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jueves, 30 de abril de 2015

La santidad Parte III


c. ¿Por qué Dios demanda santidad de sus hijos?

Ya se ha definido bien qué significa la santidad y que es Dios quien nos llama a vivir en santidad, y no un hombre, una iglesia o una organización religiosa. Ahora surge la pregunta lógica: ¿por qué razones Dios demanda santidad de aquellos que han nacido de nuevo por la fe en Cristo y por la obra del Espíritu Santo?

Por causa de su infinita santidad, Dios mismo (Padre, Hijo y Espíritu), es eternamente santo. Él está separado de todo pecado (1 Ped. 1:15, 16). Así pues, vemos que Dios mismo santificó al Hijo (Jn. 10:36), y el Hijo también se santificó a sí mismo para darnos un ejemplo supremo de pureza, fidelidad y obediencia absoluta al Padre y para que también nosotros seamos santificados en la verdad que es la palabra de Dios (Jn. 17:19); por otra parte, Dios santificó a los sacerdotes y al pueblo de Israel en el A.T. como testimonio de su voluntad (Éx. 19:6; 29:44; 31:13). Estos versículos y muchos más, muestran continuamente que la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Ts. 4:3-8). Lamentablemente, el que desprecia la santidad, desprecia a Dios y no al hombre.

d. ¿Cómo alcanzar la santidad que Dios demanda?

Después de todo lo que hemos considerado, ahora surge la pregunta práctica: ¿cómo puedo lograr ser santo delante de Dios?

Ya se han mencionado varios medios que Dios ha provisto para la santificación del creyente; sin embargo, veamos los siguientes puntos para confirmar lo que hemos estudiado y para ampliar mucho más este aspecto:

a) Dios mismo es la fuente de toda pureza y santidad; por ende, Dios mismo santifica por completo al verdadero cristiano que quiere obedecer su llamado a la santidad (1 Ts. 5:23):

- El Padre santifica (Jn. 17:17).
- El Hijo santifica (Ef. 5:26, 27; Heb. 2:11; 9:12-14; 10:11-14).
- El Espíritu de Dios santifica (Rom. 15:16; 2 Ts. 2:13; 1 Ped. 1:2).

b) Nuestra santificación se efectúa:
- Por la fe en Cristo (Hch. 26:18).
- Por la sangre de Cristo (Heb. 13:12; 1 Jn. 1:5-7).
- Por medio de una comunión genuina con Cristo (1 Cor. 1:2, 30).
- Por el conocimiento y la obediencia a la Palabra de Dios (Jn. 17:17; Ef. 5:26).
- Por nuestra propia elección (Heb. 12:14; 2 Tim. 2:21, 22; 1 Jn. 3:1-10). La auto santificación se puede realizar solamente por los medios divinamente provistos; por ende, los cristianos somos llamados a presentar nuestros cuerpos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rom. 12:1). Además, Dios nos da la orden de salir de en medio de los hombres y apartarnos de ellos, en cuanto al pecado se refiere (2 Cor. 6:17). Teniendo estas promesas, debemos limpiarnos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Cor. 7:1). Por tanto, Pablo mismo dice: “Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gál. 5:16).

En resumen, Dios santifica al creyente que ha creído en Cristo mediante su sangre y a través del conocimiento de las demandas que la palabra de Dios tiene para que honre el nombre y el carácter de Cristo, reflejándolo ante los ojos de Dios y ante los ojos de los hombres, y esta obra solo puede ser realizada por el Espíritu Santo cuando el corazón se abre a comprender el nivel de santidad que Dios exige y cuando es guiado a obedecer los principios que la Biblia establece para presentar un Cristianismo genuino, no solo con palabras, sino con demostraciones reales y prácticas. El mundo está cansado de un Cristianismo barato y debilitado, carente de frutos auténticos y sin evidencias de una transformación en la vida de aquellos que dicen seguir a Cristo. Así pues, la santidad divina es una de las señales de que realmente hay un pueblo en la tierra que sigue las pisadas del Maestro; sigamos el camino de la santidad y reflejemos todas las virtudes de Cristo a un mundo corrupto y rebelde a Dios.

miércoles, 29 de abril de 2015

La santidad Parte II



b. ¿Dios nos llama a vivir en santidad?

Algunos piensan que la santidad solo puede aplicarse sobre algunos privilegiados “santos” que vivieron en otras épocas y que por gracia de Dios fueron llamados y elegidos para ser santos, pero este llamado lo hizo Dios a todos aquellos que creen en su palabra y en su Hijo Jesucristo, ya que la santidad que Dios demanda no se logra por esfuerzo humano, sino que es fruto de la fe en Cristo como Salvador y en la sangre de Cristo que nos purifica de toda maldad.

La santificación es lo que nos lleva a ser santos para Dios y ante los hombres. Indiscutiblemente, es una acción que involucra la voluntad del hombre y que lo lleva a apartarse de toda especie de mal. Por ende, la santificación se logra mediante el deseo del creyente de consagrarse a Dios y agradarle en todo, lo cual solo se PRODUCE y se MANTIENE por el favor de Dios. El derrama su gracia sobre nosotros y nos ayuda a vivir en santidad, por medio de la obra del Espíritu Santo y a través de la obediencia a la Palabra de Dios. Así pues, Pablo dice: “Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Ts. 5:21-24).

Nuestra responsabilidad como cristianos auténticos y fieles es examinarlo todo, retener lo bueno, abstenernos de toda especie de mal y confiar en la obra de Dios, el cual nos santifica por completo (espíritu, alma y cuerpo, en cada área de nuestra vida, por dentro y por fuera) para que seamos irreprensibles en Cristo para la eternidad (sea que enfrentemos la muerte o que participemos en vida del arrebatamiento de la Iglesia).

El término irreprensible en griego es amémptos que significa sin falta, sin defecto. En otras palabras, la voluntad de Dios es que siempre estemos limpios y sin pecado, que cada día nos humillemos ante él y pidamos perdón por nuestras faltas y que cuando partamos de esta tierra, estemos viviendo de forma sincera delante de Dios.

