b. ¿Cuáles son las prendas más adecuadas para la
vestimenta de una persona que sigue a Cristo?
La respuesta más
ajustada a la Biblia sería que nuestros vestidos estén de acuerdo al género
sexual al cual pertenecemos; si soy un hombre, mis prendas de vestir deben ser
masculinas y si soy una mujer, mis prendas de vestir deben ser femeninas.
Entonces, con
respecto a los pantalones para la mujer, debemos tener en cuenta que el pantalón
ha sido culturalmente una prenda masculina, aunque nuestra sociedad ha venido
teniendo muchos cambios en este aspecto.
La posición
conservadora opina que la mujer debe utilizar faldas, vestidos, blusas y ropa
femenina ya que han sido las prendas que durante muchos siglos han identificado
a la mujer en la cultura.
La posición
liberal opina que la mujer tiene libertad de decidir si usa o no vestidos o
faldas; además, le da a la mujer la opción de usar pantalón, jeans y otros
atuendos y modas que la modernidad ha introducido y que han sido aceptados a
nivel mundial, como ropa unisexo (útil para hombres y mujeres).
La mayoría de
predicadores y la mayoría de las iglesias evangélicas en la actualidad, tienen
una postura liberal pero en la Iglesia Cristiana Sión preferimos tener una
posición conservadora porque es coherente con los principios bíblicos y con los
antecedentes históricos presentados anteriormente. Las razones son las
siguientes:
- Los principios
bíblicos respaldan el uso de una vestimenta que esté de acuerdo al género
sexual: prendas masculinas y femeninas.
- Esta norma nos
da una identidad sexual más clara como testimonio de nuestra fe y es congruente
con el mensaje del evangelio.
- Esta conducta
refleja mejor la mentalidad bíblica de vivir en pureza, autenticidad,
naturalidad e integridad para con Dios y para con los hombres.
El tener una
posición liberal da lugar a muchas situaciones y prácticas que han afectado el
buen testimonio del evangelio y de las iglesias que han optado por esta postura
abierta. Por tanto, como miembro de la Iglesia de Cristo y como servidor del
cuerpo de Cristo, prefiero conservar este principio bíblico.
Nota: No tengo
la actitud de despreciar ni condenar a quienes tengan la posición liberal; no
obstante, en donde Dios me dé la oportunidad de enseñar este tema, siempre
expresaré los argumentos bíblicos que tengo. Si algún hermano o hermana en la
fe opina diferente y no quiere aplicar estos principios, se le oirá para
conocer sus razones, se le instruirá con mayor detalle en el tema de la
santidad y se pondrá en oración, confiando en que el Espíritu Santo le guiará a
toda verdad. Dado el caso, si el hermano o la hermana considera conveniente,
podrá congregarse en otra iglesia según su elección y seguirá siendo nuestro(a)
hermano(a) en Cristo. En este sentido, no hay necesidad de entrar en
contiendas.
Otro tipo de
implementos que causan polémica son las sudaderas y otros accesorios deportivos
para la mujer; es mi opinión personal que la mujer cristiana debe tener
libertad de hacer deporte, participar en actividades recreativas, así como lo
hace el hombre cristiano. Así pues, cada persona utilizará las prendas que
considere adecuadas para el deporte y la recreación; lo que se recomienda en
todo esto es que haya buen testimonio, limpia conciencia, motivaciones puras, y
una conducta digna del evangelio.
Otros principios
fundamentales que debemos tener presentes siempre en el atuendo del hombre y de
la mujer, son los siguientes:
- Dios inspiró a
Pablo para decir: “Quiero, pues, que los
hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda.
Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no
con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos” (1 Tim.
2:8, 9).
Pablo expresa su
deseo, como ministro de Dios y del evangelio, y como servidor del cuerpo de
Cristo que es la Iglesia, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos
santas, sin ira ni contiendas. El hombre
de Dios debe estar constantemente en oración y en comunión con Dios; además,
debe tener sus manos limpias de todo pecado para levantarlas a Dios y para
servir a los demás; debe estar libre de la ira y de las contiendas, las cuales
pueden contaminar sus manos. Esto también es santidad externa para el hombre:
oración, paz y buen trato hacia los demás.
