e. ¿Cuándo se puede decir que una persona es santa?
El tiempo en que ocurre la santificación en el
creyente tiene dos perspectivas: santificación inmediata y santificación
progresiva.
Cuando el ser
humano acepta de forma consciente y por la fe el sacrificio de Cristo, y se
arrepiente de sus pecados para volverse a Dios de corazón, en ese momento se
pone bajo la sangre de Cristo para que sus pecados sean limpiados (1 Jn. 1:9) y
se opera en él la santificación
inmediata; por tanto, Dios justifica al pecador arrepentido, igual que
Jesús le aseguró al ladrón arrepentido de la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). No obstante, luego
que el pecador es lavado, comienza un proceso de transformación que evidencia
la obra de Cristo en él y por este motivo, debe llevar una vida alejada del
pecado; aquí se opera en él la santificación
progresiva. Por eso, el apóstol Juan dice: “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es
inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía;
y el que es santo, santifíquese todavía” (Ap. 22:11).
Esta
santificación inmediata y progresiva es aplicada según el conocimiento de la
verdad que se halla en las Sagradas Escrituras. Cristo dijo al Padre Celestial:
“santifícalos en tu verdad; tu palabra es
verdad” (Jn. 17:17). En este capítulo 17 del evangelio de Juan, encontramos
que Jesucristo oró por sus discípulos y por todos aquellos que habríamos de
convertirnos en sus discípulos y en esta oración hallamos una enseñanza clara:
la santidad proviene de la verdad y la Palabra de Dios es verdad.
Jesús mismo fue
el ejemplo y la fuente de la santidad: “y
por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados
en la verdad” (Jn. 17:19).
El apóstol Pedro
hace una presentación sumamente clara e inspirada por el Espíritu Santo acerca
de las demandas de la santidad que Dios quiere para nosotros: “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro
entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os
traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os
conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino,
como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir; porque escrito está: sed santos, porque yo soy santo. Y si
invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de
cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación, sabiendo
que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de
vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la
sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,
ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los
postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios,
quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y
esperanza sean en Dios. Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a
la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos
a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente
corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece
para siempre” (1 Ped. 1:13-23).
Ahora,
analicemos las verdades gloriosas contenidas en este pasaje:
- Pedro habla
sobre la firmeza de nuestro entendimiento y la preparación para la acción
(ceñid los lomos de vuestro entendimiento, v. 13), la sobriedad (actitud de
equilibrio y sensatez, v. 13), la expectativa de la venida de Cristo (v. 13), y
la obediencia como hijos de Dios; todo lo anterior nos enseña a no conformarnos
a los deseos de la carne, asociados a la ignorancia y al rechazo de la voluntad
de Dios (v. 14). Estos cuatro componentes son indispensables para el tema que
viene en el v. 15 y es el llamado supremo de Dios a la santidad. Si estamos
firmes en el entendimiento de las cosas espirituales, si somos sabios conforme
a la Palabra de Dios, si estamos esperando a Cristo y la manifestación de las
promesas de Dios para los tiempos finales, y si realmente somos hijos de Dios
que le obedecen por encima de la naturaleza de la carne y de sus deseos,
entonces podremos entender, experimentar y permanecer en la santidad que Dios
demanda.
- Dios es santo
y nos llama a ser santos en toda nuestra manera de vivir (v. 15). La palabra santo viene del griego hagios que significa puro, sin mancha.
Si queremos ser verdaderos hijos de Dios, tenemos que reflejar su carácter
bondadoso, su naturaleza santa, su personalidad amorosa y su pureza. Solo los
hijos genuinos se asemejan al Padre porque tienen sus rasgos, sus atributos y
sus características. Esto se logra por nuestra consagración al Padre a través
de la obra de Cristo; esto se evidencia en nuestro interior y se refleja por la
conducta externa y en todo sentido. En el griego, Pedro usa dos palabras: pás (todo) y anastrofé (conducta). Así pues, la santidad tiene que reflejarse en
toda conducta, en todo comportamiento, en toda actitud… es decir, en toda
nuestra manera de vivir. En resumen, debemos ser puros y sin mancha en todo
porque la conducta involucra todo lo que somos: cómo pensamos, cómo actuamos,
cómo hablamos, qué deseamos, qué sentimos, qué intenciones tenemos, cómo nos
vestimos, cómo llevamos nuestro cabello, cómo adornamos el cuerpo, cómo usamos
nuestro cuerpo, cómo cubrimos la desnudez del cuerpo, cómo nos conducimos en el
hogar, en la sociedad, en el trabajo, en el estudio… cómo tratamos a los demás,
cómo servimos y amamos a los demás, cómo empleamos el tiempo, cómo
administramos los recursos, los bienes materiales y el dinero, etc.
- Dios tiene la
autoridad para exigir santidad porque él es santo (v. 16). Dios es la fuente de
la santidad y solo en él podemos ser santos. Asimismo, Dios será el juez de
todos; por tanto, debemos conducirnos con temor (con respeto profundo y
obediencia sincera) hacia Dios, todo el tiempo de nuestra peregrinación (v.
17). La palabra peregrinación viene
del griego paroikía que significa
residencia extrajera, lo cual nos habla de que somos pasajeros y extranjeros en
esta tierra, que no pertenecemos a este sistema corrupto del mundo, que estamos
aquí por un breve momento y que después nos vamos a la eternidad con Dios. Por
consiguiente, no vale la pena perder el galardón de la vida eterna por
practicar el pecado y habituarnos al mal; estas cosas son efímeras, no llenan
el corazón, se viven aquí por un tiempo tan corto y luego nos conducen a la
perdición eterna.
- Estos
conceptos se logran asimilar cuando entendemos que Dios nos rescató de nuestra
vana manera de vivir (v. 18). El término rescatar
en el griego es lutróo que significa
rescatar y redimir. La redención es el pago de un precio por un objeto o un
individuo que se encuentra en manos de otra persona, con el fin de librarlo o
rescatarlo. La palabra redimir viene
del latín redímere, del prefijo re-, de nuevo, y émere, comprar. Así pues, un
redentor es una persona que paga un precio. Esta acción tiene varias
connotaciones:
a) liberar a
alguien del dolor o de una mala situación; b) conseguir la libertad del esclavo
o el cautivo mediante un pago; c) comprar de nuevo una cosa que se había
vendido o empeñado; d) volver a adquirir algo que se había perdido. En este
orden de ideas, el mayor motivo que debemos tener para amar de verdad a Dios y
procurar la santidad, es la consideración del alto precio de nuestra redención
del pecado.
- El rescate que
Dios ha hecho por nosotros es precisamente de una vana manera de vivir. La
palabra vana en griego es mátaios (inútil) y la palabra manera de vivir es anastrofé (conducta). Por tanto, Dios nos llama a ser libres de
toda conducta inútil para nuestra vida espiritual. Sin embargo, este tipo de
comportamientos y actitudes las recibimos y las aprendemos en el entorno
familiar y social (aunque somos responsables de nuestras acciones). El término
griego que se usa es patroparádotos
(lo recibido de los padres como una tradición). Es interesante destacar que el
círculo de mayor influencia podría ser precisamente el entorno familiar, en
donde el ser humano aprende la mayoría de los valores y de los antivalores que
intervienen en su desarrollo como persona para bien o para mal.
Lamentablemente, nos acostumbramos a todo tipo de conductas inútiles (al
compararlas con la voluntad de Dios) y nos adaptamos a ellas, pero cuando
conocemos el evangelio de Cristo, él nos rescata, nos liberta y nos transforma
por dentro y por fuera.
- Precisamente,
el medio que Dios usa para santificarnos es un Cordero sin mancha y sin
contaminación (v. 19), quien derramó su sangre, pagando un alto precio por
nuestra redención eterna. A la sangre de Cristo se le llama sangre preciosa
debido a su alto valor, el cual no puede compararse con oro o plata (v. 18,
19).
- Este rescate
se confirma en la purificación de nuestras almas por la obediencia a la verdad
(v. 22); este proceso se da mediante la obra del Espíritu y su fin último es el
amor de Dios manifestado entre los hombres, brotando de un corazón puro. Estas
señales se ven en creyentes que han nacido de nuevo, por la palabra de Dios que
actúa como una semilla viva y eterna que se hace real y efectiva en sus vidas.
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