Si evaluamos de forma honesta nuestra condición humana inclinada al pecado, tenemos que concluir que por nuestras fuerzas no podemos agradar a Dios, pero con su ayuda, todo es posible.

Dios nos llama a ser santos y nos da también la capacidad de agradarle mediante su gracia, su fuerza, su palabra, la sangre de Cristo y la obra del Espíritu Santo.

La santidad que Dios demanda se evidencia en nuestros valores, principios, actitudes y acciones diarias. Pablo dice: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Col. 3:12-15).

Un verdadero escogido de Dios, será santo y amado delante de Dios y de los hombres; por consiguiente, Dios y los hombres deben ver en esa persona misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, amor fraternal, perdón, paz y agradecimiento. Sin embargo, lo más importante es el amor. Así pues, la santidad sin amor no funciona y se torna en religiosidad, pero quien tiene estas cualidades, ellas son su vestido espiritual diario y todos podrán notar que ese cristiano es completamente diferente al resto de la gente que le rodea.

Si decimos que somos cristianos, debemos andar como Cristo anduvo, y esto incluye la santidad: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:6). Por tanto, en todo aspecto de la vida, Cristo es el modelo a seguir y debemos reflejar la imagen de Cristo en cada área de nuestro caminar diario.  

En el A.T., vemos que Moisés fue guiado por Dios a poner unos accesorios especiales sobre el cuerpo del sumo sacerdote Aarón; entre ellos, se destaca la diadema santa que era una lámina de oro fino que tenía la inscripción: “Santidad a Jehová” (Lv. 8:6-9; Éx. 28:36-38). Esta diadema debería estar continuamente sobre la cabeza del sumo sacerdote y era visible a los ojos de todo Israel como un recordatorio de que Dios demandaba santidad al sacerdote y al pueblo, pero también era un recordatorio para Dios de las ofrendas expiatorias que presentaba Israel por sus pecados, a fin de obtener gracia delante del Señor.

Aquí vemos una lección espiritual: en Cristo, hemos sido hechos reyes y sacerdotes para Dios (1 Ped. 2:9, 10); por eso, Dios quiere que todos vivamos en santidad (hombres y mujeres que profesan creer en Cristo y seguir a Cristo, sin importar su función o su posición dentro de la iglesia); esta santidad la debemos llevar sobre nuestra frente como una señal de nuestra identidad como pueblo apartado del pecado para Dios. Este testimonio de santidad es una señal para los hombres de que estamos consagrados a Dios y es una señal para Dios de que la sangre del Cordero (Cristo) ha limpiado nuestros pecados.

En Sal. 93:1-5, el escritor medita en los testimonios del poder de Dios y de su grandeza en medio de su creación. Además, considera el gobierno absoluto de Dios sobre todo y sobre todos, siendo eterno e inalterable. Luego de expresar estas verdades poderosas acerca de Dios, viene una conclusión maravillosa: “Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre” (Sal. 93:5). Realmente, cuando meditamos en el poder, la grandeza, los atributos y las capacidades divinas, con un corazón sincero, debemos rendirnos ante él y desear su santidad en nosotros y en medio de una congregación de hombres y mujeres que profesen piedad.

La santidad es un requisito dentro de la casa de Dios que es el lugar donde se reúne el pueblo de Dios pero la casa de Dios también es el mismo pueblo de Dios como habitación del Señor (Heb. 3:1-6), como cuerpo espiritual o comunidad y como individuos, porque somos templos del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19, 20). Así pues, debemos de glorificar a Dios en nuestro cuerpo (siendo santos por fuera) y en nuestro espíritu (siendo santos por dentro).

La palabra conviene tiene su origen en el término hebreo naá que significa ser agradable, apropiado y hermoso. Por tanto, la santidad embellece, hermosea y además, es propia, es natural… es la esencia de la casa de Dios. Si alguien no posee esta cualidad, si una congregación no tiene este atributo, no se puede considerar una casa de Dios.

Todo creyente, todo grupo de creyentes y toda congregación que se identifique con Cristo, debe darle prioridad a la santidad como uno de los distintivos más importantes del pueblo de Dios. Claro está que la santidad incluye el amor genuino, la unidad fraternal y toda virtud cristiana, pero esta santidad no sería posible si Dios no proveyera los recursos necesarios para cumplir con su voluntad y estos recursos los encontramos al leer y estudiar las Sagradas Escrituras.

martes, 28 de abril de 2015

La santidad Parte I


La Biblia provee de una revelación extensa acerca de este tema tan importante; sin embargo, la doctrina de la santificación está sujeta a malos entendidos ya que ha sido malinterpretada muchas veces por la gente en general y por aquellos que profesan la fe cristiana; por tanto, es esencial estudiarla a profundidad y con el propósito de aplicarla a la vida diaria.

A la luz de la historia y de la doctrina de la santificación, es importante observar tres leyes de interpretación:

I. El entendimiento correcto de toda doctrina bíblica depende de todo lo que la Escritura contenga con relación a cualquier tema (incluyendo el tema de la santidad).
II. La doctrina de la santificación no debo interpretarla a partir de mi experiencia personal. Por lo tanto, la enseñanza de la Palabra de Dios no debe sustituirse por un análisis de alguna experiencia personal, sino que la función de la Biblia es interpretar la experiencia, antes que ésta pretenda interpretar la Biblia. Toda experiencia que viene por obra de Dios debe estar de acuerdo a las Escrituras.
II. La doctrina de la santificación debe encuadrarse en el contexto de la doctrina bíblica en general. El dar un énfasis desproporcionado a cierta doctrina, o el hábito de buscar toda la verdad siguiendo solamente una línea de enseñanza bíblica, conduce a serios errores. La doctrina de la santificación, al igual que cualquier otra doctrina de las Escrituras, representa y define un aspecto dentro del propósito de Dios, y puesto que ella tiende a fines bien determinados, sufre tanto cuando es exagerada, como cuando es presentada en forma incompleta.

