Desde la
perspectiva bíblica, el verdadero cristiano es el ser más libre de los seres
humanos, pero no es libre para hacer lo que quiera, sino que es libre para
hacer lo que agrada a Dios porque ya no es esclavo del pecado.
A la expresión “Todas las cosas me son lícitas”, Pablo
agrega otra que es muy importante y que no la podemos olvidar y es: “mas no
todas convienen”. Así pues, hay cosas que no convienen porque abren puertas
hacia el mal, opacan el buen testimonio del evangelio, desdibujan la imagen de
Cristo en nosotros y nos llevan a la esclavitud.
Cuando Pablo
dice que todo es lícito, hay dos
temas en el contexto: los alimentos y el uso del cuerpo en la sexualidad; con
esta expresión él está hablando de la libertad cristiana responsable y madura;
sin embargo, es aplicable a todas las áreas de la vida del creyente.
El abuso del
cuerpo en estos aspectos mencionados perjudicará directamente a quien exceda
los principios bíblicos que Dios ha establecido para nosotros.
El alimento es
para la existencia del hombre, y la sexualidad (relacionada con el cuerpo) es
para el desarrollo psico-emocional en el matrimonio y para la propagación del
ser humano. Los dos son necesarios y fueron creados y ordenados por Dios. El
hombre tiene el derecho de usarlos; no obstante, no debe abusar de ellos, ni
dejarse dominar de ellos, siendo así controlado y esclavizado por tales cosas.
Todo abuso en la comida trae consecuencias pero, tanto el alimento como nuestro
vientre, serán eliminados con el desgaste natural. Pablo dice: “Las viandas para el vientre, y el vientre para
las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios” (1 Cor.
6:13). El estómago y la comida son cosas temporales, y llegará el día en que
dejen de existir porque Dios ha determinado su fin mediante la muerte física
(Heb. 9:27).
Por otra parte,
el abuso de la sexualidad se ve en la fornicación (relación sexual fuera del
matrimonio), en el adulterio (relación sexual siendo casado o casada) y en toda
inmoralidad sexual (pornografía, homosexualismo, prostitución, acoso sexual,
abuso sexual, etc.). Esta no solo es condenada por Dios, sino que también
distorsiona el plan de Dios para el cuerpo, el cual es del Señor (él es el
dueño) y para el Señor (él lo creó con un propósito específico).
Pablo dice: “Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino
para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1 Cor. 6:13). Notemos que Pablo
expresa que “el Señor es para el cuerpo”
lo cual apunta a que el Señor fue quien pagó el precio para la redención del
alma pero también del cuerpo, el cual experimentó la muerte por el pecado y su
naturaleza fue corrompida e inclinada al mal; por ende, el cuerpo del creyente
será resucitado al final de los tiempos y será glorificado. En este sentido, el
cuerpo es demasiado importante para el Señor y descuidarlo, maltratarlo, contaminarlo
y excluirlo de la santificación, se constituye en un acto de rebelión contra
Dios mismo. La expresión “el Señor es
para el cuerpo” significa que el Señor hizo provisión para la redención, la
santificación y la resurrección del cuerpo.
El cuerpo, como
integrante de la persona, participa de la unión con Cristo y está destinado a
la resurrección. Pablo dice: “Y Dios, que
levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder” (1 Cor.
6:14). En otras palabras, Dios ha destinado este cuerpo material para
participar en la resurrección y vivir por toda la eternidad con nosotros en un
estado vivificado y glorificado; por lo tanto, este cuerpo es demasiado
importante para el Señor puesto que ha de ser transformado en un cuerpo
glorioso y debe estar consagrado a Dios en todo tiempo.
Pablo trata
acerca de la gravedad de los pecados sexuales, mostrando cómo afectan
profundamente a la persona, y cómo son incompatibles con el ser cristiano.
Pablo sigue diciendo: “¿No sabéis que
vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (1 Cor. 6:15). Nuestro cuerpo hace
parte de Cristo, de su reino, de su propósito en la tierra y en la eternidad;
por eso, el cuerpo debe estar en santidad, pureza y obediencia a la Palabra de
Dios.
Luego Pablo hace
una pregunta fuerte: “¿Quitaré, pues, los
miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no
sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice:
Los dos serán una sola carne” (1 Cor. 6:15, 16). El hecho físico de cometer
fornicación (o adulterio) equivale a unirse con una persona (que es llamada
ramera, en el caso de la mujer que fornica con el varón pero que aplica al
varón que se puede llamar ramero o prostituto, en caso de que fornique o
adultere con una mujer); esta unión del creyente con una persona “ramera”
manifiesta un rechazo hacia el propósito de Cristo y nos separa de su
naturaleza santa. Así pues, todo pecado que se cometa con el cuerpo manifiesta
un rechazo a la santidad de Cristo y nos lleva a alejarnos del Señor.
