- ¿Salvo por causa de fornicación?
Ya leímos que
Cristo expresa la frase “salvo por causa
de fornicación” en Mt. 19:9. Lamentablemente, muchos han tomado este punto
y tergiversan las palabras, anotando que la infidelidad conyugal o adulterio
está incluido en este contexto, malinterpretando el término griego usado para
fornicación.
Esta teoría se
ha vuelto muy popular y ha ganado muchísimos adeptos (pastores, predicadores y
creyentes de diferentes denominaciones evangélicas), los cuales se están
divorciando y recasando, sumándole a eso el enseñar y promover esta práctica.
Ellos encuentran supuestas bases para aprobar el divorcio y el recasamiento por
causa de la infidelidad conyugal. Es decir, ellos creen que si una persona ha
sido infiel a su pareja, la parte inocente puede o tiene la opción de
divorciarse y casarse con otra persona, ya que su matrimonio ha sido
quebrantado; no obstante, debemos comenzar por aclarar que la Biblia en ninguna
parte enseña tal cosa. Esta posición es producto de la interpretación errada de
UN SOLO verso bíblico y es el que tomamos antes: Mt. 19:9. Sin embargo, existe
solo una interpretación posible y correcta a la frase “salvo por causa de fornicación”, la cual no contradice la
enseñanza bíblica completa al respecto.
Miremos los
siguientes argumentos:
* En un sentido
general, cuando una persona no casada tiene relaciones sexuales con otra no
casada, este acto se llama fornicación (del griego porneía que significa prostitución)
pero cuando personas casadas tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio,
entonces el acto se llama adulterio (del griego moichea que significa
adulterio), porque la persona está adulterando o deformando su matrimonio.
* Ahora bien, en
el griego, la palabra fornicación se
traduce como prostitución y es una palabra que incluye todo acto sexual
ilícito. Por ejemplo, la palabra pornografía precisamente viene del término
porneía. Así pues, porneía tiene que ver con todo acto sexual ilícito, ya sea
homosexualismo, adulterio, prostitución, bestialismo o sexo pre-marital (lo que
conocemos como fornicación).
* La palabra fornicación viene del latín fornicari
que significa tener relaciones sexuales con una prostituta; este término deriva
de fornix (del latín fornus, significa horno), por la forma abovedada de los
lugares donde se ubicaban las prostitutas romanas (ellas se hacían bajo los
arcos de ciertos edificios y eran reconocidas socialmente por su inmoralidad
sexual).
* Como se dijo
antes, el término fornicación (en la
traducción al español) es usado en
referencia a la relación sexual fuera del ámbito matrimonial, es decir, aquella
relación sexual que se da entre dos personas que no están unidas por este
vínculo conyugal.
* El error de
los que quieren usar estas definiciones en el contexto de Mt. 19 es que
pretenden que el término griego da lugar a todo tipo de inmoralidad sexual y
por tanto, al adulterio como causa de divorcio; sin embargo, para evaluar el
significado de porneía en este pasaje debemos estudiar todo el tema del
divorcio en la Biblia y no solo un versículo.
* El mejor
sentido que debemos darle al término porneía en cualquier contexto es que la
Biblia atribuye a todo tipo de inmoralidad sexual el carácter de prostituir el
cuerpo; entonces sea fornicación (sexo pre-marital), adulterio, homosexualismo,
etc. constituyen una falta común: corromper el diseño de Dios y prostituirse.
El término prostitución proviene del latín prostitutio y éste último viene de
otro término latino que es prostituere, el cual significa literalmente exhibir
para la venta. En la Biblia y para los efectos de Dios, la persona que cobra
por tener relaciones sexuales (prostituta de profesión) y la que no cobra
(prostituta de acción), son iguales (y aplica al hombre y a la mujer). Ambos
actos son llamados prostitución, sea que se practique una sola vez o muchas
veces. En otras palabras, quien practica el sexo por fuera de los principios
establecidos por Dios en la Biblia, se prostituye y deshonra su cuerpo, el cual
fue creado a la imagen de Dios y para glorificar a Dios.