Teniendo estos puntos claros, a continuación, vamos a desarrollar este tema a partir de preguntas habituales que nos ayudarán a comprender mucho mejor lo que Dios demanda de nosotros sus hijos, los creyentes que somos salvos por la gracia y por la fe en la obra de Cristo en la cruz y que hemos nacido de nuevo por el Espíritu Santo.

a. ¿Qué es la santidad?

La palabra «santificar», en sus varias formas, es usada 106 veces en el A.T. y 31 veces en el N.T. y significa «poner aparte»; es decir, es un estado de separación. En este sentido, la santificación tiene que ver con POSICIÓN y RELACIÓN. Así pues, un objeto, un lugar o una persona es puesta aparte y está separada de los demás, en una posición de cercanía con Dios y de distanciamiento con el pecado; además, es una relación de consagración, reconciliación y obediencia con respecto a Dios. Este es el significado general de la palabra.

El término «santo», en sus varias formas, es usado alrededor de 400 veces en el A.T. y 12 veces en el N.T., con relación a los creyentes y dando a entender el estado de separación o ser puesto aparte, o ser separado de aquello que no es santo. Cristo fue “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores”. Por consiguiente, él estaba santificado. El es el ejemplo supremo de consagración y entrega al Padre; por tanto, debemos procurar todos los días seguir sus pasos. Sin embargo, hay algunas consideraciones con respecto a las palabras «santo» y «santificar» en proporción a los creyentes; por ejemplo, santificarse para Dios no implica necesariamente la impecabilidad, pues leemos en la Biblia de gente santa, sacerdotes santos, profetas santos, apóstoles santos, hombres santos y mujeres santas, pero ninguno de ellos estaba sin pecado delante de Dios. Eran santos de acuerdo a su separación para Dios y a su relación con Dios. Por consiguiente, la palabra «santo» no implica necesariamente una obra terminada de Dios en nosotros, pero todos los creyentes santificados por Dios son llamados repetidamente a unos niveles más altos de santidad. Si Cristo lo entregó todo por nosotros y fue santo y sin mancha delante de Dios, ¿qué estamos dispuestos a entregar por amor a él? (nuestros conceptos propios, nuestros malos hábitos, nuestra forma de hablar, de ser, de vivir… en fin, nuestra vida entera).

El término «santo» se usa con relación a Israel cerca de 50 veces y con relación a los creyentes alrededor de 72 veces; esto se aplica a su posición ante Dios. En este caso, la palabra no se asocia estrictamente con la perfección de vida de los creyentes sino que ellos son santos porque han sido particularmente separados en el plan y propósito de Dios. Obviamente, este plan tenía como fin último que Israel viviera al nivel de las demandas de Dios; lamentablemente, ellos rechazaron sus leyes y vivieron a su manera… y por eso vino a Cristo: a restaurar a su pueblo y a enseñarle la verdadera santidad que Dios busca.

Por otro lado, santificar es una palabra que proviene del latín santus que significa consagrado, sagrado, intachable. Así pues, usamos la palabra santificación para describir el proceso de crecimiento integral que nos lleva a ser más semejantes a Cristo. Este proceso comienza al creer en Cristo y recibirle en nuestro corazón de forma sincera y genuina, con el deseo de obedecer su palabra.

La Iglesia, la cual es el cuerpo de Cristo, ha sido llamada a apartarse, a ser un pueblo separado de toda especie de mal; nosotros los creyentes, los seguidores de Cristo, somos los santos en el N.T. De acuerdo al uso de estas palabras, los verdaderos cristianos están santificados y todos ellos son santos. No obstante, debido a que muchos cristianos ignoran la posición que tienen en Cristo, no creen que ellos son santos o no procuran una vida de santidad cada vez más al nivel de la imagen de Cristo. Sin embargo, entre los títulos que el Espíritu da a los hijos de Dios, solo hay uno que se usa más que el de santos. Los creyentes son llamados «hermanos» 184 veces, «santos» 62 veces y «cristianos» solamente 3 veces.

En otro aspecto, la palabra santo tiene el sentido de completo y saludable. Lo que la salud es para el cuerpo, así es la santidad para el ser integral: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:21-24). Por tanto, la santidad no es tema de conciencia o de opiniones personales, es un asunto de salud integral para el cristiano que anhela agradar a Aquel que le amó tanto que se despojó de sí mismo para hacerse hombre, morir en la cruz para llevar su castigo y su culpabilidad, trayendo un camino de reconciliación con Dios y vida eterna.

jueves, 23 de abril de 2015

Los libros apócrifos del A.T. Parte XI


Los libros apócrifos contradicen 
enseñanzas vitales de la Biblia

Los libros de los Macabeos
Existen cuatro libros de los Macabeos:

- 1 y 2 Macabeos: estos libros son agregados en algunas versiones de la Biblia (especialmente, la Vulgata y otras biblias, como la versión Dios Habla Hoy) y se encuentran ubicados después del libro de Ester. Ninguno de los dos se hallan en el canon de los judíos, y los cristianos bíblicos siguieron a los judíos en cuanto a los libros que formaban el canon del A.T.; por esta causa, no fueron comprendidos entre los libros sagrados.

- 3 y 4 Macabeos: estos libros no son incluidos en ninguna versión de la Biblia; por tanto, en este estudio solo son mencionados. Cabe anotar que existen muchos libros apócrifos y el lector puede investigar más acerca de ellos según su interés; por el momento, la prioridad en esta presentación es profundizar en los libros apócrifos más relevantes y de mayor divulgación.

Primer libro de Macabeos
Este libro contiene la historia de 40 años desde el principio del reinado de Antíoco Epifanes hasta la muerte de Simón. El nombre del autor todavía es desconocido. Analizando el texto, sabemos que se trataba de un judío y que fue escrito aparentemente hacia el año 100 a.C., o sea hacia finales del reinado de Juan Hircano, aunque sus originales se han perdido y solo se conserva la versión griega de los LXX. Es, por consiguiente, casi contemporáneo de los hechos que narra, ya que la rebelión de los Macabeos se registró entre los años 175 y 135 a.C.

