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sábado, 16 de mayo de 2015

Santidad interna y externa Parte VI



b. ¿Cuáles son las prendas más adecuadas para la vestimenta de una persona que sigue a Cristo?

La respuesta más ajustada a la Biblia sería que nuestros vestidos estén de acuerdo al género sexual al cual pertenecemos; si soy un hombre, mis prendas de vestir deben ser masculinas y si soy una mujer, mis prendas de vestir deben ser femeninas.

Entonces, con respecto a los pantalones para la mujer, debemos tener en cuenta que el pantalón ha sido culturalmente una prenda masculina, aunque nuestra sociedad ha venido teniendo muchos cambios en este aspecto.

La posición conservadora opina que la mujer debe utilizar faldas, vestidos, blusas y ropa femenina ya que han sido las prendas que durante muchos siglos han identificado a la mujer en la cultura.

La posición liberal opina que la mujer tiene libertad de decidir si usa o no vestidos o faldas; además, le da a la mujer la opción de usar pantalón, jeans y otros atuendos y modas que la modernidad ha introducido y que han sido aceptados a nivel mundial, como ropa unisexo (útil para hombres y mujeres).

La mayoría de predicadores y la mayoría de las iglesias evangélicas en la actualidad, tienen una postura liberal pero en la Iglesia Cristiana Sión preferimos tener una posición conservadora porque es coherente con los principios bíblicos y con los antecedentes históricos presentados anteriormente. Las razones son las siguientes:

- Los principios bíblicos respaldan el uso de una vestimenta que esté de acuerdo al género sexual: prendas masculinas y femeninas.
- Esta norma nos da una identidad sexual más clara como testimonio de nuestra fe y es congruente con el mensaje del evangelio.
- Esta conducta refleja mejor la mentalidad bíblica de vivir en pureza, autenticidad, naturalidad e integridad para con Dios y para con los hombres.

El tener una posición liberal da lugar a muchas situaciones y prácticas que han afectado el buen testimonio del evangelio y de las iglesias que han optado por esta postura abierta. Por tanto, como miembro de la Iglesia de Cristo y como servidor del cuerpo de Cristo, prefiero conservar este principio bíblico.

Nota: No tengo la actitud de despreciar ni condenar a quienes tengan la posición liberal; no obstante, en donde Dios me dé la oportunidad de enseñar este tema, siempre expresaré los argumentos bíblicos que tengo. Si algún hermano o hermana en la fe opina diferente y no quiere aplicar estos principios, se le oirá para conocer sus razones, se le instruirá con mayor detalle en el tema de la santidad y se pondrá en oración, confiando en que el Espíritu Santo le guiará a toda verdad. Dado el caso, si el hermano o la hermana considera conveniente, podrá congregarse en otra iglesia según su elección y seguirá siendo nuestro(a) hermano(a) en Cristo. En este sentido, no hay necesidad de entrar en contiendas.

Otro tipo de implementos que causan polémica son las sudaderas y otros accesorios deportivos para la mujer; es mi opinión personal que la mujer cristiana debe tener libertad de hacer deporte, participar en actividades recreativas, así como lo hace el hombre cristiano. Así pues, cada persona utilizará las prendas que considere adecuadas para el deporte y la recreación; lo que se recomienda en todo esto es que haya buen testimonio, limpia conciencia, motivaciones puras, y una conducta digna del evangelio.

Otros principios fundamentales que debemos tener presentes siempre en el atuendo del hombre y de la mujer, son los siguientes:

- Dios inspiró a Pablo para decir: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda. Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos” (1 Tim. 2:8, 9).

Pablo expresa su deseo, como ministro de Dios y del evangelio, y como servidor del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contiendas. El  hombre de Dios debe estar constantemente en oración y en comunión con Dios; además, debe tener sus manos limpias de todo pecado para levantarlas a Dios y para servir a los demás; debe estar libre de la ira y de las contiendas, las cuales pueden contaminar sus manos. Esto también es santidad externa para el hombre: oración, paz y buen trato hacia los demás.

En el caso de la mujer, en este pasaje Pablo sí trata el tema de los vestidos. Normalmente, el hombre es más descomplicado en cuanto a la forma de vestir, aunque no lo excluye de las demandas de Dios sobre la santidad externa en su vestido, el cual debe ser masculino y de buen testimonio como hemos visto. De igual forma, los principios planteados por Pablo, quien fue guiado por el Espíritu Santo, aplican para el hombre.

Pablo habla sobre el atavío de la mujer. La palabra atavío viene del griego kosméo que significa adornar y arreglar. Esta expresión incluye todo lo que la mujer utilice para organizarse, vestirse, arreglarse y adornarse, ya que ella tiene una tendencia más fuerte hacia la vanidad en el aspecto externo en comparación con el varón.