En el caso de la
mujer, en este pasaje Pablo sí trata el tema de los vestidos. Normalmente, el
hombre es más descomplicado en cuanto a la forma de vestir, aunque no lo
excluye de las demandas de Dios sobre la santidad externa en su vestido, el
cual debe ser masculino y de buen testimonio como hemos visto. De igual forma,
los principios planteados por Pablo, quien fue guiado por el Espíritu Santo,
aplican para el hombre.
Pablo habla
sobre el atavío de la mujer. La palabra atavío
viene del griego kosméo que significa
adornar y arreglar. Esta expresión incluye todo lo que la mujer utilice para
organizarse, vestirse, arreglarse y adornarse, ya que ella tiene una tendencia
más fuerte hacia la vanidad en el aspecto externo en comparación con el varón.
El atavío de la
mujer cristiana y que es temerosa de Dios debe ser con ropa decorosa; la
palabra decorosa viene del griego kósmios que significa ordenado,
decoroso, honorable, digno y respetable. En otras palabras, la ropa que el
cristiano debe usar (sea hombre o mujer) delante de Dios y delante de los
hombres, debe ser congruente con la santidad que Dios demanda. Una mujer que
viste de forma desordenada, indecorosa, indecente, obscena, deshonesta,
inmoral, escandalosa, sensual, seductora, etc. se convierte en una persona que
no refleja el buen testimonio que merece el evangelio porque es una vergüenza
pues no demuestra la pureza de Dios en sí misma sino la impureza y la vanidad.
Por tanto, fácilmente atraerá sobre sí las miradas de los hombres no temerosos
de Dios, quienes tendrán la inclinación a mostrar su naturaleza dominada por la
carne y no por el Espíritu Santo.
Además, una
mujer que dice ser cristiana y asiste a actividades espirituales, pero que su
vestido no se ajusta a estos principios bíblicos, será una piedra de tropiezo
para los creyentes débiles y generará distracción a donde llegue, a donde se
siente, en donde se sitúe, porque la tendencia del varón es ir tras sus ojos.
Obviamente, el hombre que mira y codicia es culpable de adulterio (Mt. 5:27-30)
pero la mujer es una fuente de tentación que podría evitar si estuviera vestida
en santidad, pureza y sencillez; por tanto, es tan culpable el hombre que mira
para codiciar a una mujer en su corazón y que es llamado adúltero, como la
mujer que se viste de forma seductora para atraer las miradas de los hombres
sobre sí. Lamentablemente, estas actitudes evidencian que, en ambos casos, el
corazón no es limpio delante de Dios. Aquí no se puede decir que hay santidad
interna, porque lo externo delata la vanidad, la sensualidad y la inmoralidad
que hay en lo interno.
Si alguien se
siente ofendido por el lenguaje que uso, lea la Biblia y encontrará que Dios es
bien claro para llamar las cosas por su nombre. Por eso me encanta la frase que
dijo John MacArthur: “No suavices el evangelio; si la verdad ofende, deja que
ofenda; la gente ha estado toda su vida ofendiendo a Dios”.
Judas dijo lo
siguiente: “Pero vosotros, amados, tened
memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro
Señor Jesucristo; los que os decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que
andarán según sus malvados deseos. Estos son los que causan divisiones; los
sensuales, que no tienen al Espíritu. Pero vosotros, amados, edificándoos sobre
vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de
Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A
algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de
otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su
carne” (Jud. 17:23).
La sensualidad
es pecado delante de Dios y refleja la ausencia del Espíritu Santo en la vida
del creyente; el consejo de Judas es que no andemos según nuestros malvados
deseos, es decir, según las obras de la carne porque son contrarias al Espíritu
Santo. La carne siempre nos lleva a la vanidad, al orgullo, a la seducción, a
la sensualidad, a la lujuria, al adulterio, a la inmoralidad sexual, en fin, a todo
lo malo. Por ende, debemos edificar nuestra vida cristiana sobre una fe santa,
orando bajo la dirección del Espíritu Santo, permaneciendo en el verdadero amor
de Dios y esperando en la misericordia de Dios. También Judas nos recomienda el
convencer a los que dudan, salvar a los que están en peligro de condenación y
tener misericordia de aquellos que aún contaminan su ropa por los deseos
pecaminosos de su carne. Notemos que aún los vestidos pueden estar contaminados
a causa de la maldad que hay en el corazón.
