
Se puede conocer a Dios de forma personal solamente
en la revelación que de sí mismo hace en las Escrituras. La Biblia no fue
escrita para probar que Dios existe, sino para revelarlo por medio de sus
actos. Por ello, la revelación bíblica de Dios es de naturaleza progresiva, y
alcanza su plenitud en Jesucristo, su Hijo. A la luz de su propia revelación en
las Escrituras, tenemos varias declaraciones acerca de Dios:
a. Su
existencia
Dios existe por sí mismo y no hay otro Dios fuera de
él.
“… tú te has
engrandecido, Jehová Dios; por cuanto no hay como tú, ni hay Dios fuera de ti,
conforme a todo lo que hemos oído con nuestros oídos” (2 Sam. 7:22).
“… no hay Dios
sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno” (Is. 44:8).
“Mirad a mí, y
sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Is. 45:22).
Su creación
depende de él, pero él es completamente independiente de la creación. No solo
tiene vida, sino que sustenta la vida en el universo, y tiene en sí mismo la
fuente de esa vida.
“Yo Jehová, que
lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mí
mismo” (Is. 44:24).
Este misterio de la existencia de Dios le fue
revelado a Moisés en épocas muy tempranas en la historia bíblica, cuando, en el
desierto de Horeb, se encontró con Dios en forma de fuego en una zarza (Éx.
3:2). Lo distintivo de aquel fenómeno fue que la zarza ardía en fuego y no se
consumía. El significado que se puede extraer de esta manifestación divina es
que el fuego era independiente del medio ambiente y se autoalimentaba. Tal es
Dios en su ser esencial: es completamente independiente del medio o ambiente en
que desea hacerse conocer. Esta cualidad del ser de Dios encuentra expresión en
su nombre personal Yahvéh o Jehová, y en su propia afirmación significa “Yo soy
el que soy”, es decir, “Yo soy el que tiene ser dentro de sí mismo” (Éx. 3:14).
Al considerar el
libro de Proverbios, hallamos una figura literaria de personificación que se
hace con respecto a la sabiduría, en la cual ella misma declara “eternamente tuve el principado, desde el
principio, antes de la tierra” (Pr. 8:23). Si miramos allí una
representación de Cristo, como la sabiduría, el Verbo de Dios, él está
planteando que su autoridad es eterna y siempre la ha tenido.
Esta
percepción se insinúa en la visión que Isaías tuvo de Dios: “¿No has sabido, no has oído que el Dios
eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se
fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da
esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas”
(Is. 40:28, 29). Él es el Dador, y todas sus criaturas son los receptores.
Cristo dio su más clara expresión a este misterio cuando dijo: “Porque como el Padre tiene vida en sí
mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Jn. 5:26).
Esto hace de la independencia de la vida una cualidad distintiva de la deidad.
En toda la Escritura, Dios se revela como la fuente de todo lo que existe (animado
e inanimado); él es el Creador y el Dador de la vida, el único que tiene vida
en sí mismo. El
trino Dios existe por sí mismo y no fue creado. El existe desde antes del
principio en la eternidad; existe desde el principio manifestado a la humanidad
(Hab. 1:12); existe en la actualidad, es inmortal y siempre vivirá (1 Tim.
6:16).
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