- La oración
debe ser hecha en el Espíritu, es decir, bajo la guía, la iluminación y el
poder del Espíritu Santo (Jud. 1:20). Dios quiere que dependamos del Espíritu
Santo en cada área de nuestra vida y eso incluye nuestra oración. El Espíritu
de Dios es quien nos guía como hijos de Dios (Rom. 8:14), quien nos ayuda en
nuestra debilidad para pedir lo que conviene y quien intercede por nosotros con
gemidos indecibles. Dios (que escudriña los corazones) sabe cuál es la
intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios él intercede por
los santos (Rom. 8:26, 27).
Hay momentos en
que el Espíritu Santo trae un lenguaje divino (con gemidos y lágrimas que salen
de lo profundo del alma y que son espontáneos en oración o en lenguas
espirituales); Pablo dijo: “el que habla
en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios; pues nadie le entiende, aunque
por el Espíritu habla misterios” (1 Cor. 14:2). Sin embargo, también dijo
lo siguiente: “Por lo cual, el que habla
en lengua extraña, pida en oración poder interpretarla porque si yo oro en
lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto.
¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento;
cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento” (1 Cor.
14:13-15). La oración debe ser hecha con entendimiento, pero hay momentos en
los cuales el Espíritu traerá lenguas para hablar con Dios y será una
experiencia en la cual debemos pedir iluminación para crecer en el conocimiento
de Dios e interpretación para entender las lenguas.
El Espíritu
Santo nos ayuda a orar de manera eficaz. A veces no sabemos cómo, cuándo, en
dónde, por qué o por quién orar… por eso necesitamos del Espíritu Santo para
que nos enseñe a orar correctamente y con resultados.
El Espíritu
Santo es el Consolador que Cristo dio a su pueblo. La palabra Consolador es la
palabra griega parakletos que, entre otras cosas, significa ayudador.
- La oración
debe incluir la intercesión, la cual se hace, no en beneficio personal, sino en
beneficio de otras personas. Como cristiano, cuando intercedes te colocas en el
lugar de otro; te pones en medio de Dios y la persona (en el nombre de Jesús),
orando a favor de ella. Tu oración puede ser por su salvación, su sanidad o
cualquier otro motivo.
En 1 Tim. 2:1-4,
Pablo anima a los creyentes a que hagan rogativas, oraciones, peticiones y
acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que
están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y
honestidad. En este pasaje, él resalta que la intercesión es algo bueno y
agradable ante Dios, porque él quiere que todos los hombres sean salvos y
vengan al conocimiento de la verdad.
En Gál. 6:2, el
mismo Pablo aconseja que llevemos las cargas de los otros, cumpliendo así la
ley de Cristo, porque al interceder, tomas la carga de otro como si fuera tuya,
procurando que esa persona pueda alcanzar la victoria en el Señor.
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