Si usted no le
cree a la Biblia y no toma en serio sus principios, entonces debería revisar
cuál su posición frente a Dios porque el que rechaza la palabra de Dios, a él
le rechaza. Pablo dijo: “Pues no nos ha
llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto,
no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (1
Ts 4:7, 8).
Así pues, el
vestido de un creyente debe ser decoroso en cuanto al orden pero no se debe
justificar el descuido con el cuerpo; en otras palabras, el vestido debe ser
agradable a la vista, bien combinado, limpio, en buen estado, a la medida, bien
planchado pero no apretado ni con transparencias porque esto tampoco es
conveniente ya que hace resaltar algunas partes del cuerpo, atrae las miradas y
es algo sensual.
Algo más que
menciona Pablo sobre el vestido que honra a Dios y que es acorde con la
santidad que él demanda, es lo siguiente: “con
pudor y modestia” (1 Tim. 2:9).
La palabra pudor viene del griego aidós que significa pudor y reverencia;
es decir, honestidad, recato, respeto, castidad y decencia. La falta de pudor
se asocia con la falta de vergüenza cuando se practican cosas que son malas y
aún así se hacen, sin importar lo que Dios diga a través de su Palabra o sin
considerar la opinión de los demás. Entonces, una persona que no tiene pudor en
su forma de vestir es una persona sin vergüenza porque ha perdido el temor a
Dios y el respeto hacia los demás.
Pensemos en las
expresiones que usan algunas personas sobre su cuerpo y su forma de adornarse:
“yo visto como quiera porque es mi cuerpo”… “yo no vivo de la opinión de los
demás”… “a mí me gusta porque me veo muy bien”… “Dios no se interesa por lo
externo sino por el corazón”. No obstante, en cada frase que quieran decir para
justificarse están en contra de los principios de Dios. Recordemos lo que dijo
Pablo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es
templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y
que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad,
pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”
(1 Cor. 6:19, 20). El cuerpo es de Dios y no debemos hacer lo que queramos sino
lo que Dios demanda en su Palabra.
El pudor se
relaciona con proteger lo íntimo y no exhibir la desnudez del cuerpo. Así pues,
todo atuendo que muestre la desnudez de las partes íntimas, o que se asocie con
la sensualidad, dejando al descubierto zonas del cuerpo de forma intencional,
va en contra del pudor que debe profesar un verdadero cristiano (sea hombre o
mujer).
Si la ropa que
usa un creyente no es acorde con estos principios, entonces no está honrando a
Dios y la piedad que profesa es falsa y contraria a la Biblia. Una cosa es
decir “yo conozco a Dios” pero otra muy diferente es profesar con los hechos la
santidad que hemos aprendido de él.
“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si
guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus
mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que
guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado;
por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar
como él anduvo”
(1 Jn. 2:3-6).
Por otra parte,
la Biblia es tan clara que habla del “atavío
de ramera” y es un término fuerte, pero lamentablemente nuestra sociedad (y
muchas iglesias y predicadores que dicen seguir a Cristo) se han corrompido
tanto que toleran todo tipo de prácticas en nombre de la libertad humana y las
justifican para no desagradar a la gente y para no ofenderles; por eso, muchas
mujeres no tienen vergüenza al vestir y antes se sienten supuestamente
orgullosas de exhibir partes de su cuerpo ante los ojos de los hombres; no
obstante, Dios en la Biblia jamás tolera la maldad, la vanidad y el pecado, y
llama las cosas por su nombre.
“Cuando he aquí, una mujer le sale al encuentro, con
atavío de ramera y astuta de corazón” (Pr. 7:10).
Notemos que una
mujer inmoral busca seducir al varón usando todo tipo de artimañas (sea que
intente prostituirse o sea que intente atraer su atención por un momento). Así
pues, una mujer cristiana temerosa de Dios y pura de corazón jamás se prestará
para esta conducta inmoral y vergonzosa.