1 Macabeos narra el intento de helenizar por la fuerza a los judíos, por parte de Antíoco IV Epífanes, un rey de la dinastía seléucida. Los judíos más radicales no se resignan a esta situación y por tanto, se sublevan y se revelan, conducidos por Matatías, un anciano líder religioso. Los cinco hijos de éste se llaman Juan, Simón, Judas, Lázaro y Jonatán, y pronto se convierten en actores principales de la unificación del pueblo judío en la resistencia contra los invasores.

El autor toma un hecho histórico real (la rebelión de los Macabeos) y que es trascendental de por sí para la historia de su pueblo, ya que se le considera la primera revolución nacionalista hebrea, y lo describe de forma clara y con detalles. Sin embargo, aunque es una obra literaria con algún valor histórico, no debemos considerarlo como un libro inspirado por Dios.

Segundo libro de Macabeos
Esta obra probablemente fue realizada en el siglo I a.C. y describe las hazañas de los tres hermanos Macabeos: Judas, Jonatan y Simón. Valga aclarar que no es una continuación de 1 Macabeos sino un relato paralelo, ocupándose especialmente de las victorias de Judas Macabeo, el cual suele ser el más mencionado y el de mayor trascendencia. Por otra parte, consideremos algunos aspectos con respecto a su contenido:
  
- En 3.26 dice: “Y se le aparecieron también otros dos jóvenes, extraordinariamente vigorosos y de resplandeciente hermosura, vestidos con ropajes magníficos; se pusieron uno a cada lado y lo azotaban sin parar, descargándole una lluvia de golpes”. Estas descripciones no armonizan con la forma en que los libros canónicos hablan acerca de los ángeles de Dios.
- En 5.2, 3 dice: “Ocurrió que casi durante cuarenta días aparecieron por toda la ciudad jinetes galopando por el aire, con vestiduras de oro, y escuadrones de tropas armadas con las espadas desenvainadas, compañías de caballería en formación, ataques y cargas por ambas partes, escudos que se agitaban, bosques de lanzas, disparos de flechas, fulgor de armaduras de oro y corazas de todo tipo”. Aquí vemos otras descripciones imaginarias y que no son armónicas con los libros canónicos porque reflejan representaciones exageradas con respecto a los ángeles.
- En 10.29, 30 dice: “En lo más recio del combate, los enemigos vieron en el cielo cinco hombres resplandecientes montando caballos con frenos de oro que se pusieron a la vanguardia de los judíos, colocaron en medio al Macabeo y lo cubrieron con sus propias armas, para mantenerlo invulnerable, mientras disparaban flechas y rayos contra los enemigos; éstos, desconcertados y deslumbrados, se desorganizaron, llenos de pánico”. Estas narraciones son fantasiosas y tampoco tienen paralelo en los libros canónicos. Lo que sucede es que el autor de este libro intenta darle a su narrativa algún matiz espiritual pero en el contenido del texto se nota que no hay un carácter autoritativo, inspirado por Dios y verídico.
- En 11.2, 3 dice: “Cuando los del Macabeo recibieron la noticia de que Lisias estaba asediando las plazas fuertes, sollozando y llorando suplicaban al Señor, junto con el pueblo, que enviara un ángel bueno para salvar a Israel. El Macabeo en persona fue el primero en empuñar las armas, luego arengó a los demás, animándolos a socorrer a sus hermanos, y a enfrentar el peligro junto con él. Se lanzaron todos animosos, y allí, cerca todavía de Jerusalén, se les apareció, al frente del ejército, un jinete con vestiduras blancas, esgrimiendo armas de oro. Todos a una alabaron al Dios misericordioso, y quedaron enardecidos, dispuestos a derribar no sólo a hombres, sino a las fieras más feroces y a murallas de hierro. Avanzaban ordenadamente, teniendo un aliado celestial, porque el Señor se había compadecido de ellos”. Estos versos siguen la misma línea de pensamiento que las referencias anteriores asociadas a manifestaciones angelicales. Quien haya estudiado los libros canónicos y conozca acerca de lo que la Biblia habla de los ángeles, percibirá en estas narraciones la inventiva humana y no la veracidad de la inspiración divina.
- En 12.40-45 dice: “Y bajo la túnica de cada muerto encontraron amuletos de los ídolos de Yamnia, que la ley prohíbe a los judíos. Todos vieron claramente que aquélla era la razón de su muerte. Así que todos alababan las obras del Señor, justo juez, que descubre lo oculto, e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias del pecado de los caídos. Después recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea es piadosa y santa. Por eso hizo una expiación por los caídos, para que fueran liberados del pecado”. En este pasaje se está elogiando de forma errónea el acto de interceder por los muertos a fin de que Dios perdone el pecado y conceda el favor de Dios para ellos. Este pensamiento es completamente antibíblico porque jamás en las Escrituras se invita a orar por los muertos y mucho menos a pedir el perdón de Dios por los pecados que ellos cometieron en vida. La intercesión por otros y el perdón de Dios aplican solo para quienes tienen vida (Is. 55:6, 7; Ecl. 9:4).
- En 15.11-16 dice: “Así los alegró a todos, armando a cada uno no tanto con la seguridad que dan los escudos y las lanzas cuanto con el ánimo que dan las palabras de aliento. Además les contó un sueño totalmente fidedigno, una especie de visión, que los alegró a todos. En el sueño vio lo siguiente: Onías, el antiguo sumo sacerdote, un hombre bueno y excelente, de aspecto venerable, de carácter suave, digno en su hablar, ejercitado desde niño en la práctica de la virtud, extendía las manos y rezaba por toda la comunidad judía. Después, en igual actitud, se le apareció a Judas un personaje extraordinario por su ancianidad y su dignidad, revestido de una dignidad soberana y majestuosa. Onías tomó la palabra para decir: –Éste es Jeremías, el profeta de Dios, que ama a sus hermanos e intercede continuamente por el pueblo y la Santa Ciudad. Entonces Jeremías extendió la mano derecha y entregó a Judas una espada de oro, mientras decía: –Toma la santa espada, don de Dios, con la que destruirás a los enemigos”. Esta narración apoya la idea de que los muertos interceden por los vivos delante de Dios, lo cual es absolutamente falso y no es apoyado por la Biblia porque son los vivos los que deben orar e interceder ante Dios. Lamentablemente, esta mentalidad antibíblica alimenta en la gente ignorante la falsa creencia de pedir la intercesión de muertos o de santos para buscar el favor de Dios.
- En 15.37, 38 dice: “Así acabó la historia de Nicanor. Como desde aquel tiempo la ciudad quedó en poder de los hebreos, yo también pondré aquí punto final a nuestra historia. Si he logrado dejarla bien escrita y construida, eso es lo que yo quería. Si me ha salido vulgar y mediocre, he hecho lo mejor que he podido”. Estas palabras son una evidencia muy clara de que este libro no pudo ser inspirado por Dios ya que no expresan veracidad ni credibilidad; además, el mismo autor no pretende haber escrito bajo la inspiración divina pues termina su libro inseguro de haber hecho una obra digna de confianza.

