Tobías
Es
un relato centrado en los acontecimientos que ocurren a dos familias israelitas
que viven en el destierro. El jefe de una de ellas, Tobit, es un israelita
piadoso que reside en Nínive, donde se distingue por sus obras de caridad en
favor de sus compatriotas, pero pierde sus bienes y al final queda ciego. En
esta situación, se dirige en oración a Dios. Al mismo tiempo, en Ecbatana,
Sara, hija única de Ragüel, que siete veces ha visto impedido su matrimonio,
también hace oración, y Dios, por medio del ángel Rafael viene en ayuda de
Tobit y de Sara.
Tobit
decide enviar a su hijo Tobías a Media, y el ángel, sin darse a conocer, se
ofrece como compañero y guía. En Media, Tobías conoce a Sara y se casa con
ella. Los recién casados regresan con el ángel a Nínive; Tobías cura a su padre,
aplicando una sustancia extraída de un pez (bajo la orientación del ángel); luego,
finalmente Rafael se da a conocer. Tobit alaba a Dios, da consejos a su hijo y
muere de edad avanzada. Para concluir, se cuenta cómo Tobías se traslada a
Ecbatana, donde muere, no sin antes haber oído la noticia de la destrucción de
Nínive.
El
libro, cuyo texto original no se conserva, fue escrito probablemente en una
lengua semítica (hebreo o arameo). Existen, no obstante, diversas traducciones
a otras lenguas antiguas (sobre todo al griego, al latín y al siríaco), a veces
bastante diferentes entre sí.
El
libro sitúa la acción del relato en los siglos VIII-VII a.C. (poco antes de la
destrucción de Nínive en el 612 a.C.), después que una parte de la población
del reino de Israel, en el norte, había sido deportada a Asiria (2 Rey. 15:29).
Sin embargo, el libro fue escrito mucho tiempo después, posiblemente hacia el
siglo III o a comienzos del siglo II a.C.
La
intención principal del escrito era, por una parte, la de inculcar entre los
judíos que vivían en la dispersión, la confianza en la ayuda de Dios en medio
de las pruebas; y, por otra, la de animar a los lectores para que practicaran
los deberes tradicionales, en particular la caridad con los necesitados.
Si
hacemos una revisión del texto, encontraremos puntos interesantes de discusión
al compararlo con los libros canónicos e inspirados por Dios. Por ejemplo:
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En Tobías 4.17, el escritor usa la expresa: “maldito demonio Asmodeo”. Este
lenguaje nunca se usa en los libros canónicos para referirse al diablo o a los
demonios; antes bien, en Jud. 1:9 dice: “Pero
cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el
cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino
que dijo: El Señor te reprenda”.
-
En esta misma cita de Tobías, se dice que el demonio Asmodeo mató a siete
hombres consecutivamente, los cuales se casaron con Sara, la hija de Ragüel.
Este tipo de narraciones no tienen paralelo en la Biblia; sin embargo, en las
Escrituras entendemos que Dios podría permitir que Satanás o los demonios
tuvieran influencia en la muerte de los seres humanos, pero en este caso es
algo ficticio y está lejos de la perspectiva bíblica.
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En Tobías 6.17 dice: “Y cuando vayas a entrar en la alcoba, toma un poco del
hígado y del corazón del pez y échalo en el brasero del incienso. Al esparcirse
el olor, en cuanto el demonio lo huela, escapará y ya no volverá a aparecer
cerca de ella” (lea también Tobías 8.2, 3). Este tipo de relatos están distantes
del concepto bíblico con respecto a cómo enfrentar a Satanás y a los demonios,
pues abre la puerta al uso de recursos humanos y naturales para ahuyentar a los
espíritus inmundos, lo cual es inútil. No obstante, los recursos divinos para
someter las tinieblas son: la obediencia a la palabra de Dios (Stg. 4:7), la fe
en Jesús y el uso correcto de su nombre (Mr. 16:17).
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Hay dos referencias a las limosnas que no armonizan con la Biblia: Tobías 4.10 dice:
“Porque la limosna libra de la muerte y no deja caer en las tinieblas” y Tobías
12.9 dice: “La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado. Los que
dan limosnas gozarán de una larga vida”. La Biblia habla sobre las limosnas y
de las buenas obras a favor de las personas, pero nunca les atribuye la
facultad para purificar el pecado, salvar el alma de la condenación y dar vida
eterna. Miremos algunas citas bíblicas al respecto: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser
vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está
en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de
ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser
alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas
cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que
sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en
público” (Mt. 6:1-4). Notemos que
Jesús habla de una recompensa del Padre hacia aquellos que comparten con los
necesitados… en ningún momento habla de que sus pecados sean limpiados o
perdonados ni de la vida eterna. Esta recompensa es verídica porque Dios
bendice (aquí en la tierra) a quienes son generosos pero no tiene nada qué ver
con la salvación del alma, pues es gratuita a través de la fe en Cristo y no es
por obras, para que nadie se gloríe (Ef. 2:4-10). Las buenas obras son el
resultado de la fe y de la obediencia a la voluntad de Dios y no la causa de la
purificación de los pecados, los cuales son limpiados por la sangre de Cristo,
cuando hay un verdadero arrepentimiento (1 Jn. 1:5-10).
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Otra referencia peligrosa del libro de Tobías es la mención que se hace del
ángel Rafael, el cual nunca ha sido nombrado en los libros canónicos. En el
relato aparecen tres puntos en contra del supuesto ángel Rafael que nos deben
hacer reflexionar acerca de la veracidad de la narración:
a)
En Tobías 5.5, el ángel dice: “soy un israelita compatriota tuyo y he venido
aquí buscando trabajo”. Realmente, no era un israelita; esto es una mentira, y
un ángel de Dios no necesita mentir y nunca lo hará. Si tiene una misión de
parte de Dios, sencillamente hará la voluntad de Dios en la tierra, sin
necesidad de mentir o engañar.
b)
En Tobías 5.13, el ángel dice: “soy Azarías, hijo del ilustre Ananías,
compatriota tuyo”. Aquí dijo otra mentira porque tomó el nombre de otra persona
para ganar la confianza de las personas con las que habló. Sin embargo, si
leemos la Biblia, siempre los ángeles enviados por Dios cumplieron la
encomienda y dieron el mensaje de Dios, sin necesidad de usar artimañas ni
mentiras. Por otra parte, la Biblia dice: “No
os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo,
hospedaron ángeles” (Heb. 13:2). Es probable que un ángel tome una figura
humana y se manifieste entre nosotros con un propósito divino, pero tengamos la
certeza que nunca usará una mentira, porque será guiado por Dios que todo lo conoce
y le mostrará lo que necesita para actuar de forma recta, santa y sabia.
c)
En Tobías 12.12, el ángel dice: “cuando Sara y tú estaban rezando, yo presentaba
sus oraciones ante la presencia gloriosa del Señor, para que él las tuviera en
cuenta. Lo mismo cuando enterrabas a los muertos”. Según el ángel Rafael, él
intercedió en oración, delante de Dios, por Sara y por Tobit (el padre de
Tobías). En ninguno de los libros canónicos se habla de la intercesión de los
ángeles; antes bien, se enfatiza que el único mediador entre Dios y los hombres
es Jesucristo (1 Tim. 2:5). Lamentablemente, la narración de Tobías alimenta en
los lectores la opción de confiar en la intercesión de los ángeles, y esto
jamás ha sido parte del plan de Dios. No debemos invocar los ángeles y mucho
menos pedirles su intercesión porque Satanás y sus demonios pueden tomar
ocasión (2 Cor. 11:14).