Consideremos
ahora otros principios importantes…
i. ¿Creación imperfecta o incompleta?
A las agencias
de publicidad se les paga con base en su habilidad para vender productos; su
meta es hacer que usted, el consumidor, compre cualquier cosa por la que a
ellos les pagan por promocionar. Las agencias más exitosas buscan y repiten frases
llamativas una y otra vez. Por supuesto, ¡los slogan más atractivos pueden
incidir en el aumento de las ventas!
Hay uno que es
muy significativo y que representa honestamente a los cosméticos por lo que
son. Este fue diseñado por un fabricante de cosméticos: “Estamos vendiendo
esperanza en un tarro, sueños en una botella”.
Otro slogan para
una compañía de cosméticos ampliamente usados le dice a la mujer que sus
productos “le ayudarán a verse como usted, pero mucho mejor”. Esto es
incongruente y falso… o somos nosotros mismos o somos una apariencia; las dos
cosas no se pueden lograr al mismo tiempo.
Otro slogan
declara que usted puede estar “al máximo de su belleza” si usted usa sus
productos.
Todas estas son
tácticas de mercadeo, porque cada una apela al mismo viejo impulso que hay
dentro de todos los seres humanos: el deseo de sentirse más bonitos, más
atractivos y ganarse la atención de otros… en otras palabras, el pecado de la
vanidad (el egocentrismo).
Ahora pregúntese
con sinceridad: ¿quiere Dios que yo “luzca más bello(a)” de lo que soy? ¿Es esa
la manera en que él piensa? ¿Quiere él que usted intente mejorar
artificialmente lo que él ha hecho?
Leamos lo que
Dios nos enseña en la Biblia…
Dios creó a
nuestros padres originales, Adán y Eva, en el Jardín del Edén. Gn. 1:27
declara: “Y creó Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Dios hizo a los
seres humanos a su imagen, es decir, con voluntad, sentimientos, capacidad
racional, lenguaje propio y amor propio, y en sus cuerpos puso su sello de
perfección. En Gn. 1:31 también dice: “Y
vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”.
Después de que
Dios finalizó la semana de creación, él dijo que todas las cosas que él había
hecho (sin excepción) eran BUENAS EN GRAN MANERA. Aquí están incluidas las
estrellas del cielo, el sol, la luna, la tierra, el mar, los ríos, las plantas,
los árboles frutales, los animales, el varón y la mujer. Obviamente, Dios
admiró y elogió todos sus atributos, características y funciones; por tanto, no
tenía que añadirse nada a su obra creadora y él mismo declaró su aprobación.
Él escogió las
formas, los colores, los tamaños, las dimensiones y los detalles de cada obra
creativa y estuvo feliz con el resultado. De acuerdo al concepto de belleza de
Dios, todo era bueno y en gran manera. El estuvo complacido con lo que había
hecho y nada podría mejorar su creación. De hecho, Dios todavía sigue
complacido con sus obras y jamás en la Biblia se menciona que Dios haya
cambiado su opinión acerca de la belleza y de la utilidad de su creación,
excepto por el pecado que la humanidad ha practicado durante siglos, lo cual
ofende la santidad de Dios.
Si él todavía
aprueba sus obras, ¿quién soy yo para tratar de ayudarle a Dios para que su
obra se vea mejor, utilizando diversos accesorios y artificios de vanidad?
Dios nos hizo
representantes de su imagen y de su carácter aquí en la tierra, y nuestro deber
es ser santos, sabios, productivos, fieles y obedientes a todos sus principios.
Especialmente, porque Cristo se hizo hombre y murió en la cruz para restaurar
la imagen de Dios en nosotros a causa de nuestros pecados y el llamado supremo
que tenemos es el privilegio de andar como él anduvo y vivir de acuerdo al
ejemplo de amor y santidad que él nos dejó en sus evangelios.
Definitivamente,
hemos visto a profundidad que hay muchos argumentos históricos, lógicos y
bíblicos para afirmar que Dios no está de acuerdo con los fabricantes de
vanidad y su publicidad.