En este
contexto, podemos ver claramente que “adulterio” es el nombre del acto de
prostitución de personas casadas, “fornicación” es el acto de prostitución de
personas solteras y homosexualismo es el acto de prostitución de personas del
mismo sexo. Este concepto siempre ha sido igual en las Escrituras; tristemente,
cada vez la sociedad moderna y la mentalidad liberal buscan apaciguar la
conciencia y llamar a lo malo bueno y a lo bueno malo. Para ellos hay una sola
sentencia de Dios: “Ay de los que a lo
malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las
tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo” (Is.
5:20).
Si esto le
parece a alguien muy exagerado, consideremos las palabras de Jesucristo en Mt.
5:27-30: “Oísteis que fue dicho: No
cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te
es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno
de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano
derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se
pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”
El inmoralidad y
la corrupción sexual comienzan al codiciar en el corazón a otra persona que no
es legalmente su esposo(a) ante Dios; además, Cristo afirma categóricamente que
ocurre adulterio cada vez que una persona se casa con otra después de haberse
divorciado (o separado) porque la nueva relación matrimonial es llamada
adulterio (Mt. 19:9).
Volviendo a la
expresión “salvo por causa de
fornicación” (Mt. 19:9), muchos se han apresurado a interpretar de forma
incorrecta las palabras griegas de manera que aprueban el divorcio por causa de
infidelidad conyugal (estando la pareja casada); sin embargo, leyendo bien la
Biblia (no uno o dos versículos, sino todos los pasajes paralelos en otros
libros bíblicos), vemos que la ley de Moisés permitía el divorcio por
fornicación (infidelidad sexual antes de la unión matrimonial de hecho), pero
Jesús establece claramente que eso fue solo una concesión hecha por Moisés (no
por Dios) a causa de la dureza del corazón de los israelitas. Así pues, un
hombre podía, bajo la ley de Moisés, divorciarse de su esposa por fornicación;
veamos el claro ejemplo de la historia de José y María:
“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios
a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón
que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y
entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor
es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lc. 1:26-28).
“El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando
desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había
concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería
infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel
del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas
recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu
Santo es”
(Mt. 1:18-20).
Como vemos en el
texto bíblico, María estaba desposada o comprometida para ser esposa de José y
fue llamada por el ángel del Señor “mujer de José” pero ella no había llegado a
tener relaciones sexuales con José; sin embargo, había un compromiso formal de
noviazgo, con miras al matrimonio de hecho.
El tiempo de
compromiso o desposorio era un periodo de promesa antes de que se llevara a
cabo la unión sexual matrimonial o consumación donde el hombre recibía a su
mujer (Mt. 1:20). Fue durante este tiempo que José se da cuenta que el vientre
de María estaba creciendo y que él no tenía nada que ver en el asunto. La Ley
indicaba que este acto era considerado como fornicación y que el hombre debía
traer su mujer a su padre y a las autoridades, acusarla de este pecado de
fornicación y entonces ella sería apedreada hasta la muerte: “Cuando alguno tomare mujer, y después de
haberse llegado a ella la aborreciere, y le atribuyere faltas que den que
hablar, y dijere: A esta mujer tomé, y me llegué a ella, y no la hallé virgen;
entonces el padre de la joven y su madre tomarán y sacarán las señales de la
virginidad de la doncella a los ancianos de la ciudad, en la puerta; y dirá el
padre de la joven a los ancianos: Yo di mi hija a este hombre por mujer, y él
la aborrece; y he aquí, él le atribuye faltas que dan que hablar, diciendo: No
he hallado virgen a tu hija; pero ved aquí las señales de la virginidad de mi
hija. Y extenderán la vestidura delante de los ancianos de la ciudad. Entonces
los ancianos de la ciudad tomarán al hombre y lo castigarán; y le multarán en
cien piezas de plata, las cuales darán al padre de la joven, por cuanto
esparció mala fama sobre una virgen de Israel; y la tendrá por mujer, y no
podrá despedirla en todos sus días. Mas si resultare ser verdad que no se halló
virginidad en la joven, entonces la sacarán a la puerta de la casa de su padre,
y la apedrearán los hombres de su ciudad, y morirá, por cuanto hizo vileza en
Israel fornicando en casa de su padre; así quitarás el mal de en medio de ti”
(Dt. 22:13-21).
