6. Un individuo se beneficia de las Escrituras
cuando éstas engendran en él un deseo cada vez más profundo de agradar a Cristo.
El creyente genuino
entiende que no es dueño de su vida sino que pertenece a Cristo, quien le
compró con su sangre y le ha hecho un templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19,
20). Por este motivo, el cristiano fiel no debe vivir para sí mismo, haciendo
su propia voluntad, sino para hacer la voluntad de Cristo (2 Cor. 5:15). Quien
ama a Cristo, más se deleita en agradarle, honrándole por medio de una vida de
obediencia a su voluntad. Cristo dijo: “Si
me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). No se trata solo de sentirnos
bien con Cristo o de hablar sobre cosas espirituales, confesando el nombre del
Señor, sino que debemos asumir un compromiso sincero y práctico para someternos
realmente a todos los principios de la Biblia: el amor hacia Dios y hacia el
prójimo, el buen trato a las personas, la justicia y la rectitud en todo lo que
hacemos, la pureza moral en el corazón y en la conducta externa, el buen
testimonio en cada área de nuestra vida, la fidelidad y la entrega en el
matrimonio, el pudor y la modestia en nuestra manera de vestir, el compartir el
evangelio con las personas, siendo ejemplo en todo sentido, etc. En síntesis,
la suma de todos estos aspectos será la evidencia de la autenticidad de nuestra
profesión de fe… de lo contrario, seremos un tropiezo para otros y pondremos en
duda el cristianismo que profesamos.
¿Tiene fe en
Cristo aquel que no hace ningún esfuerzo para conocer y hacer su voluntad?
Donde hay fe en Cristo habrá obediencia a sus mandamientos, pero si éstos son
quebrantados, será una vergüenza para el evangelio. Por tal motivo, cuando
desagradamos a Cristo, lamentamos nuestra falla y nos arrepentimos para cambiar
y no repetir nuestros errores. Es imposible creer seriamente que fueron mis
pecados los que causaron que el Hijo de Dios derramara su preciosa sangre sin
que yo aborrezca estos pecados. Si Cristo sufrió bajo el pecado, también hemos
de sufrir nosotros (lamentarnos, arrepentirnos y convertirnos) cuando pecamos
contra Cristo. Cuanto más sinceros son estos deseos, más sinceramente
buscaremos su gracia para ser librados de todo lo que desagrada al Señor, y
reforzar nuestra decisión para hacer todo lo que le complace.
7. Un individuo se beneficia de las Escrituras
cuando le hacen anhelar la segunda venida de Cristo.
El amor puede
confirmarse aún más cuando vemos a nuestros seres queridos. Asimismo, aunque
vivimos por fe y contemplamos a Cristo en un ámbito espiritual, deseamos
encontrarnos con él; Pablo dice: “ahora
vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara” (1 Cor.
13:12). Entonces se cumplirán las palabras de Cristo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también
ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has
amado desde antes de la fundación del mundo” (Jn. 17:24). Solo esto alegrará
plenamente los deseos del corazón de Cristo, y solo esto llenará los anhelos de
los redimidos. Se cumplirá a cabalidad el deseo de Cristo: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”
(Is. 53:11); y se cumplirá a cabalidad el deseo del creyente: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia;
estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (Sal. 17: 15).
A la hora de
nuestra muerte, si estamos caminando con Cristo, en una vida consagrada a él,
confiando solo en los méritos de su sangre para ser salvos, iremos a un lugar
de reposo y paz, aguardando la resurrección de los muertos, la cual se
efectuará cuando Cristo arrebate a su Iglesia. Al retorno de Cristo se
consumará el plan perfecto de Dios para los redimidos. Los elegidos son
predestinados a ser conformados a la imagen del Hijo de Dios, y el propósito
divino será completado solo cuando Cristo venga. El apóstol Juan dijo: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no
se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo
aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es
puro” (1 Jn. 3:2, 3). Nunca más nuestra comunión con él será interrumpida,
nunca más habrá gemido o clamor sobre nuestra corrupción como pecadores; nunca
más nos acusará la incredulidad. El presentará a sí mismo la Iglesia, como una
iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga ni cosa semejante, sino santa y sin
mancha (Ef. 5:27). Así pues, estamos esperando ansiosamente ese momento y por
este motivo, nos purificamos cada día a través de la sangre de Cristo y por la
Palabra de Dios, en oración, obediencia y amor. Cuanto más anhelamos al que ha
de venir, más evidencia damos de que nos beneficiamos del conocimiento de la
Biblia.
Busquemos pues
la presencia de Dios sinceramente y consideremos las siguientes preguntas:
¿Tenemos un
sentido más profundo de nuestra necesidad de Cristo?
¿Es Cristo para
nosotros una realidad más dinámica y viva todos los días?
¿Estamos
hallando más deleite al ocuparnos de sus perfecciones?
¿Está Cristo
haciéndose más y más precioso para nosotros diariamente?
¿Crece nuestra
fe en él, de modo que confiamos más en él para todo?
¿Estamos
buscando realmente complacerle en todos los aspectos de nuestra vida?
¿Estamos
deseándole tan ardientemente que nos llenaría de gozo si regresara durante las
próximas veinticuatro horas?
Que el Espíritu
Santo nos guíe a toda verdad y que podamos asegurarnos de experimentar todos
los frutos de un conocimiento genuino de Cristo.
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