El atavío de la mujer cristiana y que es temerosa de Dios debe ser con ropa decorosa; la palabra decorosa viene del griego kósmios que significa ordenado, decoroso, honorable, digno y respetable. En otras palabras, la ropa que el cristiano debe usar (sea hombre o mujer) delante de Dios y delante de los hombres, debe ser congruente con la santidad que Dios demanda. Una mujer que viste de forma desordenada, indecorosa, indecente, obscena, deshonesta, inmoral, escandalosa, sensual, seductora, etc. se convierte en una persona que no refleja el buen testimonio que merece el evangelio porque es una vergüenza pues no demuestra la pureza de Dios en sí misma sino la impureza y la vanidad. Por tanto, fácilmente atraerá sobre sí las miradas de los hombres no temerosos de Dios, quienes tendrán la inclinación a mostrar su naturaleza dominada por la carne y no por el Espíritu Santo.

Además, una mujer que dice ser cristiana y asiste a actividades espirituales, pero que su vestido no se ajusta a estos principios bíblicos, será una piedra de tropiezo para los creyentes débiles y generará distracción a donde llegue, a donde se siente, en donde se sitúe, porque la tendencia del varón es ir tras sus ojos. Obviamente, el hombre que mira y codicia es culpable de adulterio (Mt. 5:27-30) pero la mujer es una fuente de tentación que podría evitar si estuviera vestida en santidad, pureza y sencillez; por tanto, es tan culpable el hombre que mira para codiciar a una mujer en su corazón y que es llamado adúltero, como la mujer que se viste de forma seductora para atraer las miradas de los hombres sobre sí. Lamentablemente, estas actitudes evidencian que, en ambos casos, el corazón no es limpio delante de Dios. Aquí no se puede decir que hay santidad interna, porque lo externo delata la vanidad, la sensualidad y la inmoralidad que hay en lo interno.

Si alguien se siente ofendido por el lenguaje que uso, lea la Biblia y encontrará que Dios es bien claro para llamar las cosas por su nombre. Por eso me encanta la frase que dijo John MacArthur: “No suavices el evangelio; si la verdad ofende, deja que ofenda; la gente ha estado toda su vida ofendiendo a Dios”.

Judas dijo lo siguiente: “Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; los que os decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos. Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu. Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne” (Jud. 17:23).

La sensualidad es pecado delante de Dios y refleja la ausencia del Espíritu Santo en la vida del creyente; el consejo de Judas es que no andemos según nuestros malvados deseos, es decir, según las obras de la carne porque son contrarias al Espíritu Santo. La carne siempre nos lleva a la vanidad, al orgullo, a la seducción, a la sensualidad, a la lujuria, al adulterio, a la inmoralidad sexual, en fin, a todo lo malo. Por ende, debemos edificar nuestra vida cristiana sobre una fe santa, orando bajo la dirección del Espíritu Santo, permaneciendo en el verdadero amor de Dios y esperando en la misericordia de Dios. También Judas nos recomienda el convencer a los que dudan, salvar a los que están en peligro de condenación y tener misericordia de aquellos que aún contaminan su ropa por los deseos pecaminosos de su carne. Notemos que aún los vestidos pueden estar contaminados a causa de la maldad que hay en el corazón.

Si usted no le cree a la Biblia y no toma en serio sus principios, entonces debería revisar cuál su posición frente a Dios porque el que rechaza la palabra de Dios, a él le rechaza. Pablo dijo: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (1 Ts 4:7, 8). 

Así pues, el vestido de un creyente debe ser decoroso en cuanto al orden pero no se debe justificar el descuido con el cuerpo; en otras palabras, el vestido debe ser agradable a la vista, bien combinado, limpio, en buen estado, a la medida, bien planchado pero no apretado ni con transparencias porque esto tampoco es conveniente ya que hace resaltar algunas partes del cuerpo, atrae las miradas y es algo sensual.

Algo más que menciona Pablo sobre el vestido que honra a Dios y que es acorde con la santidad que él demanda, es lo siguiente: “con pudor y modestia” (1 Tim. 2:9).

La palabra pudor viene del griego aidós que significa pudor y reverencia; es decir, honestidad, recato, respeto, castidad y decencia. La falta de pudor se asocia con la falta de vergüenza cuando se practican cosas que son malas y aún así se hacen, sin importar lo que Dios diga a través de su Palabra o sin considerar la opinión de los demás. Entonces, una persona que no tiene pudor en su forma de vestir es una persona sin vergüenza porque ha perdido el temor a Dios y el respeto hacia los demás.

Pensemos en las expresiones que usan algunas personas sobre su cuerpo y su forma de adornarse: “yo visto como quiera porque es mi cuerpo”… “yo no vivo de la opinión de los demás”… “a mí me gusta porque me veo muy bien”… “Dios no se interesa por lo externo sino por el corazón”. No obstante, en cada frase que quieran decir para justificarse están en contra de los principios de Dios. Recordemos lo que dijo Pablo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:19, 20). El cuerpo es de Dios y no debemos hacer lo que queramos sino lo que Dios demanda en su Palabra.