Aquí vemos que
al tomar la mujer, el hombre se juntaría con ella en la intimidad sexual y “en
algunos casos” descubriría que no es virgen porque ella no emitiría un sangrado
en la vagina y se sentiría engañado. En este aspecto, es importante aclarar que
no todas las mujeres vírgenes sangran en su primera relación sexual, debido a
los siguientes motivos:
* La vagina
tiene un tejido flexible que se llama himen y su forma puede permitir tanto el
dolor como la sensación de ruptura para el hombre y la mujer, pero no siempre
se produce sangrado.
* El himen puede
desflorarse o arrugarse por otras causas diferentes a una primera relación
sexual: por ejemplo, hacer ejercicio o deporte, montar a caballo o bicicleta,
tener una caída o un movimiento brusco.
* El himen de
algunas mujeres puede ser resistente o muy elástico y no desflorarse ni sangrar
por causa de una primera relación sexual. En algunos casos, hay mujeres que no
sangran hasta el momento de dar a luz o incluso hay mujeres que nacen sin
himen.
Todos estos
aspectos se conocen hoy debido a los avances científicos y podemos entender
mejor el funcionamiento del cuerpo humano, pero en el tiempo de Moisés se
establecieron leyes influenciadas por la cultura, las tradiciones y los
conocimientos médicos de la época, y quedaron en la Biblia, no para
interpretarlas según nuestro criterio actual, sino a la luz del contexto
histórico y cultural correspondiente.
Volviendo al
tema de la ley de Moisés, hay otro texto asociado al tema del divorcio: “Cuando alguno tomare mujer y se casare con
ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le
escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su
casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre” (Dt. 24:1,
2).
Parece que la
práctica de los divorcios se dio en época temprana, muy común entre los
israelitas, quienes con toda probabilidad, se habían familiarizado con esta
costumbre desde la influencia cultural de Egipto. Quizás Moisés pensó: esta
costumbre está demasiado arraigada en el pueblo de Israel y habrá resistencia a
ser abolida pronto o fácilmente; por esta razón, voy a tolerarla (Mt. 19:8). No
obstante, en el A.T. no hay aprobación de Dios y cuando Cristo vino al mundo
quedaron escritas sus palabras divinas e inalterables, dando honra al
matrimonio y reprobando la tolerancia de Moisés.
En la Ley de
Moisés, el derecho de repudiar se concede solo al marido, conforme a la cultura
machista del entorno del Medio Oriente, la cual siempre ponía en un segundo
plano los derechos de la mujer. Las causas del repudio en el Deuteronomio están
muy vagamente expresadas y se prestan a muchos abusos. En efecto, se dice que,
si el esposo notare en la mujer alguna cosa indecente, puede repudiarla. La
expresión “alguna cosa indecente” viene
de la palabra hebrea ervá y alude a
algún defecto corporal vergonzoso. En tiempos de Cristo, la escuela rabínica de
Sammai lo interpretaba en el sentido de infidelidad conyugal, mientras que
Hillel lo tomaba en un sentido amplio, de forma que bastara que la mujer
disgustara por cualquier cosa a su marido para poder repudiarla (por ejemplo,
por haber dejado quemarse la comida). En este entorno judío, a Cristo le
preguntan si es lícito repudiar a la mujer por cualquier causa, esperando que
se decidiera por una de las dos escuelas, la laxista de Hillel o la rigorista
de Sammai. Sin embargo, en el conjunto de la legislación mosaica la expresión “alguna cosa indecente” de este pasaje
no aplica a la fornicación, pues este acto era sancionado con la lapidación (morir
apedreada). El contexto, pues, favorece la interpretación de que bastaba que no
agradara ya la esposa al marido, para que la pudiera abandonar. Con toda razón
Cristo habló sobre la dureza del corazón.
Ahora bien, la
práctica del divorcio era permitida (bajo la tolerancia de Moisés y no por la aprobación
de Dios) con dos condiciones:
1. Que el acto
del divorcio había de estar certificado en un documento escrito, cuya
preparación, con formalidad legal, proporcionaría tiempo para reflexión y
arrepentimiento.
2. Que, en caso
de que la esposa divorciada se casara con otro marido, ella no podría, al
terminarse este segundo casamiento, ser restaurada a su primer marido, por
deseoso que él estuviera de recibirla (Dt. 24:3, 4).
