Veamos lo que dice
Heb. 12:14: “Seguid la paz con todos, y
la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”.
Aquí hay varios
puntos a considerar:
- Se plantean
dos realidades indispensables en un verdadero cristiano: seguir la paz con
todos y la santidad. El término griego usado para seguir es dióko
(perseguir, proseguir a una meta); así pues, nuestra meta debe estar siempre
enfocada en vivir en paz con todas las personas y en vivir en santidad.
- El término
griego usado para paz es eirene y
significa paz, quietud y unidad. Para los orientales, con la palabra paz
se indica “lo completo, íntegro, cabal, sano, terminado, acabado y colmado”. La
paz, así entendida, designa todo aquello que hace posible una vida sana y
armónica que ayuda al pleno desarrollo humano (y en una relación cordial con
los demás).
- El término
griego usado para santidad es jagiasmós (santificación, purificación).
- Es imposible
desligar ambos conceptos: si estamos en paz con todos, en cuanto dependa de
nosotros (Rom. 12:18), podremos estar en un proceso de santificación, lo cual
reflejará la imagen de Dios en nosotros.
- Si no
cumplimos con estas demandas divinas, no podremos ver al Señor. Recordemos las
palabras de Cristo cuando dijo: “bienaventurados
los de limpio corazón porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8). Por
consiguiente, sin la santidad de Dios en nosotros, no podremos gozar plenamente
de él (quien es la santidad misma) ni en la tierra ni en la eternidad. Por esta
razón, el apóstol Juan dijo: “Amados,
ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos
tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí
mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:2, 3). Ahora bien, recordemos que la
santidad de Dios comienza en nosotros cuando creemos en Cristo como nuestro
Salvador pero es nuestro deber limpiarnos de toda maldad mediante los recursos
que Dios ha provisto (la sangre de Cristo, la obra del Espíritu Santo y la
palabra de Dios); sin embargo, la salvación no es por obras, sino por gracia y
por fe; no podemos ganarnos el cielo por nuestros esfuerzos humanos pero
debemos ser entendidos de cuál es la voluntad de Dios, santificarnos para
Cristo y procurar siempre agradarle, confiando en la santidad que Dios aplica
en nuestra vida y entonces, vemos al Señor aquí en esta tierra pero también le
veremos en los cielos.
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