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jueves, 13 de noviembre de 2014

Frutos del conocimiento de Cristo Parte V



6. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando éstas engendran en él un deseo cada vez más profundo de agradar a Cristo.

El creyente genuino entiende que no es dueño de su vida sino que pertenece a Cristo, quien le compró con su sangre y le ha hecho un templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19, 20). Por este motivo, el cristiano fiel no debe vivir para sí mismo, haciendo su propia voluntad, sino para hacer la voluntad de Cristo (2 Cor. 5:15). Quien ama a Cristo, más se deleita en agradarle, honrándole por medio de una vida de obediencia a su voluntad. Cristo dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). No se trata solo de sentirnos bien con Cristo o de hablar sobre cosas espirituales, confesando el nombre del Señor, sino que debemos asumir un compromiso sincero y práctico para someternos realmente a todos los principios de la Biblia: el amor hacia Dios y hacia el prójimo, el buen trato a las personas, la justicia y la rectitud en todo lo que hacemos, la pureza moral en el corazón y en la conducta externa, el buen testimonio en cada área de nuestra vida, la fidelidad y la entrega en el matrimonio, el pudor y la modestia en nuestra manera de vestir, el compartir el evangelio con las personas, siendo ejemplo en todo sentido, etc. En síntesis, la suma de todos estos aspectos será la evidencia de la autenticidad de nuestra profesión de fe… de lo contrario, seremos un tropiezo para otros y pondremos en duda el cristianismo que profesamos.

¿Tiene fe en Cristo aquel que no hace ningún esfuerzo para conocer y hacer su voluntad? Donde hay fe en Cristo habrá obediencia a sus mandamientos, pero si éstos son quebrantados, será una vergüenza para el evangelio. Por tal motivo, cuando desagradamos a Cristo, lamentamos nuestra falla y nos arrepentimos para cambiar y no repetir nuestros errores. Es imposible creer seriamente que fueron mis pecados los que causaron que el Hijo de Dios derramara su preciosa sangre sin que yo aborrezca estos pecados. Si Cristo sufrió bajo el pecado, también hemos de sufrir nosotros (lamentarnos, arrepentirnos y convertirnos) cuando pecamos contra Cristo. Cuanto más sinceros son estos deseos, más sinceramente buscaremos su gracia para ser librados de todo lo que desagrada al Señor, y reforzar nuestra decisión para hacer todo lo que le complace.

7. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando le hacen anhelar la segunda venida de Cristo.

El amor puede confirmarse aún más cuando vemos a nuestros seres queridos. Asimismo, aunque vivimos por fe y contemplamos a Cristo en un ámbito espiritual, deseamos encontrarnos con él; Pablo dice: “ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara” (1 Cor. 13:12). Entonces se cumplirán las palabras de Cristo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Jn. 17:24). Solo esto alegrará plenamente los deseos del corazón de Cristo, y solo esto llenará los anhelos de los redimidos. Se cumplirá a cabalidad el deseo de Cristo: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Is. 53:11); y se cumplirá a cabalidad el deseo del creyente: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (Sal. 17: 15).

A la hora de nuestra muerte, si estamos caminando con Cristo, en una vida consagrada a él, confiando solo en los méritos de su sangre para ser salvos, iremos a un lugar de reposo y paz, aguardando la resurrección de los muertos, la cual se efectuará cuando Cristo arrebate a su Iglesia. Al retorno de Cristo se consumará el plan perfecto de Dios para los redimidos. Los elegidos son predestinados a ser conformados a la imagen del Hijo de Dios, y el propósito divino será completado solo cuando Cristo venga. El apóstol Juan dijo: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:2, 3). Nunca más nuestra comunión con él será interrumpida, nunca más habrá gemido o clamor sobre nuestra corrupción como pecadores; nunca más nos acusará la incredulidad. El presentará a sí mismo la Iglesia, como una iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga ni cosa semejante, sino santa y sin mancha (Ef. 5:27). Así pues, estamos esperando ansiosamente ese momento y por este motivo, nos purificamos cada día a través de la sangre de Cristo y por la Palabra de Dios, en oración, obediencia y amor. Cuanto más anhelamos al que ha de venir, más evidencia damos de que nos beneficiamos del conocimiento de la Biblia.

Busquemos pues la presencia de Dios sinceramente y consideremos las siguientes preguntas:

¿Tenemos un sentido más profundo de nuestra necesidad de Cristo?
¿Es Cristo para nosotros una realidad más dinámica y viva todos los días?
¿Estamos hallando más deleite al ocuparnos de sus perfecciones?
¿Está Cristo haciéndose más y más precioso para nosotros diariamente?
¿Crece nuestra fe en él, de modo que confiamos más en él para todo?
¿Estamos buscando realmente complacerle en todos los aspectos de nuestra vida?
¿Estamos deseándole tan ardientemente que nos llenaría de gozo si regresara durante las próximas veinticuatro horas?

Que el Espíritu Santo nos guíe a toda verdad y que podamos asegurarnos de experimentar todos los frutos de un conocimiento genuino de Cristo.

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