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viernes, 1 de mayo de 2015

La santidad Parte IV


e. ¿Cuándo se puede decir que una persona es santa?

El tiempo en que ocurre la santificación en el creyente tiene dos perspectivas: santificación inmediata y santificación progresiva.

Cuando el ser humano acepta de forma consciente y por la fe el sacrificio de Cristo, y se arrepiente de sus pecados para volverse a Dios de corazón, en ese momento se pone bajo la sangre de Cristo para que sus pecados sean limpiados (1 Jn. 1:9) y se opera en él la santificación inmediata; por tanto, Dios justifica al pecador arrepentido, igual que Jesús le aseguró al ladrón arrepentido de la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). No obstante, luego que el pecador es lavado, comienza un proceso de transformación que evidencia la obra de Cristo en él y por este motivo, debe llevar una vida alejada del pecado; aquí se opera en él la santificación progresiva. Por eso, el apóstol Juan dice: “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Ap. 22:11).

Esta santificación inmediata y progresiva es aplicada según el conocimiento de la verdad que se halla en las Sagradas Escrituras. Cristo dijo al Padre Celestial: “santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17:17). En este capítulo 17 del evangelio de Juan, encontramos que Jesucristo oró por sus discípulos y por todos aquellos que habríamos de convertirnos en sus discípulos y en esta oración hallamos una enseñanza clara: la santidad proviene de la verdad y la Palabra de Dios es verdad.

Jesús mismo fue el ejemplo y la fuente de la santidad: “y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Jn. 17:19).

El apóstol Pedro hace una presentación sumamente clara e inspirada por el Espíritu Santo acerca de las demandas de la santidad que Dios quiere para nosotros: “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación, sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Ped. 1:13-23).

Ahora, analicemos las verdades gloriosas contenidas en este pasaje:

- Pedro habla sobre la firmeza de nuestro entendimiento y la preparación para la acción (ceñid los lomos de vuestro entendimiento, v. 13), la sobriedad (actitud de equilibrio y sensatez, v. 13), la expectativa de la venida de Cristo (v. 13), y la obediencia como hijos de Dios; todo lo anterior nos enseña a no conformarnos a los deseos de la carne, asociados a la ignorancia y al rechazo de la voluntad de Dios (v. 14). Estos cuatro componentes son indispensables para el tema que viene en el v. 15 y es el llamado supremo de Dios a la santidad. Si estamos firmes en el entendimiento de las cosas espirituales, si somos sabios conforme a la Palabra de Dios, si estamos esperando a Cristo y la manifestación de las promesas de Dios para los tiempos finales, y si realmente somos hijos de Dios que le obedecen por encima de la naturaleza de la carne y de sus deseos, entonces podremos entender, experimentar y permanecer en la santidad que Dios demanda.
- Dios es santo y nos llama a ser santos en toda nuestra manera de vivir (v. 15). La palabra santo viene del griego hagios que significa puro, sin mancha. Si queremos ser verdaderos hijos de Dios, tenemos que reflejar su carácter bondadoso, su naturaleza santa, su personalidad amorosa y su pureza. Solo los hijos genuinos se asemejan al Padre porque tienen sus rasgos, sus atributos y sus características. Esto se logra por nuestra consagración al Padre a través de la obra de Cristo; esto se evidencia en nuestro interior y se refleja por la conducta externa y en todo sentido. En el griego, Pedro usa dos palabras: pás (todo) y anastrofé (conducta). Así pues, la santidad tiene que reflejarse en toda conducta, en todo comportamiento, en toda actitud… es decir, en toda nuestra manera de vivir. En resumen, debemos ser puros y sin mancha en todo porque la conducta involucra todo lo que somos: cómo pensamos, cómo actuamos, cómo hablamos, qué deseamos, qué sentimos, qué intenciones tenemos, cómo nos vestimos, cómo llevamos nuestro cabello, cómo adornamos el cuerpo, cómo usamos nuestro cuerpo, cómo cubrimos la desnudez del cuerpo, cómo nos conducimos en el hogar, en la sociedad, en el trabajo, en el estudio… cómo tratamos a los demás, cómo servimos y amamos a los demás, cómo empleamos el tiempo, cómo administramos los recursos, los bienes materiales y el dinero, etc.
- Dios tiene la autoridad para exigir santidad porque él es santo (v. 16). Dios es la fuente de la santidad y solo en él podemos ser santos. Asimismo, Dios será el juez de todos; por tanto, debemos conducirnos con temor (con respeto profundo y obediencia sincera) hacia Dios, todo el tiempo de nuestra peregrinación (v. 17). La palabra peregrinación viene del griego paroikía que significa residencia extrajera, lo cual nos habla de que somos pasajeros y extranjeros en esta tierra, que no pertenecemos a este sistema corrupto del mundo, que estamos aquí por un breve momento y que después nos vamos a la eternidad con Dios. Por consiguiente, no vale la pena perder el galardón de la vida eterna por practicar el pecado y habituarnos al mal; estas cosas son efímeras, no llenan el corazón, se viven aquí por un tiempo tan corto y luego nos conducen a la perdición eterna.
- Estos conceptos se logran asimilar cuando entendemos que Dios nos rescató de nuestra vana manera de vivir (v. 18). El término rescatar en el griego es lutróo que significa rescatar y redimir. La redención es el pago de un precio por un objeto o un individuo que se encuentra en manos de otra persona, con el fin de librarlo o rescatarlo. La palabra redimir viene del latín redímere, del prefijo re-, de nuevo, y émere, comprar. Así pues, un redentor es una persona que paga un precio. Esta acción tiene varias connotaciones:
a) liberar a alguien del dolor o de una mala situación; b) conseguir la libertad del esclavo o el cautivo mediante un pago; c) comprar de nuevo una cosa que se había vendido o empeñado; d) volver a adquirir algo que se había perdido. En este orden de ideas, el mayor motivo que debemos tener para amar de verdad a Dios y procurar la santidad, es la consideración del alto precio de nuestra redención del pecado.
- El rescate que Dios ha hecho por nosotros es precisamente de una vana manera de vivir. La palabra vana en griego es mátaios (inútil) y la palabra manera de vivir es anastrofé (conducta). Por tanto, Dios nos llama a ser libres de toda conducta inútil para nuestra vida espiritual. Sin embargo, este tipo de comportamientos y actitudes las recibimos y las aprendemos en el entorno familiar y social (aunque somos responsables de nuestras acciones). El término griego que se usa es patroparádotos (lo recibido de los padres como una tradición). Es interesante destacar que el círculo de mayor influencia podría ser precisamente el entorno familiar, en donde el ser humano aprende la mayoría de los valores y de los antivalores que intervienen en su desarrollo como persona para bien o para mal. Lamentablemente, nos acostumbramos a todo tipo de conductas inútiles (al compararlas con la voluntad de Dios) y nos adaptamos a ellas, pero cuando conocemos el evangelio de Cristo, él nos rescata, nos liberta y nos transforma por dentro y por fuera.
- Precisamente, el medio que Dios usa para santificarnos es un Cordero sin mancha y sin contaminación (v. 19), quien derramó su sangre, pagando un alto precio por nuestra redención eterna. A la sangre de Cristo se le llama sangre preciosa debido a su alto valor, el cual no puede compararse con oro o plata (v. 18, 19).
- Este rescate se confirma en la purificación de nuestras almas por la obediencia a la verdad (v. 22); este proceso se da mediante la obra del Espíritu y su fin último es el amor de Dios manifestado entre los hombres, brotando de un corazón puro. Estas señales se ven en creyentes que han nacido de nuevo, por la palabra de Dios que actúa como una semilla viva y eterna que se hace real y efectiva en sus vidas. 

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