Volviendo al
tema de José y María, la Biblia dice: “El
nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José,
antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su
marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente”
(Mt. 1:19).
Debemos recalcar
que José no tenía la intención de que María fuera infamada (exponiéndola a las
autoridades para que fuera acusada de fornicaria y luego sería apedreada, como
establecía la Ley de Moisés), sino que quiso dejarla secretamente. Este acto de
dejarla tampoco ayudaría porque al verla embarazada, probablemente las
autoridades judías los llamarían a los dos y serían juzgados; sin embargo, Dios
intervino, tratando con José y preservó la integridad de ambos porque no fueron
sancionados conforme a la Ley. Finalmente, José obedeció a la voz del ángel del
Señor: “Y despertando José del sueño,
hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la
conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS”
(Mt. 1:24, 25).
Leyendo los
evangelios, es muy probable que María haya sido tenida como una mujer indigna y
José haya sido tenido como un hombre inmoral, puesto que los judíos hacen un
comentario que parece referirse a Cristo: “…nosotros
no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios”. Recordemos
que los judíos conocían la familia de Jesús, su lugar de crianza y en esa época
(mucho más que hoy), cuando una mujer quedaba en embarazo y se sabe cuándo se casó,
se cuentan los meses del embarazo y se evalúa si la relación sexual fue antes o
después del matrimonio oficial y el tiempo de convivencia. Así pues, José llevó
la infamia pero demostró su obediencia a Dios y su amor hacia María, sin
importar lo que dijeran los demás. Este es el ejemplo a seguir: el amor todo lo
soporta y todo lo sufre. José no tenía un corazón duro como el de muchos judíos
que escuchaban a Jesús hablar sobre el matrimonio y buscaban excusas para
divorciarse de sus esposas y recasarse, malinterpretando sus palabras e
inventando pretextos para hacer lo malo.
Con base en
estos elementos de juicio y con toda claridad, podemos expresar correctamente
que el pecado sexual antes del matrimonio es fornicación, pero el pecado sexual después de formalizado el
matrimonio se llama adulterio por lo
que causa al matrimonio, es decir, porque lo adultera, lo deforma y lo afecta
pero no lo invalida ni lo anula delante de Dios.
A decir verdad,
Pablo expresa que los pecados así practicados llevan a quienes los practican a
perder el reino de los cielos si no se procede al arrepentimiento y a la
conversión sincera para hacer la voluntad de Dios; en otras palabras, no pueden
ir al cielo: “¿No sabéis que los injustos
no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras,
ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los
ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los
estafadores, heredarán el reino de Dios” (1 Cor. 6:9).
Recordemos que
Jesús dijo: “Oísteis que fue dicho: No
cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te
es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno
de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano
derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se
pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”
(Mt. 5:27-30).
Cristo está
hablando de hombres casados porque adulteran pero lo mismo aplica a hombres
solteros; de igual forma, las mujeres casadas que codician sexualmente son
adúlteras y las mujeres solteras que codician son fornicarias.
Claramente la
inmoralidad sexual tendrá como recompensa el infierno y Cristo no se anda por
las ramas sino que llama a sus oyentes (y a nosotros) a desechar todo pecado
porque nos lleva a la condenación eterna. Cristo es amor pero también es
justicia y no tendrá por inocente al culpable.
Si alguien tiene
dudas al respecto, recuerde lo que dice la Biblia: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a
los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Heb. 13:4).
Si
revisamos bien, en estas 3 citas el original griego es pornos (para fornicación) y moichos
(para adulterio). El término moichos
literalmente significa adulterar (en relación con el matrimonio).
En
palabras definitivas, la Biblia muestra que los fornicarios prostituyen su
cuerpo (y su mente) y no honran el matrimonio; por eso, no hacen un
compromiso formal de matrimonio delante de Dios y con una persona para toda
la vida; ellos deciden que es mejor no casarse y están con una o más personas
diferentes pero tendrán que rendir cuentas ante Dios. Por otro lado, los
adúlteros prostituyen su cuerpo (y su mente) y corrompen su matrimonio porque
no respetan el pacto hecho ante Dios ni respetan a su cónyuge; ellos deciden
estar con una o más personas diferentes a su cónyuge pero tendrán que rendir
cuentas ante Dios.