El pudor se relaciona con proteger lo íntimo y no exhibir la desnudez del cuerpo. Así pues, todo atuendo que muestre la desnudez de las partes íntimas, o que se asocie con la sensualidad, dejando al descubierto zonas del cuerpo de forma intencional, va en contra del pudor que debe profesar un verdadero cristiano (sea hombre o mujer).

Si la ropa que usa un creyente no es acorde con estos principios, entonces no está honrando a Dios y la piedad que profesa es falsa y contraria a la Biblia. Una cosa es decir “yo conozco a Dios” pero otra muy diferente es profesar con los hechos la santidad que hemos aprendido de él.

“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:3-6).

Por otra parte, la Biblia es tan clara que habla del “atavío de ramera” y es un término fuerte, pero lamentablemente nuestra sociedad (y muchas iglesias y predicadores que dicen seguir a Cristo) se han corrompido tanto que toleran todo tipo de prácticas en nombre de la libertad humana y las justifican para no desagradar a la gente y para no ofenderles; por eso, muchas mujeres no tienen vergüenza al vestir y antes se sienten supuestamente orgullosas de exhibir partes de su cuerpo ante los ojos de los hombres; no obstante, Dios en la Biblia jamás tolera la maldad, la vanidad y el pecado, y llama las cosas por su nombre.

“Cuando he aquí, una mujer le sale al encuentro, con atavío de ramera y astuta de corazón” (Pr. 7:10).

Notemos que una mujer inmoral busca seducir al varón usando todo tipo de artimañas (sea que intente prostituirse o sea que intente atraer su atención por un momento). Así pues, una mujer cristiana temerosa de Dios y pura de corazón jamás se prestará para esta conducta inmoral y vergonzosa.

La palabra modestia viene del griego sofrosúne que significa cordura y dominio propio, es decir, prudencia, sabiduría, sobriedad, moderación y recto juicio de la mente. La falta de cordura se asocia con la insensatez, la necedad y la falta de sabiduría en relación con la santidad de Dios.
La modestia también refleja la sencillez de un corazón consagrado a Dios, el cual no busca aparentar, impresionar, sobresalir ni seducir a otros. Quien viste para llamar la atención de otros o para estar a la moda simplemente (buscando ser reconocido y admirado), no honra a Dios, sino que refleja el orgullo, la vanidad y la falta de santidad que hay dentro del corazón.

La vestimenta de un creyente debe estar guiada por la sabiduría de Dios y por su Palabra; si la forma de vestir no es congruente con este principio, la persona refleja que su corazón es insensato y que carece de la sabiduría de Dios (Pr. 9:10), la cual nos guía siempre a todo lo que es puro, santo y justo ante Dios y ante los hombres.

El que dice que conoce a Dios y que conoce la santidad de Dios, en su manera de vestir debe probar su pudor y su cordura. Si alguien pretende decir que conoce a Dios y que está consagrado a Dios, y su manera de vestir carece de pudor y cordura, se engaña a sí mismo y con sus hechos se contradice. Miremos lo que Pablo dice: “Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1:15, 16).

Si alguien piensa que este estudio es legalista y extremista, entonces Pablo y Judas fueron legalistas y fanáticos de profesión porque si leemos todas sus cartas, jamás encontraremos flexibilidad al pecado ni tolerancia con lo malo sino que su lenguaje es radical y ellos aprendieron del Maestro, quien jamás dio lugar al pecado o al libertinaje. Si creemos que el Espíritu Santo los inspiró, entonces ya sabemos quién es el que nos llama a vivir en rectitud, santidad y obediencia perfecta: no es el hombre, es el Espíritu Santo.

La Biblia dice: “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Stg. 4:5-8). El llamado de Dios no es negociable: él se agrada de la humildad porque en ella hay un deseo profundo de obedecer a Dios pero él resiste a los soberbios porque en ellos no hay un propósito definido de obedecer sino que buscan la manera de evadir las exigencias de Dios para hacer lo que quieren a toda costa. Por eso, Santiago dice: “someteos pues a Dios, acercaos a Dios, limpiad las manos y purificad vuestros corazones”. Si esto hacemos, el diablo no tendrá lugar en nuestra vida y seremos libres de todo pecado a través de la sangre de Cristo y por el poder del Espíritu Santo que actúa a través de la obediencia a la Palabra. El hecho de rechazar la Palabra, impide la obra del Espíritu Santo en nosotros y por eso se endurece más el corazón, y el diablo toma lugar esclavizando al que desobedece a Dios. 