En este ejemplo
bíblico, la mujer o el varón que cometen fornicación con otra persona, son
considerados como individuos que prostituyen su cuerpo; sin embargo, quien
practica este pecado también está prostituyéndose y se le puede llamar una
persona ramera.
Estas
expresiones son fuertes y “escandalosas” para muchos pero son bíblicas, lógicas
y reales porque el cuerpo fue creado por Dios con un propósito específico y
quien se desvía del parámetro divino es considerado en la Biblia con nombre
propio; miremos algunos ejemplos: al que roba se le llama ladrón, al que miente
se le llama mentiroso, al que adora personas o imágenes se le llama idólatra;
al que habla cosas inútiles se le llama necio; al que mata se le llama asesino;
al que usa el nombre de Dios para engañar se le llama falso maestro; al que se
aparta de la verdad bíblica y enseña doctrinas erróneas, se le llama hereje y
apóstata, etc. Así pues, todos hemos cometido pecados y estamos bajo el justo
juicio de Dios; sin embargo, para eso vino Cristo: para morir por nuestros
pecados, perdonarnos, cambiarnos y hacer de nuestra vida un templo donde el
Espíritu Santo more y que reflejemos el carácter de Cristo cada día más.
Lamentablemente,
los valores morales cada vez se distorsionan más y la gente quiere cambiar el
lenguaje bíblico por un lenguaje más diplomático, pero la Biblia sigue
levantando en alto la santidad y la moral, llamando las cosas por su nombre.
Ella es un espejo donde el hombre puede ver su condición en detalle y sentirse
avergonzado ante Dios y ante los demás por su inclinación constante al mal,
pero la Biblia también trae el remedio para la enfermedad del pecado y es
Cristo, su sangre y la obediencia a su Palabra.
Volviendo al
asunto que trata Pablo en la carta a los Corintios, debemos entender que la
persona que prostituye su cuerpo por dinero comete pecado pero la persona que
prostituye su cuerpo sin cobrar también está pecando; a ambos la Biblia los
llama igual. Nosotros nos podemos escandalizar con estas palabras porque la
sociedad se acostumbró a tolerar la inmoralidad sexual por fuera de los
principios bíblicos que Dios ha establecido y nos ha vendido una imagen del
sexo muy diferente del diseño original de Dios, donde toda práctica sexual que
supuestamente tenga el rótulo de amor, es aceptada y hasta defendida como un
derecho; sin embargo, el amor verdadero es coherente con las leyes de Dios y
con la santidad que Dios demanda; por tanto, cuando hay un compromiso real con
Dios y con otra persona, el matrimonio será honrado y respetado como un mandato
de Dios y será el único espacio donde tiene lugar el amor verdadero de pareja entre
un hombre y mujer (este tema será ampliado en el capítulo que habla del
matrimonio).
Notemos que
Pablo tiene un enfoque muy amplio en este tema de la santidad del cuerpo y
sigue exponiendo elementos claves para aquellos que realmente quieren hacer la
voluntad de Dios:
Pablo dice: “Pero el que se une al Señor, un espíritu es
con él” (1 Cor. 6:17). El llamado supremo que Dios nos hace es a unirnos
con él en comunión, en amor, en obediencia y en santidad (por dentro y por
fuera).
Pablo dice: “Huid de la fornicación” (1 Cor. 6:18).
El mejor consejo es evitar el pecado de fornicación porque la carne es débil,
huyendo de toda situación que pueda terminar en una caída moral.
Pablo dice: “Cualquier otro pecado que el hombre cometa,
está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1
Cor. 6:18). Cuando dice que “cualquier
otro pecado que el hombre cometa (aparte de la fornicación) está fuera del cuerpo”, se refiere a que
son pecados que no involucran la unión del cuerpo con otra persona; la
fornicación involucra la unión sexual y el que tal hace, contra su propio
cuerpo peca, porque está yendo en contra del propósito divino para el cuerpo y
la sexualidad, y además, está rechazando la unión perfecta con Cristo (v. 15).
