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martes, 28 de abril de 2015

La santidad Parte I


La Biblia provee de una revelación extensa acerca de este tema tan importante; sin embargo, la doctrina de la santificación está sujeta a malos entendidos ya que ha sido malinterpretada muchas veces por la gente en general y por aquellos que profesan la fe cristiana; por tanto, es esencial estudiarla a profundidad y con el propósito de aplicarla a la vida diaria.

A la luz de la historia y de la doctrina de la santificación, es importante observar tres leyes de interpretación:

I. El entendimiento correcto de toda doctrina bíblica depende de todo lo que la Escritura contenga con relación a cualquier tema (incluyendo el tema de la santidad).
II. La doctrina de la santificación no debo interpretarla a partir de mi experiencia personal. Por lo tanto, la enseñanza de la Palabra de Dios no debe sustituirse por un análisis de alguna experiencia personal, sino que la función de la Biblia es interpretar la experiencia, antes que ésta pretenda interpretar la Biblia. Toda experiencia que viene por obra de Dios debe estar de acuerdo a las Escrituras.
II. La doctrina de la santificación debe encuadrarse en el contexto de la doctrina bíblica en general. El dar un énfasis desproporcionado a cierta doctrina, o el hábito de buscar toda la verdad siguiendo solamente una línea de enseñanza bíblica, conduce a serios errores. La doctrina de la santificación, al igual que cualquier otra doctrina de las Escrituras, representa y define un aspecto dentro del propósito de Dios, y puesto que ella tiende a fines bien determinados, sufre tanto cuando es exagerada, como cuando es presentada en forma incompleta.

Teniendo estos puntos claros, a continuación, vamos a desarrollar este tema a partir de preguntas habituales que nos ayudarán a comprender mucho mejor lo que Dios demanda de nosotros sus hijos, los creyentes que somos salvos por la gracia y por la fe en la obra de Cristo en la cruz y que hemos nacido de nuevo por el Espíritu Santo.

a. ¿Qué es la santidad?

La palabra «santificar», en sus varias formas, es usada 106 veces en el A.T. y 31 veces en el N.T. y significa «poner aparte»; es decir, es un estado de separación. En este sentido, la santificación tiene que ver con POSICIÓN y RELACIÓN. Así pues, un objeto, un lugar o una persona es puesta aparte y está separada de los demás, en una posición de cercanía con Dios y de distanciamiento con el pecado; además, es una relación de consagración, reconciliación y obediencia con respecto a Dios. Este es el significado general de la palabra.

El término «santo», en sus varias formas, es usado alrededor de 400 veces en el A.T. y 12 veces en el N.T., con relación a los creyentes y dando a entender el estado de separación o ser puesto aparte, o ser separado de aquello que no es santo. Cristo fue “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores”. Por consiguiente, él estaba santificado. El es el ejemplo supremo de consagración y entrega al Padre; por tanto, debemos procurar todos los días seguir sus pasos. Sin embargo, hay algunas consideraciones con respecto a las palabras «santo» y «santificar» en proporción a los creyentes; por ejemplo, santificarse para Dios no implica necesariamente la impecabilidad, pues leemos en la Biblia de gente santa, sacerdotes santos, profetas santos, apóstoles santos, hombres santos y mujeres santas, pero ninguno de ellos estaba sin pecado delante de Dios. Eran santos de acuerdo a su separación para Dios y a su relación con Dios. Por consiguiente, la palabra «santo» no implica necesariamente una obra terminada de Dios en nosotros, pero todos los creyentes santificados por Dios son llamados repetidamente a unos niveles más altos de santidad. Si Cristo lo entregó todo por nosotros y fue santo y sin mancha delante de Dios, ¿qué estamos dispuestos a entregar por amor a él? (nuestros conceptos propios, nuestros malos hábitos, nuestra forma de hablar, de ser, de vivir… en fin, nuestra vida entera).

El término «santo» se usa con relación a Israel cerca de 50 veces y con relación a los creyentes alrededor de 72 veces; esto se aplica a su posición ante Dios. En este caso, la palabra no se asocia estrictamente con la perfección de vida de los creyentes sino que ellos son santos porque han sido particularmente separados en el plan y propósito de Dios. Obviamente, este plan tenía como fin último que Israel viviera al nivel de las demandas de Dios; lamentablemente, ellos rechazaron sus leyes y vivieron a su manera… y por eso vino a Cristo: a restaurar a su pueblo y a enseñarle la verdadera santidad que Dios busca.

Por otro lado, santificar es una palabra que proviene del latín santus que significa consagrado, sagrado, intachable. Así pues, usamos la palabra santificación para describir el proceso de crecimiento integral que nos lleva a ser más semejantes a Cristo. Este proceso comienza al creer en Cristo y recibirle en nuestro corazón de forma sincera y genuina, con el deseo de obedecer su palabra.

La Iglesia, la cual es el cuerpo de Cristo, ha sido llamada a apartarse, a ser un pueblo separado de toda especie de mal; nosotros los creyentes, los seguidores de Cristo, somos los santos en el N.T. De acuerdo al uso de estas palabras, los verdaderos cristianos están santificados y todos ellos son santos. No obstante, debido a que muchos cristianos ignoran la posición que tienen en Cristo, no creen que ellos son santos o no procuran una vida de santidad cada vez más al nivel de la imagen de Cristo. Sin embargo, entre los títulos que el Espíritu da a los hijos de Dios, solo hay uno que se usa más que el de santos. Los creyentes son llamados «hermanos» 184 veces, «santos» 62 veces y «cristianos» solamente 3 veces.

En otro aspecto, la palabra santo tiene el sentido de completo y saludable. Lo que la salud es para el cuerpo, así es la santidad para el ser integral: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:21-24). Por tanto, la santidad no es tema de conciencia o de opiniones personales, es un asunto de salud integral para el cristiano que anhela agradar a Aquel que le amó tanto que se despojó de sí mismo para hacerse hombre, morir en la cruz para llevar su castigo y su culpabilidad, trayendo un camino de reconciliación con Dios y vida eterna.

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