La palabra modestia viene del griego sofrosúne que significa cordura y
dominio propio, es decir, prudencia, sabiduría, sobriedad, moderación y recto
juicio de la mente. La falta de cordura se asocia con la insensatez, la necedad
y la falta de sabiduría en relación con la santidad de Dios.
La modestia
también refleja la sencillez de un corazón consagrado a Dios, el cual no busca
aparentar, impresionar, sobresalir ni seducir a otros. Quien viste para llamar
la atención de otros o para estar a la moda simplemente (buscando ser
reconocido y admirado), no honra a Dios, sino que refleja el orgullo, la
vanidad y la falta de santidad que hay dentro del corazón.
La vestimenta de
un creyente debe estar guiada por la sabiduría de Dios y por su Palabra; si la
forma de vestir no es congruente con este principio, la persona refleja que su
corazón es insensato y que carece de la sabiduría de Dios (Pr. 9:10), la cual nos
guía siempre a todo lo que es puro, santo y justo ante Dios y ante los hombres.
El que dice que
conoce a Dios y que conoce la santidad de Dios, en su manera de vestir debe
probar su pudor y su cordura. Si alguien pretende decir que conoce a Dios y que
está consagrado a Dios, y su manera de vestir carece de pudor y cordura, se
engaña a sí mismo y con sus hechos se contradice. Miremos lo que Pablo dice: “Todas las cosas son puras para los puros,
mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y
su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos
lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena
obra” (Tito 1:15, 16).
Si alguien
piensa que este estudio es legalista y extremista, entonces Pablo y Judas
fueron legalistas y fanáticos de profesión porque si leemos todas sus cartas,
jamás encontraremos flexibilidad al pecado ni tolerancia con lo malo sino que
su lenguaje es radical y ellos aprendieron del Maestro, quien jamás dio lugar
al pecado o al libertinaje. Si creemos que el Espíritu Santo los inspiró,
entonces ya sabemos quién es el que nos llama a vivir en rectitud, santidad y
obediencia perfecta: no es el hombre, es el Espíritu Santo.
La Biblia dice: “¿O pensáis que la Escritura dice en vano:
El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él
da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los
humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos
a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros
los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Stg. 4:5-8). El llamado
de Dios no es negociable: él se agrada de la humildad porque en ella hay un
deseo profundo de obedecer a Dios pero él resiste a los soberbios porque en
ellos no hay un propósito definido de obedecer sino que buscan la manera de
evadir las exigencias de Dios para hacer lo que quieren a toda costa. Por eso,
Santiago dice: “someteos pues a Dios,
acercaos a Dios, limpiad las manos y purificad vuestros corazones”. Si esto
hacemos, el diablo no tendrá lugar en nuestra vida y seremos libres de todo
pecado a través de la sangre de Cristo y por el poder del Espíritu Santo que
actúa a través de la obediencia a la Palabra. El hecho de rechazar la Palabra,
impide la obra del Espíritu Santo en nosotros y por eso se endurece más el
corazón, y el diablo toma lugar esclavizando al que desobedece a Dios.
Pablo también
describe que la mujer piadosa no debe tener peinado ostentoso, ni oro, ni
perlas, ni vestidos costosos (1 Tim. 2:9). Por el momento, vamos a
concentrarnos en el vestuario y más adelante ampliaremos el tema del cabello y
otros accesorios relacionados con el arreglo personal.
La palabra vestidos viene del griego jimatismós que significa ropa y vestido.
La palabra costosos viene del griego
polutelés que significa
extremadamente costoso y de mucho precio.
Pablo está
atacando la costumbre de usar vestidos de un precio muy alto ya que no reflejan
la sencillez de la mujer de Dios sino que se asemejan a la mujer sin temor a
Dios porque refleja la vanidad que hay en su corazón, la cual suele gastar
fuertes sumas de dinero en su vanidad y esto no es de buen testimonio para el
evangelio (lo mismo aplica al hombre).
