b. Santidad en lo externo
Para comprender
bien la santidad externa, recordemos que la santidad interna es la realidad
espiritual de un corazón redimido por Cristo, regenerado por el Espíritu Santo
y que vive en constante transformación por la Palabra de Dios; sin embargo,
como se ha reiterado en varias ocasiones, lo interno sí se puede percibir a
través de lo externo y los seres humanos pueden comprobar de muchas formas una
buena parte de lo que tenemos por dentro, aunque solo Dios conoce en detalle la
totalidad de nuestro ser.
Ahora bien, para
poder conocer (de forma práctica) las evidencias de la santidad interna, Dios y
los hombres necesitan ver y comprobar frutos, acciones, obras, conductas y
evidencias en todo lo externo, para que la santidad interna sea verificada,
aprobada y reconocida. No debemos decir que lo que importa es solo lo de
adentro porque estaríamos engañándonos a nosotros mismos y seríamos hallados
mentirosos delante de Dios y de los hombres; tampoco debemos pensar que Dios
solo mira el corazón porque seríamos avergonzados por Dios a la luz de un
estudio serio sobre la santidad en la Biblia. Ninguno que menosprecie las
demandas de Dios podrá tener argumentos ni razones para justificar lo malo en
su vida; la Biblia dice: “No os engañéis;
Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también
segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas
el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gál.
6:7, 8).
No debemos caer
en el error de descuidar lo externo, pensando que lo que importa es el corazón.
El que hizo lo de afuera (que es Dios), también hizo lo de adentro. El que
exige santidad en lo externo, también exige santidad en lo interno. Dios es el
dueño de nuestra vida, de nuestro cuerpo, de nuestros miembros; por ende, él
tiene todo el derecho de demandar santidad también en la parte externa. En este
respecto, Pablo habla sobre los mandamientos del Señor y dice: “Si alguno se cree profeta, o espiritual,
reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora,
ignore” (1 Cor. 14:38). Si la Biblia lo enseña, tomemos en serio las
exigencias de Dios, pero si ignoramos el celo de Dios y su posición radical
frente al mal, entonces daremos cuentas ante Dios porque él no tendrá por inocente
al culpable.
Por otro lado,
no debemos caer en el juego de las apariencias ya que podemos darle mayor
prioridad a lo externo que a lo interno y seríamos semejantes a los fariseos
del tiempo de Jesús y él les dijo: “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el
camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo
de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de
injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato,
para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la
verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos
y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis
justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mt. 23:24-28).
Jesús es mucho
más exigente que la Ley de Moisés y que cualquier hombre religioso, porque
Jesús no se deja llevar por las apariencias ni tampoco se deja llevar por
argumentos baratos que buscan desviar las demandas de Dios para llevar una cruz
liviana y sin compromiso con el Maestro. Cristo dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su
cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el
que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al
hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el
hombre por su alma?” (Mt. 16:24-26). Jesús nunca fue flexible con el
pecado, pero muchos tienen una imagen de Jesús como si fuera tolerante con lo
malo y siempre paciente y misericordioso, porque no leen bien la Biblia.
En todas las
palabras de Jesús (en los evangelios) corroboramos que la santidad interna es
prioritaria si queremos agradar a Dios, pero también encontramos que Jesús
honra la santidad externa, la cual se logra si primero nos enfocamos en la
santidad interna; tengamos presente que Cristo no está quitando valor a lo
externo. El principio divino es que primero debemos limpiar lo de adentro del
vaso y entonces tendremos la capacidad de limpiar lo de afuera. Si primero
examinamos el corazón y con la gracia de Dios, nos limpiamos a través de la
palabra divina, lo de afuera también lo limpiaremos porque el Espíritu Santo
nos guiará a toda verdad a través de las Escrituras (Jn. 16:13).
Pablo dijo: “Todas las cosas me son lícitas, mas no
todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de
ninguna” (1 Cor. 6:12).
Analizando el
contexto de la cultura griega, en donde vivían los corintios (a quienes Pablo
escribe en esta ocasión), hay que tener en cuenta que los griegos despreciaban
el cuerpo. Ellos pensaban que el cuerpo era una cárcel, en la cual el alma está
encerrada. Lo importante de la persona era el alma o el espíritu; el cuerpo era
algo sin importancia. Eso se traducía en dos actitudes:
- o se
inclinaban por un ascetismo de lo más riguroso en el que todo se hacía, para
humillar y sojuzgar los deseos e instintos del cuerpo;
- o, lo que era
más corriente en Corinto: puesto que el cuerpo no importaba, se podía hacer lo
que se quisiera con él; se le podían conceder todos sus gustos.
