c. ¿Por qué Dios demanda santidad de sus hijos?
Ya se ha
definido bien qué significa la santidad y que es Dios quien nos llama a vivir
en santidad, y no un hombre, una iglesia o una organización religiosa. Ahora
surge la pregunta lógica: ¿por qué razones Dios demanda santidad de aquellos
que han nacido de nuevo por la fe en Cristo y por la obra del Espíritu Santo?
Por causa de su
infinita santidad, Dios mismo (Padre, Hijo y Espíritu), es eternamente santo.
Él está separado de todo pecado (1 Ped. 1:15, 16). Así pues, vemos que Dios
mismo santificó al Hijo (Jn. 10:36), y el Hijo también se santificó a sí mismo
para darnos un ejemplo supremo de pureza, fidelidad y obediencia absoluta al
Padre y para que también nosotros seamos santificados en la verdad que es la
palabra de Dios (Jn. 17:19); por otra parte, Dios santificó a los sacerdotes y
al pueblo de Israel en el A.T. como testimonio de su voluntad (Éx. 19:6; 29:44;
31:13). Estos versículos y muchos más, muestran continuamente que la voluntad
de Dios es nuestra santificación (1 Ts. 4:3-8). Lamentablemente, el que desprecia
la santidad, desprecia a Dios y no al hombre.
d. ¿Cómo
alcanzar la santidad que Dios demanda?
Después de todo
lo que hemos considerado, ahora surge la pregunta práctica: ¿cómo puedo lograr
ser santo delante de Dios?
Ya se han
mencionado varios medios que Dios ha provisto para la santificación del
creyente; sin embargo, veamos los siguientes puntos para confirmar lo que hemos
estudiado y para ampliar mucho más este aspecto:
a) Dios mismo es
la fuente de toda pureza y santidad; por ende, Dios mismo santifica por
completo al verdadero cristiano que quiere obedecer su llamado a la santidad (1
Ts. 5:23):
- El Padre
santifica (Jn. 17:17).
- El Hijo
santifica (Ef. 5:26, 27; Heb. 2:11; 9:12-14; 10:11-14).
- El Espíritu de
Dios santifica (Rom. 15:16; 2 Ts. 2:13; 1 Ped. 1:2).
b) Nuestra
santificación se efectúa:
- Por la fe en
Cristo (Hch. 26:18).
- Por la sangre
de Cristo (Heb. 13:12; 1 Jn. 1:5-7).
- Por medio de
una comunión genuina con Cristo (1 Cor. 1:2, 30).
- Por el
conocimiento y la obediencia a la Palabra de Dios (Jn. 17:17; Ef. 5:26).
- Por nuestra
propia elección (Heb. 12:14; 2 Tim. 2:21, 22; 1 Jn. 3:1-10). La auto
santificación se puede realizar solamente por los medios divinamente provistos;
por ende, los cristianos somos llamados a presentar nuestros cuerpos como un
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rom. 12:1). Además, Dios nos da la
orden de salir de en medio de los hombres y apartarnos de ellos, en cuanto al
pecado se refiere (2 Cor. 6:17). Teniendo estas promesas, debemos limpiarnos de
toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el
temor de Dios (2 Cor. 7:1). Por tanto, Pablo mismo dice: “Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne”
(Gál. 5:16).
En resumen, Dios
santifica al creyente que ha creído en Cristo mediante su sangre y a través del
conocimiento de las demandas que la palabra de Dios tiene para que honre el
nombre y el carácter de Cristo, reflejándolo ante los ojos de Dios y ante los
ojos de los hombres, y esta obra solo puede ser realizada por el Espíritu Santo
cuando el corazón se abre a comprender el nivel de santidad que Dios exige y
cuando es guiado a obedecer los principios que la Biblia establece para
presentar un Cristianismo genuino, no solo con palabras, sino con
demostraciones reales y prácticas. El mundo está cansado de un Cristianismo
barato y debilitado, carente de frutos auténticos y sin evidencias de una
transformación en la vida de aquellos que dicen seguir a Cristo. Así pues, la
santidad divina es una de las señales de que realmente hay un pueblo en la
tierra que sigue las pisadas del Maestro; sigamos el camino de la santidad y
reflejemos todas las virtudes de Cristo a un mundo corrupto y rebelde a Dios.