El problema no
es usar trajes finos o de buena calidad porque se pueden tener, si hay una
intención sana y santa; sin embargo, el problema es el exceso a la hora de
invertir en los vestidos costosos porque denota un derroche económico que habla
mal de nuestro carácter y de la falta de sensatez, equilibrio y moderación en
las cosas materiales.
Otra situación
que se presenta frecuentemente es que se invierte mucho dinero en vestidos
costosos para aparentar un status económico alto, para impresionar a otros,
para ser aplaudido y elogiado, para competir con otras personas, para sentirse
superior a otros, etc. y ahí está el pecado y el peligro de estar esclavizados
por una sociedad consumista y materialista que ha olvidado lo más importante de
la vida (la belleza interior de un corazón puro y lleno de Dios) y lo ha
sustituido por lo más inútil (la belleza exterior evaluada por el ideal de los
medios de comunicación y que está vacía de Dios).
Pr. 11:22 nos da
una pauta clara sobre la diferencia de ambos conceptos: “Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa y
apartada de razón”.
El cerdo representa
la belleza exterior (idealizada y distorsionada por la sociedad) y el zarcillo
de oro representa la belleza interior de un corazón puro y lleno de Dios
(aprobada y premiada por Dios).
El cerdo parece
más grande y más valioso a los ojos de un insensato, y el zarcillo de oro es
ignorado por el observador descuidado; mientras que el zarcillo de oro es
valorado por el sabio como algo mucho más valioso que el cerdo.
Para los
expertos, el zarcillo de oro puede ser avaluado en un precio muy alto pero el
cerdo siempre tendrá un valor muy inferior en el mercado. Si a esto le añadimos
que el cerdo es un animal inmundo en la Ley de Moisés (Lv. 11:7) y que los
judíos no comían carne de cerdo, su valor es mínimo en el contexto del libro de
Proverbios.
La comparación
es perfecta porque el oro habla de algo valioso para quien lo tenga pero el
cerdo habla de un animal inclinado a revolcarse en el cieno o en el lodo (2
Ped. 2:22). El oro habla de la naturaleza de Dios y el cerdo habla de la
inmundicia de la carne. Nosotros decidimos qué valoramos más y a quién damos la
prioridad; a la santidad de Dios o a los deseos pecaminosos de la carne.
La vanidad y el
orgullo en lo exterior fue algo que Cristo siempre atacó en los fariseos de su
tiempo; él fue claro y cortante al hablarles de sus motivaciones egoístas: “el que se enaltece será humillado, y el que
se humilla será enaltecido” (Mt. 23:12). El lenguaje radical de Cristo
nunca dio lugar para elogiar lo malo sino para desestimarlo y hacer ver el
peligro y el engaño que contiene; por eso, cuando hablemos de lo malo y del
pecado, no debemos ser flojos ni miedosos porque la gente se ofenda o se vaya
de la iglesia sino que debemos ser verticales y rectos con el mensaje de Dios,
no sea que Dios nos desapruebe por quitarle seriedad a sus palabras y que
seamos hallados mentirosos.
“El mal mensajero acarrea desgracia; mas el
mensajero fiel acarrea salud” (Pr. 13:17).
“¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo,
como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el
siervo de Jehová”
(Is. 42:19).
Si Dios te llamo
a predicar su palabra, debes ser fiel y dar el mensaje completo, sin miedo al
qué dirán, sin buscar ganancias económicas, sin perseguir la fama o el
reconocimiento, porque el ser humano es ingrato, caprichoso y rebelde por
naturaleza.
Si lo que buscas
es que la gente te escuche, te aplauda y te apoye económicamente porque los
entretienes y cuando les hablas de Dios se sienten muy bien, entonces has
perdido el verdadero propósito de predicar el evangelio y sería mejor que
hicieras otra cosa para no atraer sobre tu vida el juicio de Dios. Pero si
realmente te llamó Dios, entonces cuando hables la Palabra de Dios habrá
diversas reacciones porque la verdad incomoda, hiere y penetra en la conciencia
para producir un verdadero arrepentimiento y una conversión genuina del pecado
hacia el camino de santidad que Dios trazó.
“Llegará un día
en que en lugar de pastores alimentando a las ovejas habrá payasos
entreteniendo a las cabras” — Charles Spurgeon.
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