- La Iglesia de
Cristo debe defender la sana doctrina y preparar a sus miembros para que sean
eficaces en este sentido
La
Iglesia está diseñada por Cristo para enseñar la doctrina bíblica completa, a
fin de que podamos ser arraigados en la fe bíblica, en costumbres congruentes
con la voluntad perfecta de Dios y en enseñanzas que transforman el corazón y
la vida entera de cada persona que llega a ser parte del cuerpo de Cristo.
Los
llamados a esta labor son los ministerios que Dios levanta y esta
responsabilidad demanda tiempo y dedicación porque el ideal divino es que
crezcamos a la medida del carácter de Cristo; entonces, el ministro de Dios
debe dominar las verdades bíblicas y ser ejemplo en todo para los creyentes
pero ellos también deben comprometerse a madurar en el conocimiento y en la
vivencia de la palabra de Dios porque todos tenemos que ser luz en medio de las
tinieblas del error, de la apostasía y de las herejías que abundan en la
sociedad, en los medios de comunicación, en las iglesias y en los púlpitos.
“Y él mismo
constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos
a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto,
a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:11-13).
Cada
creyente debería estar preparado para compartir cualquier tema de las
Escrituras con propiedad, seguridad y argumentos con cualquier persona que
demande respuestas bíblicas acerca de diversos temas. Por ende, los pastores y
predicadores deben preocuparse por estudiar con seriedad y disciplina a fin de
instruir a todos los miembros de la iglesia en los temas primordiales de la
Biblia y también en los temas que son motivo de duda, inquietud y polémica
porque esto es beneficioso y edificante para todos.
“para que ya no
seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por
estratagemas de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del
error”
(Ef. 4:14).
“sino santificad
a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para
presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande
razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Ped. 3:15).
Pablo
aconseja a la iglesia a no pensar más de lo que está escrito porque esto da
lugar a interpretaciones erradas de la palabra de Dios y especulaciones
peligrosas que producen divisiones y problemas en el cuerpo de Cristo:
“Pero esto,
hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros,
para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea
que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros” (1 Cor.
4:6).
“Como te rogué
que te quedases en Efeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos
que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención a fábulas y genealogías
interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es
por fe, así te encargo ahora. Pues el propósito de este mandamiento es el amor
nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las
cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser
doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (1 Tim.
1:3-7).
Aún
Santiago nos advierte del peligro de la soberbia porque con ella muchos se
desvían tras el error y acarrean sobre sí mismos mayor condenación, afectando a
otros.
“Hermanos míos,
no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor
condenación”
(Stg. 3:1).
El
verdadero predicador cristiano no se cree sabio ni impone lo que enseña sino
que su autoridad proviene de un estudio serio de la Biblia, del nombre de
Cristo, de una vida rendida al Señor y con los frutos de un verdadero seguidor
del Maestro; así que, en cada iglesia cristiana se debe procurar la salvación
por gracia solo en Cristo, el arrepentimiento genuino, la conversión sincera,
la sana interpretación de cada pasaje de la Biblia, la sabiduría de Dios, la humildad,
el amor, la unidad doctrinal y el celo por los principios de Dios.
“Por esta causa
te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos
en cada ciudad, así como yo te mandé; el que fuere irreprensible, marido de una
sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de
rebeldía. Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como
administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no
pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de
lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel
tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y
convencer a los que contradicen” (Tito 1:5-9).
Pablo
y los escritores del N.T. muestran su preocupación por la unidad fraternal y
doctrinal que debe tener cada iglesia que se establece y por eso, siempre
fueron celosos en cuanto al buen testimonio y en cuanto a definir cuáles son
las enseñanzas que todos debemos aceptar, practicar, defender y transmitir de
una generación a otra, no sea que nuestros hijos y nietos se desvíen del camino
de la verdad que Dios trazó para su Iglesia. Lamentablemente, hoy vemos en
muchas iglesias que se va perdiendo el perfil conservador de la Biblia y la
seriedad del evangelio; una de las razones es que la iglesia y los predicadores
no se interesan en establecer y guardar fielmente una declaración doctrinal
unificada donde cada miembro es formado y discipulado para dejar un legado que
permanezca hasta que Cristo venga por su pueblo.
En
síntesis, en la Iglesia de Cristo se debe asumir el compromiso de leer la
Biblia diariamente, se deben estudiar temas que edifiquen y enriquezcan el
corazón y se deben unifican las doctrinas que como cristianos estamos llamados a
honrar para ser un fiel reflejo del carácter de Cristo.
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