En este orden,
los cristianos de Corinto consideraban intranscendentes (sin mucho valor) las
cosas relativas al cuerpo, como las cuestiones sobre los alimentos y el uso de
la sexualidad. Sin embargo, esta postura contradice los principios de la
Biblia.
Entre los
corintios y durante mucho tiempo, se han malinterpretado las palabras de Pablo:
“Todas las cosas me son lícitas”. Hay
quienes entienden mal el concepto de la libertad cristiana y caen en el
libertinaje que no es otra cosa que “hacer lo que a mí parezca y sin importar
lo que piensen los demás”. Es verdad que hemos sido libertados del pecado y que
en Cristo somos verdaderamente libres, pero la libertad que Dios nos ha dado no
consiste en hacer todo lo que nosotros queramos, sino en hacer la voluntad perfecta
de Dios, así no estemos de acuerdo con ella. Esta voluntad divina la hallamos
en las Sagradas Escrituras.
Dios nunca dijo:
si quieren… no maten, no roben, no mientan, no adulteren, no deseen la mujer o
el hombre del prójimo, etc.; si están de acuerdo conmigo, si les gustan mis
mandamientos, cúmplanlos. Esta mentalidad acerca de Dios es un irrespeto hacia
él porque pretendemos que hacemos la voluntad de Dios si nos nace, si sentimos…
esto es un insulto al Creador.
Miremos un
ejemplo: en una casa hay normas y tareas qué cumplir; al niño se le dice: hay
que bañarse, cepillarse los dientes, hacer las tareas del colegio, tender la
cama, tener limpio el cuarto, etc. El niño podría decir: no quiero, no me
gusta, no estoy de acuerdo, no siento, no me nace. Si un padre o una madre
tienen autoridad y aman a sus hijos de verdad para formar su carácter, no van a
aceptar excusas ni evasivas para que las normas sean cambiadas y el niño o la
niña se salgan con la suya. Asimismo, Dios es radical con sus mandamientos y
con sus principios; si el creyente dice: no quiero, no me gusta, no estoy de
acuerdo, no siento, no me nace, Dios jamás aceptará estas excusas sino que será
directo en su Palabra para instruir al creyente en la obediencia. Para muchos
esto es legalismo y extremismo. Entonces, hay varias preguntas que deberíamos
formularnos:
- Si con
nuestros hijos somos exigentes y no toleramos la desobediencia, ¿tendrá Dios
que tolerar nuestra desobediencia porque él es amor?
- Si en el
trabajo hay normas y reglas qué cumplir, y las respetamos porque entendemos la
necesidad del orden y de la disciplina, ¿tendrá Dios que tolerar nuestra
indisciplina espiritual y nuestros caprichos porque él bueno y paciente?
- Si en el mundo
hay un sistema de gobierno con leyes y sanciones para quienes no las cumplan,
¿tendrá Dios que ser flexible y liviano para que estemos de acuerdo con él?
No nos
engañemos; él es Dios y nosotros somos sus criaturas. Dios no tiene por qué
adaptarse a nosotros ni tiene por qué buscar nuestra aprobación. El es el
Señor, él es quien pone las reglas, él es quien gobierna sobre todo y él es
digno de obediencia, fidelidad, lealtad y entrega total. Si no queremos cumplir
con sus principios y mandamientos, entonces no somos dignos de ser sus
discípulos y sería preferible no pretender decir que le seguimos y que somos
cristianos.
Cristo dijo:
“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres”
(Jn. 8:31, 32).
“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y
madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida,
no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26, 27).
“Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a
todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:33).
Cristo no es
tolerante con el mal; sus demandas son claras; si queremos ser verdaderamente
sus discípulos debemos:
- permanecer en
su palabra,
- amarle por
encima de todo, de todos y aún de nosotros mismos,
- llevar nuestra
propia cruz (que simboliza la muerte de nuestro yo),
- renunciar a
todo lo que poseemos (esto incluye nuestros propios conceptos y creencias y
toda conducta que esté en contra del carácter de Cristo).
Si no estás
dispuesto a cumplir con estas condiciones mínimas de Cristo, dudo que hayas
entendido cuál es tu llamado ni quién es el que te llamó porque todavía eres
esclavo y no has conocido la verdad.
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