lunes, 13 de abril de 2015

Los libros apócrifos del A.T. Parte X


La Biblia no aprueba los libros apócrifos


La oración de Manasés
Esta narración ha sido fechada en el siglo II a.C. Su contenido consiste precisamente en una plegaria que Manasés presenta delante de Dios; Manasés fue uno de los reyes más perversos que gobernó en Judá (2 Crón. 33:1-9) y vivió cerca del año 690 a.C.; por esta razón, este texto no corresponde al contexto histórico del personaje que menciona y en consecuencia, no debe ser aceptado como un relato verídico y mucho menos como escritura sagrada.

En el libro de Crónicas, se registra que Manasés fue llevado cautivo por los asirios (2 Crón. 33:11-13). Mientras estuvo prisionero, Manasés rogó por misericordia y al ser liberado y restaurado en el trono, abandonó la idolatría y se volvió a Dios de todo corazón (2 Crón. 33:15-17). Ahora bien, la Biblia habla sobre la oración que hizo pero no describe qué dijo: “Los demás hechos de Manasés, y su oración a su Dios, y las palabras de los videntes que le hablaron en nombre de Jehová el Dios de Israel, he aquí todo está escrito en las actas de los reyes de Israel. Su oración también, y cómo fue oído, todos sus pecados, y su prevaricación, los sitios donde edificó lugares altos y erigió imágenes de Asera e ídolos, antes que se humillase, he aquí estas cosas están escritas en las palabras de los videntes” (2 Crón. 33:18, 19).
  
Puesto que esta oración no se halla en la Biblia, algún escritor quiso agregarla pero Dios no lo inspiró ni lo guió porque él dejó escrita su palabra para que conozcamos su revelación; si el Espíritu Santo omite algo, no debemos añadir a la Biblia ni aceptar que otros lo hagan porque son especulaciones e imaginaciones de hombres y no la verdad de Dios, la cual no tiene engaños ni errores.

La oración es considerada por judíos, católicos romanos y evangélicos como una escritura apócrifa y no inspirada por Dios; sin embargo, fue incluida en la Vulgata a finales del siglo IV, inmediatamente después del libro de 2 Crónicas. Además, la oración fue incluida en la Biblia del Oso de 1569 y en la Geneva Bible de 1599, por lo tanto aparece en los libros apócrifos de la King James Version de 1611. Por otra parte, la oración está incluida en algunas versiones de la Septuaginta griega.

Para terminar, miremos un ejemplo de los errores que se encuentran en las escrituras no inspiradas por Dios… en el versículo 8 dice: “Oh Señor, Dios de los justos, no has designado el arrepentimiento para el justo, porque Abraham, Isaac y Jacob, no pecaron contra ti”. Esta afirmación es falsa porque la Biblia claramente muestra los pecados de muchos personajes que menciona (incluidos Abraham, Isaac y Jacob) y evidentemente, ella misma afirma: “… no hay justo, ni aun uno” (Rom. 3:10); “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Quien haya leído la Biblia de forma seria, rechazará contundentemente lo que dice la oración de Manasés en este pasaje.


sábado, 11 de abril de 2015

Los libros apócrifos del A.T. Parte IX



Adiciones al libro de Daniel
El libro de Daniel contiene 12 capítulos pero se le han agregado algunos textos: la historia de Susana, el Cantar de los tres jóvenes y los relatos de Bel y el dragón.

- La historia de Susana
En el siglo I a.C. se le añadió un decimotercer capítulo al libro de Daniel y es la historia de Susana; según este relato, ella era la bella esposa de un judío principal de Babilonia a cuya casa acudían con frecuencia los ancianos y jueces judíos; dos de ellos se enamoraron de ella y trataron de seducirla, pero cuando ella dio voces, los ancianos dijeron que la habían encontrado en brazos de un joven, por lo cual ella fue llevada a juicio; debido a que había dos testigos falsos, fue culpable y sentenciada a muerte, pero Daniel interrumpió el proceso y comenzó a interrogar a los testigos, preguntando a cada uno por separado bajo qué árbol del jardín habían hallado a Susana con el amante; así pues, al dar respuestas diferentes se les condenó a muerte a ellos y Susana se salvó.
  
Esta narración forma parte de la versión griega de la Biblia conocida como Septuaginta, pero la canonicidad de la Historia de Susana ha sido debatida porque este escrito no ha sido incluido en el Tanaj judío, así como tampoco en el llamado Texto Masorético, y los judíos actuales, aún cuando ven en ella un relato que reviste valores y enseñanzas de carácter moral, no la han acogido como parte del texto sagrado.