Cuando se comete
fornicación o adulterio, se le da el cuerpo a una prostituta (o a un
prostituto), y la Escritura muestra que en el acto sexual dos personas llegan a
ser un solo cuerpo (Gn. 2:24); si el creyente fornica, el cuerpo (que le
pertenece a Cristo por derecho propio) se ha prostituido con otra persona.
Posteriormente,
encontramos uno de los principios más claros acerca de la santidad, cuando
Pablo dice: “¿O ignoráis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis
de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio;
glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales
son de Dios” (1 Cor. 6:19, 20).
El que habita en
este templo (cuerpo y espíritu, lo externo y lo interno) es el Espíritu Santo;
notemos que su nombre hace eco de la esencia de su naturaleza que es pura,
perfecta, inmaculada e incorruptible. Entonces, si él realmente habita en
nuestro ser y somos su templo (el lugar donde se le honra y se le rinde
adoración), tenemos que mostrar el resultado de su presencia y de su gobierno
en nosotros, tanto en lo interno como en lo externo.
Somos templo de
Dios en todo el sentido de la palabra: toda área de nuestra vida (interna o
externa) es parte del mismo templo; no hay lugares más sagrados en el templo y
que debemos cuidar más; sencillamente, todo aspecto de nuestro ser debe ser
puro para que Dios pueda habitar complacido en su templo, que somos nosotros.
Cada parte del ser es templo de Dios; cada pensamiento, cada palabra, cada
actitud, cada conducta debe reflejar que somos un templo sagrado para Dios.
Obviamente, es prioritario limpiar primero lo de adentro porque es el orden correcto,
pero después hay que limpiar lo de afuera (Mt. 23:26). Limpiar de lo adentro no
excluye limpiar lo de afuera. Invertir este orden o rechazar la santidad en
cualquiera de ambos aspectos (interno o externo) sería un acto de ceguera
espiritual que Cristo reprocha; es una ceguera porque no podemos ver
(incapacidad por causa de la ignorancia y de la desobediencia con respecto a
Dios y su Palabra) y no queremos ver (negación de la realidad que conocemos y
que tememos porque preferimos seguir en el mal). Así pues, es más fácil negar
la existencia del mal en nosotros o justificar el mal en nosotros. Tristemente,
esto sucede cuando ignoramos y rechazamos lo que somos en Cristo conforme a las
Escrituras… y cuando ignoramos y rechazamos el propósito de la presencia del
Espíritu Santo en nosotros, quien demanda santidad interna y externa; además,
olvidamos que no nos pertenecemos y que no debemos hacer lo que queremos sino
solamente lo que el Espíritu Santo nos enseña a través de la revelación escrita
de la Palabra de Dios porque fuimos comprados con el altísimo precio de la
sangre de Cristo y nuestro mayor objetivo debe ser traer gloria a Dios en
nuestro cuerpo y en nuestro espíritu. Esto significa que todo lo que somos,
todo lo que tenemos, todo lo que pensamos, hablamos, hacemos, nuestra conducta,
nuestra manera de ser y de vivir, nuestra forma de vestirnos y de arreglarnos,
de conducirnos, en fin, absolutamente todo lo que Dios y los hombres perciban
en nosotros, debe producir honra al nombre de Dios… en otras palabras, que Dios
y la gente vean la imagen de Cristo en nosotros y que digan: esta persona es
diferente a las demás, esta persona refleja a Cristo… sus actitudes y su vida
en general es digna de imitar por el ejemplo que da… realmente es una persona embajadora
de Cristo y del evangelio.
Recordemos las
palabras de Pablo cuando dijo: “absteneos
de toda especie de mal. Y el mismo
Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y
cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1
Ts. 5:22, 23). Todo lo que afecte nuestro testimonio ante Dios y ante los
hombres, debemos evitarlo, rechazarlo y no participar en lo malo. Tengamos en
cuenta que en la redención de Cristo y en la salvación que él vino a darnos,
están incluidos el espíritu, el alma y el cuerpo; ellos hacen parte de un todo
que es nuestro ser. Además, la venida del Señor se acerca y debemos estar
preparados como la novia sin mancha y sin arruga, la cual ha sido santificada y
purificada por el lavamiento de la palabra, la cual nos es enseñada por Dios
cuando de verdad queremos conocer su voluntad y obedecerla (Ef. 5:25-27).
Jesús habló de
una parábola donde un hombre entró a las bodas del hijo del rey y se halló que
no estaba vestido de boda, por lo cual fue excluido de la reunión (Mt.
