c. ¿Cuáles son sus características?
Ya
vimos cómo es la naturaleza de la Iglesia de Cristo pero ahora vamos a retomar
algunos aspectos antes mencionados y complementar otros a fin de tener
suficiente claridad de cuáles son las características de la verdadera Iglesia
de Cristo en la tierra:
- Reconoce a Cristo como Dios, como
Salvador y como el único camino al Padre
Esta
es la primera de las características de la Iglesia de Cristo porque sin ella,
todo lo demás es falso, postizo, inútil y sin valor ante Dios. No importa quién
sea, a qué iglesia pertenezca, si es miembro de una denominación, si lee y
predica de la Biblia, si es un sacerdote católico, un pastor evangélico, un
conferencista de talla internacional, el que sea… si una persona niega o
contradice con su vida o con sus palabras que Jesús es Dios, el único Salvador,
el único camino, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y el único
mediador entre Dios y los hombres, no hace parte de la verdadera Iglesia de
Cristo porque rechaza estas verdades fundamentales del evangelio.
La
verdadera Iglesia de Cristo reconoce al Señor…
* Como
su autoridad máxima (porque ella es su cuerpo y él es su cabeza).
* Como
el ser más especial y digno de ser amado, apreciado y respetado
(porque ella es
su esposa y él es su esposo).
* Como
su hermano mayor (porque ella es parte de la familia de Dios).
* Como
Dios (porque ella es su templo y su habitación).
-
La Iglesia de Cristo está separada del pecado y está dedicada a ser un ejemplo
de cómo honrar a Dios en cada área de la vida
Dios
siempre ha llamado a su pueblo a vivir lejos del pecado y por eso, la Iglesia debe
mantenerse pura, sin mancha y sin arruga (Ef. 5:27); por eso, los verdaderos
cristianos aborrecen lo malo, predican en contra del pecado en todas sus
manifestaciones y procuran siempre practicar buenas obras, no para salvación,
sino como evidencia de que tienen una conducta que refleja el carácter de Cristo.
Debido
a que la Iglesia es el templo de Dios, ésta es santa porque él habita en ella.
Esta santidad no se deriva del mérito de alguna obra o ceremonia por parte de
los creyentes, sino que proviene de la sangre de Cristo y se desarrolla por la
obra del Espíritu Santo que nos purifica a través de las Escrituras.
Obviamente, no podemos decir que no tenemos pecado porque todos somos pecadores
por naturaleza, pero hay una gran diferencia entre cometer pecado y practicar
pecado, porque el segundo caso equivale a tener el hábito, reincidir en algo y
complacerse en una conducta que claramente Dios detesta a la luz de la Biblia.
“Este es el
mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas
tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en
tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como
él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su
Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos
a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su
palabra no está en nosotros” (1 Jn. 1:5-10).
“Hijitos, nadie
os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el
pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto
apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Jn. 3:7, 8).
“¿No sabéis que
los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni
los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con
varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes,
ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya
habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados
en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor.
6:9-11).
“Porque la
gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,
enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en
este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada
y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien
se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar
para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y
reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie” (Tito 2:11-15).
En
otras palabras, un creyente salvo y fiel vive apartado del pecado y busca la
santidad todos los días para agradar a aquel que es su ejemplo supremo de
obediencia y pureza: CRISTO. Por otro lado, un creyente no salvo e infiel no se
aparta del pecado y no busca la santidad porque no le interesa sino agradarse a
sí mismo, justificando su maldad y hasta se apoya en la Biblia para hacer lo
malo, torciendo las Escrituras para su propia perdición (2 Ped. 3:15-18).
Para
reflexionar…
* Practicar
la santidad es permitir que con nuestros actos
se hable bien del evangelio y se
honre el nombre de Cristo.
* Practicar
la santidad es permitir que el Espíritu Santo
nos regenere por completo y en
cada área de nuestra vida.
* Practicar
la santidad tiene que ver con la renuncia total y absoluta
hacia los deseos y
costumbres del mundo sin Dios.
* Practicar
la santidad es disponer nuestro corazón para adorar a Dios,
disponer nuestro
espíritu para tener comunión con Dios
y disponer nuestro cuerpo para honrar a
Dios.
Infortunadamente
existen muchas iglesias y predicadores que han dejado apagar el celo por la
santidad y por la obediencia a la Biblia, dejando que el mundo y el pecado
lleguen a los púlpitos desde donde enseñan a favor de lo que la Biblia rechaza
tajantemente. Por tanto, cualquier religión, denominación, iglesia evangélica,
católica, pentecostal o como se llame, que no promueva la obediencia a la
Biblia y no reprenda el pecado de forma clara, sino que sus líderes o miembros
viven en contra de la Biblia, no es un lugar adecuado para congregarse, buscar
de Dios y crecer en el conocimiento y en la vivencia del evangelio.
Mi
consejo es que ores a Dios para que te guíe y te permita congregarte en una
iglesia que viva y predique una sana doctrina, donde Cristo es el centro y la
obediencia a Dios y a la Biblia es la prioridad (no los milagros, las
sanidades, la prosperidad económica, el dinero, el nombre de una iglesia, la
imagen de un predicador, etc.).
Hoy
en día, por la falta de celo se le llama a la santidad fanatismo, convirtiendo
en libertinaje la gracia de Dios (Jud. 1:4), pero una iglesia sin celo produce
creyentes mimados, caprichosos, rebeldes, inmaduros y llenos de conceptos anti
bíblicos (2 Tim. 4:3, 4).
“También debes
saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá
hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos,
desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables,
calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores,
impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán
apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” Porque
de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas
cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. Estas siempre
están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Y de la
manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también éstos resisten a
la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe. Mas
no irán más adelante; porque su insensatez será manifiesta a todos, como
también lo fue la de aquéllos. Pero tú has seguido mi doctrina, conducta,
propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia” (2 Tim. 3:1-10).
Estas
son las palabras de consejo que Pablo dio a Timoteo, un hombre que servía a
Dios y que predicaba el evangelio; reflexionemos y notemos la verticalidad de
Pablo, un verdadero cristiano que tenía celo por el evangelio y que hablaba la
verdad sin pensar en agradar a otros porque era guiado por el Espíritu Santo y
por el ejemplo santo de Cristo, quien nunca toleró maldad ni suavizó el mensaje
para ser aceptado por sus oyentes.
Por
otra parte, tengamos cuidado con aquellos que dicen que su iglesia salva, que
es la mejor, que es más santa, que si salimos de allí y nos congregamos en otra
iglesia de sana doctrina estamos en rebeldía y que el diablo nos engañó, etc.
La
Iglesia es de Cristo, los creyentes son de Cristo y no le pertenecen a una
organización; si alguien no desea congregarse en una iglesia, debemos respetar
las decisiones personales de cada uno y seguir adelante con el Señor porque
cada uno de nosotros es responsable de su salvación y de sus actos.
Dios
nos ayude a ser dignos embajadores de Cristo en donde quiera que estemos
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