Usted
está leyendo este estudio bíblico y ahora es mucho más consciente y
responsable ante Dios para obedecer sus leyes.
Dios
nunca va a aceptar y justificar la fornicación o el adulterio, olvidando los
principios que él mismo estableció en la Biblia.
El
amor de Dios jamás estará por encima de su justicia y nunca pasará por alto
la desobediencia de la gente (mucho menos de aquellos que leen la Biblia y
profesan ser cristianos). Si usted realmente quiere seguir el ejemplo de
Cristo, obedezca a Dios en todas las áreas de su vida (incluyendo el área
moral y sexual). Precisamente, Dios muestra su amor para con nosotros en que
nos exige integridad, santidad y obediencia completa. Asimismo, quien predica
la Palabra de Dios debe practicar y enseñar estos principios sin importarle
las reacciones de la gente, si es aceptado o rechazado. A Cristo no lo
aceptaban porque predicaba la verdad sin miedo y sin preferencias por nadie.
Ore
al Señor que lo guíe y no permita que los hombres lo engañen, dándole
supuestas bases bíblicas para tolerar la fornicación, el adulterio, el
recasamiento y todo tipo de inmoralidad sexual.
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En conclusión,
cuando Cristo habla de la cláusula mosaica “salvo
por causa de fornicación” (Mt. 19:9), existe una sola interpretación
bíblica del contexto y que no contradice la enseñanza bíblica completa al
respecto y es la siguiente: Cristo está mencionando la concesión de Moisés (no
de Dios) y los judíos tenían esta excepción que consistía en darle al varón la
oportunidad de rechazar a su mujer (con la que formalizó un compromiso previo
al matrimonio de hecho); la concesión de Moisés consiste en que cuando el varón
hallare inmoralidad sexual en su mujer, podría deshacer el compromiso de
matrimonio. Por ejemplo, si la mujer no era virgen o cometía fornicación luego
de estar desposada o comprometida en matrimonio (es decir, por causa de
fornicación); por esta razón, el hombre le daría carta de divorcio, quedando
libre de casarse otra vez. Ahora bien, esta cláusula no es para nosotros la
Iglesia de Cristo porque nuestro corazón ha sido sanado de la dureza y somos
llamados a honrar el matrimonio como al principio y no según la tolerancia de
Moisés con Israel. Por ende, el consejo bíblico para todas las parejas cristianas
que han de casarse en este tiempo de la gracia, es que tengan un diálogo claro
y que sean abiertos para hablar sobre el tema de la virginidad y ser sinceros
el uno con el otro, para que después no estén buscando excusas para romper el
pacto matrimonial.
Un punto que no
podemos pasar por alto al escudriñar este tema es que solamente Mateo es quien
escribe la frase “salvo por causa de
fornicación”. La Biblia es aplicable para todos los cristianos en todos los
tiempos pero la propia interpretación y hermenéutica bíblica requiere que
miremos quién fue la primera audiencia o a quién se escribió el texto
primordialmente. Así pues, Mateo escribió a los judíos y esto tiene un contexto
interesante. Ni Marcos (que escribió a los Romanos), ni Lucas (que escribió a
los Griegos), ni Pablo (que escribió sobre el tema del matrimonio a los
Corintios y a los Romanos)… presentan la cláusula mosaica “salvo por causa de fornicación”. ¿Cuál es la razón? Esto nos deja
ver que los judíos entenderían que lo que se estaba escribiendo tenía que ver
con su cultura, tradición y conocimiento de la ley de Moisés, tal como hemos
visto en la historia de José y María. Si esta cláusula mosaica fuera aplicable
para los cristianos, ¿por qué ningún otro escritor del N.T. menciona algo al
respecto?
Volviendo al
asunto del término fornicación, es
lamentable que muchos interpreten que la palabra fornicación (en el contexto
que la usa Cristo) se puede aplicar a la infidelidad conyugal dentro del
matrimonio y esto ha despertado una ola impresionante de divorcios y
recasamientos en la mayoría de iglesias cristianas; sin embargo, aunque la
palabra fornicación (porneía en el griego) tiene un significado muy amplio y no
se restringe solo a relaciones sexuales antes del matrimonio sino que también
aplica a todo acto inmoral (como lo hemos revisado antes), en este pasaje, Cristo
no está dando vía libre al divorcio y al recasamiento, sino que está haciendo
una referencia a la Ley de Moisés y cómo éste había sido tolerante con el
pueblo de Israel por la dureza de sus corazones, pero que en el principio de la
creación no fue así. Esto nos demuestra que Cristo está interesado en la
preservación del matrimonio según el diseño original de Dios. Claro está que
hay casos complejos que deben ser revisados con oración y dirección del
Espíritu Santo, en los cuales es probable que una pareja decida no convivir más
debido a los problemas que se estén presentando pero no deben volver a casarse.
En este sentido, Pablo dice: “Pero a los
que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se
separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su
marido; y que el marido no abandone a su mujer. Y a los demás yo digo, no el
Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en
vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente,
y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es
santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera
vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el
incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a
servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios. Porque ¿qué sabes
tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si
quizá harás salva a tu mujer? Pero cada uno como el Señor le repartió, y como
Dios llamó a cada uno, así haga; esto ordeno en todas las iglesias” (1 Cor.
7:10-17).
Notemos varios
puntos claros:
* El Señor
manda: “la mujer no se separe del marido;
y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el
marido no abandone a su mujer” (v. 10). La voluntad de Dios es que haya
armonía entre esposos y que se conserve la relación de pareja estable,
satisfactoria y para toda la vida; sin embargo, hay situaciones en las cuales
puede haber una separación, ya que la pareja no puede convivir debido a
problemas diversos que hacen muy difícil la relación o existen riesgos de
maltrato, violencia física, psicológica y/o sexual (que en la mayoría de los
casos, los afectados son la esposa o los hijos), transmisión de enfermedades,
entre otros. Si alguien se separa por estos motivos o por otras razones lógicas
y coherentes, la voluntad de Dios es que la persona se quede sin casar, o
finalmente, si hay una alternativa para arreglar las cosas, que se reconcilie
la pareja. Así pues, Dios (usando a Pablo) en ningún momento está promoviendo
el divorcio o el recasamiento; por el contrario, anima a la mujer a que no se
separe del marido y al marido le dice que no abandone a su mujer. Dios no
autoriza excusas para el divorcio y mucho menos, aprueba otra unión.
* Pablo insiste
de forma personal en promover la unión matrimonial cuando dice: “Y a los demás yo digo, no el Señor: Si
algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con
él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él
consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es
santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera
vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos” (1 Cor.
7:12-14). El hecho de que una persona se convierta al evangelio no quiere decir
que va romper el vínculo matrimonial que tuvo antes de conocer a Cristo; antes
bien, debe procurar siempre que su cónyuge conozca a Cristo y que viva para él
(que sea motivado a la santificación y a la búsqueda de Dios). De igual forma,
los hijos serán beneficiados de la búsqueda de Dios por parte de los padres, ya
que serán también motivados a vivir en santidad para Dios. Por otro lado,
cuando los padres no buscan de Dios, los hijos se inclinan fácilmente a vivir
lejos de Dios y en inmundicia. Pablo enseña estas cosas no como un mandato del
Señor sino como un consejo; sin embargo, las palabras de Pablo son absolutamente
congruentes con los principios bíblicos que Dios nos enseña.
* Pablo también
dice: “Pero si el incrédulo se separa,
sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en
semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios. Porque ¿qué sabes tú, oh mujer,
si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás
salva a tu mujer? Pero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a
cada uno, así haga; esto ordeno en todas las iglesias” (1 Cor. 7:15-17). En
otras palabras, en algunos casos especiales el creyente tiene la opción de
decidir una separación ya que no está sujeto a servidumbre sino que ha sido
llamado por Dios a vivir en paz (aún si está separado del cónyuge). No
obstante, hay que orar a Dios y procurar la salvación del cónyuge no
convertido. Además, vemos que Pablo tenía estos parámetros espirituales sobre
el matrimonio en relación a los problemas que se pueden presentar en todas las
iglesias y sus enseñanzas tienen la inspiración sobrenatural del Espíritu
Santo; por consiguiente, es nuestro deber acatar el consejo de la Palabra de
Dios.