- La oración de Azarías y el Cantar de los tres jóvenes
Estos relatos son una adición que sigue a Dn. 3:23 en la Septuaginta y en Biblias que incluyen libros apócrifos. La oración y la canción no se encuentran en el texto arameo/hebreo del libro de Daniel, ni son citados en ningún texto antiguo existente.

La fecha de la autoría es asimismo incierta, aunque ciertos investigadores se muestran a favor del siglo I o II a.C.; así pues, no tiene credibilidad histórica y mucho menos se debe aceptar como un relato inspirado por el Espíritu Santo.

- Bel y el dragón
Se considera que este relato fue redactado en el siglo I a.C. y se le puso como el capítulo 14 del libro canónico de Daniel. Esta narración contiene 2 episodios legendarios sobre la supuesta actividad del profeta Daniel: la primera sobre el dios pagano Bel y la segunda, sobre una deidad en forma de serpiente (o dragón), los cuales eran adorados en Babilonia. Estos relatos son bastante tardíos, así como imprecisos, desde la perspectiva del contexto histórico, geográfico, social y cultural de algunos de los hechos citados en el texto. Por ejemplo: es muy extraño imaginar a un rey conquistador postrado ante los dioses de reinos conquistados. Por regla general, esto sucede a la inversa en los registros históricos conocidos.

Este texto tampoco tiene credibilidad histórica debido a la fecha de su redacción. Además, la mayoría de estudiosos serios de la Biblia rechaza la idea de que estas adiciones sean parte del libro canónico de Daniel.



jueves, 9 de abril de 2015

Los libros apócrifos del A.T. Parte VIII

Baruc
Según algunos estudiosos, el libro de Baruc existió primeramente como tres partes separadas e independientes que más tarde fueron reunidas y resultaron en el libro actual.

La pieza más antigua (compuesta por dos partes, Bar. 3:9-5:9) pertenece al siglo III a.C. Ya en tiempos de los Macabeos, un último redactor añadió el prólogo y la parte final, atribuyendo todo el libro a Baruc, secretario y escribiente de Jeremías. Sin embargo, Jeremías vivió en el 582 a.C. y en este sentido, esta obra literaria no tiene credibilidad a nivel histórico.

En cuanto a la estructura del libro, hay quienes lo dividen en dos partes. La primera (1:1-3:8) formalmente es una carta en prosa con una introducción histórica. Baruc, habiendo escrito un libro, lo lee delante del rey Joaquín y a los exilados en Babilonia. El pueblo gime, ayuna, y ora. Además, hacen una colecta de dinero para mandarla a Jerusalén para el servicio del Templo, con el mandamiento de orar por el rey Nabucodonosor, rey de Babilonia, y por su hijo Belsasar, para que el pueblo pueda vivir en paz bajo el mandato de esos príncipes. Le sigue una carta, presumiblemente escrita por Baruc, aunque no mencionada expresamente como tal. La carta es la confesión del pecado nacional, el reconocimiento de la justicia del castigo a la nación y una oración implorando misericordia.

Nota: Parece probable que la primera parte del libro fuera escrita en hebreo por el carácter hebraico de la dicción.

La segunda parte del libro (3:9-5:9) difiere formalmente en el tono de la primera; consiste en dos poemas: el primero es una exhortación a Israel a que aprenda sabiduría, la cual es descrita como la fuente de toda felicidad y el libro de los mandatos de Dios. El segundo poema es un cuadro del sufrimiento de Israel y una exhortación a Israel a que se anime y espere la salvación de Dios, representándose aquí a Jerusalén como una viuda desolada lamentándose por el desastre de sus hijos.

En síntesis, muy pocos eruditos afirman actualmente que el libro fuera compuesto por el secretario de Jeremías; además, el libro de Baruc nunca ha sido aceptado como canónico entre los judíos.

La carta de Jeremías
La Septuaginta muestra separado el capítulo 6 de Baruc, que se llama “Carta de Jeremías” pero en otras biblias, se encuentra como libro separado. La Vulgata, en cambio, la junta con el libro de Baruc y la numera como un capítulo más.

Este capítulo presenta una fuerte advertencia en contra de la idolatría, la cual es dirigida probablemente a los judíos de Alejandría (Egipto); al parecer está basada en Jer. 11:10 y reitera el mensaje divino de los profetas bíblicos Jeremías e Isaías acerca de la necedad de la idolatría a imágenes y dioses falsos que no pueden hacer nada por sus seguidores.   

A pesar de su mensaje, este texto tampoco es reconocido como un libro canónico.


martes, 7 de abril de 2015

Los libros apócrifos del A.T. Parte VII


Eclesiástico ó la sabiduría de Sirac.
Este texto fue compuesto alrededor del 180 a.C. y su estructura literaria es semejante al libro canónico de Proverbios; contiene muchos consejos prácticos pero no hace parte del canon judío. Además, en su prólogo, el mismo libro niega su inspiración divina. De igual forma, hay muchos elementos que no compaginan con los principios bíblicos; a continuación revisemos con detalle:

- En 3.3 dice: “Quien honra a su padre expía sus pecados”. Esta expresión no es verdadera ya que la Biblia no enseña que las buenas obras expíen o purifiquen los pecados de los hombres.
- En 3.14 dice: “La compasión hacia el padre no será olvidada, te servirá para reparar tus pecados”. Aquí encontramos el mismo punto del versículo anterior, en el cual se pone un énfasis desmedido en las buenas obras, minimizando la seriedad del pecado. Este pensamiento no es coherente con la Biblia.
- En 3.30 dice: “La limosna perdona los pecados”. Esta posición es completamente errada porque sigue la misma línea de los dos versículos anteriores. Dios es quien perdona los pecados cuando hay un corazón arrepentido de verdad. En el N.T. hallamos algo mucho más grande: Dios envió a su Hijo para morir por nuestros pecados y en él tenemos paz y perdón en relación con Dios (Rom. 5:1). En conclusión, las buenas obras no garantizan el perdón de Dios.


domingo, 5 de abril de 2015

Los libros apócrifos del A.T. Parte VI

 

La sabiduría de Salomón
Este libro se atribuye a un escritor judío ya que tiene un conocimiento de los libros canónicos del A.T. y de la cultura griega. La fecha de composición se sitúa después del año 330 a.C. en pleno período helenístico, principalmente por la mención que el autor hace sobre la espiritualidad judía y la mentalidad griega, y por el uso frecuente de términos habituales entre los estoicos y platónicos.