22:1-14). En el simbolismo bíblico, estar vestido de boda habla de la
justificación por la fe en Cristo, por su sangre y por el poder del Espíritu
Santo al transformarnos con la palabra. Por tanto, es nuestro deber preparar el
corazón y llevar una vida digna y limpia con acciones y conductas justas
delante de Dios y de los hombres (Ap. 19:8).
Finalmente, hay
cosas que la Biblia menciona y declara específicamente que son pecado. Por
ejemplo: leamos Pr. 6:16-19; Gál. 5:19-21; 1 Cor. 6:9, 10 y muchas citas más.
Así pues, no hay duda de que las Escrituras presentan estas actividades como
pecaminosas porque son cosas que Dios no aprueba. No obstante, el punto más
difícil es determinar lo que es pecado en áreas en las que la Biblia no lo
señala específicamente; y aún más difícil es diferenciar entre “lo bueno” y lo
“casi bueno”… entre lo malo y lo que nos parece no ser tan malo.
Cuando la Biblia
no cubre un tema determinado o hay un concepto, una opinión, una conducta, un
hábito o cualquier cosa en la que dudemos si agradamos a Dios o si es
considerada un pecado en la Biblia, podemos evaluarla a la luz de los
siguientes fundamentos bíblicos:
(a) Un punto
fundamental es considerar que Dios es nuestro dueño, nuestro maestro y nuestro
consejero y que él nos guiará siempre a toda verdad, si realmente tenemos un
corazón sincero para hacer lo mejor ante sus ojos.
(b) Otra prueba
es determinar si podemos honestamente y con buena conciencia, pedirle a Dios
que bendiga y utilice esa actividad para cumplir su propósito y glorificar su
nombre (1 Cor. 10:31; Col. 3:17). Si existe duda en que complazca o no a Dios,
entonces lo mejor es orar al Señor pidiendo dirección, buscar un consejo de una
persona que conoce de las Escrituras y que tiene un buen testimonio porque su
ejemplo será un estímulo para seguir mejor a Cristo.
(c) Es útil
preguntarnos, no solo si una cosa es mala, sino también, si es valorada como
buena a la luz de los principios de Dios en la Biblia.
(d) Debemos
evaluar nuestras acciones no solo en relación con Dios, sino también en
relación con los demás, midiendo qué efecto podría tener en nuestra familia,
nuestros amigos y otra gente en general. Aunque alguna cosa en particular no
nos afecte en lo personal, puede tener efectos negativos para alguien más, y en
este sentido, debemos ser luz y ejemplo de que seguimos a Cristo de todo
corazón (Rom. 14:21; 15:1).
(e) Recuerda que
Jesucristo es nuestro Señor y Salvador, y no debemos permitir que ninguna otra
cosa tenga prioridad por encima de nuestra conformidad a su voluntad. Tampoco
debemos permitir que ningún hábito o conducta ejerzan un excesivo control sobre
nuestras vidas porque solo Cristo debe tener la autoridad en nosotros (1 Cor.
6:12).
En palabras más
sencillas, hagámonos estas preguntas:
lo que pienso, lo que hablo o lo que hago…
- ¿refleja la
ejemplo supremo de Cristo en mí o trae deshonra al nombre del Señor?
- ¿es congruente con el evangelio de Cristo o
contradice los valores que él enseñó?
- ¿hace parte de la imagen del Padre en mí y de las
virtudes que debe tener un verdadero hijo de Dios?
- ¿manifiesta amor, pureza, verdad, sinceridad,
humildad y autenticidad (los principios de Dios) o manifiesta egoísmo,
desobediencia a Dios y a su Palabra, mentira, engaño, hipocresía, sensualidad,
orgullo, superficialidad, vanidad y codicia (los principios del mundo)?
- ¿trae buen testimonio ante las personas no
convertidas o me inhabilita como embajador de un Dios santo y justo?
- ¿armoniza con la santidad bíblica o está por
debajo de los estándares de Dios?
- ¿inspira a otros para seguir mi ejemplo o es motivo
de tropiezo para otros?
En resumen,
podríamos hablar de muchas cosas que la Biblia no las menciona literalmente
pero que afectan el bienestar físico y espiritual de un cristiano que anhela
vivir rectamente y ser ejemplo en el mundo. Por ejemplo: la Biblia no habla de
forma directa sobre el uso de drogas, el consumo de cigarrillo, las apuestas,
la lotería, los juegos de azar y muchas cosas más pero si juzgamos estas
acciones a la luz de los principios de Dios, tenemos que concluir que son cosas
que no convienen ni edifican ni adornan el buen testimonio del creyente fiel.
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