d. Desviaciones del diseño original de Dios para el
matrimonio
En este punto
vamos a analizar cómo el ser humano se aparta de los principios bíblicos y
justifica sus decisiones equivocadas en relación con el tema del matrimonio.
- Marido de dos esposas o mujer de dos maridos
Cuando un hombre
se divorcia de su mujer y se casa con otra, este hombre se convierte en marido
de dos mujeres, es decir, es similar a una cabeza con dos cuerpos porque la
Biblia establece esta simbología: el hombre es cabeza sobre la mujer (1 Cor.
11:3). Esto sería una deformidad terrible y biológicamente hablando sería una
mutación genética que no hace parte del plan original de Dios para el ser
humano, como tampoco ha sido ni será la voluntad de Dios que un hombre tenga 2
o más esposas o viceversa, que una mujer tenga 2 o más esposos.
Ahora bien, un
hombre divorciado y recasado con otra mujer (o viceversa) no puede agradar a
Dios y mucho menos tendría autoridad moral y espiritual para enseñar la Palabra
de Dios a otros. En 1 Tim. 3:1, 2, Pablo (inspirado por el Espíritu Santo)
exige que el obispo (término relacionado con el que sirve a Dios y a una
comunidad de creyentes) debe de ser “esposo
de una sola mujer”. Aquí vemos claramente que el ministro fiel a Dios, para
cualificar para tal posición, no puede ser divorciado y recasado con otra
mujer, pues delante de Dios tendría dos mujeres y Dios aborrece esta conducta
inmoral.
Aunque los
jueces terrenales y los cristianos liberales de nuestros días digan que están
separados y que el pacto ha sido terminado, con el fin de justificar un segundo
matrimonio, Dios nos enseña en la Biblia que el pacto matrimonial continúa pues
este pacto no puede ser anulado; eso es exactamente lo que la Escritura
declara: “Hermanos, hablo en términos
humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida,
ni le añade” (Gál. 3:15).
Según la Biblia,
solo la muerte puede dar por terminado el pacto de unión matrimonial pero de
acuerdo a los gobiernos humanos y a los cristianos liberales modernos, el
divorcio constituye la anulación o abrogación del pacto matrimonial; no
obstante, el divorcio no es reconocido por Dios porque él aborrece el repudio y
nunca lo estableció desde el principio ni mucho menos después.
Leamos otra vez
la cita del profeta Malaquías: “Porque
Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de
iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro
espíritu, y no seáis desleales” (Mal 2:16).
Muchos tratan de
justificar el divorcio y el recasamiento tomando citas bíblicas fuera de
contexto y forzando interpretaciones por conveniencia. Un ejemplo está en el
caso de Moisés y la ley. Notemos que no fue Dios quien permitió dar carta de
repudio sino Moisés: “Le dijeron: ¿Por
qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? El les dijo: Por
la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres;
mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su
mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que
se casa con la repudiada, adultera” (Mt. 19:7-9). Jesús dijo que al
principio no fue así; es decir, el diseño original de Dios siempre ha sido la
unión indisoluble y él no ha cambiado ni cambiará este plan. En cuando a la
expresión “salvo por causa de
fornicación”, más adelante se explicará ampliamente para que no haya duda
sobre cuál es el sentido que Cristo le da en este pasaje.
- El hombre (el varón) tiene la mayor
responsabilidad en el matrimonio
Cuando existen
problemas en el matrimonio y éste llega al fracaso (divorcio o separación), es
el hombre quien lleva la mayor responsabilidad (sin excluir a la mujer de su
responsabilidad) ya que Dios le dio al hombre la posición de cabeza y a la
mujer le dio la posición de cuerpo (según el simbolismo bíblico). El hombre en
mucha parte es responsable del funcionamiento conyugal de la mujer porque es su
guía y su líder en la relación de pareja. Aún en muchos casos, cuando el cuerpo
(la mujer) no actúe de manera adecuada, el hombre la debe amar, cuidar y
sustentar, así como Cristo lo hace con la Iglesia. La Biblia dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como
Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de
presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga
ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos
deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí
mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la
sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de
su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y
a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es
este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. Por lo
demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer
respete a su marido” (Ef. 5:25-33).
Lo que debemos
preguntarnos es: ¿cómo amó Cristo a la Iglesia? El amor del esposo por la
esposa debe ser semejante al amor de Cristo por la Iglesia. Este amor es
incondicional y exige una entrega total, no porque la esposa se lo merezca sino
porque es “su esposa”, es carne de su carne y hueso de sus huesos, es UNO con
ella, él es la cabeza y ella es su cuerpo. La Biblia dice que aún cuando
estábamos muertos en delitos y pecados, Dios nos amó y nos hizo su pueblo. Aún
después de venir a Cristo, pecamos contra él como humanos que somos pero su
amor incondicional por nosotros su Iglesia nos asegura que de parte de él nunca
tomará la iniciativa de una separación (a no ser que nosotros decidamos
apartarnos de él, persistiendo en el pecado). Cuando somos infieles, él
permanece fiel… él no puede negarse a sí mismo (2 Tim. 2:13).
El hombre no es
una carne con su esposa mientras todo va bien o mientras ella es fiel, sino que
él es uno con ella todo el tiempo porque Jesús dijo: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios
juntó, no lo separe el hombre” (Mt. 19:6).
Decida usted si
le cree a Jesús o si le cree al hombre… si obedece el mandato sabio y santo de
Jesús o sigue el consejo desviado y corrupto del hombre que tergiversa la
Palabra de Dios.
Por tal motivo,
la expresión que resalta en el día del matrimonio, cuando el hombre toma a su
esposa o viceversa, es: “para bien o para mal, en riqueza o en pobreza, en
enfermedad o en salud, en abundancia o en escasez, en lo bueno y en lo malo...
hasta que la muerte los separe”. Así pues, sin importar las circunstancias, el
hombre y la mujer siguen siendo una sola carne. No es hasta cuando se acabe el
amor o hasta cuando ya no hay entendimiento… no es hasta cuando llega la
infidelidad, o hasta cuando se separen o se divorcien.
El problema está
en que no se medita en estas promesas el día de la boda, ni mucho menos antes;
por ende, se llega al matrimonio a la ligera, pensando que todo será color de
rosa, que el amor será siempre igual pero la realidad es que el amor hay que
alimentarlo y avivarlo para que no se apague. A decir verdad, Pablo describe el
matrimonio como “aflicción de la carne” (1 Cor. 7:26-28) porque no es fácil
convivir con otra persona y amar en todo tiempo y circunstancia, pero tampoco
es un tormento o una cruz como lo expresa la gente. Sencillamente, el
matrimonio tiene demandas que probarán el amor de ambos y les ayudarán a
madurar en el proceso.
Si las personas
meditaran en lo que están prometiendo, hubiera menos matrimonios a la ligera y
ciertamente menos divorcios.
El hombre (el
varón) es quien tiene el llamado a santificar y purificar a su mujer y aquel
que no se ocupe de hacer esto terminará cosechando los frutos de su
negligencia. Amar a la esposa cuando ella es flexible, sensible, cariñosa,
dócil y especial, es cosa fácil y no requiere mucho esfuerzo, pero amarla
cuando es difícil, terca, imponente, egoísta y caprichosa, es algo digno de
admiración. Así pues, Pablo plantea el amor verdadero de forma clara: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no
tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada
indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la
injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta” (1 Cor. 13:4-7).
Ese es el amor
que tiene Cristo por su Iglesia, y es eso exactamente lo que Dios nos está
enseñando de cómo el hombre debe amar a su esposa. Tal como Cristo es quien
purifica la Iglesia que es su cuerpo y la preserva, también el hombre debe así
“purificar” a su esposa y velar por el bienestar del corazón de su esposa por
medio de la Palabra de Dios. Es una tarea compleja pero con la ayuda de Cristo,
el hombre la puede cumplir si se dispone de verdad.
La mujer es el
vaso frágil (1 Ped. 3:7) y el hombre, como cabeza y tipo de Cristo en la unión
matrimonial, tiene el deber de cuidar y proteger a su esposa. Cuando el hombre
deja de proteger, cuidar y proveer a su esposa, el matrimonio sufre, y si se
distancia de ella y no mantiene el fuego del amor encendido o se divorcia de
ella o la abandona, es el hombre quien estimula a la mujer para que se
convierta en adúltera, porque ella buscará a un hombre que si le brinde lo que
ella necesita. Obviamente, ella es responsable y culpable de sus actos, y Dios
la juzgará por sus pecados, pero el hombre tiene el deber de amar y cuidar a su
esposa.
“También fue dicho: Cualquiera que repudie a su
mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a
no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con
la repudiada, comete adulterio” (Mt. 5:31, 32).
Jesús dice que
el hombre que repudia a su mujer hace que ella adultere. La razón por la que el
hombre hace que ella adultere no es porque la obliga a que se case con otro,
sino porque la desampara y en esta posición, donde ella se ve sola, puede tomar
la decisión de unirse a otro hombre y al hacerlo, cometerá adulterio. Ella (la
repudiada) y aquel que se casare con ella, de igual manera cometen adulterio.
Este mismo caso
aplica para el hombre: si él es repudiado (abandonado, rechazado, etc.), la
esposa hace que él adultere y la mujer que se case con él también comete
adulterio. Dios no hace acepción de personas ni justifica el pecado de nadie.
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues
todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál. 6:7).
- ¿Cuál es la responsabilidad de la mujer en el
matrimonio?
Ya hablamos de
la responsabilidad del hombre como cabeza de la mujer; ahora miremos la
responsabilidad de la mujer porque su deber es amar y respetar a su marido: “por lo demás, cada uno de vosotros ame
también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Ef.
5:33).
Si la mujer no
cultiva una buena relación con su esposo, puede provocar una separación, un
divorcio y finalmente, el hombre que queda solo, podría buscar otra mujer y
convertirse en un adúltero.
En síntesis, los
dos tienen responsabilidad del fracaso del matrimonio y Dios les pedirá cuentas
a ambos, pero según la Biblia, sobre el hombre pesa una mayor responsabilidad
porque él es la cabeza. Esto se puede comprobar en las estadísticas, ya que
generalmente la mujer tiende a ser más estable en el matrimonio y el hombre
suele ser más propenso a abandonar o a romper el vínculo; sin embargo, ya vimos
por la Palabra de Dios, que lo que Dios juntó, no lo puede separar el hombre
(Mt. 19:6).
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