El libro es un tratado ético que tiene como finalidad instruir que los judíos de la época y a los lectores para que no se desvíen de la fe a causa del escepticismo, el materialismo y la idolatría.

En este texto también aparece la sabiduría personificada como lo evidencia el libro canónico de Proverbios; sin embargo, hay que considerar algunos aspectos:

- En 1.13 dice: “Dios no hizo la muerte”. Esta expresión no es correcta porque la Biblia muestra claramente que Dios advirtió a Adán acerca de las consecuencias del pecado cuando dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16, 17). Así pues, la muerte es una de las consecuencias que Dios trajo como juicio sobre el pecado de Adán y Eva, pero también sobre el pecado de todos los hombres (Rom. 5:12).
- En 2.24 dice: “La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y sus seguidores tienen que sufrirla”. Esta expresión tampoco armoniza con los libros canónicos que claramente muestran que la muerte vino por causa del pecado de los hombres y no por las motivaciones del diablo. Vale decir que el diablo es el tentador y tuvo cierta responsabilidad en el pecado de Adán y Eva, pero la responsabilidad principal la tuvieron ellos al decidir la desobediencia antes que la obediencia a la palabra de Dios.
- En 8.8 dice: “ella conoce el pasado y adivina el futuro” (hablando de la sabiduría). Esta expresión tampoco armoniza con los libros canónicos ya que Dios es el único que conoce el futuro a la perfección, mientras que el término “adivinar” en la Biblia se relaciona con ocultismo y prácticas satánicas que Dios aborrece. Por ende, el decir que la sabiduría adivina el futuro es una expresión que no concuerda con los principios bíblicos.

viernes, 3 de abril de 2015

Los libros apócrifos del A.T. Parte V


Adiciones al libro de Ester
Aproximadamente entre el siglo I y II a.C., un escritor judío (hasta hoy desconocido) tradujo el libro canónico de Ester al griego y, al mismo tiempo, intercaló un total de 107 versículos, dentro de seis lugares donde creyó que una nota religiosa debería ser agregada. Esas inclusiones mencionan el nombre de Dios y oraciones dirigidas a él, pero ninguna de ellas aparecen en el libro canónico de Ester, siendo éste el único caso entre los libros del A.T en el que no se hace mención del nombre de Dios; además, en el libro canónico se afirma que Ester y Mardoqueo ayunaron pero no aparecen oraciones explícitas. Así pues, para compensar supuestamente este punto, las adiciones tienen largas oraciones atribuidas a estos dos personajes junto con dos cartas escritas por Artajerjes.

Las adiciones apócrifas agregan 10 versículos al capítulo 10 de Ester y 6 capítulos adicionales, desde el 11 hasta el 16. Sin embargo, en la Septuaginta griega los versículos suplementarios son distribuidos a través del texto a fin de hacer una narración continua.

Al leer las adiciones de Ester nos damos cuenta de que son especulaciones humanas acerca de lo que pudo suceder y de la forma en que el autor se imagina que Mardoqueo y Ester pidieron a Dios su favor en momentos de crisis. Sin embargo, el Espíritu Santo, quien inspiró todos los libros canónicos, se reservó el revelar este tipo de información en el libro de Ester; por ende, no debemos especular ni aceptar estas adiciones. Además, la Biblia dice: “Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Ap. 21:18, 19). En el contexto de Apocalipsis se refiere al contenido de este libro; no obstante, este principio tiene aplicación a toda la Escritura porque no debemos añadir ni quitar a lo que Dios estableció. Por ejemplo, en Pr. 30:5, 6 dice también: “Toda palabra de Dios es limpia; él es escudo a los que en él esperan. No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso”. 

miércoles, 1 de abril de 2015

Los libros apócrifos del A.T. Parte IV


Judit
Este texto se escribió aproximadamente a mediados del siglo II a.C. La heroína de esta narración es Judit, una hermosa viuda judía. Cuando Betulia su ciudad fue sitiada, ella salió acompañada de su criada, llevando comida judía limpia y fue hasta la carpa del general enemigo Asirio (Holofernes); él quedó prendado de la belleza de ella y le dio un lugar en su carpa pero él había bebido hasta quedar ebrio. Judit tomó entonces la espada de él y le cortó la cabeza; luego ella y su criada abandonaron el campo, llevando la cabeza de él en un bolso de provisiones; ésta fue suspendida sobre un muro y el ejército asirio fue derrotado al ver que su líder había sido asesinado y que no tenían quién los dirigiera.

Este relato es ficticio porque no tiene evidencias históricas, arqueológicas o bíblicas que lo confirmen. Además, hay algunos elementos que debemos analizar para comprobar que no hay inspiración divina en este libro:

- En Judit 9.9, 10, 13 dice: “Mira su arrogancia, descarga tu indignación sobre sus cabezas: concédeme, aunque no soy más que una viuda, la fuerza para cumplir mi cometido. Por medio de mis palabras seductoras castiga al esclavo junto con su jefe y al jefe junto con su esclavo. ¡Abate su soberbia por la mano de una mujer!... Que mi palabra seductora se convierta en herida mortal para los que han maquinado un plan siniestro contra tu Alianza y tu Santa Morada, la cumbre de Sión y la Casa que es posesión de tus hijos”. En este relato, Judit pide que Dios use sus palabras seductoras como mujer para castigar a los invasores asirios que querían destruir a los israelitas. Este tipo de oraciones no armonizan con la Biblia porque las mujeres piadosas que hay en las Escrituras no necesitaron usar de seducción para buscar el favor o el respaldo de Dios; antes bien, una mujer temerosa de Dios es ejemplo de pudor, santidad y fidelidad a los principios espirituales. Por eso, la Biblia dice: “Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada” (Pr. 31:30). En cuanto a la mujer sensual y seductora la Biblia dice: “Lo rindió con la suavidad de sus muchas palabras, le obligó con la zalamería de sus labios. Al punto se marchó tras ella, como va el buey al degolladero, y como el necio a las prisiones para ser castigado; como el ave que se apresura a la red, y no sabe que es contra su vida, hasta que la saeta traspasa su corazón. Ahora pues, hijos, oídme, y estad atentos a las razones de mi boca. No se aparte tu corazón a sus caminos; no yerres en sus veredas, porque a muchos ha hecho caer heridos, y aun los más fuertes han sido muertos por ella. Camino al seol es su casa, que conduce a las cámaras de la muerte” (Pr. 7:21-27). Notemos que la Biblia es tajante y fuerte para corregir la seducción y la sensualidad. Dios es santo y jamás tolera el pecado y la maldad de nadie; no minimicemos las leyes del Señor ni tengamos en poco la pureza que él demanda de sus hijos porque el Señor es celoso de buenas obras y de frutos dignos de un verdadero arrepentimiento.
- En Judit 10.1-4 dice: “Apenas terminó de invocar al Dios de Israel con todas estas palabras, Judit se levantó del suelo, llamó a su servidora y bajó a la casa donde pasaba los sábados y los días de fiesta. Luego se despojó del sayal que tenía ceñido, se quitó su ropa de viuda, se lavó el cuerpo con agua, se ungió con perfumes y peinó sus cabellos. Después se ciñó la cabeza con un turbante y se puso la ropa de fiesta con que solía engalanarse cuando aún vivía su marido Manasés; se calzó las sandalias, se puso collares, brazaletes, anillos, aros y todas sus joyas: en una palabra, se embelleció hasta el extremo, para seducir a todos los que la vieran”. Judit se preparó con ropa de fiesta y se adornó para seducir a todos los que la vieran pero esta conducta no corresponde a una mujer piadosa como supuestamente el relato lo afirma.
- En Judit 10.12, 13 dice: “Ellos detuvieron a Judit y la interrogaron: "¿De dónde eres? ¿De dónde vienes y a dónde vas?". Ella respondió: Soy una hebrea, pero huyo de mi pueblo, porque está a punto de convertirse en presa de ustedes. Por eso vengo a presentarme ante Holofernes, el general en jefe del ejército, para darle buenas informaciones; yo le indicaré un camino por el que podrá pasar para apoderarse de toda la región montañosa, sin que pierda la vida ni uno solo de sus hombres”. Judit dice que está huyendo de su pueblo y que va a darle al general Holofernes una ruta para llegar más fácil a la ciudad de Betulia; sin embargo, ella está mintiendo y la narración declara que Judit es una mujer temerosa de Dios (8.8); esto es absurdo.
- En Judit 11.5 dice: “Entonces Judit le respondió: Acepta de buen grado las palabras de tu esclava, y permítele hablar en tu presencia. Todo lo que yo te diré esta noche es verdad”. Judit afirma que todo lo que va a decirle al general es verdad, pero si estudiamos el contexto del libro, vemos todo lo contrario.
- En Judit 11.12, 13 dice: “Porque como han empezado a faltarles los víveres y escasea el agua, decidieron echar mano a sus ganados y sustentarse con todo lo que Dios en sus leyes les ha prohibido comer. Incluso, están resueltos a consumir las primicias del trigo y los diezmos del vino y del aceite, que ya han sido consagrados y reservados para los sacerdotes que ejercen sus funciones delante de nuestro Dios en Jerusalén: esas cosas que a ninguno del pueblo le es lícito ni siquiera tocar con sus manos”. Judit afirma que los judíos habían decidido comer alimentos inmundos debido a la hambruna que estaban padeciendo por el sitio de los asirios y que están resueltos a consumir las primicias del trigo y los diezmos del vino y del aceite; esto también es mentira porque ella misma había afirmado que el pueblo reconocía a Dios y esperaba su salvación (8.17-20).
- En Judit 11.16 dice: “Por eso, yo, tu servidora, al enterarme de todo esto, escapé de su lado. Y Dios me ha enviado para realizar contigo tales hazañas, que llenarán de asombro en toda la tierra a aquellos que las escuchen”. Judit sigue mintiendo al decir que ella escapó al enterarse de todo esto. Además, está metiendo a Dios en el asunto, lo cual es infame si se trata supuestamente de una persona que teme a Dios.
- En Judit 11.23 dice: “Tu aspecto es tan encantador como son hábiles tus palabras: si obras como lo acabas de decir, tu Dios será mi Dios, y tú habitarás en el palacio del rey Nabucodonosor y serás famosa en toda la tierra”. Holofernes elogia a Judit y dice: “si obras como lo acabas de decir, tu Dios será mi Dios”. Esto es una vergüenza porque ella está mintiendo de una forma continua y está comprometiendo la honra del nombre de Dios y dejando en duda el buen testimonio de la Ley de Dios.
- En Judit 12.16 dice: “Judit entró y se reclinó; el corazón de Holofernes quedó cautivado por ella, su espíritu se turbó y ardía en deseos de poseerla, porque desde la primera vez que la vio, buscaba la oportunidad de seducirla”. La seducción y las mentiras de Judit fueron un estímulo para que Holofernes deseara poseerla como mujer. Esta situación es opuesta al carácter de las mujeres piadosas de la Biblia.

Esta historia puede ser comparada con la narración canónica de Jael que mató al general cananita Sísara (Jue. 4:17-22) y obviamente, fue inventada a partir del relato bíblico, pero Jael es completamente diferente a Judit, porque ella no mostró una conducta seductora y engañosa como la de Judit.