El único interés
de los productores de cosméticos es convencerlo a usted de que sus productos le
harán “lucir como usted, solo que mejor”, o “al máximo de su belleza”, para
ganar millones de dólares de cuenta de la vanidad pero el interés de Dios es
que usted valore y honre su obra creativa, cuidando su cuerpo, vistiéndolo
decorosamente y con pudor, glorificando su palabra y siendo ejemplo para los
que viven lejos de los principios de santidad que la Biblia siempre ha puesto
en alto porque ella no cambia con los tiempos ni se vuelve tolerante con las
corrientes de la maldad del mundo; la palabra de Dios permanece para siempre,
es inmutable e incorruptible… así también, el pueblo de Dios sobre la tierra se
mantiene puro y fiel a la verdad de la Biblia.
Nada de lo que
Dios hace es imperfecto o incompleto para él y esto incluye cada parte de
nuestro cuerpo. Obviamente hay casos de deformidad, malformaciones congénitas,
algún tipo de enfermedades o accidentes que podrían afectar nuestro cuerpo y
nuestra apariencia. Recordemos que después de la corrupción de Adán y Eva,
entró al mundo la muerte, la enfermedad y el sufrimiento; desde entonces, la
humanidad siempre ha estado inclinada a la maldad y aunque no entendamos, Dios
permite muchos males para tratar con el corazón humano y nos deja lecciones de
vida en medio de todo.
En estas
situaciones es necesario buscar dirección de Dios en oración y analizar la
necesidad de intervenciones quirúrgicas o tratamientos médicos para el
bienestar de la persona, pero nunca debe ser la vanidad la motivación de un
hombre o una mujer que ama al Señor y quiere honrar su palabra.
El tratar de
mejorar el rostro, los ojos, las pestañas, las cejas, el cabello, etc. a través
de cosméticos o tinturas, es decirle a Dios: “no estoy feliz con la manera en
que me hiciste”, o después de aplicarse estas cosas, preguntarle: “¿por qué tú
no me hiciste así?”
La Biblia dice: “…oh hombre, ¿quién eres tú, para que
alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has
hecho así?” (Rom. 9:20). Aunque Pablo dijo estas palabras en el contexto de
la historia de Israel, los principios que contienen son aplicables a nuestra
vida en general porque no somos dueños de nuestra vida… ni siquiera de uno solo
de nuestros cabellos.
El mismo Pablo
pregunta: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo
es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios,
y que no sois vuestros?” (1 Cor. 6:19).
¿Quién sabe
mejor cómo diseñar y crear el templo en el cual reside Dios… usted o Dios? Él
sabe mejor que usted o yo cómo debe lucir su templo; por eso, dejemos que él
nos guíe a hacer lo que conviene en cada área de nuestra vida mediante las
Sagradas Escrituras.
Considere
cuidadosamente lo que usted hace con el templo de Dios que es su cuerpo;
reconozca esto: Dios es el dueño absoluto de todo y él no le ha autorizado a
usted a alterar el orden que estableció, ni siquiera para cambiar el color de
uno solo de sus cabellos.
La gente puede
opinar que nos vemos mejor si nos tinturamos el cabello, nos pintamos los
párpados, nos alargamos las pestañas, nos pintamos los labios, nos echamos
rubor, nos hacemos un look seductor, nos ponemos una ropa provocativa, etc.; si
realmente amamos a Dios y deseamos hacer su perfecta voluntad, nuestra
prioridad no debe ser agradar a los demás porque la gente cambia de opinión a
cada rato; sin embargo, la opinión de Dios siempre será firme: vivir en
santidad es espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23).
Dios declara en
la Biblia que su obra creativa es buena en gran manera y que somos templos
donde él quiere morar por la gracia de Cristo y por el Espíritu Santo.
Si Dios quisiera
que las personas lucieran como se ven después de pintar sus rostros y de
tinturarse el cabello, él las habría diseñado de esa manera desde la creación,
y entonces habría dicho: “esto es bueno en gran manera”, pero gracias a Dios
que su diseño es maravilloso, natural, diverso y magnífico porque todos somos
diferentes y hermosos delante de él por su infinita creatividad.
Para Dios no hay
una belleza ideal, ni una medida perfecta, ni un estándar artificial aprobado
por las estrellas del cine o por los empresarios de la moda y la vanidad; él es
quien puso su sello de aprobación cuando nos creó y la Biblia dice que “era bueno en gran manera” (Gn. 1:31).
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