Pablo también describe que la mujer piadosa no debe tener peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos (1 Tim. 2:9). Por el momento, vamos a concentrarnos en el vestuario y más adelante ampliaremos el tema del cabello y otros accesorios relacionados con el arreglo personal.

La palabra vestidos viene del griego jimatismós que significa ropa y vestido. La palabra costosos viene del griego polutelés que significa extremadamente costoso y de mucho precio.

Pablo está atacando la costumbre de usar vestidos de un precio muy alto ya que no reflejan la sencillez de la mujer de Dios sino que se asemejan a la mujer sin temor a Dios porque refleja la vanidad que hay en su corazón, la cual suele gastar fuertes sumas de dinero en su vanidad y esto no es de buen testimonio para el evangelio (lo mismo aplica al hombre).

El problema no es usar trajes finos o de buena calidad porque se pueden tener, si hay una intención sana y santa; sin embargo, el problema es el exceso a la hora de invertir en los vestidos costosos porque denota un derroche económico que habla mal de nuestro carácter y de la falta de sensatez, equilibrio y moderación en las cosas materiales.

Otra situación que se presenta frecuentemente es que se invierte mucho dinero en vestidos costosos para aparentar un status económico alto, para impresionar a otros, para ser aplaudido y elogiado, para competir con otras personas, para sentirse superior a otros, etc. y ahí está el pecado y el peligro de estar esclavizados por una sociedad consumista y materialista que ha olvidado lo más importante de la vida (la belleza interior de un corazón puro y lleno de Dios) y lo ha sustituido por lo más inútil (la belleza exterior evaluada por el ideal de los medios de comunicación y que está vacía de Dios).

Pr. 11:22 nos da una pauta clara sobre la diferencia de ambos conceptos: “Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa y apartada de razón”.

El cerdo representa la belleza exterior (idealizada y distorsionada por la sociedad) y el zarcillo de oro representa la belleza interior de un corazón puro y lleno de Dios (aprobada y premiada por Dios).

El cerdo parece más grande y más valioso a los ojos de un insensato, y el zarcillo de oro es ignorado por el observador descuidado; mientras que el zarcillo de oro es valorado por el sabio como algo mucho más valioso que el cerdo.

Para los expertos, el zarcillo de oro puede ser avaluado en un precio muy alto pero el cerdo siempre tendrá un valor muy inferior en el mercado. Si a esto le añadimos que el cerdo es un animal inmundo en la Ley de Moisés (Lv. 11:7) y que los judíos no comían carne de cerdo, su valor es mínimo en el contexto del libro de Proverbios.

La comparación es perfecta porque el oro habla de algo valioso para quien lo tenga pero el cerdo habla de un animal inclinado a revolcarse en el cieno o en el lodo (2 Ped. 2:22). El oro habla de la naturaleza de Dios y el cerdo habla de la inmundicia de la carne. Nosotros decidimos qué valoramos más y a quién damos la prioridad; a la santidad de Dios o a los deseos pecaminosos de la carne.

La vanidad y el orgullo en lo exterior fue algo que Cristo siempre atacó en los fariseos de su tiempo; él fue claro y cortante al hablarles de sus motivaciones egoístas: “el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt. 23:12). El lenguaje radical de Cristo nunca dio lugar para elogiar lo malo sino para desestimarlo y hacer ver el peligro y el engaño que contiene; por eso, cuando hablemos de lo malo y del pecado, no debemos ser flojos ni miedosos porque la gente se ofenda o se vaya de la iglesia sino que debemos ser verticales y rectos con el mensaje de Dios, no sea que Dios nos desapruebe por quitarle seriedad a sus palabras y que seamos hallados mentirosos.

“El mal mensajero acarrea desgracia; mas el mensajero fiel acarrea salud” (Pr. 13:17). 

“¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo de Jehová” (Is. 42:19).

Si Dios te llamo a predicar su palabra, debes ser fiel y dar el mensaje completo, sin miedo al qué dirán, sin buscar ganancias económicas, sin perseguir la fama o el reconocimiento, porque el ser humano es ingrato, caprichoso y rebelde por naturaleza.

Si lo que buscas es que la gente te escuche, te aplauda y te apoye económicamente porque los entretienes y cuando les hablas de Dios se sienten muy bien, entonces has perdido el verdadero propósito de predicar el evangelio y sería mejor que hicieras otra cosa para no atraer sobre tu vida el juicio de Dios. Pero si realmente te llamó Dios, entonces cuando hables la Palabra de Dios habrá diversas reacciones porque la verdad incomoda, hiere y penetra en la conciencia para producir un verdadero arrepentimiento y una conversión genuina del pecado hacia el camino de santidad que Dios trazó.

“Llegará un día en que en lugar de pastores alimentando a las ovejas habrá payasos entreteniendo a las cabras” — Charles Spurgeon.

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