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jueves, 25 de junio de 2015

Divorcio y recasamiento Parte III


d. Desviaciones del diseño original de Dios para el matrimonio

En este punto vamos a analizar cómo el ser humano se aparta de los principios bíblicos y justifica sus decisiones equivocadas en relación con el tema del matrimonio.

- Marido de dos esposas o mujer de dos maridos
Cuando un hombre se divorcia de su mujer y se casa con otra, este hombre se convierte en marido de dos mujeres, es decir, es similar a una cabeza con dos cuerpos porque la Biblia establece esta simbología: el hombre es cabeza sobre la mujer (1 Cor. 11:3). Esto sería una deformidad terrible y biológicamente hablando sería una mutación genética que no hace parte del plan original de Dios para el ser humano, como tampoco ha sido ni será la voluntad de Dios que un hombre tenga 2 o más esposas o viceversa, que una mujer tenga 2 o más esposos.

Ahora bien, un hombre divorciado y recasado con otra mujer (o viceversa) no puede agradar a Dios y mucho menos tendría autoridad moral y espiritual para enseñar la Palabra de Dios a otros. En 1 Tim. 3:1, 2, Pablo (inspirado por el Espíritu Santo) exige que el obispo (término relacionado con el que sirve a Dios y a una comunidad de creyentes) debe de ser “esposo de una sola mujer”. Aquí vemos claramente que el ministro fiel a Dios, para cualificar para tal posición, no puede ser divorciado y recasado con otra mujer, pues delante de Dios tendría dos mujeres y Dios aborrece esta conducta inmoral.

Aunque los jueces terrenales y los cristianos liberales de nuestros días digan que están separados y que el pacto ha sido terminado, con el fin de justificar un segundo matrimonio, Dios nos enseña en la Biblia que el pacto matrimonial continúa pues este pacto no puede ser anulado; eso es exactamente lo que la Escritura declara: “Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade” (Gál. 3:15).

Según la Biblia, solo la muerte puede dar por terminado el pacto de unión matrimonial pero de acuerdo a los gobiernos humanos y a los cristianos liberales modernos, el divorcio constituye la anulación o abrogación del pacto matrimonial; no obstante, el divorcio no es reconocido por Dios porque él aborrece el repudio y nunca lo estableció desde el principio ni mucho menos después.

Leamos otra vez la cita del profeta Malaquías: “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales” (Mal 2:16). 

Muchos tratan de justificar el divorcio y el recasamiento tomando citas bíblicas fuera de contexto y forzando interpretaciones por conveniencia. Un ejemplo está en el caso de Moisés y la ley. Notemos que no fue Dios quien permitió dar carta de repudio sino Moisés: “Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera” (Mt. 19:7-9). Jesús dijo que al principio no fue así; es decir, el diseño original de Dios siempre ha sido la unión indisoluble y él no ha cambiado ni cambiará este plan. En cuando a la expresión “salvo por causa de fornicación”, más adelante se explicará ampliamente para que no haya duda sobre cuál es el sentido que Cristo le da en este pasaje.

- El hombre (el varón) tiene la mayor responsabilidad en el matrimonio
Cuando existen problemas en el matrimonio y éste llega al fracaso (divorcio o separación), es el hombre quien lleva la mayor responsabilidad (sin excluir a la mujer de su responsabilidad) ya que Dios le dio al hombre la posición de cabeza y a la mujer le dio la posición de cuerpo (según el simbolismo bíblico). El hombre en mucha parte es responsable del funcionamiento conyugal de la mujer porque es su guía y su líder en la relación de pareja. Aún en muchos casos, cuando el cuerpo (la mujer) no actúe de manera adecuada, el hombre la debe amar, cuidar y sustentar, así como Cristo lo hace con la Iglesia. La Biblia dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Ef. 5:25-33).

Lo que debemos preguntarnos es: ¿cómo amó Cristo a la Iglesia? El amor del esposo por la esposa debe ser semejante al amor de Cristo por la Iglesia. Este amor es incondicional y exige una entrega total, no porque la esposa se lo merezca sino porque es “su esposa”, es carne de su carne y hueso de sus huesos, es UNO con ella, él es la cabeza y ella es su cuerpo. La Biblia dice que aún cuando estábamos muertos en delitos y pecados, Dios nos amó y nos hizo su pueblo. Aún después de venir a Cristo, pecamos contra él como humanos que somos pero su amor incondicional por nosotros su Iglesia nos asegura que de parte de él nunca tomará la iniciativa de una separación (a no ser que nosotros decidamos apartarnos de él, persistiendo en el pecado). Cuando somos infieles, él permanece fiel… él no puede negarse a sí mismo (2 Tim. 2:13).

El hombre no es una carne con su esposa mientras todo va bien o mientras ella es fiel, sino que él es uno con ella todo el tiempo porque Jesús dijo: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mt. 19:6).

Decida usted si le cree a Jesús o si le cree al hombre… si obedece el mandato sabio y santo de Jesús o sigue el consejo desviado y corrupto del hombre que tergiversa la Palabra de Dios.

Por tal motivo, la expresión que resalta en el día del matrimonio, cuando el hombre toma a su esposa o viceversa, es: “para bien o para mal, en riqueza o en pobreza, en enfermedad o en salud, en abundancia o en escasez, en lo bueno y en lo malo... hasta que la muerte los separe”. Así pues, sin importar las circunstancias, el hombre y la mujer siguen siendo una sola carne. No es hasta cuando se acabe el amor o hasta cuando ya no hay entendimiento… no es hasta cuando llega la infidelidad, o hasta cuando se separen o se divorcien.

El problema está en que no se medita en estas promesas el día de la boda, ni mucho menos antes; por ende, se llega al matrimonio a la ligera, pensando que todo será color de rosa, que el amor será siempre igual pero la realidad es que el amor hay que alimentarlo y avivarlo para que no se apague. A decir verdad, Pablo describe el matrimonio como “aflicción de la carne” (1 Cor. 7:26-28) porque no es fácil convivir con otra persona y amar en todo tiempo y circunstancia, pero tampoco es un tormento o una cruz como lo expresa la gente. Sencillamente, el matrimonio tiene demandas que probarán el amor de ambos y les ayudarán a madurar en el proceso.

Si las personas meditaran en lo que están prometiendo, hubiera menos matrimonios a la ligera y ciertamente menos divorcios.

El hombre (el varón) es quien tiene el llamado a santificar y purificar a su mujer y aquel que no se ocupe de hacer esto terminará cosechando los frutos de su negligencia. Amar a la esposa cuando ella es flexible, sensible, cariñosa, dócil y especial, es cosa fácil y no requiere mucho esfuerzo, pero amarla cuando es difícil, terca, imponente, egoísta y caprichosa, es algo digno de admiración. Así pues, Pablo plantea el amor verdadero de forma clara: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor. 13:4-7).
Ese es el amor que tiene Cristo por su Iglesia, y es eso exactamente lo que Dios nos está enseñando de cómo el hombre debe amar a su esposa. Tal como Cristo es quien purifica la Iglesia que es su cuerpo y la preserva, también el hombre debe así “purificar” a su esposa y velar por el bienestar del corazón de su esposa por medio de la Palabra de Dios. Es una tarea compleja pero con la ayuda de Cristo, el hombre la puede cumplir si se dispone de verdad.

La mujer es el vaso frágil (1 Ped. 3:7) y el hombre, como cabeza y tipo de Cristo en la unión matrimonial, tiene el deber de cuidar y proteger a su esposa. Cuando el hombre deja de proteger, cuidar y proveer a su esposa, el matrimonio sufre, y si se distancia de ella y no mantiene el fuego del amor encendido o se divorcia de ella o la abandona, es el hombre quien estimula a la mujer para que se convierta en adúltera, porque ella buscará a un hombre que si le brinde lo que ella necesita. Obviamente, ella es responsable y culpable de sus actos, y Dios la juzgará por sus pecados, pero el hombre tiene el deber de amar y cuidar a su esposa.

“También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio” (Mt. 5:31, 32).

Jesús dice que el hombre que repudia a su mujer hace que ella adultere. La razón por la que el hombre hace que ella adultere no es porque la obliga a que se case con otro, sino porque la desampara y en esta posición, donde ella se ve sola, puede tomar la decisión de unirse a otro hombre y al hacerlo, cometerá adulterio. Ella (la repudiada) y aquel que se casare con ella, de igual manera cometen adulterio.

Este mismo caso aplica para el hombre: si él es repudiado (abandonado, rechazado, etc.), la esposa hace que él adultere y la mujer que se case con él también comete adulterio. Dios no hace acepción de personas ni justifica el pecado de nadie.

“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál. 6:7).

- ¿Cuál es la responsabilidad de la mujer en el matrimonio?
Ya hablamos de la responsabilidad del hombre como cabeza de la mujer; ahora miremos la responsabilidad de la mujer porque su deber es amar y respetar a su marido: “por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Ef. 5:33).

Si la mujer no cultiva una buena relación con su esposo, puede provocar una separación, un divorcio y finalmente, el hombre que queda solo, podría buscar otra mujer y convertirse en un adúltero.

En síntesis, los dos tienen responsabilidad del fracaso del matrimonio y Dios les pedirá cuentas a ambos, pero según la Biblia, sobre el hombre pesa una mayor responsabilidad porque él es la cabeza. Esto se puede comprobar en las estadísticas, ya que generalmente la mujer tiende a ser más estable en el matrimonio y el hombre suele ser más propenso a abandonar o a romper el vínculo; sin embargo, ya vimos por la Palabra de Dios, que lo que Dios juntó, no lo puede separar el hombre (Mt. 19:6).

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