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jueves, 23 de julio de 2015

La Iglesia de Cristo Parte XI



- La Iglesia de Cristo debe favorecer el compañerismo y la comunión de los creyentes

Cada vez que los creyentes se reúnen y comparten en oración, intercesión, alabanzas, estudios bíblicos y momentos de comunión y compañerismo, hay bendición y vida eterna de parte de Dios.

“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna” (Salmo 133).

Como Iglesia, nosotros somos llamados hermanos en Cristo e hijos de Dios y por tanto, somos la familia de Dios; así pues, debemos estar en contacto y en comunión de forma continua.

“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Ef. 2:19).

La iglesia es un lugar de compañerismo, donde los cristianos pueden conocerse mutuamente, entender y apoyar sus necesidades, convivir fraternalmente, amarse los unos a los otros (Rom. 12:10; 1 Jn. 3:11), instruirse unos a otros (Rom. 15:14), escucharse y estimularse para crecer espiritualmente, siendo benignos y misericordiosos (Ef. 4:32), animándose y edificándose (1 Ts. 5:11; Gál. 6:2).

Asimismo, la iglesia es un lugar donde los creyentes pueden celebrar la Cena del Señor, recordando la muerte de Cristo y su sangre derramada por nosotros (1 Cor. 11:23-26). El concepto de “partir el pan” (Hch. 2:42) también conlleva la idea de comer juntos. Este es otro ejemplo del compañerismo que debe ser promovido en la Iglesia de Cristo.

La iglesia está diseñada también para equipar a los creyentes en Cristo con las herramientas espirituales que ellos necesitan para vencer al pecado y permanecer libres de la contaminación del mundo. Esto se logra por la oración personal y comunitaria, por el estudio y la enseñanza bíblica y por el compañerismo cristiano (Ef. 5:1-20).

La unidad del cuerpo de Cristo no es sinónimo de ecumenismo, el cual consiste en la unidad de diferentes iglesias y religiones sin importar sus creencias o sus prácticas. El término ecumenismo viene del latin oikoumene que significa «lugar o tierra poblada como un todo». Esta palabra fue usada en el Imperio Romano para referirse a la totalidad de las tierras conquistadas y esto es lo que se busca: ejercer un dominio político y religioso sobre los creyentes que han sido regenerados por la gracia de Dios en las Sagradas Escrituras.

Los cristianos que tienen un perfil conservador y que conocen las Escrituras jamás sacrificarán los principios bíblicos y la lealtad a las demandas de Dios para procurar unidad entre personas de cualquier iglesia, denominación o religión (sea cristiana o no, sea de sana doctrina o no, sea bíblica o no). La razón de esto es que no todos los que creen en Dios, los que leen la Biblia o los que profesan espiritualidad tienen la misma posición frente a Cristo y la voluntad de Dios, y no puede existir una verdadera unidad cuando la doctrina, las creencias, las prácticas y los comportamientos son diferentes al modelo que Dios estableció en su palabra.

“Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Tim. 2:22). 

“Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Rom. 16:18). 

“Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales. Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Tim. 6:3-10). 

“Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Cor. 5:9-13).

Como creyentes, somos llamados por Dios a unirnos en la fe y en la comunión con aquellos cristianos que invocan al Señor con un corazón limpio, que no tienen la piedad como fuente de ganancia y que no practican el pecado abiertamente.

Ciertamente, debemos tener una relación pacífica y adecuada con todas las personas, pero lo que Pablo está enfatizando es que no debemos tener comunión espiritual con aquellos cristianos que profesan piedad pero que con sus hechos niegan la eficacia de ella. 

Cristo habló de la unidad de los cristianos y dijo: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” (Jn. 17:6-8).

Notemos que en este capítulo Cristo hace referencia a sus discípulos y sus características están bien definidas: guardan la palabra de Cristo, reciben su enseñanza y creen de verdad en él. Entonces, si alguien profesa ser cristiano (de cualquier denominación o iglesia) pero no obedece la palabra de Cristo ni cree en él de acuerdo a las Escrituras, no debemos unirnos con este tipo de personas. 

En el mismo capítulo 17, Cristo sigue diciendo: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos” (Jn. 17:9-13). 

La unidad que Cristo pide al Padre para los creyentes fieles a su palabra está basada en la unidad de Cristo y el Padre, la cual es perfecta y no refleja desacuerdos en propósito ni en doctrina. Así pues, el fundamento de la unidad del cuerpo de Cristo es la obediencia integral a sus enseñanzas; de lo contrario, es imposible que seamos uno en Cristo y en el Padre.

“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Jn. 17:14-26) 

En estos versículos vemos que los verdaderos cristianos son aborrecidos por el mundo porque rechazan el mal y se santifican en la verdad divina; asimismo, los que creen en la palabra que ellos predican y siguen a Cristo, tienen el mismo perfil. Por ende, todos los que defienden el ecumenismo y la unidad de las religiones, están desconociendo que Cristo es radical para delimitar quiénes son sus verdaderos discípulos y cuáles son sus características.

Lamentablemente, las religiones, las iglesias y los predicadores que buscan el ecumenismo no quieren ser aborrecidos sino aplaudidos por el mundo y esto se demuestra en su forma de vivir y en lo que enseñan; para poder unirse a otros que profesan todo tipo de doctrina y conducta anticristiana (porque está en contra del ejemplo y la enseñanza vertical de Cristo) ellos tienen que callar el mensaje de arrepentimiento y obediencia a la Biblia para limitarse a hacer oraciones bonitas, eventos de música cristiana y actividades relacionadas con la fe en Dios, pero en donde no hay una exposición pública de todas las verdades esenciales de la Biblia.

No quieren ofender a la gente predicando en contra del pecado y en contra de tradiciones religiosas anti bíblicas pero sí quieren ser elogiados por tener el supuesto valor de buscar la unidad del cuerpo de Cristo. Esto es vergonzoso y abominable